lunes, 14 de enero de 2019

CUANDO EL MIEDO ES EL MEDIO


Cuando tenemos miedo “nos arrugamos”. Es nuestro más primario instinto de supervivencia el que se pone a funcionar cuando algo nos asusta; no experimentamos sólo una contracción física, ni sólo emocional, es todo nuestro ser quien se contrae, reduciendo nuestra capacidad de pensamiento y limitando nuestra conducta a una reacción estrictamente defensiva o de ataque, que no atiende a nada maś. Si durante cientos de miles de años hemos estado sobreviviendo a todo tipo de crisis, éste es el instinto más empleado y es natural que aparezca en momentos de crisis y peligros. Pero existe un instinto todavía muy desconocido para la mayoría de los humanos, porque es nuevo y emergente, es el instinto de evolución, una aspiración a ser más conscientes y a construirnos una vida más libre, más plena. Es un instinto que nos conviene desarrollar, no deberíamos dejar que sea anulado por el miedo, cada vez que nuestra supervivencia parece amenazada.

Frente a la crisis actual, en el individuo medio predomina un sentido de carencia, una sensación de que algo nos falta...y de estar permanentemente acosados por una amenaza de pobreza.Todo ésto me refiere a una lectura reciente de Ken Wilber (1) en la que este filósofo de la espiritualidad integral recurre a la descripción de las necesidades básicas que Abraham Maslow descubriera empíricamente. Descubrió que las personas son motivadas por media docena de necesidades fundamentales, que ordenó en una pirámide según el grado de necesidad. Observó que una necesidad superior no aparece hasta estar satisfecha la inferior. Satisfechas las necesidades fisiológicas y de seguridad, aparecen las de pertenencia, de amor, de estima e incluso de autorrealización. Pero lo más interesante de su descubrimiento es que las necesidades humanas se organizan en dos grandes bloques de motivación: necesidades deficientes y necesidades del ser. Las primeras, motivadas por una carencia, abarcan las antes mencionadas -desde las fisiológicas a las de autorrealización- pero cuando ésta última necesidad está satisfecha emerge una motivación no motivada por la carencia sino por la abundancia. Las denominó necesidades del ser, utilizando como ejemplo la necesidad de autotrascendencia. Entonces la persona comienza a entrar en contacto con una libertad primordial , en una dimensión de completud, abundancia y perfección. Lo explicaba así muy gráficamente: “es como si te dieran mil millones de dólares: lo primero que haces es empezar a compartir con tus amigos, opuestamente a lo que harías si tuvieras sólo diez dolares y estuvieras mendigando”.

Entonces, decía Wilber, en tiempos de crisis, no deberíamos dejar que las circunstancias agraven la contracción del ser y ocasionen una regresión desde las necesidades del ser a las necesidades deficientes. No dejar que se pierda esa amplia dimensión de motivación por la auto-trascendencia y que ésta retroceda hacia la auto-estima, al sentido de pertenencia o a las necesidades de seguridad. Clare W. Graves, alumno de Maslow, afirmaba que uno de los factores que definen las necesidades del ser, es que en ellas se produce una retirada del miedo.
Los “upanisad” (libros sagrados hinduistas, escritos en sánscrito entre los siglos VII y III a.C.) dicen: “Donde sea que haya otro, hay miedo”. Los individuos motivados por necesidades de auto-trascendencia - necesidades de ser-, se sienten a sí mismos como uno, donde ya no se identifican sólo con su cuerpo-mente individual, y entonces el miedo desaparece en la misma medida en que existe menos preocupación por el destino individual. Todo lo contrario a lo que mayoritariamente nos sucede en tiempos de crisis como los que vivimos...sí, me diréis, pero una cosa es debatir sobre ésto y otra muy distinta es sentirlo en la experiencia personal. A pesar de las dificultades, lo importante sería no perder la perspectiva, no perder el contacto con esa dimensión trascendental de nuestra experiencia. Y eso es muy importante en época de crisis porque cuando descendemos en la escalera de motivaciones, lo que se contrae no es sólo nuestra propia experiencia, también lo hace nuestra capacidad de análisis y comprensión de la realidad, también se contraen nuestros valores, de los que nos alejamos en una regresión involutiva. No deberíamos dejar que ésto suceda, para poder ser conscientes del impulso evolucionario motivado por esa urgencia utópica, que se manifiesta como aspiración de perfección evolutiva.
Somos -los homo sapiens- la única especie de homínidos que ha logrado superar los retos de la evolución natural gracias a su capacidad de adaptación al medio físico, lo que propició cambios trascendentales, como el desarrollo del cerebro, que a su vez propiciara un pensamiento complejo, abriendo una puerta desconocida hacia un territorio radicalmente nuevo, en el que las relaciones entre humanos, sin dejar de estar mediadas por las necesidades primarias de supervivencia, empezaron a ser “éticas”, es decir, guiadas por un deseo de perfeccionamiento del ser, iniciando una nueva etapa de la humanidad en la que los individuos y los grupos ya no sólo interactuaban entre sí y con el medio natural en función de su primario instinto de supervivencia, sino también atendiendo a esta nueva dimensión ética en la evolución de nuestra especie, que se hizo “moral” al ser integrada culturalmente por los grupos humanos. 
 
No son pocas las personas que piensan que es necesario un colapso completo para que lo nuevo pueda emerger, para que de las cenizas surja una regeneración extraordinaria. No me refiero solo a los apocalípticos fundamentalistas, también a personas que se consideran a sí mismas como “progresistas” en sus puntos de vista. No estoy de acuerdo con esa forma de pensar, porque si todo colapsa vamos a tener que luchar sólo para regresar al lugar en donde ya estábamos...y desde ahí más, mucho más. Considero que es ingenuo este pensamiento, además de peligroso. Creo que este pensamiento negativo y autodestructivo, manifestado hoy como nihilismo, es muy propio de nuestras posmodernas sociedades capitalistas, es producto del miedo convertido éste en medio. Y tiene todo que ver con el modo en cómo entendemos el tiempo y en cómo hablamos y nos comunicamos:
 
Para el individuo posmoderno el tiempo es producción y consumo, básicamente es dinero. Tenemos una concepción del tiempo puramente material -“el tiempo es oro”- que invade toda la vida, pública y privada, de cada individuo. La dimensión espiritual ha quedado reducida a creencias religiosas, políticas y filosóficas que, a su vez, suelen servir de medio para la consecución de fines materiales. “Se ha prostituido la espiritualidad en nombre del progreso, la modernización y el desarrollo económico. Ya no queda espacio para la convivencia sana, la psicología y la religión están al servicio del Capital y el Poder. Todo está contaminado por las relaciones de dominación ya sean económicas o afectivas” (2)
Y respecto al lenguaje con el que nos comunicamos, ya Nietzsche hizo la denuncia: «Me temo que nunca nos desembarazaremos de Dios, pues todavía creemos en la Gramática». Necesitaríamos resignificar nuestras vidas como resignificar el lenguaje que usamos y, de igual modo, convertirlos en objeto de desistematización, en un proceso que algunos denominamos “autoconstrucción del sujeto”. Conscientes o no, participamos de una partición especializada del conocimiento, en fragmentos normalmente descontextualizados, como sociología, antropología, etnología, historia, política, economía, jurisprudencia, cultura, arte…y del mismo modo, participamos de una fragmentación social en identidades múltiples, de raza, género, nacionalidad, clases...Al parcelar y re-parcelar, se desarmó y reclutó el pensamiento. Y se esterilizó la filosofía. Y se malbarató la ciencia. Y se emponzoñó la vida toda”el pensador occidental, se dedicara a la engañifa que se dedicara, actuaba como un ser en medio de un río, dando hachazos para dividir el agua fluyente”...”al escapársenos el principio de la totalidad, al desatender la indivisibilidad de lo real, fue también la unicidad de la libertad lo que perdimos; y la historia de la humanidad se convirtió en un navegar amargo de seres fracturados y fracturantes” ...”en un sentido muy determinado, «somos hablados por el lenguaje». A un nivel epistemológico, «fundacional», pues, queda desvelada la maldad congénita del lenguaje, su absoluta ausencia de inocencia. Y la «mancha» no recaería ya solo en la semántica, donde ciertamente se ha hecho más notoria: toda la sintaxis, la gramática en pleno, el léxico en su conjunto sabrían constitutivamente de los estigmas sobre los que descansa la forma de coerción de nuestra civilización.(3)

(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Ken_Wilber
(2) Albert Libereco: “Sobre el tiempo”
(3) Pedro García Olivo: “¿Juego? ¿Territorio? ¿Recreación?. Una lucha en el lenguaje: re-semantizar para de-semantizar”


No hay comentarios: