El
31 de Agosto de 2001, tuve el placer de asistir a la conferencia que
Agustín García Calvo pronunció en el foro de Amayuelas de Abajo, con el
título: "El pueblo contra el Régimen". Esta es la grabación que se
conserva de aquella conferencia:
https://www.editoriallucina.es/recursos/apps/mp3/ElpueblocontraelregimenConferenciaMayuelas2001.mp3 «Se
declara fundada por el presente manifiesto la Comuna Antinacionalista
Zamorana (CAZ), que proclama como su función esencial combatir de
hecho y de palabra (y tanto mejor si los hechos y las palabras
tienden a confundirse) por la desaparición del Estado Español y del
Estado en general (entidades ambas suficientemente definidas en su
realidad abstracta y administrativa) y por la liberación de la
ciudad y comarca de Zamora…»
(Primer
punto del Manifiesto de la C.A.Z.)
La
Comuna
Antinacionalista Zamorana
no existe. Es conocida, principalmente, por la publicación de tres panfletos,
editados por primera vez en París:
el «Manifiesto de la comuna antinacionalista zamorana», en 1.970,
«De los modos de integración del pronunciamiento estudiantil»,
hacia 1.973, y el
«Comunicado urgente contra el despilfarro» (*), en 1.974.
Hay un amplio consenso en que todos ellos fueron redactados por el pensador y literato zamorano Agustín García Calvo durante su exilio
en París, aunque parecen estar basados en los debates
que tuvieron lugar en las tertulias
políticas organizadas por él, en esa misma época, en un café del
Barrio Latino. En cualquier caso, en estos panfletos aparece recogido lo
más esencial del pensamiento político de Agustín García Calvo (**).
Fueron
también publicados en España,
a partir de la época de la transición,
por las editoriales La Banda de Moebius y la Editorial Lucina (la primera edición española del «Manifiesto de la
Comuna Antinacionalista Zamorana», publicada por La Banda de
Moebius, fue secuestrada por un Juzgado
de Orden Público, pero su difusión fue autorizada, posteriormente,
cuando se supo que el autor o redactor de la obra era el catedrático
recién retornado del exilio Agustín García Calvo.
MANIFIESTO DE LA COMUNA ZAMORANA
«Se
declara fundada por el presente manifiesto la Comuna Antinacionalista
Zamorana (CAZ), que proclama como su función esencial combatir de
hecho y de palabra (y tanto mejor si los hechos y las palabras tienen
a confundirse) por la desaparición del Estado Español y del Estado
en general (entidades ambas suficientemente definidas en su realidad
abstracta y administrativa) y por la liberación de la ciudad y
comarca de Zamora…»
El
primer punto de la CAZ se nos presenta así, y al leerlo, cualquier
profano en la materia puede pensar que ello es cosa de locos o de
utópicos o, lo más seguro, ver en ello algo divertido. Pero no. Ni
es locura, ni utopía, ni cachondeo.
Baste
para comprobarlo mirar la desconocida historia de Zamora para ver la
lucha que éste mi pueblo ha mantenido siempre contra la realidad
abstracta del Estado. Así como otros pueblos extranjeros de esta
península (hoy y aún España y Portugal), buscan en su antigüedad
sus raíces nacionalistas, sólo podemos ver en el pueblo
zamorano la persistencia del genio antiestatal a lo largo de
los siglos.
El
primer ejemplo nos lo ofrece Viriato, el guerrillero lusitano. Cierto
es que entonces no se podía hablar de estado o nación en el sentido
moderno, pero sí de algo tan parecido (peor diría yo) como el
Imperio. También algún reticente y sesudo intelectual podría
objetar que no está comprobado que Zamora fuese la cuna de este
héroe, sino la zona fronteriza de lo que se conviene
en llamar Portugal. Pero este hecho carece de importancia por dos
cuestiones: primera, la identificación total, familiar
incluso, de las gentes que habitan de uno y otro lado de esa línea
ficticia que el Estado quiere mantener, pero que no logra separarnos
―yo, por ser de de allí, puedo asegurar que todos formamos una
gran familia por encima de la definición de españoles (?) o
portugueses (?)—, y segunda, que el hecho importante es que
«durante los casi tres últimos siglos por lo menos, Zamora ha
considerado a Viriato como cosa suya, le ha hecho casi su héroe
popular, y la única estatua de cuerpo entero que la ciudad tienen
erigida es la suya» (esto era cierto en el momento de la redacción
del Manifiesto). De Viriato, primera manifestación antiestatal, toma
la CAZ la enseña que la tradición presenta: nueve tiras de tela,
bermejas todas menos la primera, que era verde. Pero no son las nueve
franjas, a modo de lo que conocemos como bandera, lo que se toma,
sino su significado: Viriato formó su enseña con jirones de
estandartes romanos de las legiones derrotadas. Todo un símbolo.
Pero ésto no es todo. También nuestra historia nos ofrece
pronunciamientos antiestatales (y antinacionalistas) de carácter
revolucionario. De entre todos ellos destaca uno en especial que se
constituye en el punto de arranque. Fue en el año 1158. Era Zamora
entonces ciudad grande y floreciente, con abundante población de
menestrales y mercaderes y pujanza en sus industrias y gremios. El
poder gubernamental era llevado por gentes de la nobleza,
generalmente extranjera, de amplios privilegios, uno de los cuales
era que de las mercaderías que cada día salieran a la plaza del
mercado, tenían ellos la primera opción de compra, «y sólo de
lo que ellos no hubieran adquirido podían abastecerse los plebeyos».
Así
ocurrió que, habiendo pasado la hora de compra de los nobles, un
maestro zapatero pretendía llevarse una trucha que ya tenía
acordada, pero viéndola el criado del regidor, pretende adquirirla
para la mesa de su dueño. Este abuso de poder desencadena una gran
batalla en el mercado… tras la cual queda la trucha en manos del
zapatero. Esa misma tarde, ante la afrenta y menoscabo de su poder,
se reúnen los nobles en la iglesia de Santa María la Nueva para
organizar la represión y castigo de los plebeyos. Mas éstos no
esperan a que el concilio se levante y armados con sus útiles de
trabajo, cercan a la nobleza dentro de la iglesia y le prenden fuego.
Pereció achicharrada toda la nobleza, o casi, ya que cuenta la
leyenda que el más
alto de la clase (o sea, las hostias consagradas) escaparon volando
del copón para irse a refugiar en otra iglesia, quizá más popular.
Los rebeldes, para rematar su gran obra, prendieron fuego a la casa
del regidor y, cómo no, abrieron las puertas de la cárcel (véase
pues que la toma de la Bastilla no fue una novedad).
Pasada
la resaca de la rebeldía y encarándose al día siguiente con la
realidad, los zamoranos no esperaron la reacción del poder central,
y formando una caravana de siete mil personas, tomaron las de
Portugal. Acto seguido mandaron recado al rey exigiéndole la promesa
de declarar perdonado y libre de toda culpa al pueblo de Zamora y,
asimismo, de librarles de la opresión de los señores, ya que si no
pasarían a establecerse en Portugal, dejando así al monarca sin
unos impuestos sustanciosos («¿De qué le sirve al rey una
Zamora sin zamoranos?», decía la carta). Los zamoranos
preferían la libertad a la tierra, y ante tales argumentos el rey
tuvo que ceder. Quizá el monarca se acordó de que, algunos años
antes, Zamora fue la última en doblegarse a la unidad castellana y
que fue allí también donde se le dio muerte al rey Sancho. En
efecto, el rey Fernando I había unificado bajo su cetro los campos
de León, Galicia Y Castilla, pero en un acto de arrepentimiento que
le honra, decidió repartir su reino entre sus hijos. Su hijo Sancho,
de quien dependía Castilla, arrebató pronto a sus hermanos los
demás territorios, salvo Zamora a doña Urraca, que fortalecida por
la decisión de los zamoranos, mantenía la independencia oponiéndose
con todas sus armas a la unificación. Varios meses de cerco no
doblegaron su decisión. Y un día, el caballero Bellido Dolfos se
presentó en el campamento del rey, engañándole con la promesa de
entregarle la plaza, le llevó a un lugar apartado donde, por la
espalda y con el propio venablo del rey, le dio muerte. Nótese que
el monarca estaba haciendo de vientre, como queriéndonos avisar, con
un ejemplo práctico y contundente, que «la reducción de todas las
ideologías sustentadoras del Estado a la fétida verdad de sus
mentiras, es lo único que puede permitir al brazo rebelde asestarle
el golpe mortal que lo haga desvanecerse». El traidor fue perseguido
por el Cid, pero como decíamos por allá, Zamora le dio al Cid con
la puerta en la nariz.
Como
se ve, Zamora está llamada a ser revolucionaria por lo mismo que
antinacional y viceversa, porque aparte de la historia grande que he
antepuesto, existen otras recientes que no constan en los libros y
que demuestran lo antiestatal de este pueblo.
Pero
dejemos ya la historia y miremos lo que es ahora Zamora, incluida hoy
en esa abstracción llamada España y reducida a la triste condición
de provincia, esa institución odiosa de la administración
centralizada que sigue conteniendo la alusión al vencimiento y
sumisión, como en tiempos del Imperio. Porque esa reducción a la
abstracción de provincia le mata la posibilidad de ser otra cosa de
lo que es, asfixiando las posibilidades de vida del pueblo, alejado
de sus realidades concretas por el Orden.
¿Qué
debe Zamora al Estado? Nada. ¿Qué le tributa el pueblo zamorano a
la nación? Todo, empezando por la muerte de las posibilidades de ser
otra cosa de lo que es. Las gentes de la comarca han ido aprendiendo
los aterradores vocablos de «servicio militar»,
«contribuciones», «Estado», y otros tantos, como
únicos verdaderos nombres de la realidad, sin ver en ello ningún
beneficio.
La
mocedad de los pueblos ha tenido que buscar su pan en el extranjero,
en los suburbios de Bilbao o Barcelona, o en tierras frías de lengua
extraña, volviendo idiotizados por los conceptos de nivel de vida y
de progreso que el Orden esparce por todos los ámbitos del mundo con
idéntica estupidez., y habiendo sido muerta en ellos la delicadeza
nativa que sólo posee un lugareño con conciencia de tal. Y hablando
de lugareños, ha habido pueblos enteros «trasladados» a otras
tierras por la creación de embalses hidroeléctricos, que benefician
a tierras extranjeras del Norte. Los campesinos y las calles de
Zamora se ven atravesados por una red de carreteras, extrañas a las
gentes de las comarcas, por donde circulan los coches de los
«buscajamones» (así se denomina en Zamora a los funcionarios que
prostituyen sus prerrogativas, o sea, todos) o los camiones que van
rápidos desde Galicia a Madrid. Miran esas gentes pasar
aburridamente el tráfico, que no dice nada a los lugareños:
simplemente cruza.
También
en las calles de la ciudad veréis levantarse horrorosos edificios
que ni son nuestros ni para nosotros: son del Estado (Bancos,
Cuarteles, Cárcel, Diputación, Ayuntamiento…). Son esos edificios
que el pueblo zamorano paga con su sangre (iguales en todas las
ciudades), que para nada le sirven y que el Estado reparte por los
ámbitos de su dominio para mejor mantener su verdadera y única
tiranía. Y no hablemos de las Escuelas «estatales» o Institutos
«nacionales», donde se impone la mayor lujuria nacionalista y se
aparta al niño y al joven de la realidad local, llenando su cabeza
de horrorosos vocablos. Fue en la escuela donde me enteré que
aquella cosa que llamaban España no era tan sólo mi comarca y poco
a poco me fueron haciendo tomar conciencia de español, desviando mi
atención hacia ríos que no regaban mi tierra y personas que estaban
lejos (Caudillo, Fraga, los rojos…). Cosas a las que había que
añadir la rapidez con la que los medios de comunicación transmiten
las últimas novedades estúpidas, cantables y bailables, junto a
cuestiones políticas que nada interesan a nuestras gentes, pero que
interrumpen su partida de cartas y los alejan de conversaciones más
sustanciosas, como el aprovechamiento del agua del río, los abonos
naturales…
«En
virtud, pues, de tantos agravios y por el recobro de la libertad
perdida, con mucha más razón que otras prósperas naciones que
contra la Nación pretenden levantarse, nos levantamos nosotros
contra el Estado y por lo tanto contra todos los Estados.»
Y
para que conste y no haya dudas, he aquí nuestros rasgos distintivos
y el ámbito (dudoso por cierto) de nuestro territorio:
La
provincia que lleva el nombre de Zamora está constituida con pueblos
y comarcas de diversas economías, costumbres y carácter, obligados
a participar de centros administrativos comunes. No se puede
establecer una etnia común viendo la gente alegre y gastadora del
norte y comparándola con la adusta y cazurra del sur. Tampoco
podemos establecer rasgos geológicos o paisajísticos comunes, pues
esta tierra se ve pintada ya por los trigales, ya por la vid, siempre
encima de suelos y rocas bien distintos. Así, los rasgos
socioculturales y los límites geográficos son indefinibles, pero
estamos seguros de no ser charros, ni castellanos, ni leoneses, ni
gallegos ni portugueses (sépase que nada tiene de portuguesa la
parte de la Nación vecina a la que asoman nuestros pueblos
fronterizos). Si bien se cree que todas las comarcas que hoy componen
la provincia y algunos territorios fronterizos entrarán a formar
parte de la CAZ una vez constituida ésta, tal definición de la CAZ
les permite verse libres de las garras y rejas de las ideas y
conceptos constituidos.
En
cuanto al lenguaje, si bien la larga sumisión a la abstracción de
España ha permitido la implantación del español, la CAZ confía en
poder resucitar y desarrollar un peculiar dialecto zamorano, algunas
de cuyas formas lingüísticas guardan celosamente nuestros mayores.
Y
para que el futuro no depare sorpresas (o. al menos, más de las que
se puede permitir) ha preparado ya la CAZ todo lo referente a la
economía y al gobierno de sus «comunidades».
La
primera fuente de la riqueza de las comunidades zamoranas se
encuentra en la tierra, altamente productiva una vez que, conseguida
la independencia, no esté sometida a los caprichos del Orden, sino a
sus propias necesidades. En cuanto a las industrias derivadas que
florecieron antaño arruinadas por el poder central, la CAZ propone
resucitarlas, sobre todo las textiles y la de derivados lácteos.
Aparte de la antedicha renovación de las industrias tradicionales
(iguales todas en la comunidad autosuficiente) la CAZ da por sentado
la incautación de las empresas hidroeléctricas de Iberduero (que
producirán altos ingresos por la venta de esa energía a las
potencias extranjeras) y la demolición de la central nuclear
que nos quieren meter. Puede alguien pensar que la independencia
acarreará la desaparición de muchos puestos de trabajo dependientes
del Estado, pero ello se verá compensado por la supresión de las
cargas y tributos que ese mismo Estado nos impone. Además, la CAZ se
propone la supresión de todo Trabajo en el sentido propio de la
palabra.
Dado
el signo comunitario de la revolución zamorana, está clara la
desaparición de los elementos de explotación del
individuo-consumidor sobre los que el Estado asienta su dominio y
asimismo la desaparición de los teléfonos, televisores y radios
particulares y por lo tanto del coche individual, cuya venta se
dedicará a la mejora de los transportes públicos. Se facilitará la
venta de los libros y periódicos provenientes del extranjero, sin
otra restricción que el nivel de estupidez de los mismos, que les
hará perder mercado entre los esclarecidos lectores de Zamora, en
cuanto desaparezcan los estímulos externos, estatales y
paraestatales, que suelen favorecer la difusión de lo más inepto y
facilitan el mantenimiento del estado de cosas.
En
cuanto al gobierno de la CAZ una vez conseguida la independencia,
deberá tener las siguientes condiciones:
-
Tener el menos poder posible, dificultado en todo.
-
Estar compuesta por personas jóvenes e inexpertas y durar lo menos
posible.
Desaparecido
este primer gobierno provisional, todo se regirá por la asamblea de
todos los miembros de las comunidades, evitándose los procedimientos
democráticos o que se parezcan a la votación.
Simultáneamente
se practicará la disolución de la familia y de la propiedad
privada, pero abandonando fórmulas tan suspectas como el todo será
de todos; se realizará que cualquiera cosa será para cualquiera en
el sentido de que cualquiera tendrá derecho a participar en el
disfrute de cualquiera de ellas, con la condición de que se trate de
un disfrute y no de una posesión. Desaparecerá la obligatoriedad
del trabajo, confiando que ello mismo lleve a los ciudadanos a
realizar cosas que les agraden y aquéllas que sean fuente de placer.
De este modo se dejarán de producir los objetos carentes de
utilidad.
Se
abolirá, claro está, el dinero.
Se
establecerán cónsules-regateadores en los mercados extranjeros para
comprar, mediante créditos, aquello que a los zamoranos les parezca
necesario.
No
habrá administración.
Agustín
García Calvo y otros zamoranos. París, 1970
Notas:
(*) «Comunicado urgente contra el despilfarro» :
(**) Obra completa de Agustín García Calvo: