martes, 18 de agosto de 2020

LA METÁFORA DE LA RANA HERVIDA LENTAMENTE

 

 
  
Una rana no salta del interior de una olla caliente si la temperatura aumenta gradualmente. La reacción instintiva de la rana al agua hirviendo puede compararse con el sentido innato que tenemos los humanos para detectar la gravedad de un peligro. 

La pasividad pública ante una situación de crisis tan grave y global como la actual viene a ser la normalización del peligro, la dócil aceptación de “la nueva normalidad” mediante el acostumbramiento progresivo. Ello sólo es posible si el cambio de temperatura es gradual, hasta dejar insensibilizado el sentido que permite percibir el cambio de temperatura y, por ende, los peligros derivados de esa nueva circunstancia. Pienso que éste es el mecanismo por el que nuestras sociedades, supuestamente democráticas, tienen desactivado este sentido de la percepción, mediante la calculada gestión estratégica de dicho sentido por parte del aparato estatal/capitalista, que le permite intervenir totaltariamente en toda la particularidad de nuestras vidas, mediante un despliegue institucional con poder realmente fáctico que ningún imperio del pasado pudo ni siquiera soñar. Piénsese, por poner sólo en un ejemplo, en el poder de la televisión y su inmensa eficacia en este mecanismo de pasiva adaptación progresiva a la crisis, al cambio de temperatura hasta llegar al grado de ebullición.

Mi personal visión de esa estrategia es que el derrumbamiento de la economía capitalista estaba cantado antes de esta pandemia y ésta ha venido oportunamente a salvar los muebles básicos e imprescindibles del sistema, ésto mejor que nada. Y ya nada será igual, todo el mundo se prepara para aceptar y adaptarse a las nuevas condiciones del Desastre, atribuyendo la responsabilidad del mismo a un virus expiatorio. Estado y Mercado saben de sobra que también padecerán los efectos de la crisis, que no pueden evitarlo y que a corto plazo verán muy mermada su ganancia. Pero su continuidad y reproducción queda garantizada con la perspectiva de una sumisa adaptación social a la crisis, que les permitirá contar con ciudadanías precarizadas y dóciles, con una enorme fuerza de trabajo de reserva y muy barata, que a la postre favorecerá el remonte de la crisis productiva y financiera global y, en definitiva, la supervivencia del sistema de dominación.

Por eso creo muy conveniente recapitular hoy sobre los antecedentes históricos previos a la pandemia. Y en este sentido me parece oportuna la reflexión que en 2015 hacía la japonesa Nozomi Hayase (*), poeta, escritora y profesora que aboga por el ejercicio de una conciencia civil global, en un artículo (**) sobre la época de Obama, considerada ésta como antecedente preparatorio de la actual época Trump. De ese artículo, titulado “La crisis de la representación y la autoliberación” extraje la metáfora de la rana que dócilmente acepta su propio sacrificio.


Notas:

(*) Actualmente vive en Berkeley, California, donde se dedica a ejercer una forma de psicología ética. Nozomi aborda cuestiones tales como la libertad de expresión, la transparencia o el papel fundamental de los informadores. Colabora a menudo con ROAR Magazine y Culture Unplugged, sigue las olas de los movimientos descentralizados y establece vínculos entre las luchas de la calle y el espacio digital globalizado a través de fenómenos como Anonymous, WikiLeaks y las criptomonedas. Nozomi también es bloguera y ciudadana del mundo en Journaling Between Worlds (Diario entre mundos). 

Si defender la justicia convierte a alguien en enemigo del Estado, traidor o terrorista, así sea, pero no voy a apoyar una sociedad que declara ilegal lo más inherentemente humano. Primero vinieron a por WikiLeaks y Anonymous les hizo frente porque WikiLeaks defendía la libertad de expresión. Después vinieron a por Bradley Manning y la gente se levantó en todo el mundo porque el denunciar las irregularidades es un acto heroico. Luego vinieron a por Julian Assange y yo les hice frente porque él lo hizo por todos nosotros. Ahora es el momento de que nos defendamos unos a otros. Cuando la gente se encuentra verdaderamente unida, no es necesario que nadie dé la cara por ella. Nosotros mismos somos todo lo que necesitamos”.

(**) Artículo traducido por Lara San Mamés y publicado en la web de Guerrilla Translation el 3 de junio de 2015. 

jueves, 13 de agosto de 2020

COMUNALIDAD Y GLOBALIDAD


Ilustración de Igor Morsky
 

Las tres ideologías originales de la modernidad -liberalismo, proletarismo y fascismo-, entre la convulsión global que supuso la segunda guerra mundial y las últimas crisis globales (la financiera internacional de 2008 y la pandemia de 2020), han venido evolucionando hasta concentrarse en dos únicas ideologías, progresismo y fascismo, tras la desvirtuación e integración del izquierdismo proletarista (socialdemócrata/marxista/anarquista). Y aún así, ambas facciones comparten una misma veneración por el fundamento estructural del sistema-mundo contemporáneo: su aparato estatal-capitalista. El progresismo liberal no comparte con el fascismo la preocupación por algunas de las principales amenazas existenciales, como son la guerra nuclear, el colapso ecológico y la disrrupción tecnológica, que sí comparte con la emergente corriente de libre pensamiento que promueve el nuevo paradigma de transformación integral, pero lo hace en modo confuso y esquivo, no tanto en la teoría como en la práctica (en su resultado histórico), ignorando una amenaza principal y previa que en gran medida es desencadenante de esas otras amenazas; me refiero a la reproducción del aparato estatal-capitalista que complace por igual a progresistas y fascistas, atando irremediablemente ambas facciones, como haz y envés de una misma ideología pseudodemocrática, jerárquica y totalitaria al cabo, dominante a escala global.

En su “21 lecciones para el siglo XXI”, que completa una exitosa trilogía, junto a “Homo Sapiens” y “Homo Deus”, su autor -Yuval Noha Harari- reflexiona en torno a la identificación de las amenazas existenciales que acechan al inmediato futuro de nuestro mundo a estas alturas del siglo XXI; lo hace desde una perspectiva netamente liberal/progresista, en la que no descarta a futuro el rol del nacionalismo y menos aún, el del sistema productivo mercantil/capitalista, al que eufemística y obstinadamente sigue denominando “liberalismo”. Intencionadamente o no, su mensaje es ahistórico. En todo caso, soslaya que los grandes e innegables adelantos científicos que con gran ligereza atribuye exclusivamente al orden liberal/progresista (sustanciado como “estado de bienestar”), de ningún modo pueden justificar sus fatales antecedentes y realizaciones, su nefasto historial, su biografía colonial, violenta, depredadora y definitivamente necrófila, llevada al límite en esta modernidad hiperurbana e hipertecnológica que vivimos desde la constitución de los modernos estados y su economía desarrollista y financiera a escala global. Una modernidad presuntuosa de su ciego cientifismo, un sistema científico subordinado y seguidista de los intereses comerciales y geoestratégicos de las corporaciones financieras/estatales, hasta devenir en el más complejo, sofisticado y totalitario sistema de dominación que haya conocido la historia humana, configurado a partir de esa fusión histórica, la de los aparatos de poder estatales y financieros.

Además, el autor de esos libros de éxito global se muestra tajantemente negacionista de la individualidad, coincidiendo en ello con el objetivo estratégico de los mismos sistemas totalitarios a los que previamente denigra; unos estados que, precisamente, tienen como prioridad la anulación de la libertad de conciencia, de toda individualidad consciente, su desarraigo de toda forma de comunidad que no sea la ficticia “comunidad nacional” creada por el Estado mediante el gregario encuadramiento de los individuos en masas de productores, consumidores, contribuyentes, electores...impidiendo con ello toda forma de comunidad real, hasta lograr la máxima dependencia del individuo bajo las instituciones estatales/financieras, con resultado de un individuo “nada” (*), perfectamente intercambiable y prescindible.

Quienes participemos del  paradigma de transformación integral tenemos, entre otros muchos e inevitables retos, el de conjugar la organización práctica de la vida humana, en comunidades plenamente democráticas y convivenciales, con la realidad global marcada hoy por esas acuciantes y extremas amenazas existenciales de dimensión universal: 1.La aún latente amenaza de guerra nuclear (todavía más peligrosa con el auge actual de los nacionalismos). 2. El evidente colapso ecológico que se deriva del cambio climático, con la desaparición masiva de especies y en el compulsivo sistema productivista/consumista que agota nuestra reserva de bienes naturales, aniquilando el equilibrio ecológico que sirve al sostenimiento de la biodiversidad, de todas las formas de vida, incluida la humana. 3. La disrrupción tecnológica, que ya percibimos a partir de la acelerada combinación de los avances tecnológicos en los campos de la inteligencia artificial y la bioingeniería. 4. El auge global de fundamentalismos, de naturaleza ultranacionalista y asociados a servidumbres religiosas y a otros fanatismos de carácter identitarista y/o xenófobo, radicalmente estatalistas y capitalistas, aún más que sus precedentes.

Si por razón de prioridad tuviera que elegir la primera de estas amenazas, optaría por priorizar esta cuarta amenaza (la ignorada por Yuval Noha Harari), por su naturaleza estructural y estratégica. De igual modo que el estatalismo/capitalismo ha sido obvio desencadenante de las otras amenazas, hasta llegar a su máximo con la globalización, es altamente probable que de su disolución dependa la desaparición, o al menos la neutralización de las otras amenazas.

Sólo la sublime ingenuidad de cierto izquierdismo puede concebir que sea el aparato estatal quien pueda acabar con esas amenazas existenciales, cuando por su propia genética no puede sino nutrirlas, valga la evidencia experiencial de todos sus años de historia. Mientras gran parte de la sociedad humana albergue esa falsa esperanza, el abismo existencial será un horizonte cada vez más próximo y certero. Mientras no se comprenda la integración e identificación de la sociedad humana con el orden dominante, éste tiene su reproducción asegurada. Es la propia sociedad dominada la que nutre y sostiene al sistema dominante y, por tanto, sólo de su propia mutación radical, revolucionaria, depende la posibilidad de sortear el abismo que se nos abre por delante.

***

Un ayuntamiento comunal, local y global

Construir comunidades convivenciales, además de un ideal en sí mismo, es el mejor ataque a la hegemonía estructural de las instituciones estatal/capitalistas, precisamente allí donde éstas son más vulnerables, en el ámbito de las relaciones de proximidad, locales y territoriales, en las que la comunidad real tiene sus mejores oportunidades de existencia y defensa. Eso sí, a condición de evitar el aislacionismo localista, participando de una dimensión global que hoy es tan necesaria como imprescindible, dada la irreversibilidad del conocimiento global del que hoy disponemos y de las relaciones y compromisos contraídos con la totalidad de los pueblos que habitan el mundo. Vivir hoy al margen de la realidad global sería tan absurdo como imposible, eso pudo ser en tiempos pasados, pero ya no. Hoy necesitamos un relato de la realidad, no un relato de ficción, un relato que fundamente el proyecto revolucionario y su puesta en práctica integral, en todas sus dimensiones, como comunalidad convivencial y territorial, local y global.

Habrá quien me diga que ésto que propongo es un sueño utópico, en todo caso sólo realizable a muy largo plazo. Y puede que así sea. Pero es infinitamente más utópico el sueño que consiste en seguir a la deriva, en fiar nuestro futuro a fuerzas ajenas, a las fuerzas autodestructivas que nos han traído hasta el borde del abismo.

Cualquier forma de comunidad convivencial se fundamenta en aquello que es asumido en común como “bien o bienes compartidos”, lo que otorga significado y sentido a la comunidad. Mi propuesta al respecto no es nueva, pero sí novedosa: es el ideal que siempre estuvo ahí, latente, pienso que agazapado en la conciencia de los individuos humanos, ocupados en adaptarse y sobrevivir a las condiciones de violencia desencadenadas por el principio de “propiedad”, a partir de la revolución agraria del neolítico y de la aparición de los primeros Estados. Pienso que la idea de comunidad humana universal siempre se dió, que siempre nos tentó el pensamiento de que nuestro mundo no tiene arreglo si no lo compartimos en comunidades de individuos libres e iguales. Ningún humano antíguo que mirara al cielo, como ningún humano contemporáneo que hoy observe la imagen de la Tierra vista desde el cosmos, puede evitar la visión de nuestro planeta como ese lugar común, al que pertenecemos y que nos pertenece, como al conjunto de la vida; y otro tanto nos sucede con el conocimiento humano, producido y transmitido entre individuos, pueblos y generaciones: a nuestra conciencia y sentido común le llega a parecer inconcebible, y hasta absurdo, que la Tierra y el Conocimiento humano se hayan convertido en mercancía, algo a comprar y consumir, algo por lo que hay que competir, pelear -y hasta morir- para conseguir un trozo, una parcela de propiedad.

Se entenderá que mi propuesta (sin Mercado ni Estado) no sea liberal/progresista ni, aún menos, fascista. Como tampoco es socialista: no se trata de nacionalizar, ni siquiera de municipalizar la tierra o el conocimiento, para su “justa distribución" entre una comunidad de patriotas, aunque éstos fueran comuneros. Tampoco es anarquista: no se trata de un reparto de tierras y conocimientos entre quienes los trabajan, creando así una nueva clase de propietarios a partir de antíguos proletarios, reinventando un mundo ya ensayado y fracasado, como pez que se muerde la cola.

Y no siendo mi propuesta ni liberal ni fascista, ni socialista ni anarquista, ¿a qué viene cualquier necesidad y prisa por etiquetarla? No tiene etiqueta, ni la necesita. No es un “ismo” más, al gusto del encasillamiento académico, político o mediático. Es un llamado a la conciencia comunitaria y universal de cualquiera de los individuos humanos a los que yo me parezco, con los que yo tengo tanto en común. Esta propuesta no necesita etiqueta ideológica porque renuncia a competir en el mercado de las ideologías, su nombre no es para una organización, lo que nombra es un contenido y una estrategia para su consecución, es una propuesta para un acuerdo básico de principios universales, esbozo de un programa revolucionario a escala global y local. Es un proyecto inclusivo y abierto, compatible con otros proyectos diferentes, como los que ya vislumbramos a partir de las múltiples experiencias de Comunalidad que hoy se están ensayando en muchas partes del mundo. De ahí que su nombre no sea de partido, ni de organización alguna, sino el de un acuerdo: “Pacto del Común, global y local”. Y de ahí que para la comunicación entre los pueblos se proponga el uso principal de las lenguas maternas, junto con su traducción al esperanto, por ser ésta la lengua auxiliar e instrumental de uso más universal, neutral y anacional: “Pakto de la Komuno, tutmonda kaj landa”.

Tan sólo uno de los principios de este pacto, el de compartir la Tierra y el Conocimiento en comunidad global de iguales, ya es por sí mismo un potencial y poderoso disolvente de las estructuras que condicionan nuestras individuales vidas como el curso de la humanidad al completo. Convertido en proyecto, este pensamiento es en sí una bomba nuclear retardada, de efecto letal contra el orden gobernante que se ha apropiado de nuestras vidas y de todo nuestro mundo.

Comunalidad  es el nombre que dan a la vida cotidiana de las mujeres, hombres y niños, en las comunidades de la Sierra Norte y de otras regiones de Oaxaca, México. A su “arte de enraizarse respetuosamente en una tierra y autoorganizarse para decidir entre todos lo justo y lo prohibido, de aprender haciendo en colectivo” (**). Ese es su nombre propio y universal, que compartimos.

Cada comunidad se justifica por sus propios comunales, por el conjunto de bienes igualitariamente compartidos por todos sus miembros. La comunidad humana global queda plenamente justificada a partir de este acuerdo de principios que denomino Pacto del Común, por el que libremente acordamos unos principios básicos y universales, de convivencia y autogobierno, en auténtica democracia: asamblea de iguales o ayuntamiento comunal.

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Pacto del Común

A suscribir, libre e individualmente, por cualquier persona, de cualquier lugar y condición, que sea mayor de catorce años. A partir de su acuerdo y compromiso con estos principios básicos:

1. La plena libertad y consecuente responsabilidad de cada individuo humano, sin excepción.

2. La tierra y el conocimiento humano como bienes comunes universales, bienes de uso de cuya autogestión es responsable universal cada comunidad en su ámbito territorial.

3. La democracia directa (o autogobierno comunitario) en autónoma y soberana asamblea de iguales, como forma propia de organización convivencial, política y económica, de las poblaciones humanas, en redes de cooperación y ayuda mutua a desplegar en todas las escalas territoriales.

Notas:

(*) El individuo producido por la modernidad estatal/capitalista considerado ser “nada”, sujeto convertido en objeto, como bien acierta a definir Félix Rodrigo Mora a lo largo de su ingente obra.

(**) Artículo de Arturo Guerrero Osorio, en el libro "Decrecimiento: un vocabulario para una nueva era", editado en México.


viernes, 7 de agosto de 2020

MANIFIESTO DE LA COMUNA ANTINACIONALISTA ZAMORANA

 

El 31 de Agosto de 2001, tuve el placer de asistir a la conferencia que Agustín García Calvo pronunció en el foro de Amayuelas de Abajo, con el título: "El  pueblo contra el Régimen". Esta es la grabación que se conserva de aquella conferencia: 

https://www.editoriallucina.es/recursos/apps/mp3/ElpueblocontraelregimenConferenciaMayuelas2001.mp3
«Se declara fundada por el presente manifiesto la Comuna Antinacionalista Zamorana (CAZ), que proclama como su función esencial combatir de hecho y de palabra (y tanto mejor si los hechos y las palabras tienden a confundirse) por la desaparición del Estado Español y del Estado en general (entidades ambas suficientemente definidas en su realidad abstracta y administrativa) y por la liberación de la ciudad y comarca de Zamora…»
(Primer punto del Manifiesto de la C.A.Z.)

La Comuna Antinacionalista Zamorana no existe. Es conocida, principalmente, por la publicación de tres panfletos, editados por primera vez en París: el «Manifiesto de la comuna antinacionalista zamorana», en 1.970, «De los modos de integración del pronunciamiento estudiantil», hacia 1.973, y el «Comunicado urgente contra el despilfarro» (*), en 1.974. Hay un amplio consenso en que todos ellos fueron redactados por el pensador y literato zamorano Agustín García Calvo durante su exilio en París, aunque parecen estar basados en los debates que tuvieron lugar en las tertulias políticas organizadas por él, en esa misma época, en un café del Barrio Latino. En cualquier caso, en estos panfletos aparece recogido lo más esencial del  pensamiento político de Agustín García Calvo (**).

Fueron también publicados en España, a partir de la época de la transición, por las editoriales La Banda de Moebius y la Editorial Lucina (la primera edición española del «Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana», publicada por La Banda de Moebius, fue secuestrada por un Juzgado de Orden Público, pero su difusión fue autorizada, posteriormente, cuando se supo que el autor o redactor de la obra era el catedrático recién retornado del exilio Agustín García Calvo. 

 

MANIFIESTO DE LA COMUNA ZAMORANA 

«Se declara fundada por el presente manifiesto la Comuna Antinacionalista Zamorana (CAZ), que proclama como su función esencial combatir de hecho y de palabra (y tanto mejor si los hechos y las palabras tienen a confundirse) por la desaparición del Estado Español y del Estado en general (entidades ambas suficientemente definidas en su realidad abstracta y administrativa) y por la liberación de la ciudad y comarca de Zamora…»


El primer punto de la CAZ se nos presenta así, y al leerlo, cualquier profano en la materia puede pensar que ello es cosa de locos o de utópicos o, lo más seguro, ver en ello algo divertido. Pero no. Ni es locura, ni utopía, ni cachondeo.


Baste para comprobarlo mirar la desconocida historia de Zamora para ver la lucha que éste mi pueblo ha mantenido siempre contra la realidad abstracta del Estado. Así como otros pueblos extranjeros de esta península (hoy y aún España y Portugal), buscan en su antigüedad sus raíces nacionalistas, sólo podemos ver en el pueblo zamorano la persistencia del genio antiestatal a lo largo de los siglos.


El primer ejemplo nos lo ofrece Viriato, el guerrillero lusitano. Cierto es que entonces no se podía hablar de estado o nación en el sentido moderno, pero sí de algo tan parecido (peor diría yo) como el Imperio. También algún reticente y sesudo intelectual podría objetar que no está comprobado que Zamora fuese la cuna de este héroe, sino la zona fronteriza de lo que se conviene en llamar Portugal. Pero este hecho carece de importancia por dos cuestiones: primera, la identificación total, familiar incluso, de las gentes que habitan de uno y otro lado de esa línea ficticia que el Estado quiere mantener, pero que no logra separarnos ―yo, por ser de de allí, puedo asegurar que todos formamos una gran familia por encima de la definición de españoles (?) o portugueses (?)—, y segunda, que el hecho importante es que «durante los casi tres últimos siglos por lo menos, Zamora ha considerado a Viriato como cosa suya, le ha hecho casi su héroe popular, y la única estatua de cuerpo entero que la ciudad tienen erigida es la suya» (esto era cierto en el momento de la redacción del Manifiesto). De Viriato, primera manifestación antiestatal, toma la CAZ la enseña que la tradición presenta: nueve tiras de tela, bermejas todas menos la primera, que era verde. Pero no son las nueve franjas, a modo de lo que conocemos como bandera, lo que se toma, sino su significado: Viriato formó su enseña con jirones de estandartes romanos de las legiones derrotadas. Todo un símbolo.


Pero ésto no es todo. También nuestra historia nos ofrece pronunciamientos antiestatales (y antinacionalistas) de carácter revolucionario. De entre todos ellos destaca uno en especial que se constituye en el punto de arranque. Fue en el año 1158. Era Zamora entonces ciudad grande y floreciente, con abundante población de menestrales y mercaderes y pujanza en sus industrias y gremios. El poder gubernamental era llevado por gentes de la nobleza, generalmente extranjera, de amplios privilegios, uno de los cuales era que de las mercaderías que cada día salieran a la plaza del mercado, tenían ellos la primera opción de compra, «y sólo de lo que ellos no hubieran adquirido podían abastecerse los plebeyos».


Así ocurrió que, habiendo pasado la hora de compra de los nobles, un maestro zapatero pretendía llevarse una trucha que ya tenía acordada, pero viéndola el criado del regidor, pretende adquirirla para la mesa de su dueño. Este abuso de poder desencadena una gran batalla en el mercado… tras la cual queda la trucha en manos del zapatero. Esa misma tarde, ante la afrenta y menoscabo de su poder, se reúnen los nobles en la iglesia de Santa María la Nueva para organizar la represión y castigo de los plebeyos. Mas éstos no esperan a que el concilio se levante y armados con sus útiles de trabajo, cercan a la nobleza dentro de la iglesia y le prenden fuego. Pereció achicharrada toda la nobleza, o casi, ya que cuenta la leyenda que el más alto de la clase (o sea, las hostias consagradas) escaparon volando del copón para irse a refugiar en otra iglesia, quizá más popular. Los rebeldes, para rematar su gran obra, prendieron fuego a la casa del regidor y, cómo no, abrieron las puertas de la cárcel (véase pues que la toma de la Bastilla no fue una novedad).


Pasada la resaca de la rebeldía y encarándose al día siguiente con la realidad, los zamoranos no esperaron la reacción del poder central, y formando una caravana de siete mil personas, tomaron las de Portugal. Acto seguido mandaron recado al rey exigiéndole la promesa de declarar perdonado y libre de toda culpa al pueblo de Zamora y, asimismo, de librarles de la opresión de los señores, ya que si no pasarían a establecerse en Portugal, dejando así al monarca sin unos impuestos sustanciosos («¿De qué le sirve al rey una Zamora sin zamoranos?», decía la carta). Los zamoranos preferían la libertad a la tierra, y ante tales argumentos el rey tuvo que ceder. Quizá el monarca se acordó de que, algunos años antes, Zamora fue la última en doblegarse a la unidad castellana y que fue allí también donde se le dio muerte al rey Sancho. En efecto, el rey Fernando I había unificado bajo su cetro los campos de León, Galicia Y Castilla, pero en un acto de arrepentimiento que le honra, decidió repartir su reino entre sus hijos. Su hijo Sancho, de quien dependía Castilla, arrebató pronto a sus hermanos los demás territorios, salvo Zamora a doña Urraca, que fortalecida por la decisión de los zamoranos, mantenía la independencia oponiéndose con todas sus armas a la unificación. Varios meses de cerco no doblegaron su decisión. Y un día, el caballero Bellido Dolfos se presentó en el campamento del rey, engañándole con la promesa de entregarle la plaza, le llevó a un lugar apartado donde, por la espalda y con el propio venablo del rey, le dio muerte. Nótese que el monarca estaba haciendo de vientre, como queriéndonos avisar, con un ejemplo práctico y contundente, que «la reducción de todas las ideologías sustentadoras del Estado a la fétida verdad de sus mentiras, es lo único que puede permitir al brazo rebelde asestarle el golpe mortal que lo haga desvanecerse». El traidor fue perseguido por el Cid, pero como decíamos por allá, Zamora le dio al Cid con la puerta en la nariz.


Como se ve, Zamora está llamada a ser revolucionaria por lo mismo que antinacional y viceversa, porque aparte de la historia grande que he antepuesto, existen otras recientes que no constan en los libros y que demuestran lo antiestatal de este pueblo.


Pero dejemos ya la historia y miremos lo que es ahora Zamora, incluida hoy en esa abstracción llamada España y reducida a la triste condición de provincia, esa institución odiosa de la administración centralizada que sigue conteniendo la alusión al vencimiento y sumisión, como en tiempos del Imperio. Porque esa reducción a la abstracción de provincia le mata la posibilidad de ser otra cosa de lo que es, asfixiando las posibilidades de vida del pueblo, alejado de sus realidades concretas por el Orden.


¿Qué debe Zamora al Estado? Nada. ¿Qué le tributa el pueblo zamorano a la nación? Todo, empezando por la muerte de las posibilidades de ser otra cosa de lo que es. Las gentes de la comarca han ido aprendiendo los aterradores vocablos de «servicio militar», «contribuciones», «Estado», y otros tantos, como únicos verdaderos nombres de la realidad, sin ver en ello ningún beneficio.


La mocedad de los pueblos ha tenido que buscar su pan en el extranjero, en los suburbios de Bilbao o Barcelona, o en tierras frías de lengua extraña, volviendo idiotizados por los conceptos de nivel de vida y de progreso que el Orden esparce por todos los ámbitos del mundo con idéntica estupidez., y habiendo sido muerta en ellos la delicadeza nativa que sólo posee un lugareño con conciencia de tal. Y hablando de lugareños, ha habido pueblos enteros «trasladados» a otras tierras por la creación de embalses hidroeléctricos, que benefician a tierras extranjeras del Norte. Los campesinos y las calles de Zamora se ven atravesados por una red de carreteras, extrañas a las gentes de las comarcas, por donde circulan los coches de los «buscajamones» (así se denomina en Zamora a los funcionarios que prostituyen sus prerrogativas, o sea, todos) o los camiones que van rápidos desde Galicia a Madrid. Miran esas gentes pasar aburridamente el tráfico, que no dice nada a los lugareños: simplemente cruza.


También en las calles de la ciudad veréis levantarse horrorosos edificios que ni son nuestros ni para nosotros: son del Estado (Bancos, Cuarteles, Cárcel, Diputación, Ayuntamiento…). Son esos edificios que el pueblo zamorano paga con su sangre (iguales en todas las ciudades), que para nada le sirven y que el Estado reparte por los ámbitos de su dominio para mejor mantener su verdadera y única tiranía. Y no hablemos de las Escuelas «estatales» o Institutos «nacionales», donde se impone la mayor lujuria nacionalista y se aparta al niño y al joven de la realidad local, llenando su cabeza de horrorosos vocablos. Fue en la escuela donde me enteré que aquella cosa que llamaban España no era tan sólo mi comarca y poco a poco me fueron haciendo tomar conciencia de español, desviando mi atención hacia ríos que no regaban mi tierra y personas que estaban lejos (Caudillo, Fraga, los rojos…). Cosas a las que había que añadir la rapidez con la que los medios de comunicación transmiten las últimas novedades estúpidas, cantables y bailables, junto a cuestiones políticas que nada interesan a nuestras gentes, pero que interrumpen su partida de cartas y los alejan de conversaciones más sustanciosas, como el aprovechamiento del agua del río, los abonos naturales…


«En virtud, pues, de tantos agravios y por el recobro de la libertad perdida, con mucha más razón que otras prósperas naciones que contra la Nación pretenden levantarse, nos levantamos nosotros contra el Estado y por lo tanto contra todos los Estados.»


Y para que conste y no haya dudas, he aquí nuestros rasgos distintivos y el ámbito (dudoso por cierto) de nuestro territorio:


La provincia que lleva el nombre de Zamora está constituida con pueblos y comarcas de diversas economías, costumbres y carácter, obligados a participar de centros administrativos comunes. No se puede establecer una etnia común viendo la gente alegre y gastadora del norte y comparándola con la adusta y cazurra del sur. Tampoco podemos establecer rasgos geológicos o paisajísticos comunes, pues esta tierra se ve pintada ya por los trigales, ya por la vid, siempre encima de suelos y rocas bien distintos. Así, los rasgos socioculturales y los límites geográficos son indefinibles, pero estamos seguros de no ser charros, ni castellanos, ni leoneses, ni gallegos ni portugueses (sépase que nada tiene de portuguesa la parte de la Nación vecina a la que asoman nuestros pueblos fronterizos). Si bien se cree que todas las comarcas que hoy componen la provincia y algunos territorios fronterizos entrarán a formar parte de la CAZ una vez constituida ésta, tal definición de la CAZ les permite verse libres de las garras y rejas de las ideas y conceptos constituidos.


En cuanto al lenguaje, si bien la larga sumisión a la abstracción de España ha permitido la implantación del español, la CAZ confía en poder resucitar y desarrollar un peculiar dialecto zamorano, algunas de cuyas formas lingüísticas guardan celosamente nuestros mayores.


Y para que el futuro no depare sorpresas (o. al menos, más de las que se puede permitir) ha preparado ya la CAZ todo lo referente a la economía y al gobierno de sus «comunidades».


La primera fuente de la riqueza de las comunidades zamoranas se encuentra en la tierra, altamente productiva una vez que, conseguida la independencia, no esté sometida a los caprichos del Orden, sino a sus propias necesidades. En cuanto a las industrias derivadas que florecieron antaño arruinadas por el poder central, la CAZ propone resucitarlas, sobre todo las textiles y la de derivados lácteos. Aparte de la antedicha renovación de las industrias tradicionales (iguales todas en la comunidad autosuficiente) la CAZ da por sentado la incautación de las empresas hidroeléctricas de Iberduero (que producirán altos ingresos por la venta de esa energía a las potencias extranjeras) y la demolición de la central nuclear que nos quieren meter. Puede alguien pensar que la independencia acarreará la desaparición de muchos puestos de trabajo dependientes del Estado, pero ello se verá compensado por la supresión de las cargas y tributos que ese mismo Estado nos impone. Además, la CAZ se propone la supresión de todo Trabajo en el sentido propio de la palabra.


Dado el signo comunitario de la revolución zamorana, está clara la desaparición de los elementos de explotación del individuo-consumidor sobre los que el Estado asienta su dominio y asimismo la desaparición de los teléfonos, televisores y radios particulares y por lo tanto del coche individual, cuya venta se dedicará a la mejora de los transportes públicos. Se facilitará la venta de los libros y periódicos provenientes del extranjero, sin otra restricción que el nivel de estupidez de los mismos, que les hará perder mercado entre los esclarecidos lectores de Zamora, en cuanto desaparezcan los estímulos externos, estatales y paraestatales, que suelen favorecer la difusión de lo más inepto y facilitan el mantenimiento del estado de cosas.


En cuanto al gobierno de la CAZ una vez conseguida la independencia, deberá tener las siguientes condiciones:


- Tener el menos poder posible, dificultado en todo.


- Estar compuesta por personas jóvenes e inexpertas y durar lo menos posible.


Desaparecido este primer gobierno provisional, todo se regirá por la asamblea de todos los miembros de las comunidades, evitándose los procedimientos democráticos o que se parezcan a la votación.


Simultáneamente se practicará la disolución de la familia y de la propiedad privada, pero abandonando fórmulas tan suspectas como el todo será de todos; se realizará que cualquiera cosa será para cualquiera en el sentido de que cualquiera tendrá derecho a participar en el disfrute de cualquiera de ellas, con la condición de que se trate de un disfrute y no de una posesión. Desaparecerá la obligatoriedad del trabajo, confiando que ello mismo lleve a los ciudadanos a realizar cosas que les agraden y aquéllas que sean fuente de placer. De este modo se dejarán de producir los objetos carentes de utilidad.


Se abolirá, claro está, el dinero.


Se establecerán cónsules-regateadores en los mercados extranjeros para comprar, mediante créditos, aquello que a los zamoranos les parezca necesario.


No habrá administración.


Agustín García Calvo y otros zamoranos. París, 1970

 

 

Notas: 


(*) «Comunicado urgente contra el despilfarro» :

http://bauldetrompetillas.es/wp-content/uploads/pdf/ComunicadoURGENTE.pdf

(**) Obra completa de Agustín García Calvo:

 https://www.editoriallucina.es