El
pensamiento conspiranoico triunfa porque la mayoría de los
individuos buscamos asirnos a alguna certeza en medio del azaroso y
confuso océano en el que se ha convertido el mundo en general y
nuestras vidas en particular.
Sin
duda contaminado de positiva conspiranoia, constato que el
pensamiento dominante es inducido, diseñado para nuestro bien, para
evitar el sufrimiento que experimentaríamos si tuviéramos abiertos
los ojos, si pudiéramos ver lo que tenemos delante, el futuro que ya
está sucediendo. Toda una gran industria de la política y el
entretenimiento se ocupa de procurarnos agradables y variadas
distracciones, con el fin de evitarnos el mayor sufrimiento posible.
Tiempo
atrás llegué a pensar que la ideología inoculada era puro
presentismo, una idea simple, consistente en creer que lo mejor es
vivir al día y en primera persona, al margen de la marcha del mundo
y disfrutando al máximo del presente. Eso fue cuando parecíamos
haber llegado al convencimiento de la no existencia del futuro, a
partir de su no necesidad,...el futuro, aquella abstracción con la
que nombrábamos lo inexistente, un tiempo imposible, decíamos, que
nunca es porque siempre está por venir. Pero hoy, a la vista de lo
que acontece, ya no me cuadra. El presente está tan deteriorado que
sólo cerrando los ojos, parece nublarse hasta desaparecer, o
cuando menos, aparenta ser soportable. Eso es lo que veo suceder ahora,
cuando a la humanidad -al menos la que yo conozco- sólo le está
permitido mantener una ilusión básica, una utilitaria religión de
la esperanza, la mínima e indispensable para seguir tirando.
Y
la esperanza es algo reacio al presente, algo que necesariamente refiere
al futuro, sea éste lo que sea. Esperamos algo mejor y lo fiamos
todo al brillo que despliegan las tecnologías que avanzan a toda
prisa para proporcionarnos la mínima seguridad de que la vida
continúa a pesar de todo y que el futuro nunca podrá ser peor.
Podemos, pues, seguir viviendo con esperanza y a crédito, que la
banca no sólo no ha muerto, sino que sigue siendo -todavía- la
reserva espiritual de nuestras vidas y de todo el sistema dominante.
El crédito es la prueba fehaciente y definitiva de que tenemos un
futuro, que como poco ha de durar hasta que la deuda quede saldada, un
futuro que aunque no nos pertenezca y aunque tengamos que pagarlo a
plazos y con intereses durante el resto de nuestras vidas, al menos
nos permite seguir tirando.
El
crédito, pura esperanza, es ya la única fe que nos queda, la que
nos salva, cuantificable, contante y sonante, en sustitución de
nuestra rural y anticuada creencia en dioses que ya no nos sirven.
Sálvese
quien pueda. Acabamos de enterarnos de que la Tierra ni es plana ni
infinita, que tiene sus límites y que no da para todos. En medio de
la galaxia, el mundo es un sitio remoto, exhuberante de vida, donde
reina la escasez, sí, pero donde “por suerte” imperan el orden,
la ley y el mercado libre. Es el reino de los emprendedores y de los
elegidos, de los mejor adaptados y más competitivos, de aquellos que
mejor sepan entender la libertad. Quien no resista es por su culpa o
por su mala suerte.
Los
limitados recursos naturales que sustentan la vida son ya gestionados
por corporaciones necesariamente totalitarias, porque en el contexto
de la vida real la libertad sólo adquiere sentido subordinada a la
seguridad; las energías y los alimentos serán renovables y
ecológicos, pero en buena lógica estarán disponibles sólo para
los que sean capaces de pagar su alto precio. Por fin, hemos
descubierto que vivimos en la realidad, en la única sociedad
realmente existente y escasa, donde la igualdad y la democracia son
lujos superfluos, que no valen nada y además son imposibles, por
mucho que las corporaciones y los estados quieran mantener nuestra
ilusión al respecto.
El
blando capitalismo que trajeron de la mano el
socialismo y el neoliberalismo dará paso a un fascismo
tecnoecológico, perfectamente justificado por suprema razón de
necesidad, supervivencia y seguridad; el esclavo asalariado de hoy
quedará obsoleto, totalmente innecesario para la producción, como
inservible residuo de épocas pasadas, cuya carencia de valor lo
convierte en perfectamente desechable.
Las
élites dominantes podrán prescindir del apoyo de las masas
proletarias y de los partidos y sindicatos que hasta ahora se
ocupaban de disciplinarlas, el orden social dominante ya sólo
necesitará del apoyo de una minoría de especialistas
tecnocientíficos y tecnócratas muy cualificados.
El
control de la información evolucionará hacia formas más
perfeccionadas de propaganda, que justificarán la división de la
sociedad en dos segmentos bien diferenciados, los útiles y los no
útiles al sistema de supervivencia que han preparado quienes
realmente tienen la inteligencia y el poder, y que, por tanto, están
capacitados para ello.
La
mayoría social devendrá en clase ociosa, en permanente aumento a
causa de los avances de la ciencia y de sus aplicaciones
tecnológicas, lo que precisará de una sofisticada ingeniería
social que, para el propio bien de las masas, las mantenga en
situación de letargo inducido, a cargo de la industria del consumo y
el entretenimiento.
Ante
la progresiva mengua en la recaudación de los impuestos
provenientes del trabajo asalariado en vías de extinción (los
que hasta ahora venían siendo el principal ingreso que tradicionalmente nutría el artefacto
estatal) (*), ahora son necesarias nuevas estrategias, que ya están en
plena fase de implantación; son, entre las más decisivas: la
intensificación de las políticas de sexualidad no reproductiva, un
adecuado manejo de las migraciones, acompasado a las necesidades del
mercado y un permanente estado de guerra normalizada...nuevas
estrategias que permitan regular el crecimiento demográfico,
manteniéndolo en límites presupuestariamente asumibles.
Menos
mal que llevamos un largo tiempo de adiestramiento y que ya nada
puede sorprendernos, que cualquier cosa que nos depare el futuro
siempre nos parecerá lo mejor de lo posible. Y es que, por si no lo
sabíamos (momento conspiranoide): los Otros (el 1%), lo que
hacen es asegurarse de que quienes sobrevivan a la Escasez sean sólo los
mejores, lo que es compatible con su sincera intención de que el
resto vivamos nuestra Nimiedad existencial con el menor sufrimiento
posible, aunque sea simulando la felicidad de los tontos o la
resignación de los ciegos.
(*)
La mejor
evidencia
es la acelerada decadencia del llamado
Estado de Bienestar.
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