Recurro
a la definición de politicismo que hiciera Félix Rodrigo en uno de
sus textos, el titulado “Negatividad del politicismo”:
“por politicismo se entiende la creencia
en que todos los problemas de la sociedad y del ser humano tienen
solución y se resuelven con la política. Bajo el actual régimen
partitocrático, el monodiscurso politicista se hace aún más
reduccionista, al manifestarse como irracional fe subjetiva en que
votando a tal o cual partido, formación o coalición se realiza el
bien del cuerpo social”.
Se
ha hecho popular el adjetivar como “monotema” la cuestión
catalana, su sóla mención pone de los nervios a la mayoría de las
personas. El efecto de su abuso por los medios de comunicación de
masas no es inocente, consigue la banalización de la política, esa
posición aparentemente contraria que es el apoliticismo, del que
muchas personas hacen gala, como manifestación de su
“hartura de lo político”,
que se concreta en ignorar,
“pasar de la política”, lo que conlleva una actitud pasiva y
acrítica, que a los politicistas, mayoritariamente
progresistas, les
pone también de los nervios, porque identifican esta postura con el
conservadurismo de derechas.
Por
eso, ellos entienden que “todas las personas” que se dicen
apolíticas son de derechas y,
en definitiva, son sus
enemigos políticos, aunque
quienes así se manifiesten sean personas de las clases populares.
Incluso se llega a decir que “no hay cosa más idiota que un obrero
de derechas”.
Derivado
del politicismo es el legicentrismo, plenamente actualizado con la
cuestión catalana, a la que da solución de validez universal bajo
el principio imperativo de la aceptación de la ley, por encima de la
política, como única forma posible de la política, una Ley
emanada del Estado que “garantiza el orden y la convivencia”,
ante la que han de someterse todos, tanto políticos como apolíticos,
progresistas como conservadores, izquierdas como derechas.
Es
así como va construyéndose el proyecto de dominación perfecto,
controlado por las élites que manejan las estructuras de poder, a
través de las cuales estas élites controlan la sociedad en forma
“democrática” y perfectamente totalitaria.
El
resultado cotidiano es un clima de confrontación nebuloso, que
propicia la confrontación generalizada “de todos contra todos”,
pero que no afecta a las estructuras de poder que, paradójicamente,
resultan fortalecidas.
Así
vemos cómo la radicalidad política, de derechas y de izquierdas, se
manifiesta a diario no contra las estructuras de poder, sino contra
las personas, extendiendo la confrontación individual, dejando
aisladas entre sí a las personas, totalmente incapacitadas para
acometer -ni por sí mismas, ni colectivamente-, cualquier
transformación radical de las estructuras que determinan su forma de
vida.
Las
izquierdas creen que la mayoría de la sociedad está “mal situada
políticamente”, que la mayoría, siendo gente “obrera”, es
manipulada, dominada en definitiva, según la terminología
progresista-marxista, pero que debido a esa alienación, votan y
sostienen a la derecha. Pero cuando la izquierda llega al poder, se
encuentra con que la derecha en la oposición asume su mismo
discurso, pero con mejores resultados, acabando cada nuevo ciclo en
un fracaso, ya crónico, de las izquierdas.
La
reacción de las izquierdas postmodernas consistió en creer que le
sería más asequible su acceso al poder reduciendo sus principios a
una promesa de esclavitud mejor pagada, con total renuncia a su
original promesa de abolición de la sumisión-esclavitud en
cualquiera de sus formas, incluida la estatal-salarial. Llegaron a
pensar que la corrupción es condición inherente a la naturaleza
humana, que se podía corregir con buenas estructuras de poder, con
buenas repúblicas, no aprendieron de la historia, que contumazmente
pone en evidencia que la corrupción verdaderamente propia no es la
de los individuos -que siempre es excepcional-, sino la del Estado,
que es corrupción institucionalizada, normal en cualquiera de sus
formas y en cualquiera de las èpocas históricas que consideremos.
Lo más que podrán decir es que hubo y hay Estados que tratan mejor
a sus súbditos y esclavos.
Esta
ausencia de amabilidad, de primigenia desconfianza en las personas,
acompañada de una ciega fe en las estructuras, genera politicismo y
apoliticismo por igual , una bronca relación bipartita entre las
personas, que deja libres a las estructuras de poder en su exitoso
camino hacia la dominación total, hacia una superestructura
estatal-global, de la que ya estamos muy cerca.
Viene
a cuento lo que Norberto Bobbio dejó escrito en Italia Civile, sobre
cómo quería ser definido: “Aprendí a respetar las ideas
ajenas, a detenerme ante el secreto de las conciencias, a entender
antes de discutir, a discutir antes de condenar. Y como estoy en vena
de confesiones, hago una más, quizás superflua: detesto con toda mi
alma a los fanáticos”.
3 comentarios:
Deseo agradecerte tu atención a mis formulaciones.
Debemos unirnos para servir a la verdad y responder desde la verdad a las operaciones ideológicas y las mentiras del sistema.
Podemos hacer grandes cosas juntos.
Con afecto
Félix Rodrigo Mora
Magnífica la cita de Bobbio.
Salud!
Gracias, Félix, seguiremos, un abrazote
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