martes, 25 de octubre de 2022

RETROIZQUIERDA, ¿EXTINCIÓN, POR LICUACIÓN O LIQUIDACIÓN?

 

Acabo de leer en el último “Mientras Tanto” un artículo de Albert Recio Andreu con el título Neofascismo posmoderno”, en el que una vez más se constata un pesar generalizado por la práctica desaparición de las izquierdas en los mapas políticos, ahora de Suecia y de Italia, donde no hace mucho sus partidos socialdemócratas y comunistas fueron modelos de referencia para todas las izquierdas. Dice el autor de este artículo que “nos merecemos un análisis en profundidad del proceso, más allá de los errores que ha cometido todo el espectro de la izquierda”.

Pareciera que a continuación se propusiera hablar de esos errores, pero no, una vez más echa balones fuera, las izquierdas no tienen responsabilidad en lo que sucede, porque: “una oleada de este tipo obedece a un proceso más profundo, de transformación de las sociedades desarrolladas, que es necesario entender si de verdad queremos trabajar para que las cosas cambien. El hecho de que el neoliberalismo se haya podido implantar sin alterar sustancialmente los procesos democráticos indica que la aceptación de las desigualdades y los desastres que ha propiciado se han podido implantar sobre una base social que ha sido incapaz de reaccionar. En cierta medida, la oleada derechista es una continuación de este proceso de anomia social generado por las dinámicas económicas y sociales de las sociedades maduras”.

Así que lo que sucede, según Albert R.A., habría que atribuirlo a que hay una base electoral aquejada de una enfermedad, anomia social, que le impide reaccionar, pero (digo yo) que no la impide cambiar su voto hacia la derecha neofascista. Y en esa lógica, a continuación propone: “por eso, creo que la cuestión requiere un análisis transversal que permita entender los mecanismos, las dinámicas y las estructuras que han propiciado esta evolución social que conduce a la minimización de la cultura de izquierdas”…

¿Otro análisis transversal?, ¿no era eso lo que ya hicieron Siryza y Podemos, minimazar la cultura de izquierdas?, ¿no es eso, reversionado, lo que se propone liderar Yolanda Díez?...sí, ya sé que entre sus defensores se piensa que hay que desechar esa idea unilateral y común, que prolifera en los ámbitos mediáticos y que identifica transversalidad con consenso entre izquierdas y derechas, una especie de centrismo social-liberal o populismo centrista potencialmente ganador de elecciones. Ya sé que interpretan “transversal” en el sentido de “diálogo social” o “negociación colectiva”, como proceso cooperativo para conseguir beneficios para todas las partes implicadas, aunque haya dinámicas contrapuestas en otros aspectos, incluido el modelo de sociedad a implementar en el futuro.

Estas izquierdas “neomarxistas” no pueden comprender el misterio subyacente al avance electoral de las derechas “neofascistas”, les parece sencillamente increíble que siendo la mayoría social “de izquierdas”, gente trabajadora, “precarizada y vulnerable”, incluso “antimachista”, como gustan decir, acaben votando precisamente a los machistas que vulneran sus derechos y les precarizan... y para ese misterio no encuentran otra explicación más simple que el estado de anomia, esa difusa enfermedad que hasta hace bien poco llamaban alienación, la de una clase social-proletaria carente de conciencia de clase, sin dejar de ser proletaria.

Se deduce la conclusión de que la responsabilidad de todo Ésto recae en la “anomia social”, esa enfermedad fantasma y sin duda causada por un contagioso virus neofascista, culpable de esta pandemia ideológica que aqueja y trastorna a la  humanidad en esta era posmoderna y global, sumergiéndola en una distópica y líquida “nueva normalidad” que se escurre entre las manos; pero que más bien me parece a mí (con permiso de Z.Bauman), que tira a viscosa de color verde-moco.

Sienten estas izquierdas líquidas, posmodernas y neomarxistas, una especie de espanto y desazón ante el espectáculo actual de su propia licuación o liquidación (que vendría a ser lo mismo). Le sucedería a todo humano que metido a pez y que no pudiendo prosperar en ese medio, dedicara su poco tiempo de vida a reflexionar sobre el ser y el discurrir de los ríos hacia el Océano. En la salsa de su retrotopía, estas retroizquierdas le han cogido miedo a su propia idea de “revolución”. Y no me extraña, a tenor de los antecedentes históricos y sus modernos resultados al cabo de todas las modernas revoluciones proletaristas.

Resulta ilustrativa la doble definición de anomia -política y médica- que figura en los diccionarios; por una parte, estado de desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la falta o la incongruencia de las normas sociales”, y por otra: trastorno del lenguaje que se caracteriza por la incapacidad o la dificultad de reconocer o recordar los nombres de las cosas”.

Para no verse incluidas en él, evitan ampliar su campo de visión. Son menos marxistas de lo que dicen y sospecho que el propio Marx hoy no se reconocería en ellas, en unas izquierdas anticapitalistas y antifascistas de boquilla, que evitan cuestionar (siquiera científicamente) las fuentes históricas del Capital y del Estado...no sea que estos aparatos les resulten útiles, aunque fuera “provisionalmente”, en caso de ganar las próximas elecciones.

Y ahí están, atrapadas, cociéndose en su última salsa anómica, perdida la memoria histórica del rol que jugaron en la fase “sólida” de la posmodernidad. Haciendo invisible la carga de esa responsabilidad, actúan como autistas ahora, en su fase líquida, ¿o es que no fue de aquel sólido imaginario progresista-estatal, el del estado de bienestar, de donde naciera el furor emprendedor y la globalización financiera que le hiciera la cama al neoliberalismo?, ¿no era eso minimizar la cultura de izquierdas?, ¿queda alguien que se acuerde de aquel “sólido” socialismo posmoderno, que en su versión indígena-felipista tuviera por icono social al Banco de Santander junto al ministro Boyer y su esposa filipina?

 

Podrían pensar que ante un tiempo tan radicalmente inédito, además de caótico y peligroso a escala de especie, pudiera interesarles el ensayo de algo realmente nuevo y a la altura de los tiempos, pero no, ¿cómo van a darme la razón, si digo que sirven de tapón que impide la eclosión de la rebelión integral necesaria?, ¿cómo, si todavía piensan que el Capital y el Estado admiten “algún arreglo” por su parte?

Ay si, por ejemplo, pudieran darse cuenta de que la profesión política solo existe al otro lado de la gente que vive de su trabajo, como profesión tan ajena a sus vidas como las de sus jefes de la fábrica, de la tienda o la oficina... ay, si al menos probaran a intervenir “políticamente” desde esa otra orilla donde la vida se produce cotidianamente, como contrapoder popular, en paralelo y destituyente, al margen de los índices de audiencia y de su posible correspondencia con la matemática parlamentaria.

Podrían pensar que la organización de la política, en partidos, ya solo interesa a un tipo muy especial de proletarios con ansia de prosperidad y consumo. Podrían probar otra forma de organización social de la política, comunitaria por ejemplo, pero no...lo tienen claro porque se hicieron adictos a las democracias de Estado precipitadamente, nada más ver cómo se derrumbaba el muro de Berlín. Precipitadamente, se aprestaron a denostar al descompuesto orden soviético, equiparando ellos mismos socialismo con capitalismo “de Estado”. Son las mismas izquierdas que ahora, a la primera, se sienten ofendidas por esa coletilla y llaman fascista a cualquiera que hable de ecologismo o feminismo “de Estado”. Nunca se pararon a desentrañar ese misterio por el que los proletarios y campesinos rusos llegaron a despreciar a los jefes de la nomenklatura soviética, tanto como a los caciques del orden feudal-zarista.

No saben por qué y de ahí su espanto y desazón. No solo por lo que está pasando en el mundo, sobre todo es por el auge electoral de las otras retrotopías (disculpen) “de Estado”.



miércoles, 5 de octubre de 2022

EPIGÉNESIS: YES YOU CAN, HOMO SAPIENS

 

 

1.Mi tesis: una revolución integral no solo es deseable, necesaria y posible, más todavía si le asiste la razón científica.

2.Exposición (que incluye antecedentes)

Etimológicamente, la palabra epigénesis procede del griego, con el significado literal de “después o por encima (epi) del principio (génesis)”. El diccionario de la RAE dice que epigénesis es “la doctrina según la cual los rasgos que caracterizan a un ser vivo se configuran en el curso de su desarrollo, sin estar preformados en el huevo fecundado”. En un diccionario médico leo esta definición: “teoría embriológica sostenida actualmente por todos los autores, según la cual los organismos se desarrollan paso a paso desde la estructura más simple, como es el cigoto, hasta el feto a término. A esta teoría se oponía el preformacionismo” (que es la antigua y conservadora teoría biológica que piensa el desarrollo del embrión como simple crecimiento de un organismo ya preformado).

En ambas definiciones se confunde el fenómeno, la epigénesis, con la teoría científica que trata de estudiarlo y explicarlo, la epigenética. Se ha venido atribuyendo la paternidad de la epigenética, como rama de la embriología, al biólogo escocés Waddington (1905-1975), pero la cosa viene de antíguo. Sabemos que en el siglo IV antes de Cristo ya Aristóteles le había dedicado mucho tiempo a esta cuestión, que intentó explicar mediante un elemental método empírico: incubó 21 huevos de gallina y abr uno cada día para comprobar el estado del embrión y tomar nota de los cambios que se iban sucediendo.

Conrad Hal Waddington, primero geólogo y biólogo después, es reconocido por su intento de integrar las diferentes parcelas del conocimiento en los campos de la embriología, la genética y la teoría de la evolución natural. La epigénesis se comprende muy bien con este sencillo ejemplo: dos gemelos idénticos, que tienen la misma constitución genética desde su nacimiento hasta el final de sus vidas, a medida que crecen y se desarrollan experimentan diferencias en su entorno, algunas de las cuales podrán alterar su apariencia y su comportamiento, permitiendo que estos rasgos diferenciales sean heredados por sus respectivos descendientes; o sea, que aunque ambos compartan los mismos genes, siempre es posible que algunos estén activos en uno de los gemelos pero no en el otro, lo que viene a significar que siendo genéticamente idénticos, no lo son epigenéticamente.

Si me meto en estos jardines del conocimiento científico es porque estoy muy cansado de escuchar constantemente que me digan eso de que soy un contumaz optimista sin causa, y que la revolución integral que pienso es absurda, porque los humanos no tenemos arreglo, porque no podemos cambiar lo que somos, porque así es nuestra natural condición de seres egoístas...porque siempre ha sido así y lo será por siempre.El dicho popular que sintetiza ese pensamiento, preformacionista y conservador, es expresado socialmente en la manida frase “siempre hubo ricos y pobres, y siempre los habrá”, que viene a sentenciar la creencia popular en que somos portadores de un gen egoísta que predetermina el orden social y que, en consecuencia, es inevitable que éste sea igualmente insolidario. O sea, que las sociedades humanas están condenadas a vivir en plutocracias, que no otra cosa es el gobierno de los ricos sobre los pobres, aunque por vergüenza de nuestra mala conciencia, acostumbremos a nombrarlas como “democracias”. 

Me apresuro a decir que en tal contexto, gobierno de “ricos” es sinónimo de gobierno de “propietarios”, donde el resto somos los desposeídos, todos pobres de nacimiento, de lo que nadie  tendría la culpa, tampoco cada uno de nosotros, porque de haber un culpable sería ese gen egoista que a todos nos ha tocado en suerte y que en algunos de nosotros es más fuerte y espabilado que en otros.

No es por casualidad que la palabra plutocracia refiera a su origen mitológico en la Grecia antígua, en la que Pluto era el dios de los ricos. Plutocracia viene de la conjunción de playtos (riqueza) y cracia que significa gobierno. Y es muy ilustrativo que en la mitología romana el mismo Pluto de los griegos era el dios romano de los muertos, al mismo tiempo que lo era también del mundo subterráneo. En esta mitología romana, Pluto equivalía al Hades griego, cancerbero y dios del inframundo, de ese tenebroso lugar bajo tierra al que estaban predestinadas las almas de los muertos. 

Tiene pleno sentido que los antiguos romanos asociaran este submundo con el dios griego de la riqueza,  porque para ellos la riqueza procedía, se extraía, de las profundidades de la tierra, o sea, de las minas. Ya sabemos a qué venía tanta afición del imperio romano por la minería,  que explica su compulsivo afán de conquista y colonización de nuevos territorios. Ese imperio hizo ley del derecho de presura, de apropiación o propiedad de la Tierra, por herencia o por conquista. Y hasta hoy, ese derecho ha ido a Misa en todo el mundo. Y sigue vigente después de unos cuantos miles de años,  al margen de si este derecho a la rapiña nos viene, o no, impreso en los genes. 

No olvidemos que nos seguimos guiando por el Derecho romano y que en éste la propiedad sobre la Tierra,  incluye de facto tanto a los minerales del subsuelo como a los vegetales y animales que crecen sobre la tierra y que, por tanto, el derecho de propiedad, individual o colectiva, comporta un  gobierno totalitario sobre vidas y minerales. Así, vamos viendo de qué va la moderna geopolítica, que actualiza comercial y políticamente el antiguo arte de la guerra, dedicado a la conquista y colonización de nuevas tierras, con las que acumular capital y ampliar la Hacienda. No viene de más recordar que el trabajo asalariado no es sino un ingenioso eufemismo moderno, para no decir "esclavitud", la natural consecuencia del derecho a la propiedad y gobierno de la Tierra, extendido a la esclavitud de quienes sirven a la Hacienda como  al consumo de todo lo contenido en sus lindes, sea de origen natural o producto del trabajo humano.

Volviendo a la epigénesis, el caso es que fue Conrad Hal Waddington quien propuso a mediados del siglo XX la explicación epigenética como causal del desarrollo de los organismos pluricelulares, basado en las interacciones entre genes y entre éstos y su entorno.La teoría del gen egoista, formulada por Richard Dawkins en 1976, proponía que los seres vivos pluricelulares  son producto del procedimiento por el que consiguen reproducirse los genes (que así serían los “verdaderos individuos). Stephen Jay Gould refutó esta teoría dominante en los años noventa y, sin embargo, a continuación hubo un vuelco en la investigación científica, que rescataba la epigénesis y postergaba a la teoría del gen egoísta. Sin que podamos descartar próximos vuelcos en la teoría científica, lo cierto es que Wadmington justificó muy bien la posibilidad de evolución genética y demostró que ésta puede producirse sin cambiar el ADN. A mí me sirve para pensar que el deseo, la necesidad y la ciencia pueden llegar a congeniar.

Llama mi atención la importancia que las Ciencias Naturales le asignan a la epigénesis, cuando la Geología la define como un lento proceso de sustitución de un mineral en el interior de una roca, mientras que en la Biología se asocia a la definición de los rasgos de un organismo a lo largo de su desarrollo, combinando la causalidad (génesis) con el proceso (genética), y explicando así la existencia de un epigenotipo -procedente de una herencia- junto a una red de interacciones en el desarrollo de la especie (fenotipo). Para el caso de nuestra especie, todo ésto viene a significar que nuestro desarrollo no depende solo de un programa genético, sino que depende también de los intercambios e interacciones con nuestro medio natural-social,  es decir, con aquellos factores externos no codificados por el ADN.

A donde quiero llegar es que nuestra naturaleza humana no viene predeterminada de fábrica, ni por tanto es inmutable la forma social en que nos relacionamos entre nosotros y con el resto de la Naturaleza; vamos, que no está previamente decidido que homo sappiens tenga que vivir en regímenes plutocráticos hasta el fin de los tiempos, por culpa del gen egoísta.

Tengo, pues, sobradas razones para poder decir que mi optimismo antropológico no es voluntarista por sí, que también le asiste el conocimiento científico. Y que la organización plutocrática de las sociedades humanas, aunque tenga una antigüedad de miles de años (por cierto, la misma edad que las instituciones de la Propiedad y el Estado), no estando predeterminada, sí es cierto que para su conservación y reproducción resulta tan decisiva como nefasta esa  creencia popular  en la inmutabilidad de nuestra naturaleza egoísta, la que nos lleva a organizar nuestras sociedades en "inevitables" plutocracias... todo por el caprichoso designio de los genes, o los dioses, que igual me da.

3.En conclusión (provisional)

Sin cambiar el ADN, eso que hace de cada uno de nosotros un animal específicamente humano, es posible cambiar el curso de la historia humana, abandonar nuestra "natural" forma de vida insolidaria y depredadora, organizar nuestra convivencia de otros modos, no necesariamente en modo "consumidor-propietario", no en ciudades o naciones-estado...porque no estamos condenados, por Nada ni por Nadie, a vivir en una eterna Plutocracia. Que si ésto sucede, principalmente se debe a que ricos y pobres siguen creyendo que esta forma de vida es la natural e inmutable, contribuyendo eficazmente  a la   reproducción en bucle de la lucha de clases, como a la devastación sistemática de la biosfera, sin solución de continuidad que no pase por la extinción de nuestra especie.

De ahí  que me permita la licencia de  reciclar aquí el exitoso eslogan publicitario que empleara en su campaña electoral aquel simpático plutócrata llamado Obama: ¡yes you can, homo sappiens!

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domingo, 2 de octubre de 2022

EL ARTE DE VOLVER UN CALCETÍN PARA QUE PAREZCA OTRO

 

Cómo perder un país. Los siete pasos de la democracia a la dictadura” (Anagrama, 2019), escrito en 2019 por la periodista turca Ece Temelkuran, se ha puesto de moda nada más saber el resultado de las elecciones italianas. Y está pasando con otros libros de parecido sentido como, por ejemplo, “Cómo mueren las democracias” , de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, o “Camino de servidumbre”, de Friedrich A. Hayek.

De este libro-ensayo se está diciendo estos días que sistematiza las estrategias empleadas en todo el mundo por los populistas de extrema derecha, que cada vez son menos anécdota y más definitorios de los tiempos que corren: Trump, Bolsonaro, Johnson, Le Pen, Orban, Salvini, Abascal… El objetivo del libro: que los que aún vivimos en países donde los populistas neofascistas no han implantado regímenes autoritarios, dejemos de frustrarnos con estériles esfuerzos intentando empatizar con sus partidarios desde la lógica, el debate racional “o con técnicas propias de la terapia de pareja como la empatía...y que dediquemos esas energías a organizarnos entre los que aún seguimos defendiendo la democracia para formar un movimiento de solidaridad internacional contra esos fanáticos, que ya han tejido su propia red”.

Ece Temelkuran ha escrito un manual para pensar que antes que lo peor (la dictadura), es preferible la normalidad de lo malo (la democracia), que así vista se diría que es lo mejor de lo posible, si no lo único. Ya viene siendo una vieja costumbre de las izquierdas liberales ésto de recurrir al fascismo como chivo expiatorio de todos los males del mundo, de los que, claro, esas izquierdas son inocentes.

La promesa de nueva normalidad tras la Pandemia ha sido algo así: descubrir lo felices que éramos antes de Aquello, esa felicidad que hasta pasado el confinamiento no sabíamos apreciar, algo así como lo que les pasa a los de Madrid de toda la vida, que solo aprecian la ciudad cuando regresan de unas soñadas vacaciones en el campo, tras pasar unos días en los que descubren lo inhumano que en realidad es ese sitio (mal llamado “descampado”), todo él situado al aire libre y a merced de la intemperie. Lo describía muy bien el artículo de El Confidencial firmado por Héctor García Barnés que compartí hace unos días (“Yo no pienso marcharme de Madrid jamás (porque no tengo donde ir”). Pues eso es lo que les pasa a la mayoría que son de Madrid y de izquierdas "de toda la vida": que no tienen a dónde ir. Ellos son los destinatarios de manuales como éste de Ecce Temelkuran, para que descubran lo bien que  se vive Madrid y en Democracia,a pesar de todo.

De todos modos, quienes temen el robo de la Democracia a partir de la llegada al gobierno italiano de Giorgia Meloni debieran repasar la causa de sus temores, porque resulta imposible robar algo, como la democracia, que todavía no existe, que sigue siendo un sueño.

La propia Meloni ha dicho: “quiero un gobierno que no provoque censuras y choques polémicos inútiles de los que no tenemos necesidad...no podemos permitirnos pasos en falso, y mucho menos medidas que no estén en consonancia con las cuentas del Estado...no quiero a Salvini, es filorruso”.

Un artículo publicado por el diario La Repubblica señalaba que Mario Draghi, ex presidente del Gobierno italiano (2021-2022) y del Banco Central Europeo (2011-2019) ha de garante de Meloni ante Bruselas, París y Berlín, con tres condiciones: apoyar a Ucrania, fidelidad a la OTAN y contención del gasto para no hacer explotar la deuda. Meloni ya ha dicho que va a cumplir las tres condiciones y, claro, Draghi está obligado a decir que no ha hecho ningún pacto con la extrema derecha ni se ha comprometido a garantizar nada. ¿Pero qué puede hacer una fascista apoyando a Ucrania, a la OTAN y dispuesta a respetar las reglas económicas del más riguroso neoliberalismo?...lo veremos: cabreará a los neoliberales de izquierdas con una calculada bronca en torno a algunos derechos civiles (aborto, eutanasía y feminismo de género) al tiempo que les da gustito manteniendo “lo esencial” que les une: la Democracia estatal y el Mercado capitalista. Los derechos sociales seguirán estancados en el mejor de los casos, tal como mandan las leyes de la Acumulación, que ni la fascista Meloni, como ningún otro fascista, de ninguna otra época, nunca pensó en transgredir. Ese es el juego que se traen entre sí los neoliberales de derechas y de izquierdas, para sostener la democracia liberal que, como se sabe, es el sistema de autogobierno que el soberano Pueblo se da a sí mismo al introducir una papeleta en una urna de vez en cuando. Gobierno neoliberal-neonacionalista frente a oposición neoliberal-neoglobalista. La novedad es el prefijo neo, de ahí no pasa la cosa: la pepsi/cocacola de toda la vida. Pero el público que asiste al espectáculo espera, al menos, un poco de sangre, ¡qué menos!, mientras el Estado y el Mercado siguen su arcaica costumbre de estar a lo suyo, que es, como se sabe, velar por nosotros, el Pueblo, su estimada y soberana clientela, que en caso de queja o reclamación, siempre - ¡por supuesto!- tendremos su Razón de nuestra parte.

En una reseña progresista del libro de Ecce Temelkuran leo que el neoliberalismo “es el origen de estos movimientos populistas de extrema derecha y neofascistas, que sus instituciones financieras han vaciado de sentido y justicia social a las democracias representativas, dejándolas reducidas a una sucesión de ceremonias institucionales”, y que “el vacío ético del neoliberalismo, su negación del hecho de que la naturaleza humana necesita sentido y busca desesperadamente razones para vivir, crea un terreno abonado para la invención de causas”, para concluir con esta perspectiva filosófica que impregna todo el libro: el neofascismo le ha dado esa causa que le faltaba al neoliberalismo”.

Se olvida que hablamos de una ideología neoliberal cuyo auge está asociado a la época de Margaret Tatcher y que a partir de entonces -década de los ochenta- el movimiento obrero ya no existía y el monopolio cultural del progresismo de izquierdas alcanzó su máximo socialdemócrata, en las mismas Suecia, Francia y España que a no tardar veremos gobernadas por estos neoliberales-neofascistas-, se olvida que esos progresistas ganaron el gobierno con medidas reformistas que ayudaron a consagrar la economía capitalista y que abandonaron masivamente todo proyecto de emancipación de las clases populares, se olvida que lo que ahora está sucediendo sigue a la debacle del Estado del Bienestar fundado sobre una “mejor oferta”, que no alteraba los fundamentos del orden capitalista, sino que, más bien, los consolidaba. Cómo van a pensar que el actual auge de la ultraderecha hunde sus raíces en aquella rendición masiva del progresismo izquierdista a la economía liberal, no, balones fuera.

En las modernas democracias, todas liberales, se puede ser de todo, de extrema derecha a extrema izquierda, se puede ser anticomunista y antifascista, todo menos antiliberal y antiestatal.No se puede, siquiera soñar, el deseo de una sociedad sin clases, una Tierra para todos y un Estado para nadie...no, porque eso sería antidemocrático. De ahí que se vendan tan bien estos manuales.

Me permito recordar a los liberales de manual, progresistas y conservadores que, antes que otra cosa, el fascismo es totalitarismo, o sea, amor al Estado absoluto, a la propiedad y a la jerarquía social en todas sus formas clasistas, políticas o económicas, arcaicas, feudales o modernas. Eso de que el liberalismo no quiere al Estado es un mantra que no cuela a poco que se conozca la historia de las sociedades. Nunca como ahora, en plena era neoliberal-democrática hubo Estados más poderosos. Baste asomarse al presente: las dos grandes potencias del momento, las que se disputan la hegemonía mundial,  la USA liberal y la China comunista, son dos Estados igualmente capitalistas...y es que todo Estado que se precie quiso siempre ser Imperio global, ganar la hegemonía total, igual que toda empresa capitalista aspira al monopolio en el Mercado, ¿natural, no?

A mí se me ocurre que mejor que pensar en cómo regresar al sitio de dónde venimos, sería empezar por saber a dónde queremos ir.