lunes, 28 de noviembre de 2016

¿CONSTITUCIÓN PARA QUÉ?



Ilustración de Igor Morski

Hubo un pueblo pequeño, errante y disperso por el mundo, integrado por individuos de todas las razas y géneros, que consciente de su primitiva y humana responsabilidad, un buen día se autoproclamó como comunidad autónoma universal. Tenían una Constitución no escrita en la que cabía toda la humanidad y cada uno de los pueblos e individuos, excepto aquellos que quisieron autoexcluirse, bien por negarse a practicar el respeto por la vida en general y por la de sus iguales en particular, bien por negarse a compartir con éstos los frutos de la Tierra y del Conocimiento humano. No obstante, a condición de no emplear la violencia, los autoexcluidos pudieron mantener sus Estados y Constituciones al margen de los pueblos que vivían en democracia. (Fragmento de la Próxima Historia)


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¿Constitución para qué? 

Lo peor de la llamada “transición a la democracia” no es que sea un relato del pasado, sino que es el relato fósil dispuesto a perpetuarse mediante el aparato propagandístico del Estado, para todo el presente y para todo el porvenir. La democracia posfranquista es el epílogo repetido e interminable de un regimen hermafrodita que se reproduce con cada nueva legislatura, es la coartada política permanentemente invocada y periódicamente explicada, alabada y conmemorada en las fechas previas al Día de la Constitución, cuando los espantajos del pasado son exhibidos por la tele, capitaneados por Victoria Prego, para justificar, como todos los pasados años y los venideros, las infinitas ventajas y bondades de la Constitución española de 1978.

Como siempre que el clima político está algo alterado, como cada vez que son cuestionadas las reglas del juego impuestas hace más de treinta años, es de esperar ahora una intensificación de la misma matraca, fervorosamente constitucionalista, pura propaganda de aquella omnipresente y magistral operación política que las mismas cortes franquistas se apresuraron a denominar como “transición a la democracia”, no sin asegurarse antes la complicidad interesada de la izquierda sindical y política, posmarxista.

En el momento presente, en Europa, se prepara una similar simulación, presentando a la señora Merkel como la gran esperanza del educado neofascismo europeo, frente al vendaval que viene de USA, de la mano del nuevo presidente, el maleducado neofascista Trump. Veremos cómo se despliega el convincente relato de que “lo menos malo es lo mejor y, además, es lo único posible” con tal de frenar al fascismo. Si Merkel decide presentarse a las próximas elecciones en Alemania, asistiremos a la repetición de este argumento compartido por los partidos de la derecha y de la izquierda europea convencional. En esencia, es el mismo argumento, preventivo y convincente, que fuera empleado en la “transición española a la democracia”, para imponer un regimen devaluado e invalidado en origen por estar fundado en el miedo: o Ésto o el Caos, o lo tomas o lo dejas.

El miedo, como condicionamiento y fundamento de la comunicación y de la política misma, está disimuladamente presente en la sociedad española ya desde mucho antes de la impostada transición a la democracia. Ya fue el hiperrelato del franquismo durante su última década, que con pleno vigor continúa ahora, en el posfranquismo, masivamente manejado por todos los voceros de la transición, presentados por el ejército mediático del regimen como hijos y nietos de los “padres de la constitución”, ocultando hábilmente que aquellos padres fueron, principalmente, los miembros de las cortes franquistas que, según ese relato, “se hicieron (generosamente) el harakiri”.

Pero defender la transición del franquismo a la democracia sólo es posible a condición de olvidar el miedo como verdadero elemento constituyente de la “modélica” transición española. Olvidar que aquel harakiri consistió en un cómodo indulto del pasado, conservando los privilegios ganados mediante una larga fidelidad y/o sumisión al regimen. Olvidar que aquel indulto, en el peor de los casos, consistió en la recolocación en los consejos de administración de las empresas del INI, en bancos, cajas de ahorro, cuerpo de funcionarios del Estado, así como en los cuadros profesionales de los viejos y nuevos partidos. Y, por si no fuera suficiente, baste recordar como el más significativo de todos los olvidos, que el último secretario general del Movimiento fue el primer jefe de gobierno de la “nueva democracia”. Y todo a cambio de muy poco, sólo de sentar a Santiago Carrillo y a su eurocomunista partido en las nuevas Cortes posfranquistas.

Así que la llamada “transición” no es en realidad más que un exitoso camuflaje de la fuerza militar, acompañado de una fabulosa operación mediática. Y la actual Constitución no es sino la prueba del resultante contrato-chantaje, por el que la amedrentada sociedad española de 1978 se hacía el verdadero harakiri posfranquista, alargando el regimen en casi otros cuarenta años más...de momento.

Remontarse al paisaje del miedo como fundamento constituyente de la actual constitución española, aún es poco. Si rastreáramos sus antecedentes, si alguna vez nos diera por hacer ese ejercicio de reflexión, necesaria y simultáneamente ética e histórica, comprobaríamos que el paisaje del miedo que precede a todas las constituciones es en origen un paisaje de violencia estructural previa, determinante de toda una letanía leguleya y verborreica, con la que se pretende legitimar la original violencia, la realmente constituyente, la que figura de tapadillo en todas las constituciones, consistente en naturalizar por ley el gobierno o dominio sobre la vida de las gentes a cargo de los más brutos y más astutos. El robo de la vida, de la tierra y de la razón queda así institucionalizado, “por las buenas o por las malas”, única variante posible que admiten las constituciones, todas las que hasta ahora han sido, fundamentadas en la heteronomía, en la ideología totalitaria y excluyente que ha sido predominante a lo largo de la historia humana.

Sobraba “libertad” y sobraba “igualdad” en los frontispicios de la revolución burguesa y en todos los de la civilización esclavista (heterónoma), la única por nosotros conocida. Hubiera bastado con poner “fraternidad”, que las incluía. Pero no, fraternidad fue colocada al final, como corresponde a la guinda de un pastel, sin más función que la de mero adorno.
La libertad y la igualdad, con el olvido de la fraternidad han justificado la barbarie continuada de la historia humana. Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin, intuyó sólo la mitad de la pregunta crucial, ¿para qué la libertad sin igualdad?...otros intentaron completarla del revés, ¿para qué la igualdad sin libertad?.... pero ¿de qué valen como simples conceptos vacíos, sin respeto a la esencial dignidad del ser humano, individual y concreto, de qué valen sin fraternidad?

A mayor gloria y propaganda de la Sagrada Transición, sigan en sus tertulias los periodistas, políticos, filósofos e historiadores, ociosos, desgranando conceptos huecos de toda sustancia. Mi pregunta es la pertinente en este malcelebrado día: ¿Constitución para qué?



















1 comentario:

Loam dijo...

Para revestir de solemne legitimidad a la farsa y, a la par, crear en la "ciudadanía" la ilusión de justicia y soberanía popular. La Constitución es la cristalización y culminación del hoy tan denostado populismo. El no va más del mismo.

Salud