¿Cómo
que es la hora de la política?...estoy
harto de escuchar esa
sobada frase, mil veces
repetida por la clase política y otras tantas replicada por una
opinión pública irreflexiva y cacatúa. Me
harta mucho más en una
época en la que nunca había estado
tan nítido que
es precisamente
en la
política donde está
el origen de los problemas que más nos acucian, al haberse apropiado de
todos los discursos y diagnósticos,
cuando nunca como aquí
y ahora los asuntos
vitales, sociales,
culturales, económicos, legales
han estado
tan enmarañados,
absorbidos y monopolizados por la política, siendo
prácticamente imposible distinguirlos
sin hacer un retorcido ejercicio imaginativo y
si no es a través de la lente única
de la política.
Lo que
aquí, como en la mayor parte del mundo, convierte el orden actual
en totalitarismo hegemónico (neofascismo global) consiste
precisamente en haber logrado naturalizar, imponiendo de facto, que
“toda la vida” sea comprendida como “política” o inluso como
“apolítica”, pero de tal modo que no haya resquicio alguno de la
vida humana que no esté intervenido por la política, por un poder
difuso y omnipresente, hasta el punto de asumirlo como algo natural e
incuestionable, omnímodo y totalitario.
La
política/apolítica no es lo que falta, muy al contrario es todo lo
que le sobra a nuestras vidas. Su praxis (no su teoría, que da para
muchos cuentos), no deja sitio a otra acepción que no sea la que
identifica esta actividad con su consustancial forma de ser
ejercida, la estatal-capitalista. Así, el capitalismo es la
economía, la economía es la política, la política es la ley y
ésta es el Estado, todo Estado y sólo Estado, al igual que lo que
entendemos por democracia, por asuntos públicos o privados, por
religión o justicia, e incluso hasta lo que entendemos por bien o
por mal...todo acaba siendo asunto de Estado y sólo de Estado. No
cabe otra posibilidad, hace tiempo que Estado y Política es lo
mismo: todo lo que impide la democracia, todo lo que destruye tanto
al individuo como a la comunidad; en definitiva, todo lo que se
opone a la vida en todas sus formas, no sólo a la humana.
La clase política nos quiere clasificados, como políticos y apolíticos, de izquierdas y derechas, enfrentados y confusos, en masa y aislados...pero una vez descubierto el pufo ilusorio del Estado de Bienestar, ya no se andarán con pamplinas democráticas, van a volver a lo suyo, al recurso de la fuerza bruta, al ejército y la policía, a dar hostias en nombre de la ley, porque sospechan que el mundo (“su” mundo) ha entrado en una peligrosa fase de descomposición.
Confían
en su fuerza y experiencia, combinan la guerra con las cortinas de
humo, subvencionan ciudadanismos y populismos, de izquierdas,
derechas y centros. Pero a no tardar lo tendrán cada vez más crudo, por
una razón todopoderosa que todavía ignoran: su orden
estatal-capitalista es portador de un germen autodestructivo que no
necesita enemigos, como no sea para justificar su propia violencia,
su razón de Estado.
La hora que sí ha llegado es la de la antipolítica, un “proceso” al que unas pocas y pocos hemos empezado a llamar “de revolución integral”. El Estado se basta a sí mismo para alcanzar el estado de putrefacción, su destino inexorable, no necesita nuestra ayuda, basta con situarnos enfrente y al margen. Pero eso hay que prepararlo, tenemos que preverlo, para no acabar sepultados por sus escombros y por su propia mierda.
Lo que
ahora toca es dejarle sólo, salir de su juego de cartas marcadas,
dejar masivamente de votar, de parlamentar y pancartear en su
terreno. Toca reconstruir en comunidad nuestra maltrecha
individualidad, ir escapando de su telaraña ministerial, del trabajo
esclavo/asalariado, de sus falsos mercados, ayuntamientos y
autonomías. Crear ajuntamientos asamblearios, autónomos y sus libres
confederaciones, confederaciones y ajuntamientos propios, realmente
democráticos y comunales, dejar en soledad al Estado hasta aislarlo,
para que se cueza en su propia salsa putrefacta...pero hay que
empezar ya, porque preparar todo eso costará mucha organización y esfuerzo. Y llevará
tiempo, porque todavía somos muy pocos en ese empeño y, como
mucho, dispondremos sólo de un siglo, de éste.
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