PREVIO."¿Para qué hablamos, si sabemos que ya no podemos engañarnos?"...no recuerdo quién dijo ésto, pero bien podría haber sido Rüdiger Safranski, quien hablando de su libro "Cuanta verdad necesita el hombre?" decía que aunque sabemos que todas las explicaciones son construcciones, aproximaciones e hipótesis, sin embargo dependemos de ellas, pero no deberíamos confundirlas con la cosa en sí. Por eso que sólo podemos confiar en las explicaciones científicas en tanto que se responsabilicen de su carácter hipotético, "al diablo con ellas si pretenden un grado de verdad superior".
Los humanos necesitamos creer no solo en verdades concretas, sino también en la existencia de la Verdad, así, en abstracto. Rüdiger Safranski (1945), el gran pensador y ensayista alemán dedica gran parte de su obra a una profunda reflexión en torno a los grandes sistemas filosóficos, las abstracciones del pensamiento, concluyendo que las leyes universales ideadas por el pensamiento pueden acabar devorando a sus mismos creadores, como nos advierte la vieja leyenda china del pintor que acabó desapareciendo dentro de su propio cuadro. En ¿Cuánta verdad necesita el hombre?, Safranski alerta de que las grandes verdades ayudan al ser humano, pero también pueden llevarlo al callejón sin salida del dogmatismo y el totalitarismo.
Meta-física, palabra de origen griego, significa en origen "lo que está después de la física o más allá de la naturaleza"; es el saber que se ocupa de los primeros principios y de las primeras causas, del "ser" como tal y de aquello que constituye su fundamento. Para la metafísica dominante, platónica y cristiana, solo es real lo que es eterno e inmutable. Al respecto, tanto Hegel como Nietzsche vinieron a decir que eso es cierto solo si comparamos lo real/cambiante con una inexistente realidad "eterna y verdadera".
La discusión sobre la metafísica viene de muy antíguo, ya se daba entre los primeros filósofos griegos. Parménides decía que el cambio o movimiento es algo ilusorio, que no es real, porque lo real es el "ser", los sentidos nos engañan haciéndonos creer que todo fluye y cambia, pero la razón demuestra que solo existe el Ser, único, inmutable y eterno. Al contrario, para Heráclito, lo único permanente en la naturaleza es el cambio, el devenir, la lucha constante de contrarios, representada por el fuego, y de ese conflicto constante nace todo lo existente. La lucha de contrarios, (día-noche, masculino-femenino, vida-muerte, luz-oscuridad, bueno-malo) es el auténtico origen de todo, según Heráclito. Aristóteles no dudó en enfrentarse a su maestro Platón, quien concebía un mundo de las ideas separado del mundo físico y sensible. Aristóteles consideraba absurdo que para explicar el mundo que tenemos delante haga falta inventar "otro mundo". La visión dualista de la realidad le sirve para introducir esa dualidad en el mundo físico-real ("las ideas existen pero están en las cosas") y para Aristóteles el cambio es explicado como el paso de la Potencia al Acto.
Este mundo físico y sensible, continuamente cambiante, al menos para mí es el único mundo real. No me consta, ni sé de ningún otro mundo que no sea imaginario. A partir de esta básica premisa me apresuro a decir que tanto la Propiedad como el Estado, sean como ideas o como instituciones, ambas son realidades históricas concretas, cambiantes y perecederas por tanto, contrariamente a su ilusoria interpretación metafísica.
Entiendo que la Propìedad y el Estado son las dos básicas, inseparables y arcaicas instituciones que a día de hoy siguen estructurando las sociedades humanas. La Propìedad al menos desde que nuestra especie dejara de ser nómada, hace unos diez mil años, al comienzo de la gran revolución neolítica. Y el Estado desde hace unos cinco milenios, como orden social propio de las primeras grandes "ciudades-estado" surgidas en el Creciente Fértil, un Orden impuesto por la alianza de clases dominantes (propietarios de la tierra y sacerdotes, básicamente), para el dominio de la sociedad, para la defensa de "sus tierras" (propiedades) y, en consecuencia, de su "estatus" social-jerárquico, como "naturales y legítimos" propietarios-gobernantes.
Su explicación del mundo solo puede ser metafísica y totalitaria, para adaptar la realidad a sus básicos principios, de propiedad y jerarquía, en sintonía con los más primarios instintos animales de nuestra especie, los de dominio territorial y reproductivo. En su inmutable visión metafísica del mundo, toda posición contraria a ese estatus no es permitida, no caben refutaciones; la metafísica totalitaria del sistema propiedad/estado interpreta la realidad, de lo que llamamos "mundo" mediante un simplón esquema maniqueo, de amigo/enemigo, por lo que o te conviertes a su causa, o eres su enemigo.
Esa metafísica totalitaria constituye la perversión de un pensamiento universalista. Nos ayuda a desembarazarnos de nuestra precaria unicidad de especie y nos oferta imágenes, representaciones identitarias (de clase, nación o raza fundamentalmente) en las que sentirnos partes integrantes de un todo, en oposición a quienes no pertenecen a ese "todo" que es el nuestro-propio. El significado de esta oposición es el sentimiento de una "propia totalidad", que en realidad no es sino el resultado de un ataque contra los otros y lo ajeno. La vida comunitaria y con igual libertad, para un metafísico totalitario comporta exigencias que no puede afrontar, por eso busca cobijo y total seguridad ante lo abierto y lo extraño, y para poder sentirse como en casa necesita destruir la morada ajena, sólo puede sentirse pleno si destruye en los otros aquello que pueda recordarle que algo le falta, que su vida nunca podrá ser algo completo, que una parte de ella siempre está lejos, en lo extraño. Sin duda que estaría pensando en eso quien dijera aquello de "cuando nos crearon hubo un error, algo se nos amputó, no se me ocurre cómo podemos llamarlo, y tampoco vamos a arrancárselo al vecino de las entrañas, ¿a qué andarse reventando cuerpos?”("La muerte de Danton", 1835, del dramaturgo alemán Karl Georg Büchner).
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DE LA PROPIEDAD Y SU METAFÍSICA PRIMITIVA. Nuestro mundo actual es propietarista. Lo sé porque lo veo donde mire y a todas horas. Lo veo en todas las Mayorías: en la mayoría de la gente con dinero y propiedades, en la mayoría de la gente pobre y deseante -más deseantes cuanto más pobres-, deseantes de justicia en forma de propiedades, y lo veo en la mayoría de la gente de clase media, mediopropietaria, la del quiero pero no puedo. Lo veo en la mayoría de la gente conservadora y en la mayoría de los progresistas. Incluso lo veo en la mayoría de los extremos ideológicos -fascistas, comunistas y anarquistas-; y como lo veo, pienso que por eso están a punto de hacerse con los gobiernos de la mayoría del mundo los propietaristas más acérrimos, los anarcocapitalistas como Trump o Milei, capitalistas "libertarios" que así se etiquetan a sí mismos, propiamente como "Partido Propìetarista". Ellos son los candidatos "antipolíticos" que más gustan a las mayorias-deseantes que colmatan hoy las ciudades del mundo, hacinadas en pisitos y condenadas de por vida a soñar con la propiedad de un chalet en las afueras, con piscina y renta básica universal a ser posible.
Sin ir más lejos, yo mismo soy propietarista en alguna medida, si no por ideología, sí al menos por necesidad...mi casa, mi pensión, mi ropa, mi comida, mis desplazamientos, mi consumo diario, mi cuenta corriente de ingresos y gastos y mi tarjeta de crédito... propietarismo funcional, por frugal que sea, y porque no puede ser otra cosa mientras vivamos en un mundo ordenado para la vida en modo capitalista, que es el modo moderno de la primitiva ideología propietarista en la que nos educa el Estado.
Para el individuo propietarista medio, la libertad no pasa de ser una extensión del derecho de propiedad, y por eso defenderá con todas sus fuerzas su carácter de derecho "natural y absoluto", a la vez que el derecho a la vida lo contempla derivado del derecho de autopropiedad... todo normal, lógico y natural, porque eso es lo que ve alrededor de sí: la verdad de un mundo capitalista donde son más libres los individuos más brutos y astutos, junto a quienes acumulan más dinero y propiedades ..."Conoceréis la verdad y ella os hará libres", tal como decía el Evangelio de Juan (8:32).
Para John Locke (1632-1704), el filósofo y médico, padre del liberalismo, el derecho de propiedad estaba legitimado por su “naturalidad”:
“Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores pertenecen en común a todos los hombres, cada hombre tiene, sin embargo, una propiedad que pertenece a su propia persona; y a esa propiedad nadie tiene derecho, excepto él mismo”. (Locke, 2012. pp. 56-57).
Para Locke es el trabajo aportado por cada hombre a la propiedad, lo que le otorga naturalidad y legitimidad a esa original apropiación privada de la tierra:
El trabajo de su cuerpo y la labor producida por sus manos, podemos decir que son suyos. Cualquier cosa que él saca del estado en que la naturaleza lo produjo y la dejó, y a la que mezcla su labor y añade a ella algo que es de sí mismo, es, por consiguiente, propiedad suya. Pues al sacarla del estado común en el que la naturaleza la había puesto, agrega a ella algo con su trabajo, y ello hace que no tengan ya derecho a ella los demás hombres. Porque este trabajo, al ser indudablemente propiedad del trabajador, da como resultado el que ningún hombre, excepto el, tenga derecho a lo que ha sido añadido a la cosa en cuestión” (Locke, 2012. pp. 56-57).
Con ello, entiendo que John Locke entraba en contradicción irresoluble con su previo reconocimiento de la tierra -junto a las criaturas inferiores- como bien “perteneciente en común a todos los hombres”, lo que es “naturalmente” anterior a todo trabajo. Y ahí están todos los liberales y buena parte de los anarquistas, a la zaga de esta idea contradictoria en esencia, del "derecho natural" a la apropiación de la tierra común.
Por el contrario, para el historiador y filósofo escocés David Hume (1711-1776), la propiedad no es una cuestión de derecho natural, sino una convención social y legal, establecida para promover la estabilidad y el bienestar social. En lugar de una base natural, Hume ve la propiedad como una institución que la sociedad crea y mantiene a través de leyes y prácticas comunes. Téngase en cuenta que Hume siempre se posicionó contra la existencia de ideas innatas, postulando que todo el conocimiento humano se deriva únicamente de la experiencia (en eso estoy básicamente de acuerdo). Por eso argumentaba Hume que el razonamiento inductivo no puede justificarse racionalmente, ni tampoco la creencia en la causalidad que, en cambio, son resultado de la costumbre y el hábito mental.
Y estando plenamente de acuerdo con su criterio de la convencionalidad y no naturalidad de la propiedad, a mi entender David Hume cometía un error de mayúscula ingenuidad cuando pensaba que la institución de la propiedad se debe a la voluntad de una supuesta “sociedad soberana”, cuando al menos en los últimos cinco mil años, no sabemos de la existencia de ninguna sociedad humana que no estuviera sometida a la soberana voluntad de un Tirano o un Estado. En los “Diálogos sobre la religión natural”, a través de su escéptico portavoz de nombre Filón, David Hume llegó a sugerir la existencia de muchos mundos creados por un diseñador incompetente, a quien llamó "mecánico estúpido" (y que a mí me recuerda mucho al “relojero ciego” de Richard Dawkins):
“Muchos mundos podrían haber sido estropeados a lo largo de una eternidad antes de que este sistema fuera tachado: mucho trabajo perdido, muchas pruebas infructuosas realizadas y una mejora lenta, pero continua, llevada a cabo durante edades infinitas en el arte de hacer mundos”. David Hume, 1779, p. (D 5.7, KS 167).
Entre 1865 y 1877, el ruso León Tolstoi escribió sus dos obras principales: “Guerra y paz” y “Ana Karenina”, describiendo su experiencia vital de entonces como un despertar espiritual que le hacía sentirse atormentado, por la injusticia y la desigualdad social entre las clases de su país en esa época. Sus ideas sobre la propiedad de la tierra se hicieron más radicales con el tiempo, llegando a creer que cada hombre debía poseer solo el trozo de tierra que pudiera trabajar con sus propias manos para alimentar a su familia (lo mismo que siguen diciendo los anarquistas, todavía: "la tierra para quien la trabaja".
"¿Cuánta tierra necesita un hombre?" es un cuento escrito por León Tolstoi en 1886, en el que narra las aventuras del campesino Pajom, quien a pesar de estar contento con la calidad de su vida campesina, se lamenta: "¡La única pena es que disponemos de poca tierra! ¡Si tuviera toda la que quisiera, no tendría miedo de nadie, ni siquiera del diablo!"... así que emprende un viaje para comprar nuevas tierras a buen precio y poco a poco va aumentando sus posesiones, pero nunca las considera suficientes. A León Tolstoi, que también había logrado reunir grandes propiedades de tierra, el final de su vida lo pasó atormentado por su estatus social.
En las páginas de su diario escribía en 1.889: "siempre pesa en mi conciencia el hecho de que, deseando desligarme de la propiedad, legué mi propiedad a mis hijos...me siento ridículo al pensar que parece como si quisiera proveer para mis hijos...pienso que les he causado un daño enorme... Es tan contrario a mis pensamientos y deseos, a lo que vivo». Ya en su madurez, Tolstói afirmaba convencido que "la tierra no puede ser objeto de propiedad" y "la agricultura, que delsplaza al nomadismo y que experimenté en Samara, es el primer paso hacia la riqueza, la violencia, el lujo, la depravación y el sufrimiento. Ese primer paso lo muestra todo". Tolstói observó que la agricultura, que él había venerado como el motor providencial de la expansión imperial de Rusia y que había considerado como la empresa humana más digna e importante, también podría ser en sí misma la raíz de todo mal.
Quiso deshacerse de sus posesiones dándoselas a pobres y necesitados, y acabó rechazando sus primeras obrals literarias porque sentía que contradecían sus nuevos ideales. En 1910, a los 82 años, abandonó a su esposa, Sofía Andréyevna (que se negaba a renunciar a las propiedades en favor de los pobres). En ese mismo viaje, Tolstoi contrajo una neumonía y falleció en una estación ferroviaria.
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Hobbes, Locke y Rousseau |
DEL ESTADO Y SU METAFÍSICA TOTALITARIA. A todos los defensores de la institución estatal, actualmente repartidos por todas las latitudes del mercado político, les resultará tan útil como ilustrativa -pienso yo- una básica reflexión acerca de este pensamiento de Benito Mussolini -quien fuera primero socialista y definitivamente fascista- para quien el Estado era lo primero, por delante de todo:
“Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada en contra del Estado.” (Mussolini, 1928)
Unos años antes, Mussolini ya había comparado su socialismo estatal/nacional (totalitarismo fascista) con el estatal/comunismo de Stalin (totalitarismo comunista), en un momento histórico en el que el estado soviético iniciaba su Primer Plan Quinquenal, que buscaba la industrialización acelerada a través de la planificación-estatal centralizada, en medio de una gran tensión social debida a la forzosa colectivización-estatal de las tierras:
"Al igual que ellos (los comunistas), creemos en la necesidad de un estado centralizado y unitario, imponiendo una disciplina de hierro a todos, pero con la diferencia de que ellos llegan a esta conclusión a través de la idea de clase y nosotros a través de la idea de nación”. (Benito Mussolini, 1921)
Las ideas de "clase" y “nación” son igualmente modernas, surgidas de la moderna revolución burguesa. La idea de "nación" como fundamento del Estado moderno, referente al conjunto población-territorio-ley, se debe a Napoleón y se hizo común a todo tipo de Estados. La relación de todo Estado moderno con el nacionalismo es directa, se fundamenta en la idea abstracta de una "comunidad política" basada en la pertenencia cultural, histórica y territorial común, que por experiencia sabemos que se trata de una pertenencia variable y coyuntural, en función de los vaivenes históricos de los gobiernos, de los apaños y conflictos familiares entre dinastías gobernantes, así como de sus guerras comerciales y militares, por la propiedad de territorios y materias primas en casi todos los casos.
Antes, en la Edad Media, el uso del término "nación" se refería a grupos de personas por su origen cultural y geográfico, nunca en el sentido político de "comunidad nacional/estatal". Fue el movimiento de la Ilustración-Revolución Burguesa del siglo XVIII lo que sentó las bases de las modernas Sociedades-Estado en sus variables formas, nacionalistas y proletaristas (internacionalistas). Será en el siglo XIX cuando surja el "nacionalismo" como ideología política del Estado que pretende la unidad cultural y política dentro de unas fronteras bien delimitadas.
El sociólogo Benedict Anderson acuñó la definición de "comunidad imaginada" para describir el concepto de Nación moderno, según el cual "la pertenencia a una nación se basa en la creencia compartida de pertenecer a un grupo con una historia, cultura y destino común".
Se atribuye a Napoleón una expresión que apunta a esa misma idea imaginaria o creativa de "nación”: "Ya tenemos a los franceses, ahora hay que crear la Nación francesa". Napoleón era bien consciente de que aunque la Revolución había reunido a los ciudadanos bajo una misma bandera, faltaba forjar una identidad de “comunidad nacional”. Sin duda, se refería al nuevo Estado-Nación de la República, con la pretensión de identificarlo con la sociedad. Ese arte del "ilusionismo político" lo conocen muy bien todos los estatistas, todos necesariamente nacionalistas, como lo sabía el fascista Mussolini cuando decía: “Los hombres no mueven montañas; solo es necesario crear la ilusión de que las montañas se mueven.”
La creación liberal de la escuela Pública-Estatal respondía a ese objetivo propio del Estado-Nación-Moderno: la educación de la ciudadanía en la idea de “comunidad estatal/nacional” o Sociedad/Estado; de ahí la propaganda del tipo “el Estado somos todos”, o la identificación de la ciudadanía con la Hacienda estatal: “Hacienda somos todos”. La educación “pública” surge en la baja Edad Media por iniciativa del clero y la nobleza, pasando durante el Renacimiento a manos de una clase burguesa dominante que llegaría a liderar una incipiente ilustración en el llamado Siglo de las Luces. En el Estado Español, la Constitución Liberal de 1812 creó la Escuela Pública y de ahí proviene el contemporáneo modelo de educación en su vertiente de "instrucción social", que la dictadura franquista denominara "formación del espíritu nacional", sin los complejos propios de los nacionalismos parlamentarios.
El período en el que surge el estado-nación moderno coincide con dos revoluciones: la industrial iniciada en Inglaterra, que inicia el dominio de la máquina en el mundo de la producción, junto a la planificación científica y a la explotación de la fuerza de trabajo que caracterizará al sistema económico que llamamos capitalismo, junto a otra revolución de carácter político, la francesa, que da lugar al parlamentarismo como instrumento para el dominio político de la nueva clase burguesa sobre la aristocrática y sobre el conjunto de la sociedad.
Así, el estado-nación moderno surge en el siglo XVI intrínsecamente ligado a la formación de la clase burguesa y su pretensión de soberanía absoluta sobre las poblaciones y territorios incluidos en las fronteras de la Nación-Estado. Así se justifica la necesidad del nuevo estado para reorganizar y centralizar el poder político a fin de superar la fragmentación del poder político de la sociedad feudal gobernada por la aristocracia. Los principales teóricos de ese periodo son Maquiavelo y Hobbes.
Después, en los siglos XVII y XVIII, se justifica la necesidad del nuevo estado burgués ligado al " contrato social" como expresión de un supuesto pacto entre las nuevas clases emergentes (burguesía y proletariado) representante del interés común general, en oposición al interés privado de la aristocracia derrotada en la revolución. Locke y Hume son sus principales exponentes dentro de la escuela inglesa, Rousseau y Montesquieu de la escuela francesa, y Kant y Hegel de la alemana.
Así se fue conformando una teoría metafísica del Estado-Nación-Capitalista-Moderno, como encarnación de un ente superior, tan glorioso como abstracto, un ideal identificado como "espíritu nacional", común y por encima de la división y jerarquía social en clases, de dominantes y dominados: "No importa mucho si somos ricos o pobres, si estamos sanos o decrépitos, si sabemos personalmente de la felicidad o la miseria; más aún, no parece importar mucho si somos justos o injustos, virtuosos o depravados, porque somos parte integrante de algo mucho más amplio y noble que la vida individual, algo ante lo que el bien y el mal simplemente humanos, la felicidad o la miseria, resultan asuntos insignificantes, meros elementos constituyentes que, sean lo que fueren para cada uno de nosotros, desempeñan su parte muy bien dentro de la esplendorosa totalidad" (Teoría metafísica del Estado, según Leonard T. Hobhouse).
Sobre el Contrato Social
Hobbes: La naturaleza humana es egoísta y competitiva. El estado de naturaleza es un estado de guerra de todos contra todos. El Contrato Social es un acuerdo en el que los individuos renuncian a sus derechos a favor del Estado soberano. El Estado tiene el poder absoluto y la autoridad para mantener el orden y la seguridad.
Locke: La naturaleza humana es racional y pacífica. El estado de naturaleza es un estado de libertad y igualdad. El Contrato Social es un acuerdo en el que los individuos renuncian a parte de su libertad a favor de un gobierno limitado. El gobierno tiene la responsabilidad de proteger los derechos naturales de los individuos.
Rousseau: La naturaleza humana es buena, pero se corrompe por la sociedad. El estado de naturaleza es un estado de libertad y felicidad. El Contrato Social es un acuerdo en el que los individuos renuncian a su libertad natural para convertirse en miembros de una comunidad política. La soberanía reside en el pueblo y la voluntad general es la expresión de la voluntad de todos.
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EPÍLOGO. Ya no podemos seguir engañándonos:
-Ahora, que por las graves crisis que enfrentamos vamos teniendo una cierta conciencia ecosocial y de especie; ahora que ya sabemos que es inviable todo futuro humano que no pase por compartir la Tierra y el Conocimiento, reconocidos como Bienes Comunales Universales mediante un nuevo Pacto Social.
-Ahora, que ya sabemos que la democracia solo es real si tiene un tamaño humano-convivencial, y si es comunitaria y directa, en comunidades autónomas y soberanas de verdad, sin intermediación alguna, libremente asociadas para el intercambio, la cooperación y la ayuda mutua en todas las escalas territoriales.
-Que por eso deberíamos hacernos a la idea de acabar cuanto antes con las estructuras no convivenciales, fundadas en las comunidades ficticias (de escala nacional/estatal y corporativa/global), que han impuesto las clases dominantes durante los tres últimos siglos de la modernidad liberal/burguesa, en esta época totalitaria, del Estado y el Capitalismo globalizados.
-Porque, aunque sepamos que el mal siempre existirá (porque forma parte de la potencialidad/libertad individual que nos constituye), lo que sí podemos hacer es impedir que forme parte de las leyes y del gobierno de nuestras sociedades, al menos en sus dos principales formas estructurantes: 1) el mal como derecho a la apropiación o robo (privado o público) de lo común y 2) como ley de organización jerárquica/estatal que ordena nuestras sociedades en modo anticomunitario, que institucionaliza la división en clases sociales y que hace imposible cualquier aproximación a una vida social realmente simbioética, convivencial, justa y democrática en modo integral.