Malamente podemos posicionarnos en la realidad si ignoramos los modos
y mecanismos en los que se produce y reproduce esa realidad.
La vida humana transcurre en medio de un “orden” que nos viene
dado, compuesto por múltiples circunstancias que nos encontramos al
nacer y que van a condicionar toda nuestra existencia o, al menos,
su calidad. A medida que vamos adquiriendo conciencia de nosotros
mismos y del mundo, hay una mayoría de individuos que se encuentran
incómodos en ese “orden”, porque lo sienten como impuesto, que
se ven a sí mismos completamente ignorados, despreciados e incluso
agredidos. Cuando eso nos sucede empezamos a percibir el mundo como
realidad negativa, caótica y desordenada. Cuestionamos la realidad
que nos ha tocado vivir, porque quisiéramos otra realidad mejor, un
mundo realmente “ordenado”. Y nos cuestionamos a nosotros mismos,
nuestro posicionamiento ante ese desorden oficial e
institucionalizado. Para la minoría que se encuentra cómoda, el
mundo ya está ordenado, el problema son esas multitudes cuyo
descontento amenaza con desordenarlo todo.
El poder está hoy concentrado, no existe un poder político separado
del económico, históricamente ambos poderes siempre han tendido a
apoyarse mutuamente y lo han conseguido en el tiempo presente: todas
las estructuras de gobierno representan hoy la fusión de ambos poderes
en un único y totalitario poder. Estado y Capital son uno, lo que denominamos “globalización”
es el momento histórico en el que esa unión se ha perfeccionado y
consumado.
Ya no es posible entender la sociedad dividida en derecha
(propietarios) e izquierda (desposeídos), esa es una clasificación
burguesa y/o marxista obsoleta. Ahora, izquierda y derecha son las
dos facciones en las que el poder organiza a la sociedad. En cada
lugar del mundo el poder actúa en modo “derecha” o en modo
“izquierda” en función de las diferentes y cambiantes
circunstancias, lo que es constante es su “misión”:
lograr la máxima acumulación y concentración del poder, las que necesita para mantener su dominio sobre la sociedad y cumplir así
con su neovisión del mundo, orientada a cumplir su histórica tarea
“civilizadora”, consistente en preservar la libertad individual,
necesariamente asociada ésta al supremo principio de propiedad
privada.
El poder es naturalista, piensa que la selección natural -la
competencia entre individuos- es lo más conveniente a la especie humana, es lo que
la mejora. Nunca tuvo entre sus fines imponer la universalidad de su
utopía (el libre acceso de todos a la propiedad y, por tanto, al
poder), en ésto nunca mintió; muy al contrario, lo que quiere es que
al poder accedan sólo los “mejores”, los más capacitados, que
el poder esté en manos de los vencedores en esa competencia que para
ellos es la vida, para asegurar que sean “los mejores” quienes
gobiernen al resto, a la sociedad. El poder, o sea ellos, son el sujeto de la revolución burguesa. Y la
sociedad, o sea el resto, somos el objeto de esa revolución, los
humanos menos inteligentes y menos adaptados, más salvajes y menos competitivos, los
que necesitamos domesticación, o sea, orden y buen gobierno.
En tiempos ya pasados, los anteriores a la fusión del Capital y el
Estado, podía caber la duda sobre la identidad de clase, en modo
izquierda-derecha. Ahora no. Ahora la clase trabajadora, vote lo que
vote (a favor del Capital o del Estado), en todo caso trabaja para el
Poder, al que sustenta con su trabajo, su consumo y su voto. Porque
no puede ser de otra manera, porque no existe otra realidad.
Esta es una cuestión primordial, sólo a partir de este
posicionamiento podemos empezar a entendernos y plantear una
estrategia que haga posible cambiar la realidad. Una estrategia que
para estar a la altura del Desastre al que nos enfrentamos, sólo puede ser revolucionaria e integral.
Mientras tanto, seguiremos como Sísifo, subiendo absurdamente mil
veces la misma piedra colina arriba, o dándole vueltas a la misma
rueda de la jaula “democrática” en la que vivimos, desquiciados
como hámsteres, ora izquierda, ora derecha.
1 comentario:
"Desde siempre corre el rumor o mejor dicho la idea de que existe una salida." Samuel Beckett
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