martes, 15 de diciembre de 2020

ECONOMÍAS INVISIBLES

 

Metidos hasta el cuello en plena era del Capitaloceno (1), la política (como la vida) en su “estado oficial” va de economía y sólo de economía...¿pero qué nos habíamos creído?

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De las muchas contradicciones de esta época, una de las más sobresalientes consiste en que siendo lo económico el asunto central (hasta el punto de que se ha normalizado la definición del individuo actual como homo economicus), resulta que la economía es presentada por los medios de propaganda como asunto hipercomplejo, incomprensible para ese individuo medio, cosa de expertos en definitiva. No es que no pueda ser de otra manera, no, es porque esa complejidad es deliberada, algo perfectamente intencionado.

En paralelo, obsérvese un similar mecanismo en la política. A base de atribuir al populismo la causa de todos los últimos males, la política se ha contagiado y ya es populista a uno y otro lado del campo de juego “democrático”, a izquierda y derecha, pero no lo ha hecho por vía racional sino emocional, buscando la polarización social que provocan las emociones identitarias, las que brotan de las variadas y contradictorias emociones de las masas respecto de ideas tan primarias como “la raza”, “la nación”, “el género”, “la clase social”, “la emigración”, etc. La jugada consiste en producir la opinión pública y luego esperar al reparto electoral de la cosecha entre aquellas facciones ideológicas que cuentan con medios y capacidad para “crear” esa opinión pública. Sin embargo, hay cuestiones como el crecimiento económico y el (supuesto) progreso asociado a éste, que quedan al margen de la disputa populista, es un axioma común y compartido que no entra en la agenda electoral, por lo que resulta intocable la esencia desarrollista y crecentista (neoliberal) de las economías nacionales, forma parte de un pacto no escrito entre conservadores y progresistas, por el que “capitalismo” y “economía” son sinónimos. Si además le sumamos la aureola de complejidad a la que antes aludía, se explica que la reflexión y el debate económico “en profundidad”, si llega a darse, será reducido a medios económicos especializados y al ámbito científico/académico, ambos elitistas y endémicos por naturaleza.

En los cíclicos momentos de crisis a los que ya nos tiene acostumbrados la economía capitalista, el estado de precariedad que sigue a cada crisis, hace aflorar la angustia de las mayorías ante la incertidumbre por el futuro, despertando un vago interés “popular” por la economía, que podría resumirse en esta interrogante: ¿qué hay de lo mío...qué será de mí?. En la actual crisis de la pandemia por covid-19, como respuesta oficial veo destacar dos mensajes principales, sólo aparentemente contradictorios: “el Estado no dejará que nadie se quede atrás” y la economía va muy mal”, éste en modo subliminal. Y si fuera tan mal, ¿cómo explicar que la estadística, igualmente oficial, no pueda ocultar que en cada nueva crisis, ricos y pobres sean, respectivamente, cada vez más ricos y más pobres?

No acaba de entrarnos en la cabeza que el capitalismo es hoy una economía “macro”, financiera y global; nos lo impide nuestro modo cotidiano de vivir el capitalismo en propia carne, como economía micro y monetaria. Esa ignorancia económica nos impide entender que la microeconomía popular es muy secundaria en la marcha del capitalismo en su conjunto, “un marrón” que se le deja a cada aparato estatal y a sus capitalismos nacionales, para que lidien con el descontento de sus respectivas sociedades, con rentas básicas o como puedan. Si entendemos “bien” el mensaje de que la economía va mal -incluso muy mal- nos estaremos preparando y haciendo a la idea de que “va a ir mal para todos” y que, por tanto, no cabe sino resignarnos, esperar a que vengan mejores tiempos y reclamar al Estado que nos salve de caer en la miseria. Esta angustia impide ver que la desigualdad está alcanzando cotas de feudalismo que superan al original. Unos pocos individuos son dueños de casi todo y para los demás dejan sólo la posibilidad de pelear duro para hacerse con un lugar, por pequeño que sea, en la organización de “la pobreza colectiva”.

Suponemos que así es como funciona la economía y que no puede ser de otra manera. Imperceptiblemente, el capitalismo se ha naturalizado en nuestras vidas y ha hecho su última revolución, financiera y global: se desindustrializa donde el trabajo sale caro, la inversión se resitúa en lugares donde el trabajo sea más barato; y para extraer materias primas (minería, energía, agricultura, ganadería), ya no hace falta colonizar territorios al viejo modo militar, simplemente se compra la tierra y se practica un colonialismo mucho más suave y presentable. Todo ésto obliga a importar -de esas lejanas tierras y fábricas- la mayor parte de los productos destinados a inundar los mercados; pero qué importa si ello provoca dificultades a las economías nacionales, si la tierra y las fábricas siguen siendo “propias”, estén donde estén. Con la industria nacional en decadencia, el negocio capitalista no sólo no pierde, sino que resulta mucho más rentable, porque los Estados se endeudan hasta las cejas y se convierten en sus mejores clientes. La deuda nacional es ahora el principal nicho del Negocio. Y si en cada crisis se endeudan los Estados “para ir tirando”, por idéntica razón, la deuda será automáticamente transferida a una masa de súbditos nacionales que, “como el Estado” igualmente se hacen clientes cautivos del crédito cuando el Estado “se vea obligado” a recortar salarios, pensiones y servicios. Se redondea así un negocio seguro y casi perfecto. Así funcionan las cosas y así es cómo la ignorancia económica es interpretada como simple discrepancia, entre la economía que imaginamos y el funcionamiento real de la sociedad capitalista.

En la década de los años ochenta, el gran capital - por entonces ya concentrado en colosales corporaciones financieras - optó exitosamente por diversificar y sindicar globalmente su estrategia de Negocio. Gran parte de su dinero lo quitó de la economía real para meterlo en la economía virtual, puramente financiera o especulativa. La gente de a pie apenas nos enteramos de ese proceso (que ya tiene más de cuarenta años), porque entonces estábamos distraídos en nuestras huelgas particulares, sin ver la gran huelga del Capital recién convocada; y esta sí fue una huelga realmente subversiva y revolucionaria, que empezaba a suceder delante de nuestras propias narices.

Siguiendo ese plan, cada nueva crisis ha de ser una demolición controlada y una colosal operación de trasvase de capital, desde la gente (productores, consumidores y contribuyentes) a las élites que concentran el poder económico global, con la virtuosa intermediación de los Estados y sus capitalismos locales, que de ello esperan obtener recompensa, por pequeña que sea. Hasta ahora el plan no ha fallado y no se vislumbra razón alguna para que pueda fallar en la actual crisis. A mí no me extraña que haya quien denomine a esta crisis la de la “plandemia”, como tampoco me extraña que la propaganda oficial los meta en el saco sin fondo del “negacionismo conspiranoide”, donde todo se revuelve con tal de tapar la “lógica” económica que guía el manejo de la pandemia (y tapar, de paso, toda otra lógica, incluso la científica).

En algún sitio he leído que en los EEUU el déficit presupuestario superará este año los cuatro billones de dólares, lo que suma cuatro veces más que toda la deuda contraída durante los primeros 204 años de ese país (2). Y todavía hay quien defiende la eficiencia del sistema capitalista poniendo como ejemplo a la economía yanqui. Coincido en lo que se dice en ese articulo acerca del espectáculo al que estamos asistiendo, con el relevo conflictivo entre Donald Trump y Joe Biden. Un Trump que en su día fuera apoyado por una importante facción de los más ricos (no hay otra manera de ganar allí las elecciones), para que recortara los impuestos a las grandes fortunas, al tiempo que los gastos sociales; pero, sobre todo, para que desviara la rabia “obrera” hacia un fraudulento factor “racista”, concentrado en la inmigración. Esta exitosa estratagema sirvió para apartar la mirada pública del funcionamiento real de la economía de los más ricos, que así se libraban de la ira de las masas trabajadoras. Y no sólo eso, sino que, a mayores, la jugada ha servido para aupar al gobierno al “demócrata” Joe Biden, el popularmente conocido como “Senador Master Card”, un neoliberal con un largo e impecable historial de cinco décadas dedicadas al servicio de las élites financieras, que no han dudado en recurrir a él cuando Trump ya dejaba de serles útil. Y mientras, aquí, nuestra desorientada izquierda nacional, la misma que tanto partido le ha sacado, durante estos últimos cuatro años, a la imagen de un Trump fantoche, aplaude con las orejas la llegada del nuevo presidente, tan ultracapitalista como Trump, si no más.

Si no estuviéramos tan distraídos por la asfixiante crónica mediática de la pandemia y por la permanente trifulca con la que nos entretiene la clase política nacional, ya estaríamos viendo cómo se va confirmando y poniendo en evidencia, en EEUU como aquí, la exitosa “lógica económica” que guía el manejo político de la pandemia y su perfecta congruencia en el marco de la revolución neoliberal iniciada en los años de Reagan y la Thatcher...¡qué sublime ingenuidad la de quienes piensan que esta crisis del covid-19 significará la “inevitable y definitiva” descomposición del orden capitalista!, no podríamos cometer mayor error que dar crédito a un diagnóstico tan ilusorio. No se han enterado de que la primera potencia capitalista del mundo ya es, ¡nada menos!, que la República (popular y comunista) de la China.

Resumiendo, lo que vengo observando es que el sistema sale reforzado en cada nueva crisis y puedo decirlo porque las he vivido todas. Y las “alternativas”, las pocas que todavía subsisten (más o menos subvencionadas, como corresponde a su papel de “resistencias oficiales”), están plenamente amortizadas, por lo que el “plan” seguirá su curso hasta la próxima crisis, funcionando según lo previsto, ahora perfectamente camuflado tras la preciosa excusa que le ha regalado la pandemia, sin menospreciar la valiosa colaboración de nuestra clase política nacional, que tanto nos entretiene en parlamentos, teles y redes, con sus trifulcas por reales corruptelas, ilusorias repúblicas...o por borbones, da igual: lo que sea con tal de que la gente se distraiga. 

Y, aunque haya quien deduzca derrotismo de lo dicho hasta aquí, le diré con rotundidad que es mi personal palanca para el optimismo genético que profeso sin que tenga arreglo. Le diré que no sólo es invisible la macroeconomía, que también lo es la otra economía, la micro y cotidiana, a la que llaman “informal” y que también nos pasa desapercibida, fundamentada en la ayuda mutua y en el cuidado del prójimo y de la naturaleza. Sin esta economía,  la macro no se sostendría. Tengo la certeza de que ese “descubrimiento” acabará prendiendo, no tardando, en forma de revolución integral y comunal. Porque pienso que no hay otra posibilidad ni otra alternativa y que, a estas alturas de los tiempos, en la lucha por el futuro sólo quedan dos contendientes: la economía o nosotros.

Notas:

(1) Del diario La Jornada, de Méjico, extraigo la definición de “capitaloceno”, de la que es autor Víctor M. Toledo, contrapuesta a la de “antropoceno”:

Las numerosas críticas a la idea de un antropoceno quedaron finalmente condensadas en el concepto de capitaloceno, formalmente desarrollado en el libro de Jason W. Moore (Anthropocene or Capitalocene? Nature, History and the Crisis of Capitalism, 2016), ampliamente glosado en el número 53 de la revista Ecología Política (https://bit.ly/2UmMPyd ). Moore establece en su libro que es la coacción forzada del trabajo (tanto humano como no humano), subordinada al imperativo del beneficio a cualquier precio (la acumulación ilimitada del capital), lo que provoca la ruptura del equilibrio del ecosistema planetario. No es pues la humanidad, sino una pequeñísima parte de ella la principal causante. El cambio climático no debe entonces atribuirse al mero hecho de que el planeta esté poblado por 7 mil millones, sino al reducido número de personas (uno por ciento) que controlan los medios de producción y deciden cómo se ha de usar la energía. Se trata entonces de actuar contra el capital fósil. En contraposición con lo anterior, todo el aparato del sistema opera para que los ciudadanos no reconozcan y adopten esa posición. En lenguaje diplomático: se trata de no politizar la situación. No sólo los negacionistas de la crisis ecológica y climática actúan en esa línea, sino también entidades enteras como el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), que desde 2012 impulsa con mucha fuerza la llamada economía verde, una estrategia para ocultar el papel de las corporaciones y hacer compatible el capitalismo con la ecología, o la FAO, que a regañadientes ha aceptado hasta recientemente a la agroecología y al campesinado como opción ante los sistemas destructivos agroindustriales, que es la vía capitalista en la agricultura. En el ocultamiento antropogénico participan también científicos conservadores.../... En suma, hoy resulta cada vez más difícil negar que vivimos inmersos en una nueva era geológica, que más que antropoceno debe llamarse capitaloceno, y que debemos salir de ella lo más rápido posible, antes de que el destino nos rebase".

(2) Acabo de comprobar que lo leí en un artículo de Robert Freeman, publicado recientemente en “Common Dreams” y reproducido en El Salto:

Durante 204 años, tras pagar los costes de la Revolución de las Trece Colonias, la guerra de 1812, la guerra civil, la construcción del continente, la lucha en la Primera Guerra Mundial, tras sobrevivir a la Gran Depresión, luchar y vencer en la Segunda Guerra Mundial y ganar la mayor parte de la Guerra Fría, el país solo había tenido que pedir prestado un billón de dólares. Después, durante los siguiente doce años, años de paz y prosperidad, esa deuda se cuadruplicó hasta llegar a los cuatro billones de dólares. Esos déficits y esa deuda benefician a los muy ricos porque son ellos los que los financian, los que prestan el dinero al Gobierno a un alto interés, que éste tiene que pedir prestado, porque no puede pagar las facturas de los impuestos que no está ingresando. Como pasó con la desindustrialización de la economía, éste era precisamente el plan: beneficiar a la gente más rica del mundo.

Hoy, el sueldo medio de un trabajador, con el ajuste de impuestos y la inflación, es el mismo que en los años setenta. Para que la comparación quede clara, los ingresos medios en China se han multiplicado por más de diez durante el mismo periodo. Por esta razón, en Estados Unidos hay una tensión civil enorme entre la gente y una desconfianza récord en el Gobierno, mientras que los habitantes de China son ferozmente leales a su gobierno”.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

CONTRA EL CIENTIFICISMO INDUSTRIAL (PRIVADO/ESTATAL) Y SU MÉTODO ACIENTÍFICO

 

A fines de julio de este año (2020), se asentaron 2.500 familias en Guernica, frente al barrio Numancia, y coordinaron entre sí la subdivisión del terreno en lotes, que hoy se venden por Facebook. Fuente: Diario La Nación (Argentina).

 

Chile tendrá el Telescopio Más Grande del Mundo en 2024. Se convertirá en "el ojo más grande del mundo para mirar el cielo" y abordará algunos de los mayores desafíos científicos de nuestro tiempo, incluyendo el seguimiento de planetas similares a la Tierra que están alrededor de otras estrellas, en las "zonas habitables" donde podría existir vida. También realizará "arqueología estelar" en galaxias cercanas. Además se utilizará para investigar la naturaleza de la materia y la energía oscuras. Fuente: “TyN Media Group”

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CONTRA EL CIENTIFISMO INDUSTRIAL (PRIVADO/ESTATAL) Y SU MÉTODO ACIENTÍFICO

Gracias a nuestra fe en la ciencia moderna, no corremos hacia el desastre: porque ya estamos en él.

La normalidad de lo transgénico es la punta del desastre que más asoma, la brutal evidencia del iceberg que habitamos en el naufragio de este fin de época, la muestra palpable del fracaso de una Ciencia funcional a la moderna e ilustrada religión del progreso tecnológico. Por ella abandonamos la antigua y ciega fe en el Verbo, para abrazar la iluminada y deslumbrante nueva fe en el número...de oca a oca y tiro porque me toca:

Sé que, por mi bien, las autoridades no cesan de aconsejarme la conveniencia de adaptarme definitivamente a la ciencia moderna, pero yo, aún siendo verdad que alguna vez fui creyente suyo, ahora mismo me declaro más apóstata que nunca, de ésta y de cualquier otra religión, sea del Número o del Verbo; le niego a mi instinto de supervivencia que abandone toda su esperanza de futuro en una ordenada estantería, metida en un frasco de formol, entre una multitud de frascos exactamente iguales, separados entre sí por una mínima y exacta distancia de 2 metros.

Se equivocan quienes achacan los males de la ciencia moderna a una exclusiva especialización tecnológica. El desarrollo de aplicaciones prácticas del conocimiento humano es parejo al de la propia creatividad y experiencia de la humanidad en su interacción con el medio y, por tanto, tan antíguo como nuestra especie. Que nos parezca simple y lento su desarrollo durante los primeros tiempos, en absoluto lo niega (entonces no tenían tanta prisa como ahora); podríamos decir que nuestra especie está dotada de un natural instinto tecnológico, que es intrínseco a nuestro primario instinto comunitario de supervivencia. Pero, sin embargo, sí está justificada la enmienda a la totalidad que se le hace a la Ciencia “moderna” por quienes le imputan carencia de sentido humano y autonomía. Tienen fundamentada razón, porque hace mucho que esa Ciencia dejó de ser independiente y dedicada a buscar respuesta a las preguntas y a las necesidades humanas, para ponerse al servicio de los poderes económicos y políticos, prácticamente a tiempo completo, a medida que éstos poderes se fueron fundiendo en uno mucho más poderoso, que así pudo inaugurar el imperio de la Modernidad, con nuevos mitos y ritos, declaradamente “laicos”, sí, pero con fe no menos religiosa, en el Número que vino a sustituir al Verbo con renovada promesa de redención tecnológica y progreso eterno. La nueva fe trajo consigo el desarrollo de una industria necesitada de “ciencias” especializadas, con nuevas ingenierías y disciplinas dedicadas a la cantidad, la contabilidad y la estadística. Era el siglo XV cuando empezaba su primera globalización comercial a través de los océanos, cuando se conformaban los modernos estados a partir de su gran industria naviera y esclavista, inventora de la letra de cambio y el capitalismo...y en eso estamos, parece mentira, todavía.

Afortunadamente, aún hay humanos obcecados que califican de “superstición dominante” al cientifismo industrial de nuestros días, de cuyo negocio aseguran que está en guerra contra la vida desde hace varios siglos. De su discurso público sobre “investigación + desarrollo + innovación” (I+D+I), dicen que, intencionadamente, es más plomizo que complejo, social y ecológicamente autista, políticamente sumiso...y todo a más no poder. Y no me extraña, porque es un discurso que llama "innovación" a la invención constante de nuevas necesidades, previamente inexistentes, y luego al invento de un cacharro que las satisfaga; están tardando en inventar un sacacorchos inalámbrico...¿o ya lo han hecho y yo no me he enterado?

Una ciencia que cuanto más simplifica y especializa su campo de interés, más estrecha su visión de la realidad y más se aleja de alcanzar a comprender la complejidad del mundo. Recluida en compartimentos académicos y corporativos, organizada en departamentos estancos, su propio conocimiento también se aísla y estanca en impólutos laboratorios de marfil; sus avances quedan limitados a la invención por encargo, de cachivaches tecnológicos destinados en su inmensa mayoría al negocio militar en primera instancia, o bien a renovar la moderna oferta mundial de banalidades, llenando los escaparates y estanterías de los hipermercados.

Su método no puede ser más burdo, ni menos científico: ignora todo lo que es intangible y, por tanto, no cuantificable; ignora la parte relacional del mundo, todo lo que víncula a las partículas de materia entre sí, dándoles una concreta forma de existencia, ya sea inerte o viva. Con esta ignorancia, ¡como comprender el mundo y, aún menos, la vida!, ¿qué ciencia es ésta y qué método es el suyo, que ignora todo lo que no puede medir, que es casi Todo lo que existe?

¡Qué chulería clasista es la suya, que necesita el label de “ciencia oficial” para no contaminarse de la realidad y marcar su “experta” jerarquía,  mostrando así su íntimo parentesco con el Estado y el Dinero!, ¡una ciencia que desprecia y tira por la borda la sabiduría popular acumulada durante siglos y milenios en simbiótica relación entre humanos y entre éstos y la Tierra!

Mirad -como sangrante ejemplo- a la ciencia médica, a la que habría que incluir como auxiliar de la industria farmacéutica: una ciencia que en vez de promover la salud y atender a las causas de la enfermedad, se desentiende de ello, porque le es más rentable trabajar para la todopoderosa industria farmacéutica, la que vive de hacer sostenibles y crónicas a las enfermedades (del mismo modo que a la servil industria del armamento le interesa la guerra). Si bien, hay que reconocerle al Dinero y al Estado que también saben hacer grandes negocios con las industrias y los mercados de la salud, el trabajo, la educación, la cultura, el entretenimiento, etc, etc.

Estamos hablando de una ciencia capaz de dedicarle muchos medios y todo el tiempo al desarrollo de inmensos telescopios, con los que desentrañar el misterio de presuntos agujeros negros, situados a miles de millones de años luz, pero que es invidente -no sabe, no opina, no responde, ni se moja- ante los ciertos y abundantes agujeros negros que tiene al lado: como el estado de miseria inducida, material e inmaterial, de gran parte de la humanidad; o la aniquilación sistemática de la biodiversidad, que está comprometiendo la viabilidad de nuestra especie y otras muchas a futuro inmediato. Y qué se puede decir de la “ciencia histórica”, reducida a su finalidad propagandística y puramente documentalista, cronista a sueldo de las hazañas y protagonismo de las élites, de sus codicias y amoríos, que llena de citas previas millones de tesis doctorales y libros de encargo, ignorantes a conciencia de la actividad creativa y comunitaria de los pueblos; que no sabe nada de sociología, ni de los avances de la antropología o la arqueología. Y no perdamos más tiempo hablando de la académica ciencia llamada “política”, que ni le ha dedicado un par de renglones a investigar las causas por las que las democracias siguen a cargo de los estados, sin observar en ello relación alguna con su crónico estancamiento y sus sistemáticas falsificaciones, nacionalistas y representativas.

¿Quién ha dicho que el conocimiento científico y tecnológico tenga que ser patrimonio de las élites propietarias y sus subordinadas?, ¿por qué se ignora que es producto creado socialmente, acumulado y transmitido entre pueblos y generaciones, que es patrimonio común y universal de nuestra especie?, ¿y quién ha dictaminado que el conocimiento tenga que ser reducido a la condición de mercancía?

No puede ser más evidente la deriva tecnologicista, eugenésica y transhumanista, de la ciencia moderna, su inequívoca tendencia al sacrificio conjunto de la humanidad, con tal de salvar el pellejo de las élites ante la inminencia del desastre que vienen provocando, ¿o es que alguien cree que éstas preveen una emigración masiva, de toda la especie, a Marte o a la Luna?, ¿o que en unos pocos años su maravillosa inteligencia artificial y su promesa de futuro feliz, indoloro y cibernético, lo tengan reservado y disponible para los miles de millones de humanos, los mismos que hoy les importan una mierda?

Nadie sabe cómo los pájaros o los perros barruntan la proximidad de las tormentas, como yo tampoco sé cómo, pero intuyo su inminencia y más la certeza en su presencia; como muchos otros humanos que ya lo sienten en curso y a pesar de no contar con experiencia previa. No sé cómo, pero intuyo que a los que vivan para contarlo no les sorprenderá desprevenidos del todo y serán capaces de remontarlo, como ya hizo nuestra especie otras veces, ante otras amenazas de extinción no menos graves. Confío en el comunitario instinto de supervivencia de nuestra especie, en que será capaz de sobrepasar el primario instinto individualista que nos ha traído hasta aquí, al grito de ¡sálvese quien pueda! Tengo esa certeza porque, aunque hemos llegado a ser capaces de imaginar un planeta árido y nocturno, todavía somos incapaces de imaginarlo habitado sólo por unos cuantos humanos metálicos.

jueves, 3 de diciembre de 2020

PUEBLOS DEL MUNDO, ¡UN ESFUERZO MÁS!

 



Raoul Vaneigem (1934) es filósofo y escritor belga que participó en la Internacional Situacionista entre 1961 y 1970, siendo uno de sus principales teóricos junto a Guy Debord. Sus dos libros más conocidos son "La revolución de todos los días" (titulado en francés Traité de savoir-vivre à l'usage des jeunes générations) y "El movimiento del espíritu libre" (Le mouvement du libre-esprit ), en los que está condensado buena parte de su pensamiento.

El texto que traigo aquí es un artículo suyo, traducido por Miguel Amorós y publicado en la revista Hincapié en abril de este año 2020:  https://www.revistahincapie.com/


PUEBLOS DEL MUNDO, ¡UN ESFUERZO MÁS!

 

El mundo cambia de base

El impacto del coronavirus no ha hecho más que ejecutar la sentencia que pronunciaba contra sí misma una economía totalitaria fundada en la explotación del hombre y la naturaleza.
El viejo mundo desfallece y se desmorona. El nuevo, consternado por la acumulación de ruinas, no se atreve a retirarlas; más asustado que resuelto, tiene problemas a la hora de actuar con la audacia del niño que aprende a caminar. Es como si el haber anunciado el desastre durante demasiado tiempo hubiera dejado al pueblo sin voz.
Sin embargo, quienes han escapado a los tentáculos mortales de la mercancía están ahí, de pie entre los escombros. Se despiertan ante la realidad de una existencia que nunca será la misma. Desean liberarse de la pesadilla que les provocó la desnaturalización de la tierra y de sus habitantes.

¿No es esa la prueba de que la vida es indestructible? ¿No se rompen ante esa evidencia en el mismo remolino las mentiras de arriba y las denuncias de abajo?
La lucha por lo vivo no necesita justificarse. El reivindicar la soberanía de la vida puede acabar con el imperio de la mercancía, puesto que sus instituciones han sido mundialmente socavadas.

Hasta el día de hoy, nos batimos por la supervivencia. Quedamos confinados en una jungla social donde reinaba la ley del más fuerte y más astuto. ¿Abandonaremos el encierro al que nos obliga la epidemia del coronavirus para meternos en la danza macabra de la presa y el depredador? ¿Es que no ha quedado claro para todos y todas que la insurreccion de la vida cotidiana, presagiada en Francia por los chalecos amarillos, no es otra cosa que la superación de esa clase de supervivencia que nos impuso cotidiana y militarmente una sociedad de la depredación?

Lo que ya no queremos es el fermento de lo que queremos

La vida es un fenómeno natural en ebullición experimental permanente. No es ni buena ni mala. Su generosidad nos ofrece tanto la colmenilla como la amanita faloide. Está en nosotros y en el universo como una fuerza ciega. Pero dotó a la especie humana de la capacidad de distinguir la colmenilla de la amanita y de algo más. Nos armó con una conciencia, nos dio el poder de crearnos a nosotros mismos recreando el mundo.
Para que olvidásemos tan extraordinaria facultad, fue necesario que se nos pusiera encima el peso de una historia que debutó con las primeras Ciudades-Estado y se termina -tanto más rápido por cuanto que estamos en ello- con el desmoronamiento de la mundialización financiera.

La vida no es una especulación. A ella le traen sin cuidado las muestras de respeto, de veneración o de culto. No tiene más sentido que la conciencia humana, con la que ha dotado a nuestra especie para esclarecerla.

La vida y su sentido humano son la poesía hecha por uno y por todas y todos. Dicha poesía siempre brilló en todo su esplendor en los grandes pronunciamientos de la libertad. Pero no queremos que solamente sea un destello efímero, como sucedió en el pasado. Queremos poner en marcha una insurrección permanente, a imagen del fuego pasional de la vida, que puede apaciguarse, pero nunca extinguirse.

Una especie de canto sagrado se improvisa en el mundo entero, donde se forja nuestra voluntad de vivir rompiendo las cadenas del poder y la depredación. Cadenas que nosotros, mujeres y hombres, hemos forjado para nuestra desgracia.
Henos aquí en el corazón de una mutación social, económica, política y existencial. Es el momento del «Hic Rhodus, hic salta» de la fábula, aquí está Rodas, aquí hay que saltar. No se trata de una orden para reconquistar el mundo del que se nos expulsó. Es el aliento de una vida que va a ser reestablecida en sus derechos absolutos por el irresistible ímpetu de los pueblos.

La alianza con la naturaleza exige el fin de su explotación lucrativa.

Hemos tomado suficiente conciencia de la relación concomitante entre la violencia ejercida por la economía contraria a la naturaleza que saquea, y la violencia con la que el patriarcado golpea a las mujeres desde su instauración, hace tres o cuatro mil años antes de la era denominada cristiana.

Con el capitalismo color verde dólar, el pillaje brutal de los recursos terrestres tiende a dejar paso a las grandes maniobras de cohecho. En nombre de la protección de la naturaleza, se pone precio a la misma. Es igual que en los simulacros del amor en los que el violador se acicala como un seductor para mejor aferrarse a su presa. Hace mucho tiempo que la depredación recurre a la práctica del guante blanco.
Ahora es el momento en que una nueva alianza con la naturaleza es de una importancia prioritaria. Desde luego, no se trata de volver de nuevo -¿cómo lo haríamos?- a la simbiosis con el medio natural propia de las civilizaciones recolectoras antes de que las suplantara una civilización fundada en el comercio, la agricultura intensiva, la sociedad patriarcal y el poder jerarquizado.

De lo que realmente se trata -todos lo habrán captado- es de restaurar un medio natural donde la vida sea posible, el aire respirable, el agua potable, la agricultura desembarazada de sus venenos, la libertad de comercio revocada por la libertad de lo vivo, el patriarcado desmembrado y las jerarquías abolidas.

A los efectos de la deshumanización y de los ataques realizados sistemáticamente contra el medio ambiente no les hace falta el coronavirus para demostrar la toxicidad de la opresión de mercado. Por contra, la gestión catastrófica del cataclismo ha demostrado la incapacidad del Estado en mostrar la menor eficacia aparte de en la única tarea que está en condiciones de ejercer: la represión, la militarización de los individuos y de la sociedad.

La lucha contra la desnaturalización no tiene por qué hacer promesas y manifestar loables intenciones retóricas, tanto si las compra el mercado de las energías renovables como si no. Descansa sobre un proyecto práctico que apuesta por la inventiva de los individuos y las colectividades. La permacultura, que restaura las tierras emponzoñadas por el mercado de los pesticidas, no es más que un testimonio de la creatividad de un pueblo que tiene todas las de ganar si es capaz de eliminar cualquier causa de ruina. Ya toca poner fin a todos esos criaderos concentracionarios en los que el maltrato animal fue entre otras cosas la causa de la peste porcina, de la gripe aviar, del mal de las vacas a las que volvió locas la locura del dinero fetichizado, ese a cuya ingestión y digestión trata de obligarnos la razón económica.

¿Hay tanta diferencia entre nosotros y esos animales estabulados que salen de su encierro para ir al matadero? ¿Es que no estamos en una sociedad donde se distribuyen dividendos al parasitismo de empresa y se deja morir a hombres, mujeres y niños por falta de medios terapéuticos? Una imparable lógica económica alivia de esta guisa los gastos presupuestarios imputables a un crecido número de viejas y viejos. Preconiza una solución final que les condena con plena impunidad a morir en las residencias de ancianos sin medios ni cuidados. En Nancy, un alto cargo de Sanidad ha declarado sin tapujos que la epidemia no es razón válida para no suprimir más camas y personal hospitalario. No hubo nadie que lo echara a patadas. Los asesinos de la economía despiertan menos emociones que un enfermo mental que corra por las calles blandiendo el cuchillo de la iluminación religiosa.

No apelo a la justicia del pueblo, ni llamo a ejecutar en masa a los usureros de los negocios. Simplemente pido que la generosidad humana haga imposible el retorno de la razón de mercado.

Todas las formas de gobierno que hemos tenido han fallado, deshechas por sus crueles absurdos. Ahora toca al pueblo construir un proyecto de sociedad que restituya al ser humano, al animal, al vegetal y al mineral, su unidad fundamental.
La maniobra falsificadora que calificaba de utopía tal proyecto no ha podido resistir el choque con la realidad. La historia ha declarado la civilización mercantil obsolescente e insana. El levantamiento de una civilización humana no solo es posible, sino que ilumina la única vía que, apasionada y desesperadamente soñada por innumerables generaciones, se abre tras el final de todas nuestras pesadillas.
La desesperación ha cambiado de bando, pertenece al pasado. A nosotros nos queda la pasión de un presente que hay que construir. Vamos a tomarnos un tiempo para abolir el time is money que es el tiempo de la muerte programada.

La renaturalización es un caldo de culturas nuevas en el que habrá que andar a tientas entre la confusión y las innovaciones más diversas. ¿O es que no acordamos un exceso de crédito a una medicina mecanicista que solía tratar el cuerpo como trataría un mecánico el automóvil que le fuera confiado para ponerlo a punto? ¿Por qué fiarse de un experto que os repara para que os pongáis a trabajar cuanto antes?
Al repetirse a machamartillo durante tanto tiempo, el dogma de la antinaturaleza ha contribuido a exasperar nuestras reacciones emocionales, a propagar el pánico y la histeria securitaria, exacerbando por consiguiente el conflicto con un virus al que la inmunidad de nuestro organismo hubiera podido aplacar o volver menos agresivo si no hubiese sido minada por el totalitarismo de la mercancía para el que nada de lo inhumano le resulta extraño ¿Es o no?

Se nos ha dado la lata hasta la saciedad con los progresos de la tecnología. ¿Para ir a parar a dónde? A los cohetes celestes a Marte y a la ausencia terrestre de camas y respiradores en los hospitales. Con total seguridad, nos asombrarán más los descubrimientos de una vida de la que ignoramos todo o casi todo. ¿Quien lo pondrá en duda? Nadie aparte de los oligarcas y sus lacayos, vacíos de sustancia por la diarrea mercantil, que vamos a confinar en sus letrinas.

Acabar con la militarización de los cuerpos, las costumbres y las mentalidades

La represión es la última razón de ser del Estado. Él mismo la padece en forma de presión de las multinacionales, que tratan de imponer sus dictados a la tierra y a la vida. El previsible encausamiento de los gobiernos ha de responder a la siguiente pregunta: ¿Habría sido igual de pertinente el confinamiento si las infraestructuras médicas se hubieran mantenido eficientes en lugar de sufrir el deterioro de sobras conocido, decretado por la obligación de rentabilidad?

Mientras tanto, no hay más remedio que constatarlo, la militarización y la ferocidad securitaria no ha hecho más que relevar a la represión en curso en el mundo entero. El Orden democrático no podía desear mejor pretexto para protegerse de la cólera popular. El encerrarse en casa ¿no era acaso el objetivo de los dirigentes, inquietos por el cansancio que amenazaba a sus secciones de asalto de apaleadores, sacaojos y asesinos a sueldo? Buena repetición general la de la táctica de la nasa de pescar usada contra los manifestantes pacíficos que reclamaban entre otras cosas la puesta a punto de los hospitales.

Por lo menos estamos prevenidos: los gobiernos van a intentar cualquier cosa para que transitemos del confinamiento a la caseta del perro. Pero ¿Quién aceptará pasar dócilmente de la austeridad carcelaria al confort del servilismo parcheado?

Es probable que la rabia del prisionero tenga ocasión de denunciar al sistema tiránico y aberrante que trata al coronavirus como lo haría ese terrorismo multicolor con el cual el mercado del miedo se pone las botas.

La reflexión no se detiene ahí. Piénsese en esos escolares que, en el país de los Derechos del Hombre, han sido puestos de rodillas ante la bofia del Estado. Piénsese incluso en la propia educación donde el autoritarismo profesoral traba desde hace siglos la curiosidad espontánea del niño e impide la propagación libre de la generosidad del saber. Piénsese hasta qué punto el hostigamiento competitivo, la concurrencia, el arribismo del «quítate tú para que me ponga yo» nos confinaron en una caserna.
La servidumbre voluntaria es una soldadesca que marcha militarmente. ¿Paso a la derecha o a la izquierda? ¿Qué importa eso? Tanto el uno como el otro están dentro del Orden de las cosas.

Quien acepta que le griten desde arriba o desde abajo, a partir de ese momento no tiene más que un futuro de esclavo.

Salir del mundo mórbido y cerrado de la civilización mercantil

La vida es un mundo que se abre y una apertura al mundo. Por supuesto, con frecuencia ha sufrido ese terrible fenómeno de inversión donde el amor se vuelve odio y donde la pasión de vivir se transforma en instinto de muerte. Durante siglos, ha sido reducida a la esclavitud, colonizada por la ruda necesidad de trabajar y sobrevivir como lo hacen los animales.
No obstante, no se conocen ejemplos de reclusión en celdas de aislamiento, de millones de parejas, de familias, de solitarios, a los que la bancarrota de los servicios sanitarios logró convencer para que aceptaran su suerte si no con docilidad, al menos con ira contenida.
Cada cual está solo, confrontado a una existencia donde se ve tentado a separar la parte que corresponde al trabajo servil de la que corresponde a los deseos irrefrenables. ¿Son compatibles el aburrimiento de los placeres consumibles y la exaltación de los sueños que la infancia cruelmente dejó insatisfechos?

La economía del beneficio privado acaba de decidir el quitárnoslo todo en el momento mismo en que su impotencia se extiende por el mundo y se expone a una aniquilación posible.
La absurda inhumanidad que nos corroe desde hace tanto ha reventado como un abceso en el confinamiento donde nos ha conducido la política del asesinato lucrativo practicada cínicamente por las mafias financieras.

La muerte es la postrera indignidad que el ser humano se inflige. No bajo el efecto de una maldición, sino en razón de la desnaturalización que le fue asignada.

Las cadenas que forjamos en el miedo y la culpabilidad, no las romperemos con miedo y culpabilidad, sino con la vida redescubierta y restaurada. ¿No es lo que viene a demostrar en estos tiempos de opresión extrema el invencible poderío de la ayuda mutua y la solidaridad?
Una educación memorística nos enseñó durante milenios a reprimir las emociones, a quebrar nuestros impulsos vitales. Se ha querido, costase lo que costase, que nuestra parte animal hiciera de ángel.

Nuestras escuelas son guaridas de hipócritas, de reprimidos, de torturadores lucubrantes. Los últimos apasionados del saber chapotean en esa charca con el coraje de la desesperación. Cuando por fin salgamos de nuestras celdas carcelarias ¿liberaremos la ciencia de los grilletes de su utilidad lucrativa? ¿Nos pondremos a perfeccionar nuestras emociones en lugar de reprimirlas? ¿a restaurar nuestra animalidad en lugar de domarla tal como hacemos con nuestros hermanos a los que consideramos inferiores?
No estoy incitando a la sempiterna buena voluntad ética y sicológica, sino señalando con el dedo al mercado del miedo donde se escucha el ruido de botas de la seguridad. Llamo la atención sobre la manipulación de las emociones que embrutece y cretiniza a la muchedumbre; pongo en guardia contra la culpabilización que merodea en busca de chivos expiatorios.

Se levanta un clamor contra los viejos, los parados, los indocumentados, los vagabundos sin techo, los extranjeros, los chalecos amarillos, los marginados… Son los mugidos de esos accionistas de la nada que hacen caja con el coronavirus propagando la peste emocional. Los mercenarios de la muerte no hacen sino obedecer a los requerimientos de la lógica dominante.

Lo que hay que erradicar de verdad es el sistema de deshumanización fabricado y aplicado ferozmente por aquellos que lo defienden por amor al poder o al dinero. Hace mucho tiempo que el capitalismo fue juzgado y condenado. Nos ahogamos bajo una multitud de alegatos en contra. Ya basta.

La imaginería capitalista identificaba su agonía con la agonía del mundo entero. El espectro del coronavirus ha sido, si no el resultado premeditado, al menos la ilustración exacta de su absurdo maleficio. La causa ha sido vista. La explotación del hombre por el hombre, de la que el capitalismo es un avatar, fue una experiencia que salió mal. Hagamos de manera que su siniestra farsa de aprendiz de brujo sea devorada por un pasado de donde nunca hubiera debido salir.

Solamente la exuberancia de la vida recuperada puede romper a la vez las esposas de la barbarie mercantil y el caparazón caracterial que estampilla en la carne viva de cada quisque la marca de lo económicamente correcto.

La democracia autogestionaria anula la democracia parlamentaria

No se trata de tolerar que, aposentados en cualquier nivel de las comisiones nacionales europeas, atlánticas y mundiales, los responsables del desaguisado se pongan a interpretar los papeles de culpable y de no culpable. La burbuja de la economía que hincharon con deuda virtual y dinero ficticio, implosiona y revienta a la vista de todos. La economía se ha paralizado.

Incluso antes de que el coronavirus revelase la extensión del desastre, las «altas instancias» se agarrotaron y pararon la máquina, mejor seguramente que las huelgas y los movimientos sociales que por más útilmente contestatarios que fuesen no por ello fueron más eficaces.

Basta de comedias electorales y de diatribas de pacotilla. A todos esos cargos electos enculados por las finanzas hay que barrerlos como a las inmundicias para que desaparezcan de nuestro horizonte ta como desapareció en ellos la parcela de vida que les confería apariencia humana.

No queremos juzgar y condenar al sistema opresivo que nos condenó a muerte. Queremos acabar con él.

¿Cómo no recaer en el mundo que se está hundiendo, dentro y ante nosotros, si no construimos una sociedad con los restos de humanidad que han quedado al alcance de la mano, o sea, con la solidaridad individual y colectiva? La conciencia de una economía administrada por el pueblo y para el pueblo implica la liquidación de los mecanismos de la economía de mercado.

En su último golpe de efecto, el Estado no se ha contentado con tomar de rehenes a los ciudadanos y meterlos presos. La falta general de asistencia a quienes estaban en serio peligro los está matando a millares.

El Estado y sus comanditarios destrozaron los servicios públicos. Nada funciona como debiera. Lo sabemos con total certeza. Lo único que ha logrado que funcione bien es la organización criminal del beneficio privado.

Han llevado sus asuntos a espaldas del pueblo y el resultado es deplorable. El pueblo tendrá que llevar los suyos arruinando los de aquellos. Y a nosotros nos corresponde empezar de nuevo sobre nuevas vías.

Cuanto más prevalece el valor de cambio sobre el valor de uso, más se impone el reino de la mercancía. Cuanto más prioridad acordemos al uso que deseamos darle a nuestra vida y a nuestro entorno, la mercancía perderá más su mordiente. La gratuidad le dará la estocada.

La autogestión marca el final del Estado cuya nocividad y quebranto ha sacado a la luz la pandemia. Los protagonistas de la democracia parlamentaria son los sepultureros de una sociedad deshumanizada por culpa de la rentabilidad.

En cambio, hemos visto al pueblo, confrontado a las carencias de los gobiernos, hacer gala de una solidaridad indefectible y poner en pie una verdadera autodefensa sanitaria. ¿No constituye eso una experiencia que augura una extensión de las prácticas autogestionarias?
Lo más importante consiste en prepararse para hacerse cargo de los sectores públicos, anteriormente en manos del Estado, antes de que la dictadura del beneficio privado los mande al desguace.

El Estado y sus comanditarios lo han parado todo, han paralizado todo, salvo el enriquecimiento de los ricos. Por ironía de la historia, la pauperización es en lo sucesivo la base para una reconstrucción general de la sociedad. Quien se haya encarado con la muerte ¿qué miedo podría tener del Estado y de toda su madera?

Nuestra riqueza es nuestra voluntad de vivir.

El negarse a pagar tasas e impuestos ha dejado de formar parte del repertorio de incitaciones subversivas. ¿De qué modo podrían llevar a la práctica algo así los millones de personas que no tardarán en carecer de medios de subsistencia, cuando el dinero, calculado en miles de millones, continúa siendo tragado por el abismo de las malversaciones financieras y de la deuda que aquellas acarrearon? Nunca lo olvidemos, las pandemias y la incapacidad en tratarlas nacen de la prioridad acordada al dinero. ¿Vamos a quedarnos con lo aprendido de las vacas locas sin sacar conclusiones? ¿Admitiremos al final que el mercado y sus administradores son el virus que hay que erradicar?
Ya no queda tiempo para indignarse o lamentarse; tampoco para las observaciones del cacao intelectual. Insisto en la importancia que tendrán las decisiones de las asambleas locales y federadas tomadas «por el pueblo y para el pueblo» en materia de alimentación, de alojamiento, de transporte, de salud, de enseñanza, de moneda social, de mejoras en el medio ambiente de todo tipo.

Vayamos adelante, aunque sea tanteando. Más vale errar experimentando que retroceder y reiterar los errores del pasado. La autogestión germina en la insurrección de la vida cotidiana. Recordemos que fue la impostura comunista la que interrumpió y destruyó la experiencia de las colectividades libertarias de la revolución española.

No pido la aprobación de nadie, y menos aún que nadie me siga. Ando por mi camino. Cada cual es libre de hacer lo mismo. El deseo de vida no tiene límites. Nuestra verdadera patria se halla en cualquier sitio donde la libertad de vivir esté amenazada. Nuestra tierra es una patria sin fronteras.

Raoul Vaneigem