LAS
LUCHAS, PARLAMENTARIAS O EN LA CALLE, NO SIRVEN POR SÍ MISMAS. HAY QUE
GANAR LA BATALLA DE LAS IDEAS, HAY QUE RECONSTRUIR EL SUJETO Y HAY
QUE CONSTRUIR LA AUTONOMÍA, EL AUTOGOBIERNO POPULAR, LA DEMOCRACIA.
La
articulación de las luchas y los movimientos sociales desde la
autoorganización popular es una necesidad compartida por una gran
minoría. Pero no es sólo un reto metodológico, ni sólo
estratégico, también es ideológico cuando se es consciente de que
uno de los rasgos que caracterizan al sistema dominante al que nos
enfrentamos es su capacidad para influenciar -hasta determinar
decisivamente- la agenda, tanto teórica como práctica, de las
fuerzas sociales.
Quienes
todavía no han comprendido que la colonización es el método
histórico propio e inherente al sistema hoy hegemónico, no pueden
comprender cómo este método esté siendo aplicado sistemáticamente
a la conquista de la mente y de la conducta humana con tanto éxito
como sucediera en los principios de la Modernidad, entonces dirigido
sólo a la conquista de tierras, esclavos y materias primas.
Prefieren seguir creyendo que el enemigo es algo tan simple como una
corporación global de políticos corruptos y ricos sin escrúpulos,
sin otra inteligencia que la de ganar dinero engañando y explotando
a la gente que les mantiene con su trabajo y con el pago de
impuestos. Malamente comprenden que el colonialismo es de siempre el
método de todos los Estados “viables”, de todos los que han
sobrevivido a su propia historia, pero mucho menos entienden cómo
se ha producido la evolución del método colonial hasta su
perfeccionamiento en método estatal-capitalista, para la conquista
de mentes y conductas. La producción, acumulación y reproducción
del capital es aplicada en la totalidad de los territorios y en la
totalidad de la vida humana, sin resquicio alguno que pueda librarse
de ser convertido en mercancía. Y eso nunca hubiera sido posible por
la sola aplicación de las leyes de oferta y demanda, ha sido
imprescindible el empleo de mucha inteligencia y un gran poder de
amaestramiento, además de cohercitivo, para la conquista
ideológica, ha sido necesario un todopoderoso sistema capaz de
dominar a las multitudes… o de exterminarlas, si fuera necesario a
su interés.
La
especialidad de las izquierdas burguesas es darse de cabezazos contra
los límites del sistema, contra la democracia burguesa. Sus
ilustrados dirigentes saben que ésta tiene un tope que limita toda
esperanza de cambio real, pero en ese pequeño margen que les dejan
las derechas titulares del sistema parecen esperar alguna ganancia, a
condición de conseguir algunas concesiones “sociales” (derechos), algo que
siga alimentando la ilusoria fe de la clientela obrerista-progresista
que mantiene a esos dirigentes. Mientras, en ese mínimo margen,
éstos van encontrando acomodo personal, un cargo, una nómina, una
notoriedad y, como poco, un cierto posicionamiento intelectual,
estético y social. Se conforman con la estrategia “pepsicola”:
mejor ser los segundos que nada, mejor vivir al rebufo de la
cocacola, calentitos en las instituciones, que estar helados a la
intemperie. En la intemperie, la realidad sigue su curso, tal y como
ha sido planificada: los mercados funcionan perfectamente, aunque con
altibajos en la cuenta de beneficios y en los índices de cotización
en Bolsa. Pero ellos persisten en sus tesis obreristas-progresistas,
ajenos a todos los cambios de la historia reciente, aún cuando las
condiciones históricas actuales sean bien distintas a aquellas que
dieron origen a sus viejas tesis. Incluso algunos de sus prestigiosos
intelectuales ya lo reconocen:
“Un
ejemplo de esa pertinaz colonización ideológica lo ofrece en la
actualidad la obra de algunos de los más conocidos intelectuales
críticos de la izquierda. Si se examina con detenimiento el
pensamiento de autores tales como Michael Hardt y Antonio Negri o la
más reciente contribución de John Holloway, puede comprobarse sin
mayor esfuerzo cuán vigorosa ha sido la penetración de la agenda,
las premisas y los argumentos del neoliberalismo aún en los
discursos de sofisticados intelectuales seriamente comprometidos con
una crítica radical a la mundialización neoliberal”.(Atilio
Borón)
Yo
pongo en primera persona del singular las palabras de Nikos
Kazantzakis para hacerlas mías:
“No
soy gente sencilla que cree en la felicidad, ni un alfeñique que cae
a tierra desolado ante el primer revés, ni un escéptico que observa
el esfuerzo sangriento de la marcha de la humanidad desde las alturas
de una inteligencia burlesca y estéril. Creyendo en la lucha, aunque
sin abrigar ninguna ilusión al respecto, estoy armado contra toda
desilusión”.
(Toda
Raba (1934) - Nikos Kazantzakis)
Me
sumo a la necesidad de Confluencia de las fuerzas sociales, muy bien,
pero me rebelo ante la aceptación sumisa y acrítica del contrato
social vigente, porque no quiero que quede su rastro por ninguna
parte, no quiero contribuir a la metástasis que reproduce el mismo
cáncer que quiero eliminar. Yo parto de un principio: no hay más
sujeto concreto de la historia que el individuo social que somos. Y
en eso fundamento la vida en comunidad que deseo para mí y para
todos los demás individuos, situándome con ello en las antípodas
del gregarismo burgués, de izquierdas y derechas, que asume sin
rechistar el contrato social vigente, que sacraliza el Estado y, por
tanto, la organización jerárquica de la sociedad por identidades de
clase, género o raza.
El
contrato social, como teoría política, explica el origen y el
propósito del Estado y de los llamados derechos humanos. Afirmo
categóricamente que es el germen de la revolución burguesa. La
esencia de su teoría es que para vivir en sociedad, los seres
humanos “pactamos un contrato social implícito”, que nos otorga
ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad de la que
dispondríamos “en estado de naturaleza”. Siendo así, los
derechos y los deberes de los individuos constituyen las cláusulas
del contrato social, en tanto que el Estado es la entidad creada
(¿por quién?) para hacer cumplir el contrato. El contrato social
vigente es un producto ideológico, concretamente liberal, que parte
del supuesto de que la totalidad de los miembros de la sociedad, por
voluntad propia, están de acuerdo con dicho contrato social, en
virtud de lo cual admiten la existencia de una autoridad, de unas
normas morales y de unas leyes a las que se someten. El pacto social
es una hipótesis más autoritaria que liberal, que tiene la
pretensión de explicar y justificar la necesidad de una autoridad
política y un orden social jerárquico. Poniendo el énfasis en los
derechos, como si éstos, aún en el caso de ser conquistados, no
fueran, al cabo, otra cosa que concesiones otorgadas por una
autoridad dominante. El implícito contrato social vigente es un
abstracto, negativo, falso y tramposo pacto, que pudo convencer a la
sociedad europea del siglo XVIII, pero que ya no cuela.
Hoy
necesitamos un nuevo contrato social, positivo y concreto,
perfectamente claro y explícito en sus términos. Lo que sigue es
sólo un apunte, un borrador para ese nuevo Contrato Social
Entre Iguales:
*Reconocemos
en todos los individuos de la especie humana una igualdad esencial,
que es condición previa de la libertad que nos constituye como seres
humanos. Y quienes así lo creemos, acordamos:
-Asumir la herencia histórica de
quienes en defensa de la dignidad y la emancipación humana se
enfrentan ahora y se enfrentaron en el pasado a los
regímenes totalitarios responsables de imponer
el trabajo esclavo, desde sus formas antíguas hasta su contemporánea
forma de trabajo asalariado.
-Que
los bienes naturales del planeta Tierra deben pertenecer al común
de individuos y generaciones de las especies vivas y que en
nosotros, los individuos de la especie humana, por tener conciencia
de ello, recae la responsabilidad del buen uso de estos bienes
universales, lo que nos obliga al cuidado en común de la Vida de la
que somos parte, de la Tierra que habitamos y de la buena
convivencia con nuestros congéneres humanos.
-Que
los bienes derivados del Conocimiento, creado, desarrollado,
transmitido y acumulado por la especie humana a lo largo de nuestra
experiencia histórica, son bienes comunes y también universales,
que a nadie pertenecen y que, por tanto, son de uso común por todos
los individuos, comunidades y generaciones de nuestra especie.
-Que,
individual y colectivamente, tenemos el deber de rebelión contra el
regimen de dominación hoy hegemónico, hasta lograr la disolución
de las instituciones estatales y capitalistas en las que éste
regimen concentra y sustenta su poder totalitario.
-Que
para el perfeccionamiento de nuestras vidas y para el cumplimiento
de los acuerdos a los que nos obligamos mediante el presente
Contrato, nos comprometemos a organizar autónoma y comunitariamente
nuestras vidas en el ámbito de los territorios por nosotros
habitados, mediante la autogestión democrática de la convivencia y
de los bienes comunes universales derivados de la Tierra y del
Conocimiento humano, solidariamente con todos los individuos y
comunidades humanas respetuosas de este Contrato.
-Que, aún esperando el uso de la violencia
por parte de las instituciones del regimen totalitario dominante,
nosotros sólo la emplearemos bajo el deber de legítima defensa.
Y, por tanto, quienes suscribimos
este documento en todos sus términos, asumimos
el deber de ajuntarnos en asambleas locales para la
constitución de Ajuntamientos Comunales en
nuestros respectivos territorios, como instituciones
propias del autogobierno popular, fundamentado en los
principios, valores y deberes del presente Contrato Social entre
Iguales.
Sin duda que su redacción es muy mejorable, pero, en
esencia, éstos son los términos del Contrato Social entre Iguales
que, a mi entender, es necesario. Y la verdad es que, al menos en
ésto, no espero grandes compañías, pero tampoco las soledades a las que ya estoy habituado.
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