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Una plaza en la ciudad de Prayagraj, India (foto NG) |
Nuestra especie creció muy lentamente durante las épocas prehistóricas, hasta alcanzar la cifra aproximada de 250 millones de humanos a comienzos de nuestra era. La población humana creció con el desarrollo de la agricultura y el comercio, y aunque durante los siglos medievales las hambrunas y la peste negra limitaron el crecimiento demográfico, aún así, a comienzos del siglo XIX la población mundial se calcula que alcanzaba ya los 1.000 millones de habitantes. En solo 30 años se duplicó esta población, con un crecimiento exponencial que en 2022 sobrepasó los 8.000 millones de humanos.
Se estima que la población humana, actualmente repartida en 195 Estados, continuará creciendo, aunque con ritmo más lento, hasta superar los 9.000 millones en 2037, llegando a casi 11.000 millones de habitantes en 2100. En lo que va de año, el crecimiento demográfico anual supera los 48 millones, que es una cantidad similar a la actual población del Estado español. Solo entre los dos Estados más poblados -los de India y China- reúnen un tercio (2.800 millones) de la población mundial, con densidades de población muy diferentes que, sin embargo, no son de las mayores: 450 hab/Km2 en India y 150 hab/Km2 en China. La población mundial ya es mayoritariamente urbana, concentrada en grandes aglomeraciones superpobladas, de las que más de 500 superan el millón de habitantes. Entre éstas, hay diez por encima de los 20 millones de habitantes: Tokio-Japón (37), Delhi-India (33), Shanghai-China (29), Daca-Bangladesh (23), Ciudad de México (23),Sao Paulo-Brasil (22), El Cairo-Egipto (22), Pekín-China (22), Bombai-India (21), Osaka-Japón (20).
Durante los últimos cinco mil años, todos los humanos hemos vivido en territorios pertenecientes a un Estado, desde que se creara el primero en Mesopotamia, en los prehistóricos tiempos de la denominada Edad de Piedra o Neolítico (entre los años 10.000 y 3.000 a.C.). Se cumplen, pues, cinco mil años del inicio simultáneo de la Historia y del Estado, a partir de aquella revolución neolítica que promoviera una nueva forma de vivir, sedentaria y urbana, que diera lugar a la especialización del trabajo y a los primeros asentamientos fijos, encuadrados bajo el dominio territorial y militar de un Reino, siendo esta forma de gobierno monárquico la original de todo Estado.
Todo ello fue sucediendo a consecuencia del cambio radical que supuso el dominio de la agricultura y la ganadería, seguidos de la creciente complejidad “institucional” del nuevo orden social, estatal y propiamente neolítico: propiedad (privada y estatal), herencia, patriarcado, esclavitud, ejércitos, policías, comercio, mercado, banca, hacienda, empresas, partidos, sindicatos, trabajo servil, esclavo y asalariado, parlamentos, dictaduras, provincias, municipios, democracias representativas...hasta llegar a un punto actual, en que ya no queda un mínimo resquicio de la vida humana que, de una u otra forma, no esté intervenido por los Estados, incluso por los más "liberales".
Conviene precisar que aún hoy se sigue situando el origen de la democracia en la antigua ciudad griega de Atenas, ciudad-Estado bajo el gobierno de Solón en el siglo VI, cuyo sistema de gobierno “asambleario” sería perfeccionado por Pericles en el siglo siguiente (V a.C), pero que seguía considerando un “demos”, pueblo o sujeto soberano igualmente excluyente de mujeres, sirvientes, esclavos y de todos los nacidos fuera de Atenas... o sea, un “pueblo soberano” integrado solo por una mínima élite de “notables”. Así, la “política” (los asuntos concernientes a los habitantes de la “polis), ya desde sus orígenes comenzó siendo una actividad exclusiva, reservada a “políticos” profesionales (propietarios, patronos, sacerdotes, militares e intelectuales), una actividad propia de clases superiores y una forma de gobierno vertical, a la que la mayoría de la sociedad solo puede asistir, hoy como en el siglo V a.C., en calidad de clientela electoral, subordinada y espectadora, o bien permanecer al margen, como "idiotes" desinteresados.
A pesar de tan nefasto expediente histórico del Estado y su “indemocracia”, todavía hay Naciones-Sin-Estado que en nombre de esa no-democracia aspiran a tener un Estado-Nación como aparato de gobierno propio. Todas estas “supuestas naciones” (1) están asociadas a la UNPO, Organización de Naciones y Pueblos No Representados, fundada en 1991 en La Haya (Países Bajos), una organización internacional cuyos 46 miembros son pueblos indígenas, minorías y territorios Sin-Estado, que se consideran “no soberanos y ocupados por otros Estados”.
Tal es la “naturalidad” del Estado y la costumbre de vivir en una Tierra compartimentada en parcelas de propiedad privada y en fronteras estatales, en medio de sociedades fragmentadas en clases y gobernadas por oligarquías, que para la inmensa mayoría de humanos no cabe pensar en otras formas de organizar la vida en sociedad, teniendo que asumir la inversión conceptual que convierte a las oligocracias estatales en “democracias representativas”. Hablamos de un orden estatal tan “natural” y “primitivo” como el orden jerárquico/propietarista, territorial y machista, que predomina entre la generalidad de sociedades animales, en esa mayor parte de la Naturaleza que consideramos como “salvaje”.
La idea apocalíptica, de vivir en un “final de los tiempos”, parece ser una constante de nuestra especie. Recientemente leí que Filippo Brunelleschi, arquitecto del renacimiento florentino que viviera a caballo de los siglos XIV y XV, acerca de su época dejó dicho: “vivimos en una época en que todo se derrumba. En ninguna parte hay un talento a la vista”. Y ahora mismo, hay quienes, como Walter Benjamin, consideramos que el estado de catástrofe no está al final de los tiempos, que “la catástrofe es que todo siga así”...es esta sensación de callejón sin salida o, mejor, de estar caminando en círculo, a toda prisa y sin avanzar, como haciendo girar una enorme jaula de hamster en cuyo interior caminamos sin movernos de un mismo punto, que a la vez es de partida y destino.
Sostengo que a escala de “especie homo” estamos atrapados en un atasco evolutivo que dura no menos de cinco milenios, desde que hicimos aquel radical cambio de vida, de nómadas/cazadores/recolectores a sedentarios/urbanos/agricultores/ganaderos/comerciantes/industriales...en el tránsito de la Edad Antígua a la de Piedra o Neolítico, para la que me apresuro a proponer una nueva denominación, como “Era de la Propiedad”, que me parece más idónea y a la altura de los tiempos que corren, cuando vamos teniendo sobrado conocimiento científico y perspectiva histórica para justificarlo.
Que un animal que vive en manada y ocupa un territorio, utilice su orina para marcar sus límites, parece un gesto natural y normal en el contexto de una competencia salvaje por el dominio/propiedad de ese territorio, que le sirve al animal para asegurar el alojamiento, alimento y reproducción de su manada...y a los machos, además, para marcar su dominio reproductivo y genético...todo eso es lo que hace “normal” la salvaje “naturalidad” de las sociedades animales más primitivas. Así, de la Marca de Orina al actual Registro de la Propiedad solo hay un cambio de instrumento...sí, porque su significado sigue siendo el mismo, lo que permite a los machos de la manada afirmar que “son de mi propiedad la tierra y las hembras contenidas en mi marca de orina”.
Ese
principio animal de propiedad pudo tener diferentes causas a lo largo
del tiempo: porque mi clan o manada llegó primero, porque pude tomar mi
parcela por la fuerza, o porque tenía dinero suficiente para
comprarla…en todo caso, acabó siendo necesaria la institución de
un “Registrador de la Propiedad” con suficiente autoridad
(religiosa, legal, militar o una combinación de todas esas facultades), a
partir de una alianza institucional de propietarios, sacerdotes y guerreros (o
sea un Estado), con Leyes y Fuerza bruta suficientes para hacer valer, como la marca de orina,
ese nuevo derecho neolítico de Propiedad (privada y estatal). Recuerdo que "pública" equivale a estatal y que la "comunal" es una forma de propiedad comunitaria, perfectamente incompatible con la propiedad privada como con la estatal. A quienes defienden con vehemencia la propiedad de la tierra como condición de libertad, les recuerdo que el auténtico propietario de la tierra es quien tiene el poder de expropiación, que es el Estado.
Todo esa larga historia de propietarismo primitivo pudo ser “normal” y "natural" en tiempos en que la Tierra conocida parecía “plana e ilimitada” en todas sus dimensiones; cuando bastaba ir un poco “más allá”, plus ultra, por tierra o por mar, para encontrar nuevos lugares deshabitados u ocupados por pueblos indígenas aún más primitivos, donde poder establecerse tomando el nuevo territorio en Propiedad.
Pues bien, más de cinco mil años han sucedido, día tras día, desde la fundación de los primeros Estados-ciudad en las llanuras fértiles de la antigua Mesopotamia (el llamado Creciente Fértil)...y ni la sofisticada complejidad tecnológica/industrial, ni las últimas tecnologías algorítmicas que hacen posible la Inteligencia Artificial en los modernos Estados-Nación-Capitalistas surgidos de la revolución burguesa del siglo XVIII...nada puede borrar el rastro de aquella primera orina animal que permanece fósil en los libros de todos los Registros de la Propiedad, la misma orina que avanzado el siglo XXI le sigue sirviendo a nuestra especie, como a la mayoría de especies animales, para marcar su territorio y hacer valer su salvaje “derecho de propiedad" sobre la Tierra Común, sobre el Conocimiento Humano y sobre las Vidas Ajenas.
Por eso que en lo sustancial, me parece a mí que ese “orden salvaje/natural” no ha variado significativamente durante los últimos cinco milenios que cumple la historia de nuestra especie, que sigue fundando su orden social sobre el mismo instinto salvaje de propiedad territorial y reproductiva que sirviera de justificación a la institución sistémica del dominio social (Propiedad/Patriarcado/Estado) que sigue siendo la forma impolítica e indemocrática de una civilización jerárquica que aunque genéricamente la tildemos como “capitalista”, con mayor precisión científica, tendríamos que denominarla, indistintamente, como "primitiva", “propietarista”, “patriarcal” o “estatista”.
A mi entender, ésta es la gran anomalía de la evolución humana, la que retiene a nuestra especie en su estatus animal más primitivo, con una carga letal, autodestructiva, de desequilibrios ecológicos y morales, de incongruencias y contradicciones que nos sitúan en un desconcierto existencial que ya es predominante a escala individual y de especie, como un desperdiciado espacio de siglos y oportunidad evolutiva, perdidos entre un gigantesco avance tecnológico y un raquítico desarrollo moral y político.
Si los siglos XIX y XX fueron los del intento de una revolución social fundada sobre la confrontación de clases (burguesía/proletariado), la próxima revolución, que no podrá dilatarse más allá de este siglo, no podrá ser pensada como otro intento más. No, porque ya no queda tiempo para seguir pensando la ecología y la democracia como objetivos o “finalidades”, sino más bien como “principios”. De ahí que yo piense que será una revolución ecosocial en su integridad, radicalmente comunal y democrática, necesariamente destituyente, a la vez que constituyente. O no será.
PD: Tengo pleno convencimiento de que antes de que finalice este siglo, a escala de especie será declarada la propiedad comunal-universal de la Tierra y del Conocimiento humano, lo que marcará el inicio de una nueva civilización racional, simbioética y democrática por principio, superadora del actual Estado salvaje que nos retiene en un ya milenario Atasco evolutivo. En consecuencia, entiendo que la revolución integral necesaria, lejos de ser una cuestión de izquierdas o derechas, es de racionalidad y supervivencia, o sea: una cuestión de especie.
Nota:
(1) Digo “supuestas naciones” porque entiendo que el concepto “nación” es un invento-necesidad del Estado. Como dice la frase atribuida al emperador Napoleón: “ya tenemos el Estado francés, ahora hay que crear la Nación francesa”, significando que tras la Revolución Francesa se habían establecido las estructuras de un Estado moderno y centralizado, pero que aún faltaba consolidar una identidad y un sentimiento de “unidad nacional”. Para mí, “nación” es un concepto cultural y prepolítico, ya que entiendo por nación el vínculo que une a la gente que habla una misma lengua materna (la que adquiere de nacimiento o nación). Así, por ejemplo, entiendo la nación castellana como la comunidad integrada por el conjunto de hablantes cuya común lengua materna es la castellana, cualquiera que sea el territorio en el que habitan.