domingo, 30 de mayo de 2021

SEMÁNTICA, POLÍTICA Y GATO POR LIEBRE

«El sueño de la razón produce monstruos», grabado n.º 43 de los Caprichos y dibujos preparatorios  (1797-1799). Francisco de Goya y Lucientes. Museo del Prado


Previo

Observamos el mundo y tratamos de explicarlo con palabras En esa mirada nos hacemos más o menos conscientes de que la realidad tiene una dimensión poliédrica, dinámica, e histórica por tanto; incluso, el observador llega a darse cuenta de que no solo no es ajeno a la realidad observada, sino que él mismo forma parte de ella y, por tanto, su percepción como su explicación están condicionadas por la posición que ocupa dentro de esa realidad. Sabe este observador que la realidad no incluye  lo que no existe y que solo puede ser imaginado, pero es tanto lo que desconoce que para explicarlo necesita echar mano de la imaginación, lo que puede facilitar su explicación del mundo, pero también complica el entendimiento con quienes piensan diferente. Este principio de entendimiento o convivialidad no rehuye el conflicto natural entre visiones o hipótesis diferentes y hasta contrarias, siempre que sean hipótesis y no doctrinas, por eso que necesite de un código básico, dialéctico, racional y relacional, si busca la conversación y la convivencia más allá de la unanimidad de la propia tribu, lo que es tarea imposible desde posiciones doctrinarias, basadas en supuestos o creencias de origen mágico o religioso.

Filosofar es pensar el mundo. La mayoría de las veces actuamos sin pensar, es lo que hacen de continuo los individuos de la mayoría de las especies, actuar como reacción inmediata ante su entorno. Actuar es una actitud básicamente reaccionaria, quitándole a este adjetivo toda connotación moral o política. Los individuos que filosofan también son reaccionarios en la mayor parte de su comportamiento vital, es lo propio de una especie como la humana, cuyos individuos pueden pensar el mundo y pensarse a sí mismos, pero mientras lo hacen también interactúan, reaccionan sin pensamiento previo, ante situaciones que exigen inmediatez de respuesta. Pensar, reflexionar o filosofar es algo que no puede hacer la especie, ni siquiera un colectivo, porque pensar es una actividad propia y exclusivamente individual. Si un pensamiento llega a ser compartido colectivamente es por efecto de eso que llamamos “cultura”, por la que el pensamiento se transmite entre individuos interrelacionados. Una vez transmitido y compartido ya no es tal pensamiento, es otra cosa, a la que al menos provisionalmente llamaremos “mentalidad” en el sentido que definiera el historiador Jacques Le Goff: algo así como un cliché o matriz que el individuo asume como pensamiento propio sin serlo, que acaba por determinar su comportamiento social, en modo instintivo, como respuesta automática. El individuo al que le fatiga pensar, tira de las “mentalidades” dominantes en su entorno, como mejor estrategia adaptativa. Mientras renuncia a su facultad de pensamiento podrá creer que piensa y actúa por voluntad propia. Si quiere cuestionar la mentalidad o cultura dominante en la sociedad en la que vive, estará obligado a cuestionarse a sí mismo. Y eso, cuando lo ha probado, siempre resulta ser muy fatigoso y hasta doloroso.

Semántica

Significante y significado se encuentran unidos irremediablemente por un vínculo arbitrario, creado artificialmente por la lengua, que no tiene que ver con la realidad de la que se habla. Una palabra cualquiera, sea en forma oral o escrita, poco tiene que ver con la imagen real a la que hace referencia y, por tanto, el vínculo existente entre la realidad y la palabra que la nombra no sigue ningún parámetro lógico; el significado es la idea que conformamos en nuestro cerebro tras escuchar o leer una palabra y ésta no tiene por qué corresponder necesariamente al objeto real nombrado, sino con la idea del mismo que tienen los interlocutores.

En la retórica y dentro de las figuras literarias, oximorón es una figura lógica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, para generar un tercer concepto. Dado que el sentido literal de oxímoron es absurdo (por ejemplo «negra luz”), se fuerza al interlocutor a comprender el sentido metafórico. Oxímoron es una palabra compuesta por dos lexemas (*): oxýs, (agudo, punzante) y morós (fofo, romo, tonto). Su propia etimología está basada en un oxímoron.

Política y gato por liebre

La palabra “política” hace referencia a su primitivo origen ateniense, con significado que nos refiere al tratamiento de los asuntos públicos o concernientes al conjunto de habitantes de la “polis” (ciudad), lo que podría hacernos pensar que este conjunto de pobladores (“el pueblo”) eran el sujeto gobernante de la polis y que, en consecuencia, las élites atenienses usarían la palabra democracia (demo/pueblo-cracia/gobierno) para nombrar al sistema político por ellas inventado. Sin embargo ésto nunca fue así, las élites atenienses entendían por demo, pueblo o sujeto de la política solo el subconjunto integrado por propietarios de la tierra. A la democracia no tenían derecho las mujeres, los siervos y los esclavos, que  siendo "pueblo" no eran “ciudadanos”. Es evidente que desde su orígen “democrático”, los conceptos de política y ciudadanía estuvieron asociados y condicionados a la idea-mentalidad de propiedad.

La palabra presura significa prisa, prontitud o ligereza con la que se hace algo, pero también hace referencia al derecho de asentamiento y apropiación de tierras en lugares yermos o abandonados, un derecho que predominó en el norte de la península ibérica durante la repoblación promovida por los reinos cristianos, como costumbre y derecho heredado del descompuesto imperio romano, que concediera este derecho como premio a soldados combatientes y a nativos leales, que así se convertían en campesinos y colonos propietarios en los territorios conquistados. Carta Puebla es la denominación del documento por el que los reyes cristianos y los “señores” laicos y eclesiásticos otorgaban, como privilegio, el derecho a la apropiación de tierras, siguiendo la tradición romana del derecho de presura. Lógicamente, aquellos reyes y señores ejercían la presura sin límites (**) y sin necesidad de ningún derecho.

Las élites atenienses le dieron a la palabra “democracia” un contenido político opuesto al semántico y hecho a su medida. Tuvieron que reinventar el concepto “pueblo” para que encajara en el de democracia. Así, el pueblo, que propiamente sería el conjunto de pobladores de la “polis” y sujeto político, para las élites tenía un significado y para el resto de habitantes tenía otro completamente distinto. En el concepto de éstos entraban todos los pobladores, mientras que en el de las élites sólo cabían los propietarios. Siempre hemos escuchado a las élites referirse al pueblo como “los otros”, el vulgo, los que por no ser propietarios están obligados a trabajar para poder vivir y que, por eso, "no tienen tiempo, ni conocimiento, ni capacidad para gobernar". Esto fue así y sigue siendo sustancialmente, por mucho que se camufle en una confusión semántica generalizada.

Un “ciudadano” no solo es habitante de una ciudad, es un invento estatal, original de la polis-estado ateniense en su forma “democrática”, en la que un ciudadano es un propietario, alguien que habitando en la polis posee tierra en propiedad y eso le hace partícipe del Estado al tiempo que le libra de la necesidad de trabajar. Ese ciudadano tiene como ideal la acumulación de propiedades en cantidad que le permita librarse de trabajar la tierra, porque para eso están los no propietarios, ni ciudadanos, los trabajadores – mujeres, sirvientes y esclavos - que no participan en el gobierno de la polis-estado. 

El “estado” contemporáneo, en su forma política (la democracia representativa o parlamentaria) se ha desarrollado a partir de esta herencia ancestral, cautivo y lastrado por esa contradicción original: nombra ciudadanos a todos los individuos que habitan la polis-estado, incluyendo a los no propietarios, sean mujeres u hombres,  sirvientes, esclavos o asalariados, pero se ve obligado a hacerlos mínimamente propietarios si quiere tener su adhesión y constituir así su propia legitimidad “estatal”. Implantada esta mentalidad “propietaria/estatal” y siendo limitada la cantidad de propiedades, resulta inevitable que entre los ciudadanos se produzca una lucha por la propiedad, conceptualizada ésta como lucha de clases y “motor de la historia” por el sistema de pensamiento que conocemos como materialismo histórico o marxismo. En esencia: la lucha por la posesión y acumulación de propiedades que actualizada conocemos por “capitalismo”, está dirigida a conseguir el estatus de propietario, para librarse del trabajo y para participar en el poder del Estado. Así, las mentalidades propietaristas, capitalistas o estatistas, son variantes de un mismo pensamiento y mentalidad (cultura) burguesa (ciudadana) no democrática (oligárquica).

El pensamiento que se identifica como materialismo histórico es racionalista en modo que subordina la naturaleza, la política y la ciencia a la economía; el materialismo filosófico, a su modo igualmente racionalista, reduce la razón histórica y científica al arte de la dialéctica, pero ni la economía ni la dialéctica pueden dar cuenta racional y científica si prescinden de la razón ética de la política. Me interesa el conocimiento histórico y científico solo si es ético, político, ecológico y razonable al mismo tiempo, lo que resulta imposible si no tiene en cuenta la básica ley por la que se rige la vida, todas las formas de vida, que a cada instante manifiestan querer reproducirse y vivir más y mejor, que  aman la vida y quieren perdurar con calidad. Si la política y la ciencia no parten de esta premisa ética o perfectiva del ser, nunca pasarán de ser un juego dialéctico y especulativo, en el mejor de los casos.

La imposición o dominio de las élites propietarias y gobernantes es el verdadero motor de la historia, no la lucha de clases, que es su consecuencia y que le sirve de combustible. Nunca la historia vio suceder una revolución que lo cambiara, la única revolución triunfante ha sido la que vienen protagonizando las élites dominantes desde que alguien inventara el derecho a la apropiación o propiedad de la Tierra, de la naturaleza y de nuestras vidas, las de “los otros”. La modernidad burguesa no comprendió nada de ésto, ni en su versión liberal ni en su versión proletaria, por eso ambos pensamientos van hoy a la deriva, reinventando clases sociales y subclases identitarias, ocurrencias, mientras el motor de la historia cruje y nos arrastra al vacío.

¿O es que no es mera ocurrencia engañosa la de un pensamiento ecológico incapaz de comprender que la avería ecológica de la Tierra no tiene arreglo mientras ésta siga secuestrada y parcelada en fronteras estatales y parcelas privadas?, ¿no es igual de ocurrente y engañosa una mentalidad política que confunde lo público con lo estatal, democracia con oligocracia, comunidad con nación y pueblo con estado...se mire desde la derecha, desde la izquierda o desde cualquier otra parte?, ¿cómo es que nos hemos contagiado de esta mentalidad, de esta sinrazón que hace imposible siquiera pensar que la vida es posible y mejor en paz con la naturaleza y sin estar divididos y enfrentados en clases sociales, posible y mejor en comunidad, sin necesidad de estados nacionales ni de imperios globales?...pues pienso que en averiguar el origen patológico de esta mentalidad pandémica nos va la vida.

Por eso que mi pensamiento político sea la hipótesis de una revolución política integral -ética, comunal y ecológica-, implícitamente democrática, tan racional y científica como convivencial, que a la altura del siglo más incierto de la historia humana será inviable si no somos capaces de superar (antes de que sea demasiado tarde) la confusión entre lo real y lo verdadero. Valga un ejemplo que tenemos cercano, el del movimiento 15M cuando reclamaba “democracia real ya”, con expresión que, pareciendo aludir a “otra y verdadera democracia", la ejercida como gobierno del pueblo y no sobre el pueblo, en realidad estaba reclamando la continuidad -eso sí, “mejorada”- de la falsa democracia realmente existente.

La mentalidad propietarista sostiene el orden global de la dominación y desde Atenas para acá nos viene dando sumisión por progreso, derecha por izquierda, suicidio por futuro y, en definitiva: gato por liebre.

Notas:

(*) Lexema o morfema léxico es la parte de una palabra que le aporta su significado básico y que se conserva en sus derivados: cas en cas-a, cas-eto, cas-tillo.

(**) Originalmente, el derecho de presura limitaba la apropiación de tierras a aquella extensión que un campesino fuera capaz de labrar en un día.



viernes, 14 de mayo de 2021

¿SALIR DE LA ECONOMÍA?

 


Frente al irracional paradigma economicista en el que todo es cálculo de interés y cuyo resultado, suficientemente comprobado, no puede ser sino destructivo de la naturaleza y degradante del sentido convivencial de la vida humana, y sin dejar de reconocer la gravedad del colapso global en el que nuestra generación ya está inmersa, ponernos ahora a dudar de si estamos o no a tiempo de superarlo, no sólo es absolutamente estéril, sino que contribuye a fortalecer las causas del colapso. Hay que inventar y poner en práctica, desde ya, otro modelo de sociedad con una nueva economía subordinada a la socialidad, frente a la actual economía del negocio. Hay que hacerlo urgentemente, como condición contemporánea de respeto a la dignidad humana, de paz con la naturaleza y de perfección de la democracia.

La necesidad económica ejerce una opresión total sobre la existencia social y concreta de los individuos y será imposible de superar sin reducir el peso de la creencia económica sobre las mentalidades contemporáneas. Las dos grandes ideologías de la era moderna, liberalismo y marxismo, comparten un mismo presupuesto, una misma certidumbre: “el primer hecho de la historia humana es el de la escasez de bienes materiales, cuyo resultado es la necesidad universal de trabajar para sobrevivir”. Y bajo esta creencia se hace un interesado y trágico relato histórico, de pueblos primitivos sumidos en la pobreza, que se irá solventando lentamente en el transcurso de los siglos gracias al progreso de la ciencia y de la industria.

Pero la propia investigación científica ha destapado esta falsedad, que viene sirviendo como fábula de la representación que la modernidad se hace de sí misma. Ninguna de las sociedades de cazadores-recolectores que aún subsisten dedican más de cuatro o cinco horas diarias a la supervivencia material y ese tiempo no es de trabajo propiamente dicho. La ciencia antropológica coincide en que éste comportamiento es general y es deliberado, impide dedicar más tiempo a la acumulación y, además, es frecuente que la parte más significativa de la producción sea destinada al derroche festivo más que al consumo de subsistencia. No solo fueron y son antiutilitaristas, negados a perder la vida ganándosela”, sino que además lo hicieron y siguen haciéndolo de forma ostentosa (eso sí, me refiero a los pocos pueblos primitivos que han logrado sobrevivir al sistemático genocidio colonial de las modernos Estados). Y en nombre del progreso, e incluso de la democracia, siguen cometiéndose múltiples genocidios mediante sofisticadas formas de guerra -territoriales, étnicas y religiosas- que no pueden ocultar su finalidad económica.

La repulsa por la necesidad económica y por el trabajo no solo la encontramos patente en las sociedades antiguas, en las que se tenía la condición de ciudadano en la medida en la que se tenían propiedades y no había necesidad de trabajar porque para eso estaban los no ciudadanos, sirvientes y esclavos. Y esa mentalidad nunca fue superada. En las sociedades premodernas, la pertenencia a la clase dominante estaba asociada a la tenencia de propiedades y sus privilegios se manifiestan precisamente por librarse de la obligación de trabajar. En la sociedad capitalista contemporánea subyace esta mentalidad del trabajo como actividad servil, si bien en modo camuflado, bajo la denominación de “trabajo asalariado” y centrado en el desprecio por el trabajo físico respecto del intelectual.

Es obligado recordar que a finales de la Edad Media, la iglesia aún imponía de ciento treinta a ciento cuarenta días festivos o de descanso al año. Todo eso fue desapareciendo, deslegitimado y dirigido a estigmatizar como vagos a pobres y vagabundos, aunque también a rentistas y aristócratas, como a curas, políticos, funcionarios y, en definitiva, a todos los individuos considerados improductivos o parásitos. En la nueva clase social asalariada, surgida de la revolución burguesa-industrial, la falta de trabajo, “estar en el paro”, fue y sigue siendo considerada como una de las mayores desgracias. Por otra parte, a pesar de los prodigiosos avances técnicos, el crecimiento de la producción económica no ha significado menos trabajo ni menos necesidades económicas, sino más. No deberíamos olvidar las lecciones de la historia.

Junto a la escasez, la otra gran ficción en la que se apoya el concepto moderno de la necesidad económica es la eternidad asignada al intercambio en modo mercantil. Primero fue el trueque, un bien por otro bien y un servicio por otro servicio, luego se inventó la moneda, que permitía aplazar la contrapartida y universalizar el intercambio. El capitalismo no sería más que el resultado sofisticado de esta lógica universal del intercambio, pero con una diferencia fundamental: los intercambios primitivos no se hacían como contratos, ni siquiera de forma larvada, sino como regalos, como don, todo lo que circula en la sociedad arcaica lo hace respondiendo a la triple obligación de dar, recibir y devolver. La forma primiva de la relación entre los humanos no es el intercambio mercantil, sino el don. Sin embargo, es fundamental comprender ésto no en su acepción contemporánea, producto de dos mil años de cristianismo que nos ha llevado a una visión idealizada, que entiende el don de forma unilateral, sin nada a cambio; el don arcaico hace alarde de generosidad, pero no ignora el interés y está sometido al ritual de la obligación. La diferencia con el intercambio mercantil es trascendental: el intercambio de dones funciona a la espera de correspondencia equivalente, inmediata o con fecha determinada, por regla general prescribe que el pago sea más importante que el don inicial; incluso en las formas más parecidas al trueque, éste es condenado y despreciado de forma explícita. El contra-don deja un margen de incertidumbre y desigualdad entre el don y su vuelta, que hace que todos los protagonistas tengan una deuda inextinguible, de todos hacia todos, una deuda que la lógica del don arcaico hace cada vez más amplia y compleja.

Así, mientras el intercambio mercantil se apoya en el ideal regulador de la equivalencia y de la abolición de la deuda, la triple obligación de dar, recibir y devolver apunta en cambio hacia la creación de cierta dosis de no-equivalencia y endeudamiento. En la circulación de la deuda y la desigualdad alternada, es donde se crea y se prolonga la relación social. No obstante, es muy importante añadir que el don arcaico no consiste en bienes utilitarios, alimentarios o similares, ya que éstos son compartidos y no intercambiados. Lo que circula en definitiva es la vida y sus símbolos; en resumen, la sociedad arcaica primitiva lo ignora casi todo del comercio, no lo necesita porque es económicamente autosuficiente.

No defiendo el mito del buen salvaje, la cuestión es saber si hay que definir la modernidad a partir del concepto que se crea de sí misma o si hay que interpretarla en relación con un universo antropológico. No trato de disimular desprecio por la modernidad, sino de comprender su razón de ser. Interpretar la acción humana solo con el lenguaje de los intereses económicos es suponer que sólo se organiza conforme a la lógica del mercado. Imaginarla con el lenguaje del poder limita la vida social a la única dimensión de lo político o de lo estatal, donde los intereses compiten para conseguir el monopolio de la legitimidad (del poder).

Estado, mercado y ciencia son las instituciones claves del orden social moderno, pero no encarnan a toda la sociedad, más bien constituyen el espacio de lo que podríamos llamar una socialidad secundaria, donde las relaciones entre humanos son entre funciones, antes que entre personas, funciones que están subordinadas a una exigencia de impersonalidad, ya tome ésta forma de igualdad ante la ley dentro del Estado, de equivalencia en el mercado o de objetividad científica. Pero tras esta socialidad secundaria, por encima y por debajo de ella, sobrevive en la sociedad moderna una socialidad primaria, la de las relaciones directas entre persona y persona. Y es en este espacio donde se desarrollan la amistad y el parentesco, la familia, la vecindad y la mayor parte de la vida asociativa.

¿Cuándo se puso en marcha la visión economicista que reduce todo a los intereses calculados de sus sujetos?, ¿es cuando nace la economia política, a finales del siglo XVIII, o es mucho antes, desde la Antigúedad? Lo importante es anotar el actual dominio de la economía sobre la realidad social, identificado con el utilitarismo y organizado como “paradigma”, modelo sintético que quiere ser, a la vez, explicativo y normativo. Pretende, al mismo tiempo, decir cómo es el mundo y cómo debería ser.

La distinción entre socialidad primaria y socialidad secundaria sugiere en qué medida es suficiente el paradigma economicista que todo lo juzga desde el punto de vista de la socialidad secundaria, expulsando el punto de vista de la socialidad primaria, poniéndonos en la tesitura de imaginar los pasos necesarios para disponer de otro paradigma, complementario y a la vez antitético del anterior.

Formulemos esta hipótesis: la triple obligación de dar, recibir y devolver constituye la ley y matriz de la socialidad primaria; se percibe así que la exigencia primitiva del don sobrevive hoy día mucho más de lo que reconocieron  destacados antropólogos, como Marcel Mauss y luego Claude Lévi-Strauss. En gran medida, la generosidad obligada está en todas partes y no sólo dentro de la socialidad primaria. No funcionarían las empresas si no consiguieran movilizar la adhesión de sus asalariados; sin ética del servicio público, el Estado no es más que una cáscara vacía, y la ciencia no puede progresar si los investigadores carecen de un cierto sentimiento de participación en una empresa común.

 

Hasta aquí, mi razonamiento coincide con el del sociólogo Alain Callé (*), quien llega a afirmar que la lucha de intereses es tan real en la socialidad primaria como en la determinada por el Estado, por el Mercado o por la Ciencia (socialidad secundaria). Lo que explica la fuerza de estas instituciones es que mientras que la socialidad primaria constituye un orden “entre sí”, la secundaria pone en relación a lo que el mismo A. Caillé denomina “extranjeros radicales”: individuos obligados a convivir por una ley de forzada alianza y artificial comunidad, aunque no haya ninguna posibilidad de superar su diferencia y rivalidad.

La fuerza del mercado se explica por el contrato social, que al menos teóricamente impide la arbitrariedad de las relaciones interpersonales al someterlas al orden impuesto por las instituciones propias de la socialidad secundaria, sin dejar de reconocer que se asienta sobre la existencia previa de una socialidad primaria. Cayeron en el totalitarismo las sociedades que pretendieron disolver el Mercado o el Estado en el cuerpo de una socialidad primaria evanescente, intentando crear “pueblos” o “naciones” a partir de relaciones identitarias artificiales e impuestas.

Pensemos hasta qué punto podrían volverse inhumanas unas sociedades que sólo se desarrollasen en el registro de la impersonalidad mercantil o administrativa. He aquí una primera aproximación al nuevo paradigma en gestación, que, como dice el propio Alain Caillé: no niega la legitimidad del mercado y de la economía, ni pretende abolirIos, simplemente quiere ponerlos en su sitio exacto”.

Las morales que dominan nuestra época son utilitaristas, postulan que es justo y moral lo que ayuda a la felicidad del mayor número de personas, pero dejan para el mercado la tarea de determinar lo que hace la máxima felicidad. Creen que si se hacen correctamente los contratos, nada podría prohibir, por ejemplo, la venta de un riñón o de un niño, ya que de esta transacción se beneficia tanto el comprador como el vendedor. Pero, tanto la exigencia de generosidad, como de racionalidad, permiten imaginar que se pueda poner coto al crecimiento económico, como a la comercialización del cuerpo humano.

La generosidad que rige en las relaciones interpersonales nada tiene que ver con la caridad que incita a dar algo a los extraños y, en ambos casos, la ambigüedad puede estar presente. Nos vale el ejemplo de la ley francesa (Caillavet, 1976) que impone, salvo voluntad contraria expresa, que todos los difuntos puedan ser considerados donantes voluntarios de sus órganos, lo que convierte al Estado en propietario, de facto, de esos cuerpos.

Concluyamos que si el criterio ético del economicismo fuera el de alcanzar la mayor felicidad para la mayor parte de la sociedad, su buen funcionamiento solo podría darse con respeto al pluralismo como básica condición democrática. La sociedad capitalista se asienta sobre relaciones entre sujetos a priori indiferentes y extraños, es un tipo de sociedad sólo tolerable en la medida en que los individuos se toleren unos a otros sin llegar a ignorarse del todo. Si fuera cierto que el comercio incita a la tolerancia, también lo es que supone una vanalización del sentimiento de pertenencia a una comunidad y la disolución del pluralismo en la indiferencia o en la competencia, cuando no en la hostilidad generalizada.

Dice Alain Caillé que la cuestión que se tiene que plantear no es tanto la de “la salida de la economía cuanto la de su limitación como única modalidad concebible de intercambio entre extraños mutuamente indiferentes”, acabando por concluir que la economía de Mercado es plenamente legitima, pero sólo si se subordina a la exigencia de la generosidad entre personas y, por otra parte, a la del respeto hacia el pluralismo entre ciudadanos. Menos mal que reconoce que estamos muy lejos de ello y hasta “sueña” con la dirección que podrían tomar las sociedades modernas si llegaran a desear de verdad substraerse a la necesidad económica o limitar su influencia en la demás esferas de la existencia. Llega a decir que “si lo razonamos repetidamente no vemos por qué el Estado tendría que abstenerse de financiar tal o cual actividad socialmente importante aunqueno resulte rentable”; y pone como ejemplo el armamento, la cultura o la agricultura. También reconoce el riesgo que supone escoger la vía de las tasaciones y subvenciones, que pueden acabar sustituyendo la arbitrariedad del mercado por una arbitrariedad administrativa o política. Argumenta, acertadamente a mi entender, “que si se desea aflojar la opresión de la economía hay que hacerIo en nombre de principios generales, abstractos y universalistas, que si se quiere reencajar la economía en la sociedad y subordinarla a fines sociales, éticos y políticos, entonces hay que enunciar los fines incondicionales a los que se estima que estos medios económicos se tienen que subordinar”. En el colmo de su ensoñación dice que “el primer fin incondicional es tratar a los seres humanos como fines y no como medios, o en otras palabras reconocer en ellos, a priori e incondicionalmente, humanidad y ciudadanía", traduciendo ésto en la creación de una renta de ciudadanía, que otorgaría a todos los que no disponen para vivir, de una renta equivalente a la mitad del salario mínimo, lo que confirmaría el fracaso del Mercado y metería a los beneficiarios de esta renta básica en una lógica de precariedad y supervivencia cotidiana, imposibilitando cualquier plan de futuro. Todos esos “fallos” los soluciona Alain Callé haciendo que esta renta sea incondicional y compatible con otras rentas, proporcional a la riqueza de cada país y generalizada a escala planetaria, todo ello “para empezar a ilustrar el respeto al hombre por el hombre”.

El segundo fin incondicional sería la preservación de la democracia, es decir, de las condiciones políticas de expresión de la pluralidad de los conceptos del mundo. La traducción económica de esta segunda exigencia es mucho menos evidente que la primera; si aquella implica que nadie pueda caer por debajo de cierto nivel mínimo de recursos, “la segunda consiste en que nadie pase de cierta cantidad máxima de recursos, por lo que el nivel máximo de renta se podría fijar muy alto, ya que la promulgación de un tope no implica ninguna ideología igualitaria y lo importante es afirmar que deben existir límites a la acumulación de riqueza”, con lo que acaba por legitimar la acumulación que es el germen del economicismo propiamente capitalista, aunque pretenda suavizarlo denunciando que el exceso y la desmesura son en sí mismos tan asociales como la carencia o la miseria.

En conclusión, me parece portentosa la fuerza de la inercia intelectual que impide a personas tan informadas e inteligentes como Alain Caillé, imaginar otra “socialidad secundaria” que la históricamente montada sobre el triciclo institucional Estado/Mercado/Ciencia. No pueden imaginar siquiera la posibilidad de pensar en otras formas de institucionalidad, una que sea pactada por las comunidades humanas sin imposición ni mediación de poderes superiores. No pueden, ni siquiera soñar con una sociedad sin Estado, ni siquiera un mercado o una ciencia que no sean dependientes de un Estado. El mismo Alain Caillé sueña la construcción de una República Europea como meta-nación, que podrá asumir el desafío del cambio climático, la lucha contra las desigualdades y el reto democrático. Incluso cuando imaginan la globalización no pueden pensarla sino en forma de Estado global. 

No pueden siquiera imaginarlo, mientras sigan ignorando que el germen del orden patriarcal-estatal es la propiedad (apropiación) de la Tierra, en cualquiera de sus formas (privadas, colectivas o públicas). Pueden seguir mareando la perdiz hasta el aburrimiento y sin que yo les niegue sus buenas intenciones, pero a mí no me quitarán de la cabeza que ni la crisis sistémica en general, ni el inminente colapso social y ecológico, puedan ser abordados con la carga de esa básica ignorancia.

Porque, ¿de qué ética y de qué moral hablamos cuando asistimos impávidos al espectáculo cotidiano de la degradación de la condición humana?, ¿de qué ciencia ecológica estamos hablando mientras la Tierra sigue siendo exprimida y devastada, secuestrada y alambrada en parcelas y fronteras?, ¿qué broma apocalíptica es esa del calentamiento global, del agotamiento de los recursos naturales y de la aniquilación de la biodiversidad, cuando se fia todo a una milagrosa solución tecnológica, a base de coches eléctricos,  industrias verdes y multinacionales ecológicas?, ¿de qué ciencia política podemos hablar mientras no se entienda la más básica de las hipótesis, ya suficientemente demostrada, que Democracia y Estado son sistemas incompatibles que se excluyen mutuamente?, ¿y de qué paz mundial hablar, mientras sigan existiendo las máquinas de guerra que son los ejércitos, razón fundacional y última de todos los Estados habidos y por haber?...¿de qué Ciencia hablamos, si de nada valen las pruebas que el conocimiento humano, nuestra colectiva experiencia histórica y nuestra propia experiencia vital, nos ponen continuamente delante de nuestras narices?


Nota:

(*) Allain Caillé. Nacido en 1944, en París, es un sociólogo y economista francés, profesor emérito de sociología en la Universidad Paris-Ouest-Nanterre y director de la Revue du Mauss (movimiento antiutilitarista en las ciencias sociales), además de ser uno de los principales defensores del movimiento convivialista y de la idea de una República Europea.



martes, 11 de mayo de 2021

REALIDAD Y MITOS, DEL COLAPSO Y DEL ARCA DE NOÉ

 


1. Valga la pandemia como hipótesis: la de un simulacro del “fin del mundo”. Decretado el final del simulacro, la alternativa es Música y Alcohol, eso parecía anunciar el titular de “El Caso” al día siguiente. Puede que todavía quede alguien que se acuerde de aquel periódico, de máxima audiencia en època franquista, dedicado a contar asesinatos y catástrofes, así como los fracasos de la Guardia Civil en persecución de Eleuterio Sánchez (el Lute), el mismo de “camina o revienta”, la película de los ochenta que protagonizara Immanol Arias.

El argumento que da pie al titular de El Caso se basa en la explosión de fiestas celebradas la primera madrugada tras el Estado de Alarma, en descampados y playas de grandes ciudades, sobre todo en Madrid y Barcelona, protagonizadas por esa generación de juveniles multitudes de la que se dice que es “la más formada de la historia de España”, la generación destinada a gobernar no tardando, la misma a la que le tocará lidiar con las próximas pandemias y decretar los próximos Estados de Alarma. Que, probablemente, ya no serán un simulacro.

2. ¿De qué vale el conocimiento y la experiencia acumulada por la Ciencia durante los cincuenta años transcurridos desde el primer informe (1972) del Club de Roma, sobre los límites biofísicos del crecimiento?...se pregunta el filósofo Jorge Riechman en uno de sus últimos libros, titulado “Otro fin del mundo es posible”, en el que afirma que, lejos de refutarlo, la pandemia ha venido a apuntalar el diagnóstico del fin del mundo, junto a la necesidad de simulacros previos que nos sirvan de entrenamiento. Y yo me permito añadir que también ha venido a destapar la ceguera de unas sociedades dispuestas a tirar para adelante como sea, como el Lute cuando libraba su dilema existencial con similar disyuntiva: camina o revienta. Que, por cierto, es la misma disyuntiva existencial que pesa sobre aquello que no hace mucho llamábamos “economía”, sin llegar a sospechar que con el tiempo llegaría a ser la forma capitalista, única y definitiva, de organizar la vida de las sociedades humanas. A la vista de tal acumulación de conocimiento científico y experiencia vital, la disyuntiva “camina o revienta” carece de sentido, más correcta parece hoy su versión copulativa - camina y revienta - cuando caminar es reventar.

3. Pero el tiempo es una dimensión consustancial a cuanto existe, por mucho que nos empeñemos en ignorarlo hasta en el mensaje de nuestros propios huesos. Sí, resulta que ya es demasiado tarde, como dice Riechman; lo es incluso para los más optimistas y no por grandes razones científicas, sino porque es de cajón que de donde no hay no se puede sacar. Junto a la de la gravedad, no hay ley física más superior. Los límites existen, pero de poco vale que lo sepa cualquier viejo labrador preindustrial si lo ignoran todos los jóvenes que van a la universidad. ¿Acaso queda algún ser inteligente que todavía crea en la potencial sensatez del 99% de la humanidad, cuando nuestra forma de vida se fundamenta en el mismo pensamiento (camina y revienta) del  supuesto enemigo, ese 1%  de gobernantes y propietarios de la Tierra?

Habrá quien me diga que el pensamiento no lo explica todo, que también está la Economía, imponiendo ideas, costumbres y formas de vivir, durante larguísimos siglos de saqueo, comercio y dominación, a pesar de tantas revoluciones científicas y políticas. Los marxistas, que suelen ser listos y buena gente en general, dirán lo que quieran, pero cuesta creer que siempre gane la pelea el bando del 1% propietario y gobernante. No puede ser que lo explique solo la Economía y que la pelea de clases sea el motor de la historia, no, a no ser que esta lucha  sea también un simulacro y que, en tal caso, resulte que la mayor parte de la militancia acuda a la batalla  con la mentalidad propietaria y gobernante del 1%. Y si la lucha de clases no es un simulacro, algo ha de pasar, algo que todavía permanece inexplicado. ¿No habría que pensar en otro posible origen del colapso?, por ejemplo,  que estuviera localizado dicho origen en el abandono de la utopía comunitaria, o en la pervivencia de los mitos: del "derecho natural" a la apropiación de la Tierra, de la esperanza  en un Estado proletario-auxiliador de la humanidad, o el mito de la democracia clásica,  que reserva la condición de libertad y ciudadanía en exclusiva para propietarios y gobernantes.

4. El Arca de Noé nos cuenta cómo el Dios de Israel le pidió a Noé que construyera una embarcación para salvar del Gran Diluvio a su familia, junto a una representación de todas las especies de animales y plantas que pudiera reunir, porque el resto de humanos iban a perecer por causa de sus pecados. Trescientos cincuenta años después del Diluvio, murió Noé con 950 años de edad, habiendo engendrado a sus tres hijos varones a la madura edad de 500 años, pocos más de los que tendría su esposa Naamá, madre de las tres criaturas (Sem, Cam y Jafet) encargadas de repoblar la Tierra, es de suponer que con ayuda de sus tres esposas, a las que el relato bíblico ni siquiera nombra.

Durante largo tiempo el Diluvio Universal fue considerado un hecho histórico, si bien, a día de hoy ya nadie duda de que fue una historia transmitida oralmente, de generación en generación, hasta cuajar en obra literaria recogida en los textos judeocristianos (la Torah y el Antiguo Testamento), como también en el Corán de los musulmanes. Lo que apenas se conoce es que existió una historia similar más antigua todavía, que los hebreos tomaron de su contacto con las culturas mesopotámicas, concretamente de la mitología caldea. Se trata del poema épico “Atrahasis”, nombre con significado de “el sumamente sabio”, que corresponde al protagonista de la epopeya acadia del siglo XVIII a.C., registrada en tablillas de arcilla. Las tablillas de Atrahasis incluyen tanto el mito de la Creación como el del Diluvio Universal. Ante la longevidad de la historia y la profusa transmisión del relato entre culturas tan distintas, muchos historiadores tienen como hipótesis que pudo inspirarse este relato en un gran desastre natural, de tamaño tan descomunal que los antíguos sólo pudieron atribuirlo a la voluntad de un Dios todopoderoso.

5. El manuscrito al que me refiero, está impreso en tres tablillas de arcilla. La primera relata la Creación a cargo de Anu, Enlil y Enki, dioses respectivos del cielo, del viento y del agua. Enlil le endosa la agricultura y el mantenimiento de los ríos y canales a los dioses más jóvenes, pero estos se rebelan pasados cuarenta años, negándose a realizar labores tan sumamente agotadoras. Por sugerencia de Enki, los dioses rebeldes no serían castigados y para hacer aquellos trabajos propuso crear siervos y esclavos a los que llamarían “humanos”, tarea que recayó en la diosa madre (Mami), que los dio forma a partir de figuras de arcilla mezcladas con carne y sangre del dios de la inteligencia (Geshtu-E), que fue sacrificado para poder usar su sangre en la creación de los humanos. Pasados diez meses, nacieron los primeros humanos de un vientre hecho de modo tan especial. La primera parte del manuscrito concluye relatando una rápida sobrepoblación seguida de una sucesión de innumerables plagas que asolaron a aquella humanidad recién creada.

Ya en la segunda tablilla, Enlil, dios tan cruel como caprichoso, para reducir la sobrepoblación de los humanos envía una gran sequía seguida de hambruna. Y como la sobrepoblación no cesaba, siguió haciéndolo a intervalos de 1.200 años, hasta que, harto, planea destruir la humanidad con una inundación, haciendo jurar a Enki (el más amable de los dioses) que guardaría este plan en secreto.

La historia del Diluvio ocupa la tablilla tercera, en la que Enki advierte al héroe Atrahasis para que desmantelara su casa y construyera un barco (arca) con el que sobrevivir al Diluvio planeado por Enlil  con el fin de acabar con la humanidad. Atrahasis sube al arca a muchos animales y plantas, además de su familia, sellando después la puerta con betún. La inundación dura siete días y a su término Atrahasis ofrece sacrificios a los dioses. Sigue luego el relato de la furia de Enlil con Enki, por haber roto éste su juramento. Enki se disculpa y lo argumenta así: "me aseguré de que se conservara la vida". Y a continuación, Enki y Enlil acuerdan otros medios para controlar la población humana.

6. Situados en el tiempo presente, cabe preguntarse si seguimos los humanos creyendo en los mitos, especialmente en éste del diluvio, actualizado como Colapso Universal, suma de cambio climático y futuro verde, más un plan eugenésico a escala global que, contranatura, promete una larga y muy higiénica vida humana, con cuerpos mejorados tecnológicamente...y siempre con opción a escape, en un viaje con infalible tecnología que ahora ni podemos soñar, en una inmensa nave espacial muchísimo más grande que el Arca de Noé, con la sana y ecológica buena intención  de “conservar la vida” en algún planeta cercano, repitiendo el argumento piadoso de Enki, el dios amable,...y nosotros vamos y nos lo creemos.

Pienso que ningún humano mínimamente inteligente puede ignorar los efectos nocivos que provoca nuestro modo generalizado de vida sobre el equilibrio simbiótico de la biosfera, ni podrá ignorar que este modo de vivir está vinculado a la actual crisis sanitaria, por la dimensión global y enajenante del regimen neoliberal. Ahora, de lo que se trata es de asumir la inminencia del colapso de la civilización industrial como un mito cinematográfico, de cuya entretenida divulgación se encargan las series de ciencia-ficción junto a unos medios de comunicación de masas, “tan libres como científicos”.

7. "El Green New Deal del autoproclamado ‘crecimiento verde’ se revela ante nosotros como la voluntad del sistema hegemónico —el mismo sistema voraz que ahora nos conduce hacia el colapso de la civilización industrial— de seguir sacando tajada a expensas de alimentar el consumismo de quienes son conducidos acríticamente a creer que con baterías de litio, coches eléctricos, aerogeneradores y más crecimiento económico, pero no con contención y sustentabilidad, todo se va a solucionar. Es más, aunque dispusiéramos de suficientes recursos en cobre, cobalto, carbonato de litio, neodimio, disprosio, etc. y por alguna razón el descalabro extractivista no colapsara definitivamente, el frágil equilibrio de los ecosistemas, el grueso de las emisiones de gases de efecto invernadero, que conllevaría esta transición durante el período de tiempo que duraría su implementación —varios decenios— nos aproximaría peligrosamente a la posibilidad de convertir nuestro hogar en una ‘Tierra cocedero’ inhabitable. Ante una situación de emergencia climática como ésta, la humanidad no puede dejarse entretener por el espejismo de un ‘crecimiento verde’ que, lejos de resolver los problemas del Siglo de la Gran Prueba, los agrava, puesto que, cuanto más tiempo transcurre, tanto más se nos hurta la posibilidad de llegar en algún momento a resolverlos". (Jorge Riechman)

8. Estoy de acuerdo en que no existe ya la manera de evitar el colapso de la civilización industrial. Está cantado y es más, ya se ha iniciado, y la pandemia en la que estamos no es sino un simulacro preparatorio. Pero yo pienso que se puede pensar el colapso con un título que no de por hecho ningún fin del mundo, algo así como “Impedir cualquier fin del mundo”, todos, incluso el “otro” que dicen los ecosocialistas. Y a tal efecto, propongo esta versión renovada del mito del diluvio universal: no es cierto que no existieran los hombres en un previo mundo habitado por dioses. Estos dioses nunca existieron, lo que pasó es que los primeros hombres que tomaron la Tierra en Propiedad se hicieron vagos a causa del mucho trabajo que ésta daba, y para librarse de tales esfuerzos forzaron a otros hombres a trabajar para ellos, y luego, con ese poder, se hicieron llamar “dioses” mejor que propietarios.

9. Recomiendo pensar en el uso comunitario de la Tierra antes que dar por sagrado el derecho de Propiedad; en la autonomía individual y comunitaria  antes de dar por sentada la necesidad de un Estado, previamente a pensar  cómo afrontar el Colapso de manera digna y no sólo con ecológicas buenas intenciones y recetas de contención y sostenibilidad; o sea, no dando por hecha la derrota, ni siguiendo la histórica costumbre de la pequeña burguesía progresista, de actuar bajo el síndrome de Viridiana (*).

10. “La gran diosa madre se queja amargamente de los defectos de los dioses funcionarios con poder de decisión, y llora por los humanos muertos que obstruyen el río como libélulas. También ella añoró la cerveza (en vano) y ahora ésto es la vuelta de los dioses a pasar hambre: Como la oveja, ellos sólo podrían llenar sus tráqueas del balar. / Sedientos como ellos, estaban sus labios / Descargados sólo la escarcha de hambre ". Después de siete días y noches de lluvia, la inundación disminuye, Atrahasis desembarca y ofrece un sacrificio. Los dioses hambrientos huelen la fragancia y se juntan "como moscas que vuelan sobre el ofrecimiento".(Fragmento de la historia de Atrahasis, en https://www.wikiwand.com)

 

Nota:

(*) Este síndrome lo explica así  Pedro García Olivo, en  "Cristo, Marx y Viridiana":  En el film Viridiana, Buñuel refleja con acritud una disposición carroñera deprecadora/depredadora: la del benefactor que acoge a pobres y «necesitados» para ganarse el Cielo de los cristianos, por la vía de la caridad; virtuoso que sería verdaderamente «desdichado» si no los encontrara por las calles, en los parques, donde los basureros, si no pudiera acudir a socorrerlos, es decir a «reclutarlos». Viridiana será agredida por sus propios protegidos: «justicia poética», cabría sostener… Blake: «La caridad no existiría si antes no hubiéramos llevado a alguien a la pobreza».
El «síndrome de Viridiana» ha estragado buena parte de las prácticas políticas de la izquierda convencional. Burgueses y pequeño-burgueses bienintencionados corrieron a «ayudar» a la clase trabajadora; quisieron «emanciparla», «liberarla», «redimirla». No provenían del mundo del trabajo físico, pero se pusieron al frente, tal una «vanguardia», iluminando y encauzando. Incurriendo en lo que Deleuze llamó «la indignidad de hablar por otro», prejuzgaron que algo iba definitivamente mal en la conciencia de los trabajadores, pues no seguían diligentemente sus consignas; y que se requería un trabajo educativo para des-alienarlos, para centrarlos en el modelo esclarecido del Obrero Consciente, del Sujeto Emancipador, cuando no del Hombre Nuevo. El Cielo que estos privilegiados pretendían ganarse, con su entrega generosa a la causa proletaria, ya no era, por supuesto, el cielo común de los cristianos: era el Cielo selecto de los revolucionarios. 

(https://pedrogarciaolivo.wordpress.com/tag/socialcinismo/)