En 1780 T. Sánchez y en 1894 F. Janer interpretan el vocablo “rad” atraídos por escribirlo Gonzalo de Berceo en su obra:
Oido lo avedes, si bien vos acordades,
este abad benito, lumne de los abades,
cuantas sufrio de coitas e de adversidades
por ond a passar ovo de Ortoya las rades.
(Gonzalo de Berceo. Vida de Santo Domingo de Silos, (c.1230). Estrofa nº 223)
PIEDRAS Y LEÑAS (en las ruinas de un cementerio y en una casa habitada) |
He entrado a las Hoces
del río Rudrón por todas sus partes accesibles. He seguido su
rastro desde su nacimiento en San Mamés de Abar, donde recibe el
nombre de río “Hurón”, que le dura mientras corre oculto bajo
las peñas de Basconcillos del Tozo, metido en un valle ciego, de
varios kilómetros, como en una “hura” que se prolonga hasta
pasar el puente natural de la Patada del Cid, surgiendo de nuevo poco antes
de llegar a Barrio Panizares, ya con su nuevo y definitivo nombre de
río adulto, “Rudrón”.
He bajado a sus profundas
revueltas partiendo de la ermita de Hoyos del Tozo y también desde
San Andrés de Montearados, bajando por la quebrada que desciende a
derecho desde el despoblado de Ceniceros hasta el antiguo molino de
Rasgabragas, cuyas ruinas aún se sostienen a malas penas.
He bajado por el barranco
carrascoso de Valdoflos, en La Rad, hasta el Molino del Zurdo,
también en estado de solemne ruina, poco entes de llegar al alto y
maravilloso balcón poblado de Moradillo del Castillo.
Lo he hecho por Covanera y Tubilla
del Agua, tras visitar el Pozo Azul y luego retomar el
cauce, siguiendo aguas arriba hasta donde acaba la carretera -de
nuevo en Moradillo del Castillo-, pasando por los preciosos pueblos
de Tablada, Bañuelos y Santa Coloma del Rudrón.
He entrado al Rudrón
desde el páramo de Masa, donde nace el río San Antón, siguiendo su
curso, que es apenas un hilillo todavía cuando pasa junto a las
desvencijadas ruinas de una antigua torre medieval en Fresnos de
Nidáguila, despoblado desde antiguos tiempos. El San Antón es por allí un arroyo ínfimo que
va horadando la pétrea paramera a medida que crece, a partir de
Nidáguila, serpenteando por Terradillos de Sedano, hasta desembocar
en el Rudrón muy cerca de Santa Coloma.
...Y en mi último intento
quería bajar a las hoces del Rudrón penetrando primero en las del
río San Antón, por el Barranco de Unfrida, partiendo del caserío
de Santa Cruz del Tozo. Pero tuve que desistir poco antes del
barranco, desanimado por el estruendo de escopetas, una cacería que
por allí tenía lugar este último domingo.
Con esa frustración
encima, me llego a casa y ordeno las fotos de esas idas y venidas por
las hoces y alfoces del San Antón y del Rudrón, las que desaguan en
las Hoces del Ebro, allá por los pagos de Valdelateja. Y en este
ejercicio de recuerdos, retorno a los orígenes del río, al modesto
nacimiento del Rudrón y caigo en la cuenta de que es precisamente
ahí, en el término de San Mamés de Abar, donde está el arco de
clave de todo este territorio, Las Loras. Es ahí donde las mismas
aguas se reparten en dos vertientes, unas que van al Atlántico por
el Duero y otras al Mediterráneo por el Ebro...ahí está la
divisoria de vertientes, en el manantial de Fuente Abar, como en el cumbrial de un tejado que reparte
las aguas en canalones que son ríos: aguas atlánticas de Ubierna, Lucio,
Brullés, Odra y Pisuerga...y aguas mediterráneas, encajonadas, del
San Antón, del Rudrón y del Ebro, una fantástica casa de suelo y
muros calizos, surgida del fondo oceánico hace muchísimos millones
de años, organizada en inmensas estancias solariegas, habitadas y
deshabitadas por momentos, según el correr de la historia, desde el
principio de los tiempos. Estancias parameras, sinclinales colgados,
abruptas hoces, barrancos inesperados, valles amplios, elevados y tranquilos,
de repente ciegos y horadados por el agua, las nieves y los vientos,
en miles de cuevas y simas, dolinas, callejones-tuerces y afilados
lapiaces.
Abar, Rudrón, La Rad,
Unfrida y la Honor...me venían esas palabras a la cabeza cuando
caminaba por el paraje llamado de Las Carboneras, en los pagos de La
Rad, como me vienen los chozos de pastor por allí diseminados.
Recuerdo que a la vista de aquel paisaje no pude por menos que
asociar esos chozos al nombre del lugar, Las Carboneras,
imaginando su construcción y uso, tanto por pastores como por gentes
dedicadas al carboneo de esos montes de carrascas y encinas. Me
resulta obligado apreciar el arte de su construcción, el esmero en
la belleza funcional de su espacio habitable, la mínima y suficiente
comodidad que pueda librarte del viento frío y de la molesta lluvia.
Me sucedió también con los “abrigos de pastor” que tanto ví
abundar por Santa Cruz del Tozo, de arquitectura austera, elemental
sí, pero de una belleza formal que resulta sublime...no puede ser
que los pastores los construyeran sólo por necesidad, cuando abundan
por todas las partes del páramo, por altos, por vallejadas y
barrancos, en medio del encinar y a la intemperie pelada...tuvo que
ser por el puro gusto de hacerlos, de amontonar piedras con sentido y
conocimiento, sólo por el amor al arte de esa neolítica estirpe de
pastores, un arte funcional y conceptual, sólo al alcance de
verdaderos filósofos y artistas.
Abar, Rudrón, La Rad,
Unfrida y la Honor...palabras, que
nombran sitios y que, a buen seguro, se refieren a largas historias...y me pongo a averiguarlo y a cavilar sobre ello. Recurro al
conocimiento científico, etimológico, sin renunciar a mi propia
intuición, fundamentada en la experiencia de mucho caminar por
lugares e historias.
Abrigo de pastor en Santa Cruz del Tozo |
Chozo en Las Carboneras (La Rad) |
Colmenar en Terradillos de Sedano |
ABAR.
Se dice en
la Wikipedia que la voz Abar "aparece en el diccionario
euskara-castellano "3000 hiztegia" con la traducción
castellana de "borbotón o borbollón. La existencia en el
municipio de una fuente natural, llamada Fuente Abar, la cual mana a
borbotones, indica que Abar es un topónimo original y propio de una
población de lengua euskérica/ibérica. La toponimia circundante
apoya esta tesis vascoibérica para el origen de "abar",
haciendo referencia a un origen étnico/cultural vasco/vascuence (de
ahí también el apelativo "Bascones" o "Basconcillos"),
una identidad claramente euskérica pues, de pobladores ancestrales
del lugar, los íberos. Las especulaciones que han tendido a
pretender transformar artificiosamente "Abar" en "Abad"
quedan en evidencia, así como definitivamente descartadas, al
reconocer el descubrimiento de la concordancia toponímica euskérica
con la peculiaridad del rasgo natural que determinó en toda lógica
el primer asentamiento humano en el lugar: la surgencia hídrica
denominada tradicionalmente Fuente Abar.
Indagando algo más,
descubro que según Mitxelena (1997, 35,569,622),
“Abar”, proveniente del euskera, lo que nombra son ramas y
carrascas; lo compara con “abardoi” (bosque talado) y con
“ipinabar”, “un roble joven al que se ha podado la parte
superior”, resumiendo su significado como expresión de una
abundancia de ramas y carrascas. Ahí queda para seguir dudando,
aunque a mi me satisface la versión autóctona, como borbotón de agua
(Fuente Abar) donde se origina el Rudrón.
RUDRÓN.
Hasta que
anduve por los parajes de la Rad, bajando y subiendo desde las hoces
del Rudrón, había pensado que “rudrón” venía -deformado por
el uso y el paso del tiempo- del nombre original del río, Hurón, ese
pequeño río que se mete en una gran “hura” por Basconcillos del
Tozo. Pero mi intuición me dice que ese tipo de interpretaciones no
suele ser tan facilona, menos cuando muy cerca está el “radón”
de La Rad, que me lleva a pensar en asociar “radón” y “rudrón”.
El territorio a vista de satélite. Portada de un libro de J. Campillo sobre la Honor de Sedano |
LA RAD.
Aquí me
detendré por más tiempo. Existe un detallado estudio etimológico
de esta palabra, del que es autor Ricardo Ruiz del Castillo y de
Navascués (“Toponimia: aportación al conocimiento del
significado del vocablo riojano la rad, las rades, rad, la rá, raz,
rates...”). En su conclusión, deduce que “las rades” nacen en
el siglo X o primera mitad del XI en el repoblamiento de la Rioja
Alta tras su reconquista, y acaso en su llanada que desde el pie de
los Obarenes muere en los ríos Tirón y Oja, o en el entorno del
monasterio de San Millán de la Cogolla en el valle de Najerilla.
En 1944 J. Vallejo,
y en 1945 F. Cantera, interpretan “las rades” como
madera para quemar o construir, leñas, bosque o dehesa; y en todo o
en parte son seguidos por otros autores, aunque en general se
inclinan por el predio maderero desforestado o por la dehesa, a la
vez que resaltan su carácter comunal. En 1973 J. Bautista
Merino las define como terrenos comunales con arbolado, en
general de robles, que se reparte a los vecinos para que lo talen y
aprovechen sus maderas. Y añade que suele preceder a “rad” el
artículo “la”, como en La Rad.
Así pues, las “rades”
fueron predios comunales destinados al aprovechamiento de maderas,
para la construcción de casas (con los troncos) y para el carboneo
(con las ramas). “Eran un específico tipo de predio comunal
referido a un uso temporal, mientras duraba la tala, subsidiariamente
también destinado a ganar tierras de cultivo o de pasto, ya superada
la inicial fase de entresacas a libre albedrío, hasta que a
principios del siglo XIV se prohíben las talas, dejando recuerdo en
topónimos que se extendieron por toda la Rioja, el sur de Navarra y
las tierras altas de Burgos. Siguiendo el itinerario histórico del
repoblamiento de los reinos cristianos, la palabra “rad” llega a
tierras de Salamanca, Somosierra, Ávila, Madrid, norte de Cáceres y
Soria, y se extiende hacia el sureste, por Guadalajara, Cuenca y
Albacete, y acaso por el valle del Ebro en Aragón y Cataluña”. No
puede ser casualidad esa extensión geográfica, ni que fuera en
paralelo al proceso repoblador y ligada a la organización concejil
de los nuevos territorios colonizados: un espacio delimitado entre
las montañas cantábricas (donde se organizaron los reinos
cristianos) y la estratégica frontera del Duero, el espacio
histórico que se corresponde con la Extremadura primera y original. Las “rades” no
existieron más abajo de las tierras toledanas, donde terrenos
parecidos han conservado el nombre de “dehesas”, que nunca
tuvieron el uso comunal y concejil, al que hace referencia “la
rad”.
Los reyes godos
Recesvinto y Ervigio velaron y regularon la conservación de bosques
y pastos de comunales y
particulares, y los fueros y cartas pueblas hicieron concesiones
comunales al respecto; el
Fuero Juzgo reguló los deslindes forestales y estableció severos
castigos para
quienes
robaran o incendiaran el arbolado,
que en gran parte fueron incorporados más
tarde por las ordenanzas
concejiles.
Afirma el mencionado autor, R. Ruiz del Castillo, que la etimología de “la rad” nace del étimo
hispano-vizcaíno “larrá”, considerando que la forma “la rate”
es posterior, por latinización de la más antigua, romance, “la
rad”. En las primeras décadas del siglo XIV cae en desuso y se
olvida su significado aunque deja memoria en unos 163 topónimos de
lugares o parajes principales, aunque serían más; y hay también 54
subsidiarios y 37 de dudosa asociación, y 19 “Rada” como posible
variante.
Bien, pues caminando por
los parajes de La Rad se da uno cuenta del tamaño de ese monte, de
que no es un lugar pequeño, sino un verdadero “radón”, acepción
aumentativa que fue usada para nombrar a las rades más extensas.
Entre el barranco por el que bajé al Rudrón, el de Valdoflos
(topónimo que dejo para otro día) y el monte de Las Carboneras
(por el que regresé al pueblo de La Rad), pude darme
cuenta de que no es exagerado llamarlo “radón”, ni muy
desencaminado el emparentarlo con el río que corre por abajo,
llamándolo “rudrón”.
UNFRIDA.
Al norte
de Santa Cruz del Tozo, Unfrida es el nombre del barranco que se
adentra en las hoces del río San Antón, ya cerca de su
desembocadura en las del Rudrón.
En su tesis doctoral,
Joaquín Caridad Arias dice que “en la toponimia alemana son
frecuentes las falsas etimologías que pretenden relacionar el
elemento “frede” (frethe), fried-e, de tantos topónimos y
antropónimos, con un nombre común, en este caso el alemán
Fried (paz) o el adjetivo frei (libre), cuando en realidad
se refieren igualmente a la diosa Freda o Frida. Así que muy
probablemente, en el caso que nos ocupa, el nombre de este barranco
tiene un origen germánico, referido a la diosa Frida.
En nombres gallegos de
base latina, “freita” significa “presa de río” o
bien “trozo o parcela” de una finca; también trozos en
que se divide un monte comunal para su aprovechamiento. Una
“freitada” es un “corrimiento de tierras”, una
“cortadura” (según la acepción latina que tuvo presente
un notario o escribano medieval). Estamos ante derivados
del latín “fracta” (raja o partición), “fractura”, lo
mismo que el castellano “frecha” (y no sé yo si también
“brecha”). Pero “a na freita” ("la que está en la
cortadura") no puede confundirse con Anafreita, como también se
ha dicho, porque proviene del nombre de origen germánico
ANA-FRED-A, o Anafried, Anafred (masc.) que aún se usa hoy;
un antropónimo compuesto, cuyo segundo término está basado
en el nombre de la suprema diosa germánica y nórdica
Freda, Frida, Fritha o Freya (todos ellos a su vez relacionados
con la palabra Fraujōn, “mujer”), cuya contrapartida
masculina es Freyr, tan presentes ambos en la toponimia nórdica y
germánica.
El toponimista alemán H.
Bahlow relaciona incluso al español Navafrida (año 1010) como
una forma histerológica del mismo nombre, siendo el primer
elemento -nava o wana (o bana)-, un hidrónimo.
Refiriéndose a topónimos
hispánicos identificados con el adjetivo fría, frío, afirma
Joaquín Caridad que algunos de los topónimos
peninsulares que contienen el adjetivo fría, frío son a
menudo formas reducidas de antropónimos germánicos tipo
Freda, Frida, por atracción. Y que lo mismo ocurre con los
burgaleses Frías y Unfrías, el asturiano Frieres y el
portugués Frielas. El propio Navafría (de León) era Navafrida
en documento del año 1010, con forma reducida Nafría (en
Soria), probablemente formas metatizadas del nombre
germánico Wanafrida, escrito también Wanefreoda (año 860),
Wanfried, Wahnfried en 1574 y Wanfred en Inglaterra. Incluso los
Vilafría de Galicia y los Villafría de Alava y Palencia pueden
estar relacionados con el nombre germánico Wilfrid o
Wilfrido, lo que explicaría el género (de otro modo un
tanto incoherente) de Vilafrío ( en Lugo)...En fin, que el de
Unfrida no es un barranco cualquiera, porque conserva un nombre de
origen antiquísimo, probablemente puesto por los godos que
anduvieron por estos rincones del Rudrón, los mismos que nos dejaron
su huella en la pequeña ermita de las Santas Centola y Elena, que se
conserva en Siero, como también en muchas de las palabras que
todavía usamos, de lugares como este barranco de Unfrida o como en
muchos de nuestros nombres: Alberto, Alfredo o mi propio nombre de
Fernando.
LA HONOR DE SEDANO.
Sabía del honor en masculino, como “cualidad moral que lleva al
sujeto a cumplir con los deberes propios respecto al prójimo y a uno
mismo”, tal como define el diccionario, un concepto ideológico que
justifica conductas y explica relaciones sociales. Pero supe de “la
honor” en femenino cuando anduve por estas tierras loriegas del
Rudrón y del Ebro, más concretamente por Sedano. Y a buen seguro
que es palabra desconocida incluso para las gentes nacidas en la
cercana villa de Aguilar de Campoo, de la que dependió la Honor de
Sedano durante largo tiempo. La honor era una “tenencia” feudal,
una cesión de tierras que efectuaba el rey o señor para uso de un
vasallo, sin pérdida de la propiedad y sin que supusiera derecho
hereditario.
De los muchos trabajos
publicados por el eminente Jacinto Campillo Cueva (1),
arqueólogo y profesor de Historia (además de natural de Tablada del
Rudrón), extraigo toda la información al respecto de La Honor de Sedano:
La honor tuvo distintos
grados de similitud y diferencia entre instituciones muy diversas y
en distintos reinos de la Europa Occidental (“tenure”, formas de
tenencia feudal en Inglaterra), lo que no debe identificarse como un
sinónimo del feudo. La tenencia es una institución presente en el
feudalismo de la Península Ibérica, con matices diferenciables
entre la Corona de Castilla (donde sólo de forma muy rara y tardía
se dieron algunos feudos hereditarios), el reino de Portugal
(tenência, tença), el reino de Navarra o la Corona de Aragón
(tinença, honor regalis), donde el feudalismo catalán fue más
similar al francés.
Según Claudio
Sánchez Albornoz la tenencia de tierras se remonta al reino
visigodo, pero el término "tenencia" apareció en los
reinos de Castilla y de León a fines del siglo XI, cuando con la
feudalización se concedieron a ciertos vasallos del rey atribuciones
públicas, administrativas y judiciales. La tenencia se denominó “la
honor” en los reinos de Navarra y en Aragón, donde aparecieron con
anterioridad al resto de la Península Ibérica. Las tenencias se
concedían a grupos privilegiados de la nobleza y el clero y a partir
del siglo XII contribuyó a la feudalización al dotarse de funciones
de gobierno, jurisdicción y administración de la recaudación para
el rey. Las honores vitalicias concedidas por los reyes en los siglos
XI y XII, a la muerte del tenente, podían ser adjudicadas de nuevo
por el rey a cualquier noble, habitualmente a familiares del
concesionario, pero muy pocas veces se otorgaba a los hijos de éste.
Inicialmente la tenencia no fue hereditaria, pero en ocasiones el
tenente la poseía como cosa propia y transmisible, en cuyo caso se
denominó “heredad”. Las honores hereditarias aparecen en Aragón
a comienzos del siglo XII cuando la gran extensión de tierras
reconquistadas al Islam por Alfonso I el Batallador facilitó que los
caballeros de frontera lograran señoríos en la extremadura soriana
y turolense y consolidaran su transmisión a sus hijos; en Castilla
solo se generalizaron las tenencias hereditarias en el siglo XIII, a
pesar de la resistencia de Alfonso VIII a conceder heredades en
tierras de Extremadura, en un momento también de extensas
conquistas, como señala García de Cortázar.
En el verso 887 del
Cantar de Mío Cid (compuesto hacia 1200) aparece la expresión
“honores y tierras”, donde el término “honores” alude a la
tenencia como una concesión de tierras del rey que puede ser
temporal o vitalicia, pero no hereditaria, mientras que las “tierras”
se referían a las posesiones patrimoniales, al patrimonio en bienes
inmuebles que puede ser heredado por los descendientes. En el siglo
XII el término “tierra” fue sustituido en Castilla por el de
“honor”, que provenía del derecho navarroaragonés, y designó a
partir de ese siglo una tenencia regida por un “conde” o
“potestad” con atribuciones políticas, administrativas,
judiciales y recaudatorias de impuestos.
Dice Jacinto
Campillo Cueva que la antigua "honor de Sedano" se
extendió por el noroeste de la provincia de Burgos en torno a los
páramos loriegos y sedaniegos que se disponen a ambas márgenes de
los ríos Rudrón y Ebro y que tal denominación sirvió para
designar un territorio provisto de un peculiar carácter
juridico-administrativo, creado durante el siglo XIV y consolidado
con posterioridad a 1480, año en que fue comprado por los futuros
marqueses de Aguilar (de Campoo). Estaba constituido por 27 núcleos
de población que componían un único ayuntamiento, cuya sede se
encontraba en la villa de Sedano. Esta unidad histórica fue
legalmente disuelta a principios del siglo XIX al configurarse la
nueva división municipal.
Tablada del Rudrón y Jacinto Campillo Cueva |
Y concluyo, por hoy no
quiero alargarme más, solo diré que cualquier caminata por Las
Loras puede ser un viaje alucinante, por territorios ignotos en los
que se ha ido acumulando la memoria de la Tierra y de los seres vivos
que la fueron poblando. Territorios que fueron habitados por humanos
primitivos que se guarecían de las fieras en cuevas, recién
inventado el fuego, que enterraban a los muertos en túmulos simples
y luego en dólmenes complejos, que transhumaban con sus ganados
desde las llanadas de Burgos y Villadiego en dirección a los pastos
frescos del cántabro norte...un viaje por paisajes geológicos,
biológicos y culturales preñados de historia, allá por donde
vayas. ¡Ah!, sin olvidar las palabras, los topónimos que son
arqueología del lenguaje, que dan nombre a los sitios y que nos
ayudan a conocer esa larga historia de Las Loras.
(1) Una amplia relación de la prolífica obra de investigación histórica de J. Campillo, plasmada en muchos artículos, revistas y libros, puede ser consultada AQUÍ.
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