La
celebración constitucionalista de cada 6 de diciembre es un
“happening” propagandístico más, uno de los más importantes
para el regimen del 78, heredero del franquismo y, a la larga,
heredero de todos los regímenes parlamentarios y totalitarios que se
vienen sucediendo a partir de la constitución liberal de 1812, con
la que en España se produce la consolidación estratégica y
estructural de la alianza estatal-capitalista.
Aún así, a pocos interesa, si hacemos excepción de los profesionales de la cosa, junto con sus familiares, colegas de puertas giratoria, su clientela más fiel y, por supuesto, la masa de curiosos y despistados que hoy han hecho cola para ver los agujeros de Tejero, el ínclito madero, en la techumbre de las Cortes.
Aún así, a pocos interesa, si hacemos excepción de los profesionales de la cosa, junto con sus familiares, colegas de puertas giratoria, su clientela más fiel y, por supuesto, la masa de curiosos y despistados que hoy han hecho cola para ver los agujeros de Tejero, el ínclito madero, en la techumbre de las Cortes.
Esta
es oportunidad para renovar la denuncia del actual sistema político
en su totalidad. No para desacreditarlo, que para eso no necesita
ayuda y que sería un ejercicio de mero criticismo negativo, tan al
uso, sino para ir abriendo camino a la revolución integral
necesaria, como tarea constructiva, superadora del criticismo
simplón, agotado en sí mismo, y que sólo sirve al sistema
dominante al prescindir de toda propuesta realmente alternativa y
transformadora, contribuyendo eficazmente a generalizar la
desesperanza de la mayoría social y, con ella, su pasividad y
sometimiento al sistema imperante, que así es visto por esa mayoría
como “lo único posible”, sólo objeto de mínimas reformas que
“lo mejoren”, aunque sólo sea en apariencia.
Mientras, lo
sustancial del regimen -la concentración de todo el poder social,
económico y político- sigue vigente y reforzándose
progresivamente, a la par que se multiplica su potencia destructiva,
a escala nacional, europea y global, proyecto que, no olvidemos,
tiene su primer peldaño en el prioritario objetivo de anular la
libertad de conciencia, la individualidad consciente en definitiva.
El
happening constitucionalista está impregnado en esta ocasión por el
debate territorial, que es presentado por el reformismo oficial como
la panacea, el máximo reto del constitucionalismo, destinado a
superar la crisis abierta por el nacionalismo catalán y su deriva
independentista. Y yo quiero aprovechar esta circunstancia para
relanzar una visión radicalmente distinta que, a mi entender, es
congruente con el proyecto de revolución integral.
Parto
de romper con la inercia de considerar la historia de los pueblos
como sustrato necesario de la organización territorial, primero
porque esa historia es la oficial, la de las élites que fueron
formando los Estados y no la de los pueblos, que es mucho más real y
doméstica. Segundo, porque nuestra experiencia histórica ha puesto
en evidencia que todo intento de organización territorial con
fundamento en las raíces históricas es necesariamente conflictivo y
de naturaleza bélica, de conquista y dominio -cuando no de origen inequívocamente colonial- nunca de cooperación
y solidaridad entre gentes y pueblos. Hoy pienso que la organización territorial debe
abandonar ese carril infructuoso, fijándose en lo sustancial, que
son las relaciones humanas, que de natural se producen en territorios
naturales y concretos, no en los imaginarios territorios autonómicos,
producto de la ingeniería política estatal, por más que se los
quiera teñir de sustancia cultural o histórica.
Los
territorios reales, en los que tiene lugar la convivencia son los
espacios geográficos, cuyas características orográficas y climáticas condicionan la disponibilidad de los
recursos naturales necesarios al sustento de las comunidades que los
habitan, así como las relaciones humanas entre pueblos e individuos.
No
soy el primero que propone la organización territorial en base a la
geografía, ya en el siglo pasado, incluso antes, hubo geógrafos que
se adelantaron en propuestas similares, a las que nadie hizo caso
porque siempre se impusieron “las razones de Estado”.
Las
cuencas hidrográficas definen concreta y perfectamente las regiones naturales,
a las que yo llamo “países”, porque las identifica un "paisaje"
común, compartido por quienes habitan estos territorios, gentes que
entre sí se llaman “paisanos” al margen de los gentilicios
oficiales, que clasifican a las gentes en espacios administrativos y
artificiales, de ámbito provincialista, regionalista o
nacionalista.
Pienso
que la organización propia y mejor de la convivencia humana es en
democracias verdaderas, autogobernadas en asambleas de iguales y en comunidad que surge de
la vecindad, cuando las personas y pueblos nos sentimos próximos,
cuando compartimos el mismo paisaje y los mismos recursos, un espacio
productivo y relacional que nos es común a pueblos, vecinos y
paisanos, que no se contradice con la cooperación y solidaridad entre todos los pueblos del mundo, ni con la historia, tradiciones y cultura de cada uno esos pueblos. Como tampoco se contradice con el desarrollo del conocimiento
científico, ni con los avances tecnológicos, siempre que éstos sirvan a
las necesidades reales de las gentes del Común y no a los intereses,
siempre elitistas y criminales, de las oligarquías sociales,
económicas y políticas.
Mapa
de los países ibéricos, sobre la base de las cuencas hidrográficas
En
el mapa que propongo, quedan excluidos los territorios africanos de
Ceuta, Melilla y las Islas Canarias... no es que se me haya olvidado.
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