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Banderas, de Miikhail Zlatkovsky |
La diferencia entre Vox y el resto de partidos es aparente, porque
nada sustancial les diferencia. Todos ellos defienden el regimen
oligárquico y su estructura estatal-capitalista, la misma falsa
democracia, la misma corrupción sistémica. La mayor afectación la padece
la facción de la pequeña burguesía que se autodenomina de izquierdas o
“progresista”, que ya está agitando el espantajo de la lucha
antifascista, su clásica maniobra distractiva, la que le sirve para
tapar su propia descomposición, su propia deriva hacia un neofascismo
"democrático". Como si Vox fuera su problema y no su producto, como si
la irrupción de este partido no fuera el pus que rezuma la propia
putrefacción del sistema en su conjunto. Vox es un partido más, igual a
los demás en lo esencial, sólo se significa por su rudimentario
lenguaje populista y su estética de hinchada fachofutbolera, nada nuevo,
nada sustancial lo diferencia del resto de partidos que sostienen al
regimen heredero del franquismo.
La oligarquía que controla el
Estado tiene desmadrada a su pequeña burguesía encargada del aparato
político, no logra superar su estado de crisis crónica y ello le impide
poner orden en sus huestes subordinadas, está sucediendo en toda Europa
y en América. Están inmersos en una operación agónica, terminal, que no
tiene solución, que sólo intenta ganar tiempo para recomponerse, un
tiempo que ya no tiene porque lo ha gastado por adelantado en estos tres
siglos de crédito a la revolución burguesa, cuando su “modernidad” es
un barco que hace agua por todas partes.
Va llegando el momento
de que la abstención (estérilmente mayoritaria en Andalucía) pase a ser
activa y revolucionaria, autoorganizada como Pueblo, al margen y contra
el Capitalismo y su Estado. La clase obrera tuvo su oportunidad, que
los partidos y sindicatos “de clase” tiraron por la borda, inoculando
en las masas proletarias su materialismo histórico, su ideología
originalmente burguesa, funcional al proyecto economicista y consumista
de las oligarquías capitalistas. Así, la ideología “de clase” se hizo
funcional al poder capitalista, interesado en naturalizar la lucha de
clases, en institucionalizarla como conflicto “naturalmente
democrático”.
Este es un siglo resabiado y escarmentado, en el
que ya no cabe la ideología de clase ni ninguna otra ideología
identitaria. La complejidad hiperpolítica, hipertecnológica e
hiperfinanciera del mundo que vivimos se nos ha ido de las manos y está a
punto de hacerse añicos. Puede que entonces el campo de batalla quede
despejado en toda su simplicidad, sólo quedará el Pueblo frente al
Estado, autonomía frente a heteronomía, autogobierno (democracia
integral) frente a dominación y sumisión. Este siglo XXI es el de la
revolución democrática integral, local y global, personal y popular,
ética, ecológica y comunal, la tarea civilizatoria que tenemos por
delante es descomunal, será necesario construir el sujeto de la
revolución necesaria, un sujeto convivencial, simultáneamente
individual y comunitario, un individuo constructor de comunidad y
viceversa. Pueblo, Estado y Democracia conforman un triángulo
imposible, en el que sobra una de las partes...hasta ahora el Pueblo es
el ausente. La revolución integral consiste en que sobre el Estado, el
aparato de dominación de las oligarquías capitalistas, el que nos ha
traído hasta el borde del abismo. Cada individuo consciente está llamado
a su propia reconstrucción, a realizar su propia desinfección y
consecuente desconexión del sistema, está llamado a ser sujeto de la
revolución hoy necesaria, a construirse en comunidades convivenciales y
radicalmente democráticas, ese sujeto es quien puede acabar con el
sistema de dominación.
No me extraña que se le de tanta
importancia a la irrupción de Vox, porque ésta es insignificante y precisamente de
eso trata hoy la política: de lo insignificante.