Cuando
tenemos miedo “nos arrugamos”. Es nuestro más primario instinto
de supervivencia el que se pone a funcionar cuando algo nos asusta;
no experimentamos sólo una contracción física, ni sólo emocional,
es todo nuestro ser quien se contrae, reduciendo nuestra capacidad de
pensamiento y limitando nuestra conducta a una reacción
estrictamente defensiva o de ataque, que no atiende a nada maś. Si
durante cientos de miles de años hemos estado sobreviviendo a todo
tipo de crisis, éste es el instinto más empleado y es natural que
aparezca en momentos de crisis y peligros. Pero existe un
instinto todavía muy desconocido para la mayoría de los humanos,
porque es nuevo y emergente, es el instinto de evolución, una
aspiración a ser más conscientes y a construirnos una vida más libre, más plena. Es un instinto que nos conviene desarrollar, no deberíamos
dejar que sea anulado por el miedo, cada vez que nuestra supervivencia
parece amenazada.
Frente
a la crisis actual, en
el individuo medio predomina un
sentido de carencia, una sensación de que algo nos falta...y de estar
permanentemente acosados por una amenaza de pobreza.Todo ésto me
refiere a una lectura reciente de Ken Wilber (1) en la que este filósofo
de la espiritualidad integral recurre a la descripción de las
necesidades básicas que Abraham Maslow descubriera empíricamente.
Descubrió
que las personas son motivadas por media docena de
necesidades fundamentales, que ordenó en una pirámide según el
grado de necesidad. Observó que una necesidad superior no aparece
hasta estar satisfecha la inferior. Satisfechas las necesidades
fisiológicas y de seguridad, aparecen las de pertenencia, de amor,
de estima e incluso de autorrealización.
Pero lo más interesante de su descubrimiento es que las necesidades
humanas se organizan en dos grandes bloques de motivación:
necesidades deficientes y necesidades del ser. Las primeras,
motivadas por una carencia, abarcan las antes mencionadas -desde las
fisiológicas a las de autorrealización- pero
cuando ésta última necesidad está satisfecha emerge una motivación
no motivada por la carencia sino por la abundancia. Las
denominó necesidades del ser, utilizando como ejemplo la necesidad
de autotrascendencia. Entonces
la persona comienza a entrar en contacto con una libertad primordial ,
en una dimensión de completud, abundancia y perfección. Lo
explicaba así muy gráficamente: “es como si te
dieran mil millones de dólares: lo primero que haces es empezar a
compartir con tus amigos, opuestamente a lo que harías si tuvieras
sólo diez dolares y estuvieras mendigando”.
Entonces,
decía Wilber, en tiempos de crisis, no deberíamos dejar que las
circunstancias agraven la contracción del ser y ocasionen una
regresión desde las necesidades del ser a las necesidades
deficientes. No dejar que se pierda esa amplia dimensión de
motivación por la auto-trascendencia y que ésta retroceda hacia la
auto-estima, al sentido de pertenencia o a las necesidades de
seguridad. Clare W. Graves, alumno de Maslow, afirmaba que uno de los
factores que definen las necesidades del ser, es que en ellas se
produce una retirada del miedo.
Los
“upanisad” (libros sagrados hinduistas, escritos en sánscrito
entre los siglos VII y III a.C.) dicen: “Donde sea que haya
otro, hay miedo”. Los individuos motivados por necesidades de
auto-trascendencia - necesidades de ser-, se sienten a sí mismos
como uno, donde ya no se identifican sólo con su cuerpo-mente
individual, y entonces el miedo desaparece en la misma medida en que
existe menos preocupación por el destino individual. Todo lo
contrario a lo que mayoritariamente nos sucede en tiempos de crisis
como los que vivimos...sí, me diréis, pero una cosa es debatir
sobre ésto y otra muy distinta es sentirlo en la experiencia
personal. A pesar de las dificultades, lo importante sería no perder
la perspectiva, no perder el contacto con esa dimensión
trascendental de nuestra experiencia. Y eso es muy importante en
época de crisis porque cuando descendemos en la escalera de
motivaciones, lo que se contrae no es sólo nuestra propia
experiencia, también lo hace nuestra capacidad de análisis y
comprensión de la realidad, también se contraen nuestros valores,
de los que nos alejamos en una regresión involutiva. No deberíamos
dejar que ésto suceda, para poder ser conscientes del impulso
evolucionario motivado por esa urgencia utópica, que se
manifiesta como aspiración de perfección evolutiva.
Somos -los homo
sapiens- la única especie de homínidos que ha logrado superar los
retos de la evolución natural gracias a su capacidad de adaptación
al medio físico, lo que propició cambios trascendentales, como el
desarrollo del cerebro, que a su vez propiciara un pensamiento
complejo, abriendo una puerta desconocida hacia un territorio
radicalmente nuevo, en el que las relaciones entre humanos, sin dejar
de estar mediadas por las necesidades primarias de supervivencia,
empezaron a ser “éticas”, es decir, guiadas por un deseo de
perfeccionamiento del ser, iniciando una nueva etapa de la humanidad
en la que los individuos y los grupos ya no sólo interactuaban entre
sí y con el medio natural en función de su primario instinto de
supervivencia, sino también atendiendo a esta nueva dimensión ética
en la evolución de nuestra especie, que se hizo “moral” al ser
integrada culturalmente por los grupos humanos.
No son pocas
las personas que piensan que es necesario un colapso completo para
que lo nuevo pueda emerger, para que de las cenizas surja una
regeneración extraordinaria. No me refiero solo a los apocalípticos
fundamentalistas, también a personas que se consideran a sí mismas
como “progresistas” en sus puntos de vista. No estoy de acuerdo
con esa forma de pensar, porque si todo colapsa vamos a tener que
luchar sólo para regresar al lugar en donde ya estábamos...y desde
ahí más, mucho más. Considero que es ingenuo este
pensamiento, además de peligroso. Creo que este pensamiento
negativo y autodestructivo, manifestado hoy como
nihilismo, es muy propio de nuestras posmodernas sociedades capitalistas, es
producto del miedo
convertido éste en medio. Y tiene todo que ver con
el modo en cómo
entendemos el tiempo y en cómo hablamos
y nos comunicamos:
Para
el individuo posmoderno el tiempo es producción y consumo,
básicamente es dinero. Tenemos una concepción del tiempo puramente
material -“el tiempo es oro”- que invade toda la vida, pública y
privada, de cada individuo. La dimensión espiritual ha quedado
reducida a creencias religiosas, políticas y filosóficas que, a su
vez, suelen servir de medio para la consecución de fines
materiales. “Se ha prostituido la espiritualidad en nombre del
progreso, la modernización y el desarrollo económico. Ya no queda
espacio para la convivencia sana, la psicología y la religión están
al servicio del Capital y el Poder. Todo está contaminado por las
relaciones de dominación ya sean económicas o afectivas” (2)
Y
respecto al lenguaje con
el que nos comunicamos,
ya
Nietzsche
hizo
la denuncia: «Me
temo que nunca nos desembarazaremos de Dios, pues todavía creemos en
la Gramática». Necesitaríamos
resignificar
nuestras vidas como resignificar el lenguaje que usamos y, de igual
modo, convertirlos
en objeto
de desistematización,
en un proceso que algunos denominamos “autoconstrucción del
sujeto”. Conscientes o no, participamos
de una partición especializada del conocimiento, en fragmentos
normalmente descontextualizados, como sociología, antropología, etnología,
historia, política, economía, jurisprudencia, cultura, arte…y
del mismo modo, participamos de una fragmentación social en
identidades múltiples, de raza, género, nacionalidad, clases...”Al
parcelar y re-parcelar, se desarmó y reclutó el pensamiento. Y se
esterilizó la filosofía. Y se malbarató la ciencia. Y se emponzoñó
la vida toda”…“el
pensador occidental, se dedicara a la engañifa que se dedicara,
actuaba como un ser en medio de un río, dando hachazos para dividir
el agua fluyente”...”al
escapársenos el principio de la totalidad, al desatender la
indivisibilidad de lo real, fue también la unicidad de la libertad
lo que perdimos; y la historia de la humanidad se convirtió en un
navegar amargo de seres fracturados y fracturantes” ...”en
un sentido muy determinado, «somos hablados por el lenguaje». A un
nivel epistemológico, «fundacional», pues, queda desvelada la
maldad congénita del lenguaje, su absoluta ausencia de inocencia. Y
la «mancha» no recaería ya solo en la semántica, donde
ciertamente se ha hecho más notoria: toda la sintaxis, la gramática
en pleno, el léxico en su conjunto sabrían constitutivamente de los
estigmas sobre los que descansa la forma de coerción de nuestra
civilización.(3)
(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Ken_Wilber
(2) Albert
Libereco: “Sobre el tiempo”
(3) Pedro
García Olivo:
“¿Juego? ¿Territorio? ¿Recreación?. Una lucha en el lenguaje:
re-semantizar para de-semantizar”
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