miércoles, 31 de octubre de 2018

CAMBIO DE HORA Y CAMBIO DE TIEMPO, VELOCIDAD CON TOCINO


Es muy probable que el cambio horario que acabamos de hacer sea el último que hagamos en Europa, lo cual tiene mucha más sustancia de lo que pudiera parecer a primera vista. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de un imaginario (el control del tiempo), de inmensa importancia, con el que el sistema Estado/Mercado expresa su soberanía sobre el tiempo y vida de las gentes.
Durante milenios el tiempo no fue objeto de control, ni siquiera de los emperadores, cada pueblo tenía su propio tiempo, que se medía según los ciclos naturales marcados por la luz solar y por las estaciones climáticas, que venían determinadas por su situación geográfica.
La modernidad burguesa supuso una revolución, también en ésto. Forzó una disociación de la naturaleza, inaugurada por la usura cambista y prestamista; cada préstamo comportaba un interés diferido en el tiempo, significaba la “venta de tiempo”, algo que hasta entonces no era propiedad de nadie, si acaso de Dios, por lo que no es de extrañar que esta venta fuera considerada “pecado” en sus inicios. El tiempo empezó a ser así objeto de apropiación, como antes lo fueron las tierras y el trabajo de las gentes. Se estaba creando una nueva religión, la del Dinero y la Mercancía, que acabaría imponiéndose y sustituyendo a las viejas religiones fundadas en la naturaleza y en el temor de Dios.

Los campesinos que abandonaron los campos para trabajar en las primeras fábricas tuvieron que hacerse rápidamente a un cambio de horario radical y a un ritmo (velocidad) que desde el primer momento constitu un factor constituyente de los Tiempos Modernos, que luego se extendería a todas las formas de producción. Todo para extender y multiplicar la acumulación y beneficio del Capital, que proporcionaba “trabajo y progreso” a una masa de campesinos empobrecidos por  los cercamientos de sus tierras comunales y por los crecientes impuestos estatales...unos campesinos deslumbrados por las nuevas máquinas industriales que permitían una capacidad de producción muy rápida y muy superior, comparada con la que ellos lograban en sus campos, por muchos brazos que juntaran. El nuevo tiempo burgués, el de la fábrica, era acelerado, monótono, regular, arbitrario...todo lo contrario del viejo tiempo natural de campesinos y artesanos.
La gran transformación de la naturaleza humana empezaba a conformarse siguiendo el modelo ideal imaginado por los burgueses propietarios y gobernantes: vidas individuales plenamente dedicadas al trabajo asalariado, una sociedad anónima que se comporta ordenadamente, como un autómata, tan eficiente como la maquinaria de un reloj. 
 
No tardaron en surgir los conflictos entre el tiempo social y el tiempo burgués; la hora de cada pueblo o ciudad, la que marcaba el reloj de la iglesia o de la plaza, era muy distinta entre pueblos y ciudades distantes, el naciente ferrocarril soportaba muy mal estas diferencias horarias, que suponían retrasos y perjuicios al transporte de mercancías y viajeros, lo que -se decía- iba contra el Progreso. Y tras la normalización de los horarios del ferrocarril, el potente comercio del imperialismo británico necesitaba comunicaciones inmediatas, en tiempo real, para la transmisión de noticias y sobre todo para las transacciones financieras. La tecnología estuvo servicialmente a punto, nacía el telégrafo y el cable que enlazaba al imperio con los continentes recién colonizados. A finales del siglo XIX el globo terráqueo es dividido en veinticuatro meridianos, cada nuevo día comenzaba en toda la Tierra a partir de las doce de la noche del meridiano de Grenwich, en Inglaterra...no podía ser de otra manera. El tiempo ya era regulado por los Estados, se convertía así en tiempo “nacional”, además de burgués. Capitalismo y Estado confluían “naturalmente”, en total sintonía y compenetración, en la  esfera de un reloj único, que marcaba la hora y el pensamiento -únicos- en el nuevo Tiempo de la modernidad burguesa.

El primer adelanto horario se produce en el verano de 1916, lo adoptan Alemania, Francia e Inglaterra a iniciativa del kaiser Guillermo; se trataba de reducir el consumo de la población para concentrar el uso de la energía en las necesidades del Estado, concretamente en sus necesidades bélicas; así, en la primera guerra mundial el tiempo capitalista se hizo definitivamente nacional y estatal. Poco más tarde, el gobierno nacionalsocialista del III Reich impuso el cambio horario estacional por la misma razón, la economía de guerra. Y tras la crisis energética de los años setenta, la medida fue tomada de nuevo, y así, definitivamente, el cambio horario quedó asociado para siempre a las crisis periódicas y permanentes del Estado/Mercado, equiparables con la economía de guerra.

Ahora, la UE quiere que el debate sobre el cambio horario sea participado por los Estados miembros y abrirlo también a la población europea...para que parezca un debate democrático, en una operación más de propaganda destinada a simbolizar el fin de la época de precariedad asociada a la crisis de 2008... y a la economía de guerra, como otras veces. Que los individuos y la sociedad crean que el control del tiempo está de su mano, de ese engaño se trata.

Con la velocidad, el tiempo se comprime (yo pienso que también le sucede al espacio, a los territorios), sin ese mecanismo de compresión el capitalismo no puede ser entendido. La velocidad es uno de sus principios más sagrados. La velocidad significa eficiencia y ahorro de costes para la producción capitalista y, además, alienta el impulso frenético de la sociedad de consumo. Esta aceleración-compresión artificial del tiempo proporciona un estado permanente de insatisfacción, alimenta sin cesar la ansiedad de un deseo insatisfecho, fija la idea de “progreso” como velocidad de producción y consumo... y, lo que es más trascendente, transforma radicalmente la naturaleza humana previa, remodelándola, adaptada a las urgencias que impone el modelo de vida acelerada de la sociedad capitalista. Así, la libertad de conciencia, la sustancia reflexiva de cada individualidad consciente, es su primer objetivo y su primera víctima, tornada la vida humana en materia plástica y moldeable, irresponsable y sumisa a contranatura...y, por tanto, perfectamente intercambiable y desechable llegado el caso. La aniquilación de la libre conciencia está construida a partir de esta urgencia-velocidad patológica, trastornante, como necesidad emocional y vital, como premisa totalitaria que condiciona “naturalmente” toda nuestra vida, cuyo control -como el del tiempo- se nos fue de las manos ya hace mucho, mucho tiempo.


Es inconcebible el capitalismo sin velocidad, sin ésta el sistema productivo colapsaría, no podría dotar a los mercados de la febril rotación de mercancías que genera más consumo y más sensación de novedad, modernidad y progreso. El emprendedor es el héroe de la innovación mercantil, un joven talento creativo, a ser posible sin escrúpulos, una especie a proteger con halagos y subvenciones...pero también perfectamente desechable, como cualquier otra mercancía, en cuanto deja de cumplir con las expectativas del mercado, con la función que le ha sido asignada
 
La rapidez del tiempo estatal-capitalista expresa una falsa urgencia histórica, una prisa por llegar a un tiempo futuro "que siempre será mejor que el tiempodel presente, en el que deambulamos atrapados en un sinfín, similar a la cinta de un gimnasio, que gira y gira a toda velocidad, obligándonos a correr en dirección a ninguna parte, sólo para mantener el músculo en un ficticio desplazamiento que nos mantiene estáticos, en una simulación de movimiento que nos hace pensar que tenemos la felicidad al alcance de la mano.

Su lógica es autodestructiva en esencia, pero funciona, contranatura y contra todo principio ético, físico y ecológico, pero funciona...al menos mientras no se pare ese mecanismo, esa cinta sinfín del tiempo y la producción capitalista. Cuando sus contradicciones están llegando al límite, sabemos que su colapso es sólo cuestión de tiempo. 



PD: Me gusta leer a los neomarxistas de última hora, los que están redescubriendo al mejor Marx, cuestionando el materialismo histórico que tanto daño le ha hecho al proyecto de emancipación humana, dando alas al capitalismo y al estado. Uno de ellos ha muerto recientemente, se trata del canadiense Moishe Postone que, como Rober Kurtz y otros, rompió con el marxismo tradicional y elaboró una profunda crítica de la teoría del valor.  

Juan Diego González Rúa y Facundo Nahuel Martín, en la revista argentina “Intersecciones”, dicen de él que "su obra principal, Tiempo, trabajo y dominación social, fue publicado en 1993, cuando los vientos triunfalistas del “fin de la historia“ querían barrer la crítica radical del Capital del horizonte de lo pensable. Postone nos enseña a trascender el inmediatismo bobo de la experiencia cotidiana, para fijarnos críticamente en las categorías sociales objetivadas que organizan nuestra vida, empezando por el valor, el trabajo y la mercancía. El pensamiento de Postone es, en definitiva, uno de los últimos esfuerzos intelectuales serios por formular una teoría global de la sociedad moderna y su forma temporal, capaz de dar cuenta tanto de sus formas opresivas como de sus potencialidades liberadoras.

El legado intelectual de Poston nos otorga sólidos y valiosos argumentos a quienes pensamos que el colapso del capitalismo es también una gran oportunidad para la revolución integral que queremos. Por su pertinencia, recupero aquí un extracto del artículo que los autores citados anteriormente titularon “El maestro del tiempo. Semblanza de Moishe Postone (1942-2018)”, publicado en esa misma revista argentina (*):

"Modernidad, tiempo, tecnología 

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La dinámica temporal inmanente del capitalismo, que es históricamente determinada, permite aprehender esta dualidad de dominación y potencialidades liberadoras. Las compulsiones sistémicas impuestas por el capital empujan a rápidos incrementos en el desarrollo tecnológico y al sostenimiento de un crecimiento permanente de la productividad. Sin embargo, ésto no se traduce directamente en la producción de mayores cantidades de valor. La tendencia hacia el incremento de la productividad del trabajo implica una continua reconstitución del suelo temporal del valor (una continua transformación del tiempo de trabajo socialmente necesario) con el que deberán cumplir en adelante los productores. El incremento de la productividad del trabajo no se traduce en una modificación de la medida temporal del valor, la cual siempre se mantiene idéntica a sí misma. La lógica del capital genera una suerte de compresión del tiempo en virtud de la cual cada unidad de tiempo abstracto se transforma cualitativamente, haciéndose más densa, concentrando mayores niveles de actividad productiva en unidades que permanecen fijas e inalterables (Postone, 1993: 288). La temporalidad capitalista es dinámica en términos históricos concretos (variaciones respecto de las posibilidades de incrementar la producción de riqueza material), así como respecto de los niveles de producción de valor, dada la exigencia continua de disminuir los promedios temporales de producción material.

La dinámica del capital implica que el trabajo directo se torne cada vez menos relevante en la producción de riqueza material (no así de valor), que empieza a depender cada vez más de la tecnología. La generación de riqueza y la de valor entran en contradicción. La producción capitalista, que permanece basada en el trabajo, genera las condiciones para su abolición. La sociedad del trabajo, hoy en crisis, gesta en su propio proceso las condiciones de posibilidad para una sociedad no regulada por el gasto  de trabajo y que ya no forzara a las personas a la condena del trabajo proletario. Es en el seno de esa contradicción que Postone plantea la posibilidad de una disrupción histórica que haría posible el cumplimiento de las potencias emancipatorias constituidas y negadas en la inmanencia capitalista. A pesar de su aparente clausura y coactividad, a la totalización social operada por la modernidad del capital le subyace un momento potencialmente progresivo, un momento de apertura de posibilidades sociales emancipadoras. La irrupción históricamente contingente del capital significaría no sólo la emergencia de un tipo de dominación cósica y sistémica, sino una oportunidad históricamente inédita para pensar en la posible existencia de una humanidad emancipada”.

(*)Artículo completo en este enlace:










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