miércoles, 23 de febrero de 2022

LA CAGADA DEL PATO MECÁNICO

Me refiero al pato autómata ideado y construido en el siglo XVIII por un ingeniero visionario llamado Jacques de Vaucanson, un pato metálico capaz de moverse, comer y defecar como un pato real. Crear vida artificial se convirtió en su obsesión tras alucinar con la mecánica perfecta que observara en el reloj de una iglesia, de tal modo que su primer intento consistiría en un autómata musical, un flautista de latón que tocaba hasta doce piezas musicales diferentes y al que incluso llegó a ponerle una “piel” que imitaba a la humana. Se llegó a decir de aquel ingenio mecánico que “solo le faltaba darle un alma”. Pero el éxito de este robot fue superado posteriormente por su invento más famoso, un pato dotado con sistema digestivo, que comía grano y lo digería antes de cagarlo. Sin duda, todo un prodigio de la mecánica, dotado con un complejo sistema de músculos artificiales, de conductos digestivos y sobre todo, con un sistema químico que lograba digerir el grano y convertirlo en excremento; si bien, no deja de ser sorprendente que a nadie pareciera preocuparle el hecho científico de que el excremento arrojado por el pato no fuera un resto de lo ingerido sino todo el nutriente al completo, y que, por tanto, a aquel pato le faltaba, además del alma, un estómago real.

Antes de esta histórica cagada artificial, el filósofo Francis Bacon (1626) había resumido perfectamente la utopía burguesa y su ideal científico: “la vida humana liberada del esfuerzo de trabajar”, ¿para qué, si el trabajo puede ser hecho por autómatas?

Tanto Vaucanson como Bacon se adelantaron a su tiempo y aquel ideal burgués tendría que esperar a que la ciencia avanzara algo más. De momento, el trabajo tendrían que seguir haciéndolo  esclavos y sirvientes, los de siempre, aquellos  que no siendo propietarios de la Tierra, ni poseedores del Conocimiento, necesitan trabajar para poder vivir. Porque la tarea de pensar era considerada por aquellos burgueses como  la  propiamente humana, antítesis del trabajo manual y servil y, por eso, la tarea propia de aquellos que podían vivir sin necesidad de trabajar. Podría decirse, como los campesinos de Carlo Levi en “Cristo se detuvo en Éboli”: nosotros no somos hombres”, no realmente, ni burgueses, ni cristianos, porque somos otra cosa...somos trabajadores, autómatas imperfectos y provisionales por tanto, destinados a ser sustituidos algún día por robots mucho más perfectos.

Pues ese día ha llegado, porque la ciencia, sin otra cosa más interesante que hacer, se ha volcado en ello. Ya hay robots capaces de desempeñar casi todos los trabajos y no solo aquellos que precisan de más fuerza y resistencia, también y especialmente aquellos que son repetitivos, como los propios de las cadenas de producción en casi todas las fábricas y talleres. Y pueden hacerlo con gran precisión, rapidez y economía, que acerca a cero los costes marginales por unidad de producto. Es facil de entender, porque el coste marginal es el incremento del coste al producir N+1 unidades de determinado producto, respecto al coste de producción de N unidades del mismo producto.

La utopía burguesa está a punto de ebullición, pero no sin graves contradicciones, porque olvida un pequeño detalle: no todos los hombres son burgueses propietarios, ni siquiera de pequeñas parcelas  y, por tanto, hay una inmensa masa de autómatas trabajadores a punto de ser declarados "obsoletos", sin otra función que la de meros consumidores. Y aquí es donde, aparentemente, falla la utopía burguesa, porque si los antiguos autómatas no trabajan, sin ingresos, ¿con qué  pagarán los productos que consuman y de cuya venta han de vivir los inteligentes dueños de la tierra y del conocimiento?

Muchos comentaristas políticos y científicos de oficio economista, se han precipitado al deducir un  seguro suicidio capitalista en base a esta contradicción aparentemente insuperable. Se han precipitado porque sí existe  solución a esta contradicción. Sucederá, ya está sucediendo, como explicaré a continuación.

La ecuación planteada tiene como  solución única, primero, evitar la rebelión social que pudiera provocar una  incontrolable revuelta de las masas desocupadas, al tiempo que, progresivamente, habría que eliminar de la ecuación a los “disfuncionales”, para lograr así un punto de equilibrio, de tal modo que queden solo los  suficientes expertos, básicamente informáticos e ingenieros, los estrictamente necesarios para el manejo y mantenimiento de las máquinas productoras, junto a aquellos que, sin ser expertos en nada, tengan que realizar los trabajos no cubiertos por las máquinas. Tienen calculado que solo así quedará suficiente reserva de bienes naturales disponibles en el planeta. En todo caso, gran parte de los nuevos autómatas podrán tener apariencia humana, incluso estar programados para “pensar” en modo algoritmo, a condición de resultar tan económicos como los autómatas de Vaucanson, o sea, privados de alma y estómago.

En su novela utópica “La Nueva Atlántida”, Francis Bacon describe una tierra mítica, llamada Bensalem, en la que pone en boca de uno de los hombres sabios que la habitan la descripción del método utilizado en sus invenciones. Los mejores ciudadanos de Bensalem pertenecen a un centro de enseñanza denominado “La Casa de Salomón”, donde se llevan a cabo experimentos científicos con el objetivo de comprender y conquistar la Naturaleza y aplicar este conocimiento en la mejora de la sociedad. En su utopía, Bacon apuesta por una reforma de la sociedad a través de la ciencia aplicada, la tecnología; una sociedad en la que los hombres pueden alcanzar la armonía mediante el control de la Naturaleza, incluida la humana, de modo que en la Nueva Atlántida logran la felicidad debido a su perfecta organización social, centrada en la Naturaleza y en las normas científico-técnicas, si bien, Bacon ponía gran énfasis en valorar al máximo la propia existencia, cuidando cada cual de sí mismo como condición previa de la armonía social.

No me digan que esta utopía no parece una profecía de la sociedad que estamos viendo nacer, que no suena con la melodía del proyecto ecotecnológico en curso, eso que llaman Green New Deal, sustanciado como “cuarta revolución industrial” teorizada por Klaus Schwab, fundador del Foro Economico Mundial o Foro de Davos, teoría que le sirve para describir las claves de la nueva revolución tecnologica o nueva utopía burguesa, que prefiero llamar "propietarista" y no meramente capitalista, que solo correspondería a la  época industrial a punto de ser superada.

Para el diseño de las nuevas máquinas y autómatas, dotados de inteligencia artificial, Klaus Schwab, como buen capitalista y científico, conoce muy bien las ventajas económicas que se derivan de prescindir de un alma y un estómago, elementos que solo ocasionan inconvenientes, cuando no sufrimientos, además de cuantiosos costes de producción y mantenimiento a cargo del Estado. No es que Klaus Schwab sea antirreligioso, por prescindir del alma humana en los autómatas, simplemente su religión es científica en modo tecnológico; como tampoco debiera sorprendernos que en su proyecto de nueva sociedad apenas mencione al Estado, en un acto reflejo - como de vergúenza ajena -, porque el artilugio estatal a Schwab le sigue pareciendo, como a los liberales y socialistas modernos, tan impresentable como necesario al proyecto transhumanista,  a pesar del alto coste que conlleva.

 

 Cuando ésto escribo, un gran revuelo informativo se esparce por todo el mundo: los tanques rusos están ocupando parte del territorio de Ucrania y se suceden los bombardeos cerca de Odessa, de Kiev y por otras ciudades de la exrrepública rusa.

Hasta hace pocos días pensábamos que la guerra-guerra quedaría como estrategia eugenésica residual, limitada a las fronteras “exteriores”, las del mundo subdesarrollado; pensábamos que esa estrategia quedaría reducida a muchas y pequeñas guerras libradas por el control de las últimas materias primas del planeta, pensábamos que el proyecto transhumanista y eugenésico continuaría por otros métodos: guerras comerciales, cibernéticas y bacteriológicas en modo de pandemias, esterilizaciones camufladas, medicina industrial y variadas políticas contraceptivas... pero este ultimo movimiento del Estado Ruso viene a confirmar que la guerra puede extenderse al conjunto del mundo también en su descarnada forma bélica. Tal es la necesidad y la prisa por deshacerse de la parte sobrante de la población mundial. 
 
Sin alma ni estómago, el Pato Mecánico sigue excretando su gran cagada: todo lo que toca, todo lo que come.

 

viernes, 18 de febrero de 2022

VACUNAS, ELECCIONES Y REQUENCOME

 

Foto de EL ESPAÑOL, con esta nota:"En un colegio de Salamanca ha desaparecido el censo electoral, un vocal se negó a usar la mascarilla, la Junta Electoral de Zona ha ordenado su sustitución por un suplente y seguidamente la Policía le ha abierto un expediente al vocal negacionista".

  

El pasado 13F me cayó en suerte la obligación de actuar como vocal de una mesa electoral en las votaciones a las Cortes de Castilla y León. Enterado por la prensa que podía solicitar la exención por ser mayor de 65 años y considerando mi déficit de entusiasmo para tales eventos, llamé por teléfono a la Junta Electoral de zona para preguntar por el procedimiento para solicitar dicha exención. Me dijeron que ya no había lugar porque habían pasado los siete días que para ello establece la normativa electoral. Me acordé de mi condición de no vacunado y, por si colaba, volví a llamar otra vez para explicar que se me había olvidado alegar que, además de ser viejo, no estoy vacunado. Me dijeron que lo tenían que consultar y hubo un largo silencio al otro lado del teléfono antes de decirme que, aunque fuera de plazo, presentara la solicitud de exención por razón de mi edad (?). Y así lo hice al día siguiente, por escrito y presencialmente, comprometiéndose la Junta Electoral a notificarme por teléfono su decisión al respecto. Nadie me llamó y llegado el día me presenté puntualmente en el local electoral, ese domingo a las 8 de la mañana. A la entrada pasaban lista y al tiempo que daba mi nombre, observé que estaba tachado en amarillo; y enseguida me dijeron que podía irme a casa. Y allí me fui, más contento que unas pascuas.

El Estado puede obligarme a estar en una Mesa electoral y también podría obligarme a votar y a vacunarme, pero, de momento, se queda con las ganas y no se atreve a hacer ninguna de las dos cosas. Podría estarle agradecido, pero no, no puedo porque cada vez que hay elecciones y no voto, siempre hay alguien que, en nombre del Estado y del supuesto bien común que representa, me recuerda que solo si voto estoy autorizado a críticar y hasta para hablar de política. Y con la vacunación de la Covid, el Estado se ha comportado conmigo mucho peor todavía: durante dos años (y no sé hasta cuando), me he visto sometido a un sistemático y persistente acoso mediático y social, bien directamente, a cargo de los medios al servicio del Estado, o bien en modo inducido, a cargo de un asfixiante entorno social, que nunca pude imaginar tan acrítico ni tan sumiso.

A día de hoy, estoy sano y contento, porque me voy librando de la gripe y de la covid, de vacunas y elecciones. Como otros años, ni siquiera he pasado la gripe, o si la he pasado ha sido sin enterarme, como tantas otras veces, sin necesidad de vacunarme. Y no es que yo desconfíe de las vacunas en general y por sistema, como sí desconfío de las elecciones. La vacuna de la gripe no me la he puesto nunca, porque tengo comprobado que en cada epidemia funciona bien mi sistema inmunológico; y siendo así, no veo justificado someterme al riesgo de una vacunación precipitada, sin diagnóstico ni prescripción médica, masiva e indiscriminada, además de comunicada y gestionada caóticamente.

Me va a ser difícil superar los agravios e insultos de los que he sido objeto, como la sarta de argumentos simplones y pseudocientíficos que he tenido que soportar durante estos dos largos años. Solo espero que pase el tiempo, para que se me pase este cabreo que tengo y para que el conocimiento realmente científico se imponga sobre la propaganda estatal y sobre su relato único y totalitario, más comercial y político que científico.

Soy dado a que me duren poco los rencores y, de hecho, ahora solo tengo un pequeño requencome, que diría mi abuela Rosa. Y es que todavía no me explico por qué el Estado me envió a casa el pasado 13F, librándome de las elecciones...¿sólo por no estar vacunado?

viernes, 11 de febrero de 2022

ESTE VACÍO QUE NOS HACINA EN MACROGRANJAS URBANAS

 


Por el santoral hoy es  día de las santas Bonajunta y Humbelina. Y mañana (13F), de Santa Fusca y Santa Viridiana. Mírelo, si no se lo cree...y al margen del santoral hoy es  el Día de Reflexión, señor Cayo...sí, sí, como se lo digo. Hay que ver, ya hay  días "mundiales" de todo, incluso hay un calendario de "días mundiales raros". Precisamente mañana, el 13F, es uno de ellos,  Día Mundial del Infiel o del Amante; ni casualidad, ni cachondeo, señor Cayo, mire que sin salir de febrero también se celebra un día mundial del Orgullo Zombie (5F),  del Hombre del Tiempo (7F),  de los Sonidos Curativos (16F), y  el  de los Amores Imposibles es el 20F, que coincide con el Día Mundial de Amar a tu Mascota.

Pues ale, me pongo a reflexionar sobre una noticia de ayer mismo,  en vísperas de las votaciones a las Cortes de Castilla y León: “Greenpeace documenta el foco de gripe aviar en Íscar (Valladolid) para denunciar que las macrogranjas son una bomba de relojería” https://es.greenpeace.org/es/sala-de-prensa/comunicados/macrogranja-aviar/

Me disculpen las paisanas y paisanos de la ONG "Paz Verde" (Greenpeace), si traduzco (entre paréntesis) algunas palabras de la noticia relativa al “pueblo de los taburetes”, que es como llamábamos los de Valladolid al pinariego e industrioso pueblo de Iscar, donde resulta que se localiza la industria avícola, ¿o aviar?, causante de esta alarmante noticia:

Las explotaciones industriales (grandes ciudades) son el entorno perfecto para la proliferación de este tipo de virus, ya que numerosos individuos genéticamente muy similares se ven obligados a vivir hacinados. Este es precisamente el modelo predominante en España y cada vez más en el mundo. Si a ésto se suma que los animales (ciudadanos) se suelen trasladar a largas distancias (vacaciones, migraciones) se da una segunda condición que facilita la propagación del virus (pandemia). Y ésto no es porque falten las medidas de bioseguridad (sistema sanitario) en estas explotaciones, sino simplemente porque estos ambientes crean el hábitat ideal para los patógenos.”

No me diga que esta noticia de la pandemia aviar no está bien traída, que no es acertada metáfora. Porque “aviados” o “apañados” estamos (según se diga en Valladolid o Palencia),  “de nunca acabar” en todo caso, ¿a que sí, señor Cayo?...

Pues fíjese usted, qué oportuno el chiguito ese murciano que llaman Pedro-García-Olivo (que no, no es ningún candidato de la E al revés), que es un profe, murciano y escritor anarquista, uno de esos que como usted ya no cree ni en la Virgen del Carmen que se le apareciera de cuerpo presente, ni aunque lo hiciera con una rosa en el puño o rodeada de gaviotas y aros olímpicos de color violeta, que no,  pero a lo que iba, fíjese qué detalle el suyo, que ayer, aunque pareciera sin querer,  le dedicaba a usted unas palabras:

Sí, se vació una parte grande de la llamada España. Quienes ahora dicen defenderla, desde los partidos y las instituciones, más bien se defienden a sí mismos y alimentan sus anhelos de protagonismo político. El interior de la Península se convertirá en un desierto. Pero también se vació la crítica publicitada, que sigue muriendo en las arenas del Estado Social, del bienestarismo analgésico. La crítica se nos presentará como una suerte de nada, un hueco acariciado por palabras gastadas y silencios estratégicos. Se vació el corazón de las gentes, hasta el punto de que demasiadas historias de amor lo serán también de economía. Las emociones fueron desecadas. El vacío de la persona contemporánea occidental es difícilmente superable. Le cabe, por supuesto, el narcótico de las compras y de los viajes, que es la forma estándar de ratificar su insignificancia y su culpa. Entre tanto vacío, entre tanta falsía, me acerco al almendro de mi patio y le hago una foto. Porque está lleno y no miente; le asiste la belleza de no ser humano”.

Ya hay que estar harto, ¿verdad, señor Cayo?, para llegar a decir todo ésto, siendo murciano y no leonés o castellano...ah, y no se me moleste, que lo de “persona contemporánea occidental” no va por usted, que ya sé que usted es castellano viejo, ni leonés ni manchego.

Y el lunes San Valentín, 14F, Día de los Enamorados, señor Cayo: resaca y recuento electoral definitivo. Y otro lunes más al sol, habitual, desolador, de esta tierra de hidalgos con iphone, venidos a menos sin parar desde los tiempos de la Mesta y puede que me quede corto...Y aún hay pardillos de capital y provincia que ven gran modernidad y progreso humano en el cambio de los tiempos, ¡ovejas, señor Cayo, nos cambian las ovejas por gallinas, por vacas y gochos industriales!, no sé dónde iremos a parar, señor Cayo, no sé.





MANGAS VERDES, LA IZQUIERDA VACIADA

La condición esencial para pensar en términos políticos a escala global es ver la unidad del sufrimiento innecesario que existe hoy en el mundo. Este es el punto de partida. (John Berger)


No hacía falta esperar a que surgiera la Covid19, era previsible. La pandemia de infoxicación global se venía cociendo desde la crisis del 2008 en los foros competentes. Mediáticamente fue preparándose un clima social y político “preparatorio”, coincidiendo con el cambio de rumbo de la agenda geopolítica de la globalización capitalista, forzada ésta por repentinos vértigos y urgencias energéticas y climáticas, potencialmente desencadenantes de masivas rebeliones sociales. Llevo tiempo señalando el papel de “tapón” que vienen desempeñando las  izquierdas sindicales y políticas, taponando las vías de agua que a cada momento se abren en el sistema de la globalización capitalista. Unos, los liberalsocialistas, porque esperan remontar su posicionamiento electoral a base de pescar en caladeros centristas; y los que critican a éstos porque están entretenidos en contradictorias tácticas de “radicalismo transversal”, cansados de estar sentados, en una eterna y mística espera  del resurgir de  conciencia de la clase obrera.Y así deambulan, desorientados, disparando fuego amigo sin ton ni son, por descampados identitarios que irreversiblemente les van alejando de una clase obrera que ni sabe que lo es ni quiere serlo, que solo existe en las afueras coloniales de este moderno mundo low cost global, estatal y capitalista, el mismo mundo que ayudaron a construir estas izquierdas "neo", a base de "bienestarismo analgésico" -como diría Pedro García Olivo-, en consensuada competencia con neoliberales y neofascistas. 

Auguro que esta pandemia de infoxicación,  esta viscosa sublimación del pensamiento único, significará su tumba por décadas. Con su autismo dócil y acrítico, estas neoizquierdas le han hecho la cama al neofascismo en auge, que si hasta ahora no tuvo problema en integrarlos en su agenda neoliberal, como vistosa y funcional oposición, llegado el momento se los llevará por delante sin pensárselo dos veces. No se han enterado, ni quieren enterarse de por dónde sopla el aire, y en poco tiempo veremos que ni siquiera serán tema de conversación...no falla,  se recoge lo que se siembra. 

Con dos sospechosos años de silencio y retraso, estamos viendo surgir en estos días algunas pocas reacciones autocríticas, a buenas horas mangas verdes. Pero sean bienvenidas aunque sea a destiempo y, lo más probable, demasiado tarde. Traigo, como ejemplos, estos dos artículos, uno de Angeles Maestro, y otro de Jesús García Blanca, publicados recientemente en LA HAINE : 

 El silencio suicida de la izquierda ante la gestión de la pandemia Covid

Angeles Maestro-La Haine-05/02/2022

"La ausencia de posiciones críticas por parte de las organizaciones de la izquierda ha dejado sin referencia alguna a los colectivos más conscientes de la clase obrera".

Soy antivacunas, antisistema y antifascista

Jesús García Blanca-La Haine-09-02-2022

"Soy antivacunas porque soy antisistema, y soy antisistema porque soy antifascista. Y podría añadir que si las cosas se llevan hasta las últimas consecuencias, no se me ocurre que se pueda ser a antisistema y antifascista sin ser antivacunas. Enseguida explico este aparente embrollo".

G
M
T
La función de sonido está limitada a 200 caracteres

martes, 8 de febrero de 2022

ECONOMIA NEGACIONISTA

 

Me apresuro a añadir que la innovación y la expansión no son un fin en sí mismas. La única razón para este ajetreo es un mayor placer de vivir (Nicholas Georgescu-Roegen)

1

Para la mayoría de los economistas de última generación, el nombre de Nicholas Georgescu-Roegen les dirá más bien poco. El pasado año 2021 se cumpl el cincuenta aniversario de la publicación de su principal obra, La ley de la entropía y el proceso económico, un libro en el que el autor analiza el proceso económico desde el punto de vista de la segunda ley de la termodinámica, esto es, como un proceso que articula mecanismos que llevan a productos y materiales de baja entropía a otros de alta entropía, como los residuos. La obra, que cabalga entre la economía y la física, supuso un importante hito en la construcción de la denominada economía ecológica, y hasta el reconocido Paul Samuelson, premio nobel de economía sólo un año después, declaró que “pocos economistas podrán sentirse cómodos tras haber leído este libro”.

Destinado a realizar una enmienda a la totalidad a la ciencia económica, el libro fue completamente ignorando por sus colegas de profesión, salvo algún aislado comentario elogioso. Su mensaje es la toma en consideración de los procesos físicos que acompañan al crecimiento económico: a mayor crecimiento, mayor entropía generada y menos recursos con baja entropía para ser utilizados en el futuro. Georgescu-Roegen realizó una revisión en profundidad de la naturaleza científica de la economía, vinculando sus principios a las ciencias “duras”, como la física, la química o la biología. De esta manera, su aportación es considerada una pieza fundamental para entender la economía ecológica, corriente que ha tenido un recorrido mucho más fecundo en el ámbito de la ecología que en el de la economía. Ni su especialización matemática, ni el rigor cuantitativo de su aproximación, evitó su marginación en el debate económico. El carácter académico de su obra quedó definitivamente dañado cuando en 1981 un joven propagandista proveniente de la revolución contracultural norteamericana “ejecutó” una vulgarización de su pensamiento en uno de sus primeros best seller: “Entropía, una nueva visión del mundo”. Este propagandista era Jeremy Rifkin, el ideólogo de la “Tercera Revolución Industrial”, inspirador y asesor de las políticas que a día de hoy nos son presentadas por la Unión Europea y el Foro Económico Mundial en un “paquete”, el de la Gran Transición Energética y el Green New Deal o Pacto Verde “para combatir el Cambio Climático”, junto a la Agenda 2030 adoptada en 2015 por la Asamblea General de la ONU para el Desarrollo Sostenible, presentado como plan de acción “a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, para fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia”. Esta nueva estrategia está destinada a regir los programas de desarrollo mundiales durante los próximos años y al adoptarla los Estados se comprometieron a movilizar los medios necesarios para su implementación mediante alianzas centradas especialmente en las necesidades “de los más pobres y vulnerables”.

Pues bien, tras estas declaraciones de buenas intenciones y de sus bonitas palabras, hay quienes percibimos realidades bien distintas y contradictorias (eso sí, bien envueltas), que los hechos ya están desvelando, por encima de la aceleración introducida en medio de una pandemia que está siendo aprovechada para justificar la oportunidad de los grandes cambios anunciados.

La pugna geopolítica que hoy vemos desplegarse en conflictos energéticos, a resolver mediante diplomacia armada, no debieran distraernos del cambio radical que han experimentado las estrategias de los dos capitalismos salientes de la Segunda Guerra Mundial, cuando ambos modelos han evolucionado desde entonces hasta confluir en un modelo único, que se iniciara a partir de la descomposición de la URSS y cuyo referente es hoy el híbrido modelo de la República Popular de China, en camino de convertirse, si no lo es ya, en la primera potencia económica del mundo y líder indiscutible de la tercera revolución industrial. La única revolución hoy en marcha es de signo inequívocamente capitalista. No ver que el capitalismo conocido por las presentes generaciones ha llegado a su límite y que está virando radicalmente en esa nueva dirección a la que apunta todo ese “paquete” de la Transición Energética, del Pacto Verde y de la Agenda 2030, no verlo supone una sublime distracción, que resulta perfectamente funcional a las estrategias desplegadas por este neocapitalismo verde y revolucionario”. Esta economía es negacionista de la Entropía. Incluso me atrevo a afirmar que la ecuación entrópica de esta economía neocapitalista no cuadra” si no es también transhumanista y eugenista.

 

 2

Un estudio de la revista Nature reveló que, por primera vez en la historia, en 2020 la masa de lo fabricado por la humanidad superó en peso a la masa de los seres vivos. Por esta razón, algunos científicos sugieren que hemos entrado en el antropoceno, una nueva era geológica marcada por el impacto de la especie humana en la Naturaleza. El concepto "antropoceno" —del griego anthropos, que significa humano, y kainos, que significa nuevo— fue popularizado en el año 2000 por el químico neerlandés Paul Crutzen, Premio Nobel de química en 1995: “Estaba en una conferencia y alguien dijo algo sobre el holoceno. De repente, pensé que ese término era incorrecto. El mundo había cambiado demasiado. No, dije, estamos en el Antropoceno”.

Solo la masa de plásticos existente en el planeta ya duplica la masa de todos los animales terrestres y acuáticos. Y la masa antropogénica (edificios, coches, ropa, botellas, electrodomésticos, muebles, etc.), en 1900 era de 35 gigatones, es decir, el 3 % de su peso actual. Desde entonces, este tipo de masa se ha duplicado hasta alcanzar en la actualidad un incremento anual de 30 gigatones, lo que equivale a una producción, cada semana, de una masa antropogénica equivalente al peso de cada individuo humano.

Es más que sorprendente que por el paradigma científco dominante el Antropoceno sea atribuido, de forma genérica e indiscriminada, a los efectos negativos del excesivo consumo humano de recursos naturales, mientras que la ley de la Entropía concebida por Nicholas Georgescu-Roegen es consideradapoco científica” precisamente por su perspectiva humana o antrópica. Sin duda que ello es debido a un interés extracientífico, que más tiene que ver con el beneficio capitalista que con una auténtica ciencia económica. 

 

Las propuestas metodológicas aportadas por Nicholas Georgescu-Roegen en su obra La ley de la Entropía y el proceso económico” suponen una seria ruptura epistemológica respecto de la “ciencia normal” que han venido haciendo los economistas. Suponen una concluyente aportación a la filosofía y la historia de la ciencia aplicada a la economía, ayudan a comprender y relativizar los fundamentos de la ciencia económica establecida y, sobre todo, replantean la posibilidad de gestionar los problemas ecológicos de nuestro tiempo trascendiendo el universo del valor en el que permanecía estancada la economía desde Adam Smith, ampliando su objeto hacia otros campos del conocimiento y, especialmente, hacia esa “economía de la física” que es la termodinámica. Lo que Nicholas Georgescu propone es un auténtico “cambio de paradigma” al impugnar no solo la “función de utilidad” de la teoría económica dominante, sino también la propia “función de producción” generalmente asumida por los economistas, que la situaban a salvo de toda crítica.

Sin disponer del conocimiento económico especializado y sin manejar el argot académico-científico, como es mi caso, resulta difícil comprender (y más aún explicar) una ley como la de la Entropía, ausente del curriculum escolar y que, en el mejor de los casos, acaba siendo definida mediante una simplificación excesiva, algo así como: “el universo se desmenuza y tiende al desorden y el caos, aunque se conserve la energía”. Pero se evita por todos los medios explicar sus consecuencias en la economía y especialmente en el sistema económico capitalista, precisamente fundamentado en la producción de alta entropía.

La mente humana puede comprender con claridad un fenómeno físico únicamente si puede representarlo por medio de un modelo mecánico, por lo que no es sorprendente que desde que apareciera en escena la termodinámica, los físicos dirigiesen sus esfuerzos a reducir los fenómenos calóricos a locomoción, con resultado de una nueva termodinámica conocida por el nombre de “mecánica estadística”. En un intento de explicar el significado del término, se han utilizado analogías, como el barajar de naipes o el batido de huevos. Mediante una analogía más llamativa, se ha comparado el proceso entrópico con la total devastación de una biblioteca por una turba desenfrenada, nada se destruye (Primera Ley de la Termodinámica), pero todo se dispersa a los cuatro vientos. En consecuencia, de acuerdo con la nueva interpretación, la degradación del universo es incluso más extensa que la contemplada por la termodinámica clásica: abarca no solamente la energía sino también las estructuras materiales. Los físicos, cuando lo expresan en términos no técnicos, dicen: en la Naturaleza, hay una tendencia constante a que el orden se convierta en desorden.

Por tanto, el desorden aumenta continuamente, el universo tiende así al caos y dentro de este marco teórico, es natural que la Entropía tenga que volverse a definir como medición del grado de desorden. Ahora bien, el desorden es un concepto muy relativo, si no totalmente inexacto: algo se encuentra en desorden sólo con respecto a algún propósito: un montón de libros, por ejemplo, puede estar en perfecto orden para los vendedores de una librería, pero no para el departamento de catalogación de una biblioteca. La idea de desorden surge en nuestras mentes cada vez que encontramos un orden que no satisface el propósito específico que tenemos en ese momento.


4

Un aspecto de la agitada historia de la termodinámica parece haber pasado totalmente desapercibido, se trata del hecho de que la termodinámica nació gracias a un cambio revolucionario sobrevenido en el panorama científico a comienzos del pasado siglo XIX,. Fue en esa época cuando los hombres de ciencia dejaron de preocuparse casi exclusivamente por las cuestiones celestes y prestaron también su atención a algunos problemas terrenales. Los puristas sostienen que la termodinámica no constituye un capítulo legítimo de la Física, dicen que debe acatar el dogma de que las leyes de la Naturaleza son independientes de la propia esencia humana, mientras que la termodinámica tiene un regusto a antropomorfismo, lo que es incuestionable, mientras que la idea de que los humanos podamos pensar la Naturaleza en términos no antropomórficos es una insuperable contradicción.

La afinidad entre economía y termodinámica es más profunda de lo que pueda parecer a primera vista. Si el objetivo primario de la actividad económica es la conservación y reproducción de la especie humana, ésto exige la satisfacción de algunas necesidades básicas que, en cualquier caso, se encuentran sujetas a evolución. El bienestar casi fabuloso, sin hablar del lujo extravagante, alcanzado por muchas sociedades pasadas y presentes, nos ha llevado a olvidar el hecho más elemental de la vida económica, que entre todas las cosas necesarias para la vida únicamente las puramente biológicas son absolutamente indispensables para la supervivencia. Los pobres no han podido olvidarlo y como la vida biológica se alimenta de baja entropía, nos encontramos con la primera indicación importante de la relación existente entre baja entropía y valor económico. Esta cuestión está relacionada con la jerarquía de necesidades: actualmente, lo que se encuentra siempre en el foco de atención de un individuo medio contemporáneo no es lo vitalmente más importante, antes bien, se trata precisamente de las necesidades menos urgentes. Una observación casual demuestra que toda nuestra vida económica se alimenta de baja entropía, es decir, de telas, madera, porcelana, cobre, etc., todas las cuales son estructurás extraordinariamente ordenadas. Este descubrimiento no debería sorprendernos, porque es la consecuencia natural del hecho de que la termodinámica se desarrollara a partir de un problema económico y, por lo tanto, no pudo evitar definir el orden de forma que se pudiese distinguir entre, pongamos por caso, un trozo de cobre electrolítico —que nos es útil— y las mismas moléculas de cobre cuando se encuentran esparcidas de tal modo que no nos resultan de utilidad alguna. Podemos tomar entonces como hecho que la baja entropía es una condición necesaria para que una cosa sea útil.

La utilidad en sí misma no es aceptada como causa de valor económico, ni siquiera por los economistas refinados que no confunden el valor económico con el precio. Es la termodinámica la que explica por qué las cosas que son útiles tienen también un valor económico, que no ha de confundirse con el precio. Así, por ejemplo, la tierra, aún cuando no se pueda consumir, deriva su valor económico del hecho cierto de que constituye la única red con la que podemos captar la forma de baja entropía más vital para nosotros. Otras cosas son escasas en un sentido que no es aplicable a la tierra, primero porque la cantidad de baja entropía decrece, y segundo porque no podemos utilizar más que una sola vez una cantidad dada de baja entropía.

Los pueblos de las estepas asiáticas no se habrían visto obligados a embarcarse en la Gran Migración por el agotamiento de los elementos fertilizantes en los pastizales. Historiadores y antropólogos podrían ofrecer otros ejemplos de la relación entre entropía y emigración. La termodinámica clásica explica por qué no podemos utilizar dos veces la misma cantidad de energía libre, valga como ejemplo el carbón, que se convierte en cenizas en sentido que va del pasado hacia el futuro, según la flecha del tiempo que explicara Ilya Prigogine.

La popular máxima económica “no se puede conseguir nada a cambio de nada” debería reemplazarse por “no se puede conseguir nada si no es a un coste mayor en términos de baja entropía”. Esto es lo que no son capaces de entender los economistas que son negacionistas de la directa relación existente entre economía y entropía. La mayoría de los economistas no han prestado atención a la ley de la Entropía, que entre todas las leyes físicas, es la más económica. La literatura sobre el desarrollo económico demuestra que la mayoría de los economistas profesa una creencia que equivale a pensar que el proceso económico puede proseguir, incluso crecer, sin estar continuamente alimentado con baja entropía, lo que es evidente tanto en las propuestas de política económica como en los trabajos analíticos, pues únicamente tal creencia puede llevar a la negación del fenómeno de la superpoblación, a la reciente moda de que la simple educación de las masas es un curalotodo o a argumentar que todo lo que un país ha de hacer para estimular su economía es trasladar su actividad económica a líneas más productivas. No puede uno por menos de preguntarse entonces por qué España se toma la molestia de formar trabajadores especializados sólo para exportarlos a otros países de Europa Occidental.

Un claro síntoma de tal desenfoque es la práctica general consistente en representar el lado material del proceso económico a través de un sistema cerrado, es decir, de un modelo matemático en el que se ignora por completo la continua entrada de baja entropía del entorno. Pero incluso este síntoma de la economía moderna estuvo precedido por otro mucho más habitual: la noción de que el proceso económico es totalmente circular. Términos como flujo circular se han acuñado con el fin de adaptar la jerga económica a este punto de vista. No se necesita más que hojear un manual corriente para encontrarse el diagrama típico con el que se trata de inculcar en la mente del estudiante la circularidad del proceso económico. La epistemología mecanicista a la que se ha aferrado la economía analítica desde su mismo origen, es la única responsable de la concepción del proceso económico como sistema cerrado o como flujo circular. Ninguna otra concepción podría quedar más lejos de una interpretación correcta de los hechos; aunque se tomase en consideración la faceta física del proceso económico, este proceso no es circular sino unidireccional, porque el proceso económico consiste en una transformación continua de baja entropía en alta entropía, es decir, en desecho, en contaminación.

Desde un punto de vista puramente físico, el proceso económico es entrópico: no crea ni consume materia o energía, sino que solamente trasforma la baja entropía en alta entropía. Pero si el conjunto del proceso físico del entorno material es igualmente entrópico. ¿qué distingue entonces el primer proceso del segundo? Las diferencias son dos, ambas fáciles de establecer. Primera: el proceso entrópico del entorno material es automático, en el sentido de que prosigue por sí mismo aún sin intervención humana. Segunda: el proceso económico, por el contrario, depende de la actividad de los seres humanos que seleccionan y dirigen la baja entropía del entorno. Mientras que en el entorno material no hay más que reorganización, en el proceso económico hay también una actividad humana seleccionadora.

Por consiguiente, en la producción de más alta entropía, es decir, en la producción de desechos, el proceso económico es más eficiente que la reordenación automática, lo que nos lleva a preguntarnos ¿cuál podría ser, entonces, la razón de ser del proceso económico?, sin que hallemos otra respuesta que “la verdadera solución del proceso económico no es un flujo de salida de desechos, sino el placer de vivir”. Aquí esta la diferencia entre este proceso y el avance entrópico del entorno material. Sin reconocer este hecho, sin introducir el concepto de placer de vivir en nuestro bagage analítico, no estaremos en el mundo económico real, ni podremos descubrir la verdadera fuente de valor económico, que no es sino el valor que la vida tiene para cada individuo portador de vida.

No podemos llegar a una descripción inteligible del proceso económico mientras nos limitemos a conceptos puramente físicos. Sin los conceptos de actividad intencional y placer de vivir no podemos concebir la economía en modo humano. La baja entropía es una condición necesaria para que una cosa tenga valor, pero no es condición suficiente. La relación entre valor económico y baja entropía es del mismo tipo que la que existe entre precio y valor económico, aunque nada podría tener precio sin tener valor económico. Las cosas pueden tener valor económico y, sin embargo, no tener precio. A efectos de establecer un paralelismo, basta mencionar el caso de las setas venenosas que, a pesar de contener baja entropía, no tienen valor económico. Ciertamente, el proceso económico es entrópico en cada una de sus fibras, pero las sendas por las que discurre se trazan en virtud de la categoría de utilidad para la especie humana y, por consiguiente, sería completamente erróneo igualar el proceso económico a un vasto sistema termodinámico, pretendiendo que pueda ser descrito por ecuaciones basadas en las de la termodinámica, que no permitan establecer discriminación alguna entre el valor económico de una seta comestible y el de una venenosa. El valor económico distingue entre el calor producido por la combustión de carbón, o de gas, o de madera, en una chimenea. No afecta a la tesis fundamental: la esencia básica del proceso económico es entrópica y la Ley de la Entropía rige en grado sumo este proceso y su evolución.

Si tuviéramos que establecer el balance del valor sobre la base de estas entradas y salidas, llegaríamos a la conclusión absurda de que el valor del flujo de baja entropía, del que depende el mantenimiento de la propia vida, es igual al valor del flujo de desechos, esto es, igual a cero. La aparente paradoja se esfuma si reconocemos el hecho de que el verdadero “producto” del proceso económico no es un flujo material sino un flujo psíquico, es el placer de vivir de cada uno de los miembros de la población y es este flujo psíquico el que constituye la noción de renta en el análisis económico.

Otro hecho elemental es que el placer de vivir depende de tres factores, dos favorables y uno desfavorable. El placer diario de vivir se ve aumentado por un incremento en el flujo de bienes de consumo que se pueden consumir diariamente, así como por un tiempo de ocio más prolongado. Por otra parte, el placer de vivir disminuye si se han de trabajar más horas o en una tarea más exigente. Una cuestión que actualmente requiere un énfasis especial es la de que el efecto negativo del trabajo sobre el placer diario de vivir no consiste solamente en una disminución del ocio: realizar un esfuerzo manual o mental disminuye ciertamente el ocio.

Todo lo que directa o indirectamente ayuda al placer de vivir pertenece a la categoría de valor económico y es preciso recordar que esta categoría no tiene una medida en el estricto sentido del término, ni es idéntica a la noción de precio, porque éste es solamente un reflejo localista de los valores. Depende, en primer lugar, de que los objetos en cuestión puedan o no ser “poseídos”, en el sentido de que su uso pueda serle negado a algunos miembros de la colectividad. La irradiación solar es el más valioso elemento para la vida y, sin embargo, no puede tener precio alguno debido a que su uso no puede controlarse como no sea a través del control de la tierra.

La concepción de la renta de Marx está basada en el conocido principio de que nada puede tener valor si no es debido al trabajo humano. Marx tiene razón si tomamos el caso del primer martillo de piedra producido a partir de alguna piedra cogida del lecho de un arroyo: ese martillo de piedra fue producido solamente por el trabajo en base a algo fácilmente ofrecido por la Naturaleza; pero lo que Marx pasaba por alto es que el siguiente martillo de piedra se produjo con ayuda del primero, en realidad a una tasa de reproducción mayor que 1:1.

En el enfoque de un empresario, los salarios son parte de los costes de producción, pero en el placer de vivir de un obrero no representan una contrapartida de coste. A diferencia de lo que sucede en una economía desarrollada, en los países superpoblados la mayor parte del ocio es no deseado y en esta situación se viene abajo la argumentación de la demanda de reserva, por motivos relacionados entre sí, como bien explica Nicholas Georgescu-Roegen con este ejemplo: si un campesino no tiene ningún uso alternativo para los huevos con los que, contra su voluntad, se ve obligado a regresar del mercado, no podemos hablar de una demanda de reserva en sentido estricto; y, en segundo lugar, una abundancia excesiva de huevos puede hacer que el precio de los mismos se reduzca casi a cero. Ahora bien, la misma ley no es aplicable al trabajo, porque los salarios no pueden caer por debajo de cierto mínimo, ni siquiera aunque exista un abundante exceso de oferta de trabajo, ni aunque en muchos sectores se use el trabajo hasta el punto en que su productividad marginal sea cero. Por consiguiente, en la pseudomedida del bienestar de cualquier país en el que el ocio no es deseado, a ese ocio ha de atribuirse sencillamente un precio nulo.

El hecho de que el proceso económico consista en una transformación continua e irreversible, de baja en alta entropía, tiene algunas consecuencias importantes que debieran ser evidentes para quien desee descender, aunque sea por un momento, desde las más altas esferas, de los modelos de desarrollo crecentistas al nivel de los hechos obvios y elementales. Es un lugar común que los humanos tengamos que satisfacer primero nuestras necesidades biológicas antes de dedicar tiempo y energía a producir mercancías que satisfagan necesidades secundarias e incluso superfluas. Sin embargo, parece que ignoramos e incluso negamos con demasiada frecuencia la prioridad que la producción de alimentos debe tener sobre la producción de otros bienes de consumo. El hecho cierto es que fuimos homo agrícola antes de convertirnos en homo faber, que durante miles de años la agricultura fue “madre y nodriza” de todas las demás artes, que todas las primitivas innovaciones técnicas procedieron de la agricultura. La agricultura fue, y sigue siendo, la nodriza de todas las demás artes por la sencilla razón de que, si la agricultura no hubiese sido capaz de desarrollarse por sí misma al nivel en que podía alimentar tanto a los que labraban el suelo como a los dedicados a otras actividades, la humanidad seguiría viviendo todavía en estado salvaje.

Así pues, todas las economías avanzadas escalaron a lo alto de su actual desarrollo económico sobre la amplia base de una agricultura desarrollada. Si bien es cierto que en la actualidad unos pocos países pueden encontrar una exclusiva fuente de desarrollo en los recursos minerales (caso de algunos países petroleros), ésto sucede sólo porque sus recursos pueden usarse ahora por las economías ya desarrolladas. Como resultado de la moderna creencia de los economistas en que la industrialización es una panacea, todo país económicamente subdesarrollado aspira a convertirse en industrializado hasta los dientes, sin pararse a considerar si posee o no los necesarios recursos de la Naturaleza dentro de su propio territorio. Cuando esta cuestión es tratada en los organismos planificadores de países conocidos por sus escasos recursos naturales, se recurre invariablemente al caso de Japón como justificación de sus planes de construir incluso una industria pesada.

Ahora bien, si idealmente hubiese capacidad de poner en práctica, de la noche a la mañana, los planes económicos a largo plazo de cualquier país del mundo, seguro de que al día siguiente descubriríamos que habíamos estado planificando una inmensa capacidad productiva industrial que deberá permanecer en gran medida ociosa, como consecuencia de los insuficientes recursos minerales. A medida que estos planes se realicen gradualmente en un futuro próximo, la capacidad productiva industrial se volverá en contra. Tarde o temprano, será preciso introducir cierta coordinación de todos los planes para evitar una duplicación derrochadora. Tendremos que abandonar también muchas de las ideas a las que nos aferramos actualmente en cuestiones de desarrollo económico y sustituirlas por una más amplia perspectiva de lo que significa el desarrollo económico en términos de transformación entrópica.

 

 5

La historia económica de la humanidad no deja duda alguna acerca de esta lucha entrópica. Sin embargo, esta lucha se encuentra sometida a ciertas leyes, algunas de las cuales se derivan de las propiedades físicas de la materia y otras de la propia esencia humana de nuestra especie. Para nuestra comprensión solamente cuenta una imagen integrada de esas leyes físicas y económicas.

Si los economistas llegaran a comprender que la energía libre no puede usarse más que una vez, nos habrían presentado una imagen clara del límite de los recursos naturales disponibles en la Tierra y, por tanto, de la dimensión real de la lucha de la humanidad por su existencia. La conclusión es mucho más firme que la alcanzada por economistas estadísticos, como William Stanley Jevons, en el caso del carbón: incluso con una población constante y con un flujo constante per cápita de recursos mineros extraidos, la dote de la humanidad se agotará en última instancia si la carrera de la especie humana no finaliza antes debido a otros factores. Por la misma razón, podemos disculpar a Jevons por otra de sus afirmaciones: “por mucho que se la explote, una granja sometida al cultivo adecuado continuará rindiendo siempre una cosecha constante”. En una mina no hay reproducción, una vez explotado al máximo, el mineral empezará pronto a fallar y a descender hacia cero. Curiosamente, la misma idea, incluso en una forma más firme, sigue gozando todavía de gran popularidad, no sólo entre los economistas sino también entre los agrónomos: debidamente utilizadas y merced a su poder de reproducción, pueden las plantas de la tierra suministrarnos indefinidamente alimentos, madera y los restantes productos naturales que necesitamos”. Actualmente sí disponemos de conocimiento ya no es justificable la ignorancia, ni la dificultad en desentrañar las diferencias fundamentales que existen entre agricultura y minería como bases del proceso económico.

 

6

¿Seguiremos confiando en un hipotético milagro tecnológico que revierta la degradación entrópica del planeta?, ¿o es, quizá, una opción esperar a una oportuna corrección por intervención divina?, ¿es que nadie ha mirado la Tierra y se ha dado cuenta de que nos hemos quedado solos en la tarea de cuidar la vida, que no existe nadie, ninguna otra especie capaz de asumir la responsabilidad de retrasar la entropía, de corregir el plano inclinado por el que nos deslizamos rápidamente hacia el agotamiento de los recursos naturales, de los que depende la reproducción de la vida de nuestra propia especie?

Quienes pensamos una economía comunal, no sólo la justificamos por razón de justicia o democracia, también lo hacemos con fundamento profundamente ecológico y entrópico. Siendo, como pensamos, la Tierra y el Conocimiento humano bienes comunales universales, debiendo por ello estar al margen de los mercados, ¿qué sentido tendría un sistema de producción como el capitalista, fundado en una intrínseca necesidad de explotar el trabajo humano, de expansión y acumulación de excedentes?, ¿qué sentido un derecho de apropiación privada basado en un intercambio de mercancías necesariamente especulativo, qué sentido si el trabajo es comunitario, si su finalidad es social y equitativa, es contar con un seguro de responsabilidad civil en el manejo ecológico de la tierra y el conocimiento, un proceso productivo intrínsecamente sostenible, interesado en la máxima durabilidad de los recursos naturales a fin de asegurar una continuada disponibilidad y utilidad, para la comunidad y para cada uno de los individuos que la integran?

Solo una economía comunal puede hacer recaer en la comunidad y en cada individuo la responsabilidad en el uso de la Tierra y el Conocimiento. Y aún así, no será suficiente a futuro, si no es una economía radicalmente ecológica y política en sentido tan científico como democrático. A diferencia de la democracia capitalista, la democracia comunal integra la economía, con lo que ésta deja de estar separada de lo político, que en democracia comunal tiene obligada forma de autogobierno, definitivamente liberado de la dictadura “científica” de una economía negacionista, que, a mayores de otras interesadas ignorancias, niega la ley de la Entropía contra toda evidencia empírica que pudiera llevar a pensar que toda ciencia sólo es respetable si considera como hipótesis la satisfacción de las necesidades humanas y el placer de vivir que dijera Nicholas Georgescu-Roegen hace 50 años.