jueves, 25 de febrero de 2021

CONTROL CITY: DONDE NO HAY CAMPO NI AFUERAS

 

Referencias: Consejo Nocturno y The Rutherford Institute. Respectivamente: para una genealogía de la metrópoli y la trampa de la guerra contra el terrorismo interno. (1)


El Campo y las Afueras, si existen es como ficción literaria, un mito de otros tiempos. Por incompatibilidad, el estado global no permite su existencia. Es mejor entenderlo cuanto antes: no es por su seguridad (que dado su poder educativo y militar no corre peligro), es por el Control Social.

Metrópoli, capital del Estado. La sensación de vivir en un campo de concentración planetario tiene su máxima realidad en la Metrópoli. Ante una devastación total de las formas de vida, el eco que no deja de resonar en nuestro interior es: ¿a dónde huir? Habitar plenamente, arrancar territorios a la gestión mundial capitalista, construir comunas son los gestos revolucionarios de quien ha dejado de esperar, de quien no cree en las «soluciones» del urbanismo y otras ciencias de gobierno, porque sabe que la generación de mundos no es un problema, sino una necesidad vital que se asume o se delega al opresor. Constituirnos en fuerza histórica autónoma va de la mano de la destitución del estado de cosas presente, y viceversa.

El centro de la reflexión se ubica en la Metrópoli, espacio del capital por antonomasia en el siglo XXI. Como tal espacio, la Metrópoli impulsa el culto al crecimiento. Los nuevos «Jinetes del Apocalipsis» suman muchos más de cuatro: cambios climáticos, agotamiento genético, contaminación, colapso de las diversas protecciones inmunitarias, aumento del nivel del mar y cada año millones de refugiados que huyen.

La Metrópoli es la organización misma de los espacios y de los tiempos que persigue directa e indirectamente, racional e irracionalmente, el capital; organización en función del máximo rendimiento y de la máxima eficiencia posibles en cada momento.

Bajo la Metrópoli, los humanos experimentan constantemente una destrucción de todo habitar. Lo que ofertan los poderes metropolitanos es hacer intercambiables, como el resto de las cosas en el sistema mercantil de equivalencia, todos los lugares que podían guardar algún principio de habitabilidad. Lo que predomina bajo la Metrópoli es una condición generalizada de extranjería.

El individuo metropolitano no sabe hacer nada, provoca la imposibilidad, por tanto, del habitar y de toda praxis autónoma, en definitiva, del estar en el mundo. En un orden que no reconoce afuera alguno, el enemigo solo puede ser interno, lo cual exige un control generalizado y sin precedentes de todos aquellos lugares del continuum metropolitano que representan potencialmente una desestabilización, una falla, un ingobernable, es decir, todos los lugares.

Paradigma del habitar: si las críticas se centran solo en el aspecto económico del dominio capitalista, apenas se pueden percibir la proliferación de mecanismos de reestructuración del capital en múltiples dimensiones (la vida cotidiana, el sexo, el cuidado, la amistad, el agua, el transporte, etc.). La Metrópoli, esta especie de Imperio que se quiere incontestable, pretende anular toda perturbación, toda desviación, toda negatividad que interrumpa el avance infinito de la economía. Pero el Consejo Nocturno sostiene que «existe una constelación de mundos autónomos erigidos combativamente y en cuyo interior se afirma siempre, de mil maneras diferentes, una férrea indisponibilidad hacia cualquier gobierno de los hombres y las cosas (…)

Por tanto, la alternativa tiene que basarse en la ruptura con cualquier avatar del paradigma de gobierno en favor del paradigma del habitar. La política que viene está completamente volcada al principio de las formas-de-vida y su cuidado autónomo, antes que a cualquier reivindicación de «abstracciones jurídicas» (los derechos humanos) o económicas (la fuerza de trabajo, la producción).

El paradigma de gobierno hace de nosotros unos lisiados y nos separa de nuestra propia potencia. «Se trata por tanto de procurarse una presencia integra a partir de la cual podamos organizarnos para tomar de nuevo en nuestras manos cada uno de los detalles de nuestra existencia, por ínfimos que sean, porque lo ínfimo es también dominio del poder». Esto pasa por la fractura de las individualidades, pasa por el encuentro con los aliados y la conformación de un nuevo pueblo donde los afectos y los saberes autónomos expulsen de entre nosotros a todo «experto» en gobierno y biopolítica.

«Una potencia (…) es índice de sí misma, permanece siempre autónoma con respecto a cualquier forma de poder, no lo tiene como una norma para ser. (…). (…) se trata siempre de componer un tipo de actuar político que permanezca autónomo y heterogéneo, luchando cuerpo a cuerpo con la ley sin jamás cederle terreno, al mismo tiempo que persevera en la búsqueda de una salida fuera de sus arquitecturas categoriales».

Habitar es devenir ingobernable, es fuerza de vinculación y tejimiento de relaciones autónomas. Es necesario construir comunidad que tiene como norte la creación de poder popular. Con una doble vertiente: que sean iniciativas por fuera del mercado y del Estado; y que las gestionen los mismos miembros del movimiento de forma colectiva.

Devenir autónomos es entrar en contacto con todas las escalas y detalles de nuestras existencias. Habitar es un entrelazamiento de vínculos. Es pertenecer a los lugares en la misma medida en que ellos nos pertenecen. Es estar anclados. Habitar, antes que gobernar, entraña una ruptura con toda lógica productivista.

Las zonas de autonomía son «agujeros negros ilegibles para el poder, una constelación de mundos sustraídos a las relaciones mercantiles (…)». Autonomía absoluta supone que no se entablan relaciones con el Gobierno. Cambiar el mundo sin tomar el poder, sí, pero constituyendo una potencia.

La guerra contra el “terrorismo interno” es una trampa. Nos estamos deslizando rápidamente por una resbaladiza pendiente hacia una sociedad autoritaria en la que las únicas opiniones, ideas y discursos expresados son los permitidos por el gobierno y sus cohortes corporativas. Por supuesto, "terrorismo interno" es un comodín que, según convenga, se puede cambiar por "antigubernamental", "extremista" o "disidente", para describir a cualquiera que el celoso ojo policial sitúe en algún lugar del amplio espectro de cuanto se puede considerar "peligroso". Ya lo ves: todos estamos a punto de convertirnos en enemigos del Estado. En un déjà vu que refleja las consecuencias legislativas del 11 de septiembre y la consiguiente consolidación del estado de excepción, existe una creciente demanda de ciertos sectores para que se otorguen poderes al gobierno con el fin de erradicar el terrorismo "interno", y a la mierda la Constitución.

No parpadees o te perderás el juego de manos. Esta es la parte complicada de las triquiñuelas del Estado profundo, te mantiene atento al juego de manos mientras los rufianes están limpiando tu billetera. Sigue el mismo patrón que cualquier otra "crisis" convenientemente utilizada por el gobierno como excusa para expandir sus poderes a expensas de la ciudadanía y a expensas de nuestras libertades.[…] El estado de emergencia, versión maquiavélica del gobierno para la gestión de la crisis que justifica todo tipo de tiranía gubernamental en nombre de la así llamada 'seguridad nacional'. Esta es la toma de poder que se esconde a plena vista, oscurecida por las maquinaciones políticas de la élite moralista. […] Deberíamos preguntarnos si cualquier corporación, agencia gubernamental o entidad que represente la fusión de ambas, ha de tener el poder de amordazar, silenciar, censurar, regular, controlar y erradicar por completo las llamadas "ideas peligrosas" o "extremistas". Este poder unilateral de amordazar la libertad de expresión representa un peligro mucho mayor que el que podría suponer cualquier supuesto extremismo de derecha o de izquierda. Se equivocan, pues, quienes suponen que has de hacer algo ilegal, como desafiar la autoridad gubernamental, para ser señalado como sospechoso, etiquetado como enemigo del Estado y encerrado cual peligroso criminal. Todo lo que realmente necesitas hacer es utilizar ciertas palabras "inadecuadas". Ya se han sentado las bases, la trampa está tendida, sólo se necesita el cebo adecuado.

Con la ayuda de ojos y oídos automatizados, un creciente arsenal de software, hardware y técnicas de alta tecnología, la propaganda gubernamental insta a los ciudadanos (2) a convertirse en espías y soplones. Así, en las redes sociales y mediante software de detección de conducta, los agentes gubernamentales han urdido una intrincada telaraña de evaluaciones de amenazas y de detección de comportamiento, destinada a atrapar enemigos potenciales del Estado. Los tecnócratas que dirigen el Estado de Vigilancia ni siquiera tienen que esforzarse en monitorear lo que dices, lo que lees, lo que escribes, a dónde vas, cuánto gastas, a quién apoyas y con quién te comunicas. Ahora, mediante la Inteligencia Artificial, las computadoras realizan el rutinario trabajo de rastrear Internet, las redes sociales, los mensajes de texto y las llamadas telefónicas en busca de comentarios potencialmente subversivos, todo lo cual se registra, documenta y almacena cuidadosamente para usarlo en tu contra en el día, a la hora y lugar que el gobierno decida. Por ejemplo, la policía de las principales ciudades estadounidenses ha estado utilizando tecnología predictiva que les permite identificar a personas o grupos de personas, con más probabilidades de cometer un delito en una comunidad determinada. A continuación, se informa a dichas personas de que sus movimientos y actividades están siendo supervisados de cerca y de que cualquier actividad delictiva, cometida por ellos o asociada a ellos, será duramente sancionada. En otras palabras, la carga de la prueba se invierte: tú eres culpable antes de que se te dé la oportunidad de demostrar que eres inocente. Sin embargo, hurga bajo la superficie de este complejo aparato estatal de control policial y encontrarás que el verdadero propósito de este 'anticiparse al crimen' no es la seguridad, sino el CONTROL.


Notas:

(1)

Consejo Nocturno no es un autor, colectivo u organización. Su existencia —en la órbita del Partido Imaginario o del comité invisible— es solo «de ocasión»: sus miembros se limitan a reunirse en momentos de intervención, porque la intervención es un modo consecuente de escritura que conciben a la altura de esta época.  

El Instituto Rutherford es una organización sin ánimo de lucro con sede en Charlottesville, Virginia, EE.UU., dedicada a la defensa de las libertades civiles y los derechos humanos. Su lema es "nuestro trabajo es hacer que el gobierno cumpla las reglas de la Constitución".

(2)

Ciudadanos estadounidenses en el texto original.


martes, 23 de febrero de 2021

DIEZ MINUTOS ANTES DE ARROJARNOS AL VACÍO

 

Pienso que estaremos mayoritariamente de acuerdo en que el instinto de supervivencia es el más superior de los instintos, al que sirven todos los demás. Nutrir nuestro cuerpo, protegernos de las inclemencias del clima y de las amenazas externas, junto con la cooperación y la reproducción, tanto sexual como social, han sido las necesidades básicas para la supervivencia de nuestra especie sapiens, la única superviviente entre los homínidos. Esas necesidades son los imperativos de ese instinto superior y propio de un homínido inteligente, sí, pero no olvidemos que la inteligencia no es lo que nos diferencia de las demás especies, ya que todo organismo vivo tienen esa misma facultad en mayor o menor grado: lo mismo una bacteria que un cactus o una ballena. La medida de nuestra inteligencia es la de nuestra capacidad de supervivencia, que no es sólo de la especie, ni sólo de cada individuo.

Pues bien, de ser ésto así y si tenemos en cuenta que convivimos con especies que llevan habitando la Tierra desde hace cientos de millones de años - mucho antes que nosotros, que somos una especie recién llegada-, no parece que sea tanta nuestra inteligencia como pensamos, no cuando hemos llegado a un punto en el que presentimos como cierta la probabilidad y proximidad de la extinción de nuestra especie, ahora cuando sólo hace diez mil años que dejamos de vagar por la tierra, cazando animales y recolectando frutos que llevarnos a la boca.

Sabemos de individuos humanos que sacrificaron sus vidas por otros, sabemos que hubo comunidades enteras que optaron por el suicidio para no verse esclavizadas o humilladas en su derrota ante ejércitos enemigos y sabemos de individuos que eligieron el suicidio como mejor opción personal, para concluir con una penosa existencia. Sin embargo, no sabemos de individuos no humanos, ni de especies, que hallan hecho uso de tal libertad. Ni bacterias, ni cactus, ni ballenas. ¿Es, pues, la autoextinción una opción propia y exclusivamente humana? Ante las evidencias, no parece caber otra conclusión. ¿Pudiera ser que ahora, a comienzos de este revuelto siglo XXI, la inteligencia de nuestra especie esté valorando la alternativa de autoextinción, su suicidio, como mejor opción, contraviniendo el instinto de supervivencia que es común a todas las especies?

No lo sabemos, pero sí que esta duda tiene algún fundamento, digamos que “racional”, mejor que inteligente. Miro a mi alrededor y algo más allá, y lo que veo es una sociedad a veces dando vueltas sobre sí misma, y a cada poco con la vista perdida en el vacío, la misma confusión y la misma mirada que imagino en un individuo que ha decidido arrojarse desde lo alto de un puente o un edificio, dentro de diez minutos.

No tengo modo de saber lo que piensa la especie, sí es que piensa, bastante tengo con saber lo que yo pienso. Pienso en sobrevivir lo más y mejor posible y por eso cada día me ocupo de comer, de cuidarme de las inclemencias y amenazas externas, de cooperar lo más posible con aquellos congéneres que tengo a mano, de intentar comprenderme junto al mundo que me rodea, como también, en su momento me ocupé en tener descendencia. Nada extraordinario, más o menos lo mismo que hacen cada día los miles de millones de individuos sapiens que poblamos la Tierra. Pero no me es suficiente, necesito morirme de otra manera, más descansado, sabiendo que mis nietos también tendrán descendencia y que en su madurez podrán sentir, como yo, que la vida ha merecido la pena.

Pienso que estamos en ese momento previo en el que nos toca pensar y decidir lo que haremos dentro de esos diez minutos: si dejarnos caer o reiniciar nuestro instinto más animal, ya que el racional parece resuelto por la opción del suicidio.

Quizá valdría con sólo pensar ésto: el sistema de sociedad en el que vivimos sólo puede sobrevivir en modo proeugenésico. Y si voluntariamente nos suicidamos los sobrantes, eso es preferible a que las autoridades se vean obligadas a matarnos, que siempre estará mal visto. 

Es un sistema que recién es consciente de no dar más de sí, en ello ha desperdiciado varios siglos  y sólo ahora se ha dado cuenta y, por eso, está ensayando su propio reseteo. Por fin sabe que no puede seguir agotando la escasa materia prima de la que se nutre. No con la carga de una población que se acerca a los diez mil millones de individuos de él dependientes. Sabe que ya no podrá dar trabajo y mantener a tantos millones de esclavos y sirvientes. Tiene que hacer algo. Y lo único que le cabe en su racional cabeza es hacer lo que ya hizo otras veces: acabar con los sobrantes; y ahora, a mayores, conservar para sí lo que queda de naturaleza y tener preparado el salto tecnológico que, combinando genética, inteligencia artificial y robótica, asegure al menos la continuidad del sistema como nueva especie de individuos-máquina, por fin liberados del lastre que supone la rústica, sumisa y enfermiza condición humana.

Y como el presupuesto no da ni para mantener a una mínima parte de sobrevivientes, tampoco habrá que preocuparse, que ya está reservada una parcela en Marte, aunque sólo sea para esos pocos campeones de la selección natural, los más listos y “racionales”. Todo sea por la supervivencia de la nueva especie heredera de la sapiens, la  machina-economicus...pero no corramos, vayamos paso a paso, que si todo va como está previsto, lo que ahora toca es el Green New Deal: liberalismo verde, capitalismo ecológico como nunca antes y estatalcorporativo como siempre...vamos a flipar, colegas, en estos próximos diez minutos. 

Atentos a la jugada.

jueves, 4 de febrero de 2021

DE LA ZEKA A LA MEKA Y BIZEBERSA

 

Aunque la Real Academia de la Lengua Española fue creada en 1713, la inauguración del palacio que es su actual sede, se celebró el 1 de abril de 1894, bajo la presidencia de la reina regente María Cristina, a quien acompañaba su hijo Alfonso XIII, aún menor de edad. Esta obra del arquitecto Aguado de la Sierra, se convirtió en la primera casa pensada y construida expresamente para la institución. Las reuniones iniciales se celebraron en el palacio del fundador, el marqués de Villena, ubicado en la madrileña plaza de las Descalzas Reales. 

 

Según la Norma, tendría que escribir ceca, meca y viceversa, en ese orden y con esa ortografía; pero he pensado que si alardeamos de que esta lengua en la que hablamos y escribimos, el castellano, es rica y fácil de aprender “porque es muy regular y, además, escribimos como hablamos”, quiero mostrar que ésto no es cierto. Que podría ser pero no es.

En el diccionario se dice que “andar de la ceca a la meca” es ir de un sitio para otro, de acá para allá, sin objeto preciso y determinado, o sea, sin saber para qué, a lo tonto. El caso es que , por separado, ceca es palabra de orígen árabe que significa “casa donde se fabrica la moneda”; y meca hace referencia a la ciudad sagrada de los musulmanes, la Meca. No se necesita ser doctor en filología para, al menos, intuir el sentido de esa expresión: deambular alocadamente entre antípodas, en este caso representadas por los mundos de la materia y del espíritu, presuntamente incompatibles. De ahí, en consecuencia, que escriba zeka, meka y bizebersa, con este orden y ortografía: para que ponga lo mismo que pronuncio y ahorrarme el trecho baldío que se extiende entre lo dicho y lo hecho.

 

Corrían los últimos años cincuenta y entre las anécdotas y chascarrillos que nos contaba mi padre cuando regresaba de Francia tras acabar la temporada de la remolacha, recuerdo una que de mayor volví a escuchar como chiste popular, referida a la lengua francesa (aquella lengua que tanto me fascinaba en boca de mi padre). Él lo contaba como si fuera eso, un comentario o chascarrillo, y no un chiste; decía algo así: si será raro el francés que al queso - que se ve que es queso - lo llaman fromâge... qué idioma más raro, las palabras no tienen que ver con lo que significan y, además, ¡se escriben de manera completamente distinta a como se pronuncian!. Claro que mi padre lo decía en broma, pero pasados unos años de aquello, estando ya en el PREU (curso preuniversitario), recuerdo que pensando en estas “fallos” del francés, descubrí que algo parecido también le pasaba a la lengua en la que yo hablaba y escribía, el castellano. Y hasta hice algún trabajo escolar al respecto, como en un intento de arreglar aquellos defectos ortográficos, gramaticales y semánticos. Pero pasó al olvido aquella pretensión juvenil, pensé que “si ésto no eran capaces de arreglarlo tantísimos profesores y catedráticos de la lengua como hay - ni siquiera los de la Real Academia (1) - sería porque no tenía arreglo”. Y ahí quedó todo, en el olvido. 

Más tarde, me fui dando cuenta de que si el castellano parecía tener normas tan rígidas, sin embargo esas normas resultaban muy flexibles a la hora de integrar una avalancha de neologismos procedentes del inglés, mucho más a medida que se multiplicaba la penetración cultural del imperio económico estadounidense y, con éste, de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Acordaros de la W, tan solitaria en los viejos diccionarios, apenas para nombrar a un rey godo, un tal Wamba, y pensad en la Web de hoy. 

Hubo unos años donde la controversia y confusión en el uso de la lengua llegó al paroxismo con el empleo del género, recuérdense las muchas bromas al respecto: “jóvenes y jóvenas, soldados y soldadas, etc”. Pues bien, sigo pensando que no hay por qué dar por hecho que una lengua tan funcional y hermosa como la castellana tenga que cargar con esos fallos “estructurales”, y que éstos son más bien debidos a rigideces mentales que a la propia estructura del idioma. De ahí que haya actualizado aquel juvenil intento de evolución del castellano, en el sentido de su defensa y mejora. No me harán caso, pero ahí queda.

Un ejemplo bien simple, para el posible arreglo de la confusión que genera la rigidez de la Norma: pronunciamos zerezo y escribimos cerezo...¿no es ésto una contradición gratuita? No sé si llamarlo arbitrariedad o descuido en el cuidado de la lengua, por parte de quien es responsable de darle brillo y esplendor, que somos nosotros, los que hablamos en castellano. Desde luego que no se trata de un fallo estructural de la lengua, intrínseco e irremediable, porque no es cierto que el castellano no pueda resolver esos fallos. Frente a quienes creen que la lengua no se toca y que se defiende a ultranza, obedeciendo lo que impone la Norma hecha costumbre eterna, yo pienso que el castellano admite mucha mejora y para bien: de la comunicación, del propio idioma y de su futuro.

Son muchos los ejemplos en los campos ortográfico y gramatical, pero hay que imaginar lo que puede sucedernos si nos metemos en  semántica, en lo que las palabras significan, asunto que se ocupan de "fijar" los diccionarios. Sirva a modo de simple ejemplo la palabra “democracia” (que, por cierto, la escribimos con C pero la decimos con Z, democrazia), que en la actualidad tiene "establecido" su significado en los diccionarios, con un concepto distinto y hasta contrario al original, que en realidad corresponde a otra palabra, “oligocracia”, o gobierno representativo, o sea, gobierno no directo, no autogobierno, no del “demos” o pueblo, sino  “gobierno de una élite o grupo que representa (o no) al pueblo”. Pues sí, sí, ésto es lo que pasa, ésta es la Norma, inexactitud y confusión cuando no manipulación, en no pocos casos.

Antes que se me olvide: sin representar a nadie, sólo a mí mismo, le pido a los hablantes de esta lengua castellana, repartidos por el mundo, que dejen de llamar “español” al castellano, por razón de precisión y verdad, por evitar una confusión que no es tan gratuita ni necesaria como pudiera parecernos. En el territorio ibérico (realidad concreta, geográfica y social) y más concretamente  en esa parte que llamamos España, se hablan no menos de cuatro lenguas maternas y es, por tanto, una grave imprecisión y confusión utilizar el adjetivo calificativo “español” para nombrar a una de esas lenguas, la castellana. 

El “español” es un idioma ficticio, de una “nación” igualmente ficticia, creada históricamente por una estructura totalitaria (el Estado Español), invento y producto de élites dominantes (oligocracias). Sucede aquí, en España, como en Francia o en la Cochinchina, pero eso no es consuelo.



Nota:

(1) La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones previas, en julio de ese mismo año, se celebraron, en la propia casa del fundador, las primeras sesiones de la nueva corporación. El 3 de octubre de 1714 quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. En 1715 la Academia, que en sus orígenes contaba con veinticuatro miembros, aprobó sus primeros estatutos, a los que siguieron los publicados en 1848, 1859, 1977 y 1993.

Después de considerar una serie de propuestas para decidir su lema, la institución, en «una votación secreta, eligió el actual: un crisol en el fuego con la leyenda Limpia, fija y da esplendor”. La RAE, cuyo principal precedente y modelo fue la Academia Francesa fundada por el cardenal Richelieu en 1635, se marcó como objetivo esencial desde su creación la elaboración de un diccionario de la lengua castellana, “el más copioso que pudiera hacerse”, así como de una gramática y una poética. Ese propósito se hizo realidad con la publicación del Diccionario de autoridades, editado en seis volúmenes, entre 1726 y 1739. La primera edición en un solo tomo, a la que siguieron otras veintidós hasta la fecha, se publicó en 1780. La Orthographia española de la Academia apareció en 1741 y en 1771 se publicó la primera edición de la Gramática de la lengua castellana.  (Fuente: Asociación de Academias de la Lengua Española)