Vosotros
haced lo que queráis, pero yo le voy a cambiar el nombre a este
planeta en el que vivimos.
No
puede ser que sigamos por más tiempo llamando Tierra a un planeta en
el que la tierra es sólo una parte y no la mayor ni la más
significativa. Es un error mayúsculo que hay que corregir. Me diréis
que yo no tengo autoridad para hacer este cambio, vale, ¿quién la
tiene entonces?, porque de no ser un humano -como yo por ejemplo- no
sé de nadie que pueda hacerlo. Es tarea humana nombrar el mundo y
cada cosa, porque sólo nosotros usamos la palabra, le ponemos nombre a
lo que existe. Cierto es que cualquier nombre que pongamos siempre
será subjetivo, afectado siempre por un criterio propio y
exclusivamente humano, eso sucederá siempre, con todos los nombres
de todas las cosas. Pero aún con esa limitación de obligada
subjetividad, estaremos de acuerdo que “mesa” es un buen nombre,
como “nube” o como “rosa”, porque se aproximan mucho a lo que
nombran, porque a nadie engañan ni a nadie pretenden confundir.
Puede que el nuevo nombre que yo le he puesto al planeta no les
parezca apropiado ni a los jilgueros, ni a las orquídeas, ni a las
piedras, pero nunca lo sabremos, porque nunca lo dirán... y el que
calla otorga.
Y si
necesariamente ha de ser un nombre subjetivo, más razón me asiste
para no necesitar autorización de nadie. Si no os gusta, pues
ponerlo vosotros, cada cual el que quiera...o seguid prevaricando,
seguid llamándole Tierra al planeta, a sabiendas de que es un error
mayúsculo.
Para
mí quedan descartados los nombres de Gas, Agua y Magma, que podrían
ser alternativas con tanto mérito como el nombre de Tierra, pero
cualquiera de ellos sería igualmente incompleto y erróneo. Me
inclino más por su componente diferencial, el que falta en esa
lista: vida, planeta Vida.
Para
fundamentar este empeño he considerado un par de detalles que a tal
efecto no son menores : 1º) que todo el planeta es “materia
madre”, de la que provenimos y a la que volveremos; y no siendo
extraterrestres resulta que necesariamente estamos hechos de esa
materia, es más, somos ella misma, vida, somos planeta. 2º) que en
el breve intervalo de tiempo que duran nuestras particulares vidas,
resulta que el planeta es algo más que un domicilio, porque además
de habitarlo también nos lo comemos.
Empezamos
a comérnoslo nueve meses antes de nacer, nos comemos su aire, su
agua, vegetales, animales, minerales, todo lo que nos permite crecer
y reproducirnos, todo un proceso metabólico que dura un corto
tiempo, exactamente hasta que la vida se nos va. Pero las humanas
vidas no son las únicas existentes en este planeta, lo sé porque
he visto esas otras vidas, decimos de ellas que están “animadas”
porque tienen algo (un ánima) que las distingue muy bien de las
rocas, del aire y del agua, que ni comen, ni se reproducen, ni
mueren. Y las hay que aunque no se muevan también están animadas,
también comen, se reproducen y mueren, me refiero a las vidas
vegetales.
Por
cierto, esta es la enésima vez que se lo digo a los maestros: dejad
de llamar animales sólo a las vidas móviles, a las que no tienen
raíces que las sujeten al suelo, no engañéis más a los chiguitos
que tenéis secuestrados y entontecidos en las escuelas, sabéis muy
bien que todo lo que tiene ánima pertenece al reino de la vida y por
tanto es animal, ¡todos los seres vivos somos animales!, no
utilicéis más el nombre “animal” en vano, sabed que os
denigráis a vosotros mismos al usarlo como insulto a los brutos,
¡vosotros sí que me des-animáis, vosotros si que sois brutos!
Todos
los animales tenemos, además del ánima, una característica en
común, y es que nos comemos los unos a los otros. Y de ésto no se
libra ningún animal, ni siquiera los veganos, por mucho que les
incomode. Incluso hay seres de la misma especie que se comen entre
sí, nosotros mismos, los mamíferos humanos sin ir más lejos. No
hace falta que nos remontemos a los tiempos en que la antropofagia
era una habitual costumbre humana, ahora mismo hay algunos de
nosotros que, aunque sea en modo indirecto y más refinado (mediante
contrato), se siguen alimentando con las vidas de otros humanos, se
los comen, les exprimen sus vidas. Y ésto nos parece normal, al fin
y al cabo y sin pensarlo mucho, es la “normalidad” que sucede en
toda la naturaleza. Tan así es de normal que hasta hay quien dedica
toda su vida a cuidar y mantener -“por puro humanismo”- esta
forma de sutil antropopofagia. Yo creo que los sindicalistas se
engañan a sí mismos, incluso más que los propios veganos. ¿Cuál
es la diferencia entre comerse dos alitas de pollo o dos hojitas de
lechuga...y cuál entre comerse a un ser humano tostado en una
hoguera o comérselo crudo y poco a poco en su puesto de trabajo,
aunque estuviera bien pagado?...pues parece que nadie quiere verlo y
que a todo el mundo le parece lo “normal y natural”.
Aunque
reconozco que me ha costado mucho, yo estoy en radical desacuerdo con
todo el mundo, ni quiero pasar por vegano ni quiero salvar a la clase
trabajadora. No me importa que siga habiendo veganos, pero sí
preferiría que desapareciera la clase trabajadora de la faz del
planeta, para lo cual es necesario que previamente desaparezca la otra, la clase parasitaria y antropófaga que agrupa a propietarios y políticos.
¿Y
qué tiene ésto que ver, me diréis a estas alturas, con aquello de
lo que vienes hablando, con el nombre erróneo de la Tierra?...pues
todo, y voy a intentar explicarlo: por qué sí da igual comer dos
alitas de pollo que dos hojitas de lechuga, pero no es lo mismo que
un humano se coma la vida de otro humano, aunque ahora nos parezca
algo tan histórico y tan normal como llamar “Tierra” al planeta
Vida.Ya
dije que los humanos somos tan “vida”, tan animales, como pollos
y lechugas. Pero lo cierto es que nosotros llevamos una carga
especial que a ellos no les pesa, sólo por ser nosotros, de entre
todos los animales, los únicos que tienen conciencia de sí mismos.
Fijaros, sólo por eso recae sobre nosotros la responsabilidad
general de cuidar el planeta (como quiera que le llamemos), con una
especial atención al cuidado y mantenimiento de la Vida.
A un
pollo que come lechugas y que parece dotado de mayor inteligencia que
éstas, le sería indiferente que se extinguieran los humanos (que
comen pollos y lechugas) o que se extinguieran las lechugas, que no
se comen a los pollos y que se alimentan sólo de luz, humedad y
minerales. Pero a nosotros sí que nos importa, nosotros no
quisiéramos que se extinguieran ni pollos ni lechugas; éstos no
saben que nos necesitan, pero nosotros sí sabemos que les
necesitamos y que nos necesitan. Somos, sin haberlo elegido,
guardianes del planeta, responsables de toda la colectividad de la
Vida y no sólo de nuestras individuales vidas. Y porque lo sabemos,
podemos elegir entre pasar la vida como animales humanos “no
normales”, o como pollos y lechugas.
Y es
que somos una rareza, una anomalía excepcional que rompe la salvaje
indiferencia y normalidad del Orden Natural, en el que lo normal no
es el amor, donde lo normal es que los unos se coman a los otros y
que cada lechuga atienda sólo a lo suyo, a sus veinte centímetros
cuadrados de suelo en régimen de efímera Propiedad...vaya, salió,
otro nombre impropio y erróneo, puede que el mayor de todos.
La
Propiedad es un error disculpable en el caso de las verduras, que se
toman el huerto como “propio” durante unos días del verano, o en
el caso de los pollos, que hacen lo mismo con la parcelita de corral
que les toca. Ya dije que ni pollos ni lechugas ponen nombre a las
cosas, pero no hay disculpa para los humanos, que perfectamente
sabemos que este planeta no pertenece a ninguna vida en particular
-siempre efímera- y que, a lo sumo, a cada uno de nosotros lo que
nos corresponde es un derecho de uso temporal y responsable, que
conlleva una carga, un deber de respeto al nombre propio de la Vida y
a lo que ésta nombra -nombramos- mediante palabras.
Es
legítima la propiedad de nuestra “propia” vida, como de todo lo
que podamos producir con nuestras propias manos e inteligencia. Pero
todo lo demás no: no nos pertenece, no podemos robárselo a ningún
otro humano sin caer en antropofagia. No hay,
pues, mayor error que llamar “propiedad” a esa moderna variante del
canibalismo (capitalismo), origen de todos los desánimos, desamores,
miserias y guerras humanas.
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