domingo, 25 de marzo de 2018

ANTROPOFAGIAS Y OTROS ERRORES MAYÚSCULOS


Vosotros haced lo que queráis, pero yo le voy a cambiar el nombre a este planeta en el que vivimos. 

No puede ser que sigamos por más tiempo llamando Tierra a un planeta en el que la tierra es sólo una parte y no la mayor ni la más significativa. Es un error mayúsculo que hay que corregir. Me diréis que yo no tengo autoridad para hacer este cambio, vale, ¿quién la tiene entonces?, porque de no ser un humano -como yo por ejemplo- no sé de nadie que pueda hacerlo. Es tarea humana nombrar el mundo y cada cosa, porque sólo nosotros usamos la palabra, le ponemos nombre a lo que existe. Cierto es que cualquier nombre que pongamos siempre será subjetivo, afectado siempre por un criterio propio y exclusivamente humano, eso sucederá siempre, con todos los nombres de todas las cosas. Pero aún con esa limitación de obligada subjetividad, estaremos de acuerdo que “mesa” es un buen nombre, como “nube” o como “rosa”, porque se aproximan mucho a lo que nombran, porque a nadie engañan ni a nadie pretenden confundir. Puede que el nuevo nombre que yo le he puesto al planeta no les parezca apropiado ni a los jilgueros, ni a las orquídeas, ni a las piedras, pero nunca lo sabremos, porque nunca lo dirán... y el que calla otorga.


Y si necesariamente ha de ser un nombre subjetivo, más razón me asiste para no necesitar autorización de nadie. Si no os gusta, pues ponerlo vosotros, cada cual el que quiera...o seguid prevaricando, seguid llamándole Tierra al planeta, a sabiendas de que es un error mayúsculo.
Para mí quedan descartados los nombres de Gas, Agua y Magma, que podrían ser alternativas con tanto mérito como el nombre de Tierra, pero cualquiera de ellos sería igualmente incompleto y erróneo. Me inclino más por su componente diferencial, el que falta en esa lista: vida, planeta Vida.

Para fundamentar este empeño he considerado un par de detalles que a tal efecto no son menores : 1º) que todo el planeta es “materia madre”, de la que provenimos y a la que volveremos; y no siendo extraterrestres resulta que necesariamente estamos hechos de esa materia, es más, somos ella misma, vida, somos planeta. 2º) que en el breve intervalo de tiempo que duran nuestras particulares vidas, resulta que el planeta es algo más que un domicilio, porque además de habitarlo también nos lo comemos.
Empezamos a comérnoslo nueve meses antes de nacer, nos comemos su aire, su agua, vegetales, animales, minerales, todo lo que nos permite crecer y reproducirnos, todo un proceso metabólico que dura un corto tiempo, exactamente hasta que la vida se nos va. Pero las humanas vidas no son las únicas existentes en este planeta, lo sé porque he visto esas otras vidas, decimos de ellas que están “animadas” porque tienen algo (un ánima) que las distingue muy bien de las rocas, del aire y del agua, que ni comen, ni se reproducen, ni mueren. Y las hay que aunque no se muevan también están animadas, también comen, se reproducen y mueren, me refiero a las vidas vegetales.

Por cierto, esta es la enésima vez que se lo digo a los maestros: dejad de llamar animales sólo a las vidas móviles, a las que no tienen raíces que las sujeten al suelo, no engañéis más a los chiguitos que tenéis secuestrados y entontecidos en las escuelas, sabéis muy bien que todo lo que tiene ánima pertenece al reino de la vida y por tanto es animal, ¡todos los seres vivos somos animales!, no utilicéis más el nombre “animal” en vano, sabed que os denigráis a vosotros mismos al usarlo como insulto a los brutos, ¡vosotros sí que me des-animáis, vosotros si que sois brutos!

Todos los animales tenemos, además del ánima, una característica en común, y es que nos comemos los unos a los otros. Y de ésto no se libra ningún animal, ni siquiera los veganos, por mucho que les incomode. Incluso hay seres de la misma especie que se comen entre sí, nosotros mismos, los mamíferos humanos sin ir más lejos. No hace falta que nos remontemos a los tiempos en que la antropofagia era una habitual costumbre humana, ahora mismo hay algunos de nosotros que, aunque sea en modo indirecto y más refinado (mediante contrato), se siguen alimentando con las vidas de otros humanos, se los comen, les exprimen sus vidas. Y ésto nos parece normal, al fin y al cabo y sin pensarlo mucho, es la “normalidad” que sucede en toda la naturaleza. Tan así es de normal que hasta hay quien dedica toda su vida a cuidar y mantener -“por puro humanismo”- esta forma de sutil antropopofagia. Yo creo que los sindicalistas se engañan a sí mismos, incluso más que los propios veganos. ¿Cuál es la diferencia entre comerse dos alitas de pollo o dos hojitas de lechuga...y cuál entre comerse a un ser humano tostado en una hoguera o comérselo crudo y poco a poco en su puesto de trabajo, aunque estuviera bien pagado?...pues parece que nadie quiere verlo y que a todo el mundo le parece lo “normal y natural”.
Aunque reconozco que me ha costado mucho, yo estoy en radical desacuerdo con todo el mundo, ni quiero pasar por vegano ni quiero salvar a la clase trabajadora. No me importa que siga habiendo veganos, pero sí preferiría que desapareciera la clase trabajadora de la faz del planeta, para lo cual es necesario que previamente desaparezca la otra, la clase parasitaria y antropófaga que agrupa a propietarios y políticos.

¿Y qué tiene ésto que ver, me diréis a estas alturas, con aquello de lo que vienes hablando, con el nombre erróneo de la Tierra?...pues todo, y voy a intentar explicarlo: por qué sí da igual comer dos alitas de pollo que dos hojitas de lechuga, pero no es lo mismo que un humano se coma la vida de otro humano, aunque ahora nos parezca algo tan histórico y tan normal como llamar “Tierra” al planeta Vida.Ya dije que los humanos somos tan “vida”, tan animales, como pollos y lechugas. Pero lo cierto es que nosotros llevamos una carga especial que a ellos no les pesa, sólo por ser nosotros, de entre todos los animales, los únicos que tienen conciencia de sí mismos. Fijaros, sólo por eso recae sobre nosotros la responsabilidad general de cuidar el planeta (como quiera que le llamemos), con una especial atención al cuidado y mantenimiento de la Vida. 

A un pollo que come lechugas y que parece dotado de mayor inteligencia que éstas, le sería indiferente que se extinguieran los humanos (que comen pollos y lechugas) o que se extinguieran las lechugas, que no se comen a los pollos y que se alimentan sólo de luz, humedad y minerales. Pero a nosotros sí que nos importa, nosotros no quisiéramos que se extinguieran ni pollos ni lechugas; éstos no saben que nos necesitan, pero nosotros sí sabemos que les necesitamos y que nos necesitan. Somos, sin haberlo elegido, guardianes del planeta, responsables de toda la colectividad de la Vida y no sólo de nuestras individuales vidas. Y porque lo sabemos, podemos elegir entre pasar la vida como animales humanos “no normales”, o como pollos y lechugas.

Y es que somos una rareza, una anomalía excepcional que rompe la salvaje indiferencia y normalidad del Orden Natural, en el que lo normal no es el amor, donde lo normal es que los unos se coman a los otros y que cada lechuga atienda sólo a lo suyo, a sus veinte centímetros cuadrados de suelo en régimen de efímera Propiedad...vaya, salió, otro nombre impropio y erróneo, puede que el mayor de todos.
La Propiedad es un error disculpable en el caso de las verduras, que se toman el huerto como “propio” durante unos días del verano, o en el caso de los pollos, que hacen lo mismo con la parcelita de corral que les toca. Ya dije que ni pollos ni lechugas ponen nombre a las cosas, pero no hay disculpa para los humanos, que perfectamente sabemos que este planeta no pertenece a ninguna vida en particular -siempre efímera- y que, a lo sumo, a cada uno de nosotros lo que nos corresponde es un derecho de uso temporal y responsable, que conlleva una carga, un deber de respeto al nombre propio de la Vida y a lo que ésta nombra -nombramos- mediante palabras.

Es legítima la propiedad de nuestra “propia” vida, como de todo lo que podamos producir con nuestras propias manos e inteligencia. Pero todo lo demás no: no nos pertenece, no podemos robárselo a ningún otro humano sin caer en antropofagia. No hay, pues, mayor error que llamar “propiedad” a esa moderna variante del canibalismo (capitalismo), origen de todos los desánimos, desamores, miserias y guerras humanas.


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