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Ilustración de Igor Morski |
Hubo
un pueblo pequeño, errante y disperso por el mundo, integrado por
individuos de todas las razas y géneros, que consciente de su
primitiva y humana responsabilidad, un buen día se autoproclamó
como comunidad autónoma universal. Tenían una Constitución no
escrita en la que cabía toda la humanidad y cada uno de los pueblos
e individuos, excepto aquellos que quisieron autoexcluirse, bien por
negarse a practicar el respeto por la vida en general y por la de sus
iguales en particular, bien por negarse a compartir con éstos los
frutos de la Tierra y del Conocimiento humano. No obstante, a
condición de no emplear la violencia, los autoexcluidos pudieron
mantener sus Estados y Constituciones al margen de los pueblos que
vivían en democracia. (Fragmento de la Próxima Historia)
***
¿Constitución para qué?
Lo peor de la llamada
“transición a la democracia” no es que sea un relato del pasado,
sino que es el relato fósil dispuesto a perpetuarse mediante el
aparato propagandístico del Estado, para todo el presente y para
todo el porvenir. La democracia posfranquista es el epílogo
repetido e interminable de un regimen hermafrodita que se reproduce
con cada nueva legislatura, es la coartada política permanentemente
invocada y periódicamente explicada, alabada y conmemorada en las
fechas previas al Día de la Constitución, cuando los espantajos del
pasado son exhibidos por la tele, capitaneados por Victoria Prego,
para justificar, como todos los pasados años y los venideros, las
infinitas ventajas y bondades de la Constitución española de 1978.
Como siempre que el clima
político está algo alterado, como cada vez que son cuestionadas las
reglas del juego impuestas hace más de treinta años, es de esperar
ahora una intensificación de la misma matraca, fervorosamente
constitucionalista, pura propaganda de aquella omnipresente y
magistral operación política que las mismas cortes franquistas se
apresuraron a denominar como “transición a la democracia”, no
sin asegurarse antes la complicidad interesada de la izquierda
sindical y política, posmarxista.
En el momento presente,
en Europa, se prepara una similar simulación, presentando a la
señora Merkel como la gran esperanza del educado neofascismo
europeo, frente al vendaval que viene de USA, de la mano del nuevo
presidente, el maleducado neofascista Trump. Veremos cómo se
despliega el convincente relato de que “lo menos malo es lo mejor
y, además, es lo único posible” con tal de frenar al fascismo. Si
Merkel decide presentarse a las próximas elecciones en Alemania,
asistiremos a la repetición de este argumento compartido por los
partidos de la derecha y de la izquierda europea convencional. En
esencia, es el mismo argumento, preventivo y convincente, que fuera
empleado en la “transición española a la democracia”, para
imponer un regimen devaluado e invalidado en origen por estar fundado
en el miedo: o Ésto o el Caos, o lo tomas o lo dejas.
El miedo, como
condicionamiento y fundamento de la comunicación y de la política
misma, está disimuladamente presente en la sociedad española ya
desde mucho antes de la impostada transición a la democracia. Ya fue
el hiperrelato del franquismo durante su última década, que con
pleno vigor continúa ahora, en el posfranquismo, masivamente
manejado por todos los voceros de la transición, presentados por el
ejército mediático del regimen como hijos y nietos de los “padres
de la constitución”, ocultando hábilmente que aquellos padres
fueron, principalmente, los miembros de las cortes franquistas que,
según ese relato, “se hicieron (generosamente) el harakiri”.
Pero defender la
transición del franquismo a la democracia sólo es posible a
condición de olvidar el miedo como verdadero elemento constituyente
de la “modélica” transición española. Olvidar que aquel
harakiri consistió en un cómodo indulto del pasado, conservando
los privilegios ganados mediante una larga fidelidad y/o sumisión al
regimen. Olvidar que aquel indulto, en el peor de los casos,
consistió en la recolocación en los consejos de administración de
las empresas del INI, en bancos, cajas de ahorro, cuerpo de
funcionarios del Estado, así como en los cuadros profesionales de
los viejos y nuevos partidos. Y, por si no fuera suficiente, baste
recordar como el más significativo de todos los olvidos, que el
último secretario general del Movimiento fue el primer jefe de
gobierno de la “nueva democracia”. Y todo a cambio de muy poco,
sólo de sentar a Santiago Carrillo y a su eurocomunista partido en
las nuevas Cortes posfranquistas.
Así que la llamada
“transición” no es en realidad más que un exitoso camuflaje de
la fuerza militar, acompañado de una fabulosa operación mediática.
Y la actual Constitución no es sino la prueba del resultante
contrato-chantaje, por el que la amedrentada sociedad española de
1978 se hacía el verdadero harakiri posfranquista, alargando el
regimen en casi otros cuarenta años más...de momento.
Remontarse al paisaje del
miedo como fundamento constituyente de la actual constitución
española, aún es poco. Si rastreáramos sus antecedentes, si alguna
vez nos diera por hacer ese ejercicio de reflexión, necesaria y
simultáneamente ética e histórica, comprobaríamos que el paisaje
del miedo que precede a todas las constituciones es en origen un
paisaje de violencia estructural previa, determinante de toda una
letanía leguleya y verborreica, con la que se pretende legitimar
la original violencia, la realmente constituyente, la que figura de
tapadillo en todas las constituciones, consistente en naturalizar por
ley el gobierno o dominio sobre la vida de las gentes a cargo de los
más brutos y más astutos. El robo de la vida, de la tierra y de la
razón queda así institucionalizado, “por las buenas o por las
malas”, única variante posible que admiten las constituciones,
todas las que hasta ahora han sido, fundamentadas en la heteronomía,
en la ideología totalitaria y excluyente que ha sido predominante a
lo largo de la historia humana.
Sobraba “libertad” y
sobraba “igualdad” en los frontispicios de la revolución
burguesa y en todos los de la civilización esclavista (heterónoma),
la única por nosotros conocida. Hubiera bastado con poner
“fraternidad”, que las incluía. Pero no, fraternidad fue
colocada al final, como corresponde a la guinda de un pastel, sin más
función que la de mero adorno.
La libertad y la
igualdad, con el olvido de la fraternidad han justificado la barbarie
continuada de la historia humana. Vladímir Ilich Uliánov, alias
Lenin, intuyó sólo la mitad de la pregunta crucial, ¿para qué la
libertad sin igualdad?...otros intentaron completarla del revés,
¿para qué la igualdad sin libertad?.... pero ¿de qué valen como
simples conceptos vacíos, sin respeto a la esencial dignidad del ser
humano, individual y concreto, de qué valen sin fraternidad?
A mayor gloria y
propaganda de la Sagrada Transición, sigan en sus tertulias los
periodistas, políticos, filósofos e historiadores, ociosos,
desgranando conceptos huecos de toda sustancia. Mi pregunta es la
pertinente en este malcelebrado día: ¿Constitución para qué?