Cuando
decimos democracia, según quien lo diga, nos estamos refiriendo a
dos cosas bien distintas: a un ideal igualitario de organización
política de la convivencia o, lo que es más frecuente, a su
práctica real y dominante en el tiempo presente.
En
sentido estricto, democracia sería gobierno del pueblo
-demos/pueblo y cracia/gobierno-, no sería sólo voto (lo
que realmente es hoy) que, en todo caso y como mucho, sólo sería un
mero instrumento, un medio, nunca un fin en sí mismo.
No
podemos seguir llamando democracia a lo que no es tal cosa, la
democracia sólo puede darse en condiciones de comunidad, donde todos
los participantes comparten en igualdad aquellos bienes que les son
comunes. La democracia, así, sólo puede darse en comunidades
pequeñas, nunca entre gentes que no se conocen ni comparten nada. La
democracia que hoy tenemos es estatal y de masas; y, por tanto, en
sentido estricto, ni es ni debería ser llamada democracia.
Definitivamente, la democracia-democracia es incompatible con la
noción de pueblo-masa, propia de la organización estatal de la
sociedad.
Desde
hace mucho, las izquierdas todas andan locas con este asunto. Han
aceptado la democracia estatal de masas, se han integrado en ella
hasta considerarse a sí mismas más demócratas que los liberales
inventores de la cosa. Piensan a la contra de sus principios
originales, creen que el pueblo es un sujeto político ausente
y que su misión histórica es conseguir el poder del Estado para
beneficio de ese sujeto. De acuerdo con los liberales, confunden masa
y pueblo, Estado y Comunidad, en un revoltijo sin solución. Piensan
que la víctima de la democracia de las derechas es la masa, a
la que ellos consideran como pueblo en su imaginaria
democracia de izquierdas, todavía no se han enterado que el éxito
de la democracia liberal se fundamenta en la anulación del
individuo, ese al que los liberales dicen defender, ese individuo
libre e igual hoy desaparecido a manos de la democracia liberal de
izquierdas y derechas, ese individuo sin el que el pueblo-masa no es,
ni puede ser, sino antítesis de comunidad y ésta, metáfora inútil
de una democracia imposible.
Vivimos
en democracias de consumo, de usar y tirar, democracias baratas, low
cost. Consumir, votar y se acabó. Ya deliberan los tertulianos hasta
la extenuación, ya nos evitan el trabajo de pensar por nosotros
mismos, ya producen la opinión pública ellos, los mass
media. Ya gobierna la clase política, ya crea riqueza y empleo
la clase empresarial y bancaria, ya gestionan los funcionarios a sus
órdenes, ya somos plenamente liberados e irresponsables todos los
demás, excepto si las cosas van mal, que la culpa es nuestra, por
fiarnos, por haberles votado.
Por
el marketing sabemos que el consumo de las masas funciona por
mecanismo de emulación: los marginados emulan a las clases medias y
éstas a las clases altas, a los famosos, a los artistas y demás
figurantes. El arte del marketing consiste en crear necesidades donde
no las hay, en generar la envidia de las mayorías precarías por las
minorías pudientes. Le llaman emulación a la envidia de siempre.
Pero la economía capitalista no puede producir mercancías de
calidad para todos, la mayoría no podría comprarlas, por eso su
marketing segmenta los mercados, discrimina muy bien a la clientela
consumidora, produciendo buenas mercancías con altos precios y
mercancías sucedáneas, malas y baratas, pero asequibles para el
bolsillo de las masas...vuelos baratos, temporadas de rebajas,
tiendas outlet, bazares de la China comunista, comercio
online...democracias de consumo, viernes negro, blackfriday.