Recurro
a un texto de Jorge Riechman, con el que me identifico y que
considero interesante para quienes andamos reflexionando acerca
de nuestra ética humana en relación a la naturaleza de la que somos
parte:
"Una
utopía ética desmadrada: la intervención animalista positiva en la
naturaleza"
El artículo completo, publicado en la revista Perspectivas Bioéticas de la Universidad de Barcelona, es descargable desde este enlace:
http://revistes.ub.edu/index.php/RBD/article/view/22282/24130
Resumen
"Podemos
reconocer la importancia de las totalidades y los sistemas (ser
holistas) en lo ontológico, y mantener no obstante el individualismo
moral: son las vidas de los organismos individuales las que cuentan
moralmente. Especies y ecosistemas tienen sólo un valor moral
derivado. Nos importan, moralmente, los centros de sintiencia y
consciencia que llamamos individuos. Pero en la naturaleza son sobre
todo las totalidades las que cuentan... Aunque nuestra mejor teoría
moral sea individualista, sucede que, ontológicamente, los
individuos cuentan poco ―¡la realidad es sistémica, evolutiva y
relacional! Nuestra mejor ontología no será individualista. (Se
basará, más bien, en sistemas complejos adaptativos). No entender
esto explica, creo, buena parte de los desencuentros entre animalismo
y ecologismo. Necesitamos desarrollar ideas no fosilistas de
liberación (humana y animal). La propuesta de una intervención
animalista positiva generalizada en la naturaleza me parece una
utopía ética desmadrada (fuera de madre, de la Madre Tierra en este
caso: Gaia/Gea)".
Jorge Riechman
Extracto
-La
naturaleza no es lo no humano: es el todo del que lo humano forma
parte. “Somos una pauta material particular de flujo de energía,
con una larga historia y una función natural. Nuestra naturaleza
esencial tiene más que ver con el cosmos y sus leyes que con Roma (o
cualquier otra sociedad humana) y sus reglas” (*) Vernos en
esta perspectiva cósmica y gaiana resulta saludable
-“Experimentar
la naturaleza permite valorar la singularidad y la diversidad de las
formas vivas. En una observación atenta y continua de la naturaleza
el dualismo entre sujeto y objeto termina desapareciendo. Las
fronteras del ‘yo’ se ensanchan ayudándonos a experimentar una
íntima sensación de unidad con algo que nos sobrepasa. Aumenta la
empatía con todo lo vivo, la conciencia de sus interrelaciones.
Conjugada
con un trabajo interior y paulatino esta experiencia permite el
desarrollo del ‘Yo-ecológico’, que, conforme al principio
general de la interdependencia de los seres vivos, comprende que la
realización de su potencial inherente está íntimamente conectada a
la de los demás. No se trata, por tanto, de la realización de los
deseos e inquietudes personales desde una perspectiva
egotista, sino de una profundización y extensión del ‘yo’ en la
que participan todos los seres vivos, y de las que el cuidado, el
respeto y el amor se derivan como consecuencias naturales. El
altruismo deja de ser entonces un deber moral para convertirse en la
expresión de un destino conscientemente compartido.” (**)
(*) “La termodinámica de la vida”, de Schneider y Sagan.
(**) “La obra de Arne Naess, rica en elementos para la transformación
cultural”, de Elisa Iglesias.
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