Me
llamó poderosamente
la atención
que Werner Baumbach, un famoso aviador de la Lufwafe, tras su
abandono del nazismo llegara a decir: “La tierra es un Todo solo
para alguien que es él mismo; un Todo se rompe y se desmiembra solo
para aquellos que son, ellos mismos, rotos y desmembrados.”
Antíguamente,
“Omnia sunt communia” (1) significó “el mundo es de todos”
(cuando “todos” eran los antíguos campesinos) y modernamente
esta expresión fue interpretada por el anarquismo como “la tierra
para el que la trabaja” (es decir, para los modernos campesinos).
Aquel
fue
el
grito con el que Thomas
Müntzer
y sus seguidores resumían su rebelión durante la Guerra
de los Campesinos alemanes,
en
1.524.
“Omnia sunt communia” repetían contra los que ponían vallas al
campo para
delimitar las propiedades, años
después que en Inglaterra comenzaran los “cercados”
(inclosure
en
inglés)
procedimiento mediante el que se convertía en propiedad privada lo
que antes había sido del
Común.
Tesis
Parto
de la constatación histórica de la fatal y universal confusión
que asocia libertad con propiedad y trabajo con esclavitud, confusión
que en gran medida ha sido legitimadora del actual orden hegemónico,
estatal-capitalista.
Argumentos
-Desde la primitiva rebelión cristiana contra Roma, todas las
siguientes revoluciones tuvieron un componente “campesino”
referido éste a la mayoría de la sociedad, ocupada en el trabajo de
la tierra. Todas esas revoluciones incluyeron, más o menos
explícitamente una misma y prioritaria reclamación al poder
político de su época, acerca de la reforma – más o menos radical
- de la propiedad de la tierra.
-De las revueltas bagaudas (2) del siglo V contra el imperio romano,
hasta los actuales movimientos indigenistas de la América latina,
todas, de algún modo, tuvieron y siguen teniendo ese mismo
componente “campesino”, demandante de propiedad y, a mi entender,
todas compartían la misma contradición: se rebelaban contra un
orden “abusivo”, pero lo hicieron sin un proyecto realmente
propio y antagónico, porque en realidad nunca quisieron “otro
orden”, les valía el mismo orden autoritario que ya tenían a
condición de que éste fuera dirigido por una autoridad “justa”,
en consecuencia con el origen divino que tácitamente atribuían a la
autoridad. Siempre quisieron que los señores, los terratenientes o
la burocracia estatal, restituyeran la propiedad de la tierra a sus
“legítimos” propietarios (“la tierra para el que la trabaja”),
es decir, para ellos, para los campesinos desposeídos de la
propiedad privada. Campesinos y luego proletarios, siempre tuvieron
en la cabeza el modelo de ciudadanía idealizada en la imagen del
“liberto” romano, la del propietario de la tierra, cuya propiedad
le hacía exento o “libre” del trabajo, imagen que veían
contraria a su propia imagen de campesinos “esclavos”,
desposeídos de la propiedad y, como tales, condenados al trabajo.
Conclusión
Hoy,
en el primer tercio del siglo XXI, aquel grito medieval de los
campesinos alemanes nos interpela con un significado bien distinto:
“omnia sunt communia” (el mundo es de todos) sigue vigente, pero
por razón bien distinta: por necesidad universal “in extremis”
- en el último momento o en las últimas-, que nada tiene que ver
con la lucha de clases o la lucha por la propiedad que le sirve de
estructura social al orden estatal/capitalista que hoy es hegemónico
a escala global.
En
este orden, como en la antígua Roma, la libertad sigue siendo
privilegio de los propietarios (ciudadanos verdaderamente “libres”),
como privilegio sigue siendo el trabajo intelectual que libera de
trabajar la tierra.
Ahora,
“in extremis”, ya no cabe privilegio alguno. Los signos que nos
alertan de la proximidad de un colapso total de la civilización
humana -se produzca por autodestrucción o por exterminación-, no
pueden ser más evidentes: la cosificación/mercantilización de la
vida humana o nadificación del individuo/masa contemporáneo, el
sistema mundo/mercado, que no puede parar de crecer sin dejar de
agotar los bienes naturales que son su materia prima, el consiguiente
caos ecológico que a marchas forzadas está arruinando la
biodiversidad que sirve de sustento a todas las formas de la vida en
nuestro planeta, el catastrófico cambio climático que ya sentimos
con su imparable carga letal, con presencia ya palpable, más que
un gélido aliento en nuestro cogote. La guerra total y en todas sus
formas...de clases, de sexos, de razas, de marcas, de ideologías, de
audiencias, tecnológica, deportiva, cultural, bacteriológica,
comercial y, en definitiva, militar...esta guerra de todos contra
todos, son el exponente máximo de esta situación “in extremis”
a la que ya hemos llegado. De aquellos polvos estos lodos.
Pues
bien, yo pienso que mucho tiene que ver con esta situación del
presente aquella original perversión de la libertad, aquella
patológica obsesión por la propiedad de la Tierra de la que
todavía no hemos podido librarnos, ni los propietarios libertos, ni
los esclavos aspirantes a esa “libertad”.
Hoy,
in extremis, con toda la carga de la experiencia histórica y el
conocimiento que llevamos a la espalda, ese error universal en la
evolución de nuestra especie se nos revela como el auténtico pecado
original por el que nos autoexcluímos de la Tierra (el jardín del
Edén), dividiendo nuestra existencia en partes separadas, cuerpo de
alma y humanidad de naturaleza. Recurrir a un divino y
extraterrestre chivo expiatorio de nada nos ha servido, hoy vemos que
la creencia en uno o varios dioses no nos ha librado de la
responsabilidad por ese error. La ilusión de una vida eterna, al
modo de los ángeles, no nos redime de la realidad. No hay otra vida
en la que podamos ser libres y propietarios, ni existe un cielo común
del que disfrutar juntos, libertos y esclavos, en armonioso
hermanamiento de clases.
A
nadie en concreto podemos culpar por ese error, quienes participaron
en todas las pasadas revoluciones no podían tener el conocimiento
que hoy nosotros sí tenemos, ni podían siquiera sospechar que hoy
nos encontráramos al borde del colapso de nuestra civilización.
Nosotros sí tenemos ese conocimiento, pero todavía no la
suficiente conciencia.
Pueden
juntarse todos los filósofos, todos los científicos, todos los
politólogos y todos los movimientos anticapitalistas,
antiestatalistas y antiglobalistas del mundo, pueden seguir por
siglos devanándose el cerebro intentando buscar una alternativa para
este condenado mundo, que mientras persista el derecho a la propiedad
o apropiación de la Tierra, mientras no reconozcamos a la Tierra
como nuestro bien común y universal, no habrá arreglo posible. Es
ese derecho al robo de lo común y universal el que está pudriendo
la esencia libertaria y convivencial de lo humano, el que genera
nuestra relación conflictiva con la naturaleza y nos aparta de ella,
el que frustra todo intento de ecología, el que nos impide acometer
todo proyecto de autorrealización personal, convivencial,
comunitario y realmente democrático; y el que, en definitiva, anula
toda posibilidad de continuidad y reproducción de nuestra especie.
Desde
hace años sabemos que, junto con la Tierra, también el Conocimiento
humano forma parte del Procomún universal, como nunca pudieron
imaginarlo las generaciones que nos precedieron. La digitalización
del conocimiento, su condición de intangible, hace más sencillo
comprender la naturaleza comunal del conocimiento humano, ¿cómo
apropiarse de aquello que no es material, que no se puede tocar,
cómo justificar la propiedad privada de aquello que es producido
socialmente, del saber humano universal acumulado y transmitido entre
pueblos y generaciones? Fueron los hacker de sesgo ético quienes
primero lo vieron, ellos dijeron “software libre” y ahora yo digo
“conocimiento y tierra libre”.
Pero
¿qué significa hoy “tierra libre”?, ¿cómo dejar de
identificar libertad con propiedad y trabajo con esclavitud, cuando
desde el Neolítico ésto es lo que hemos practicado, una parte de
la humanidad que lo ha enseñado y otra parte que en ello ha sido
educada durante toda su vida?, ¿cómo resetear este pensamiento
erróneo que ha construido la civilización fallida que hoy somos?,
¿cómo hacer esa transición, cómo sin provocar un caos mayor del
que ya tenemos?
Para
el conocimiento no queda mucho, de echo ya estamos muy cerca, sólo
falta abolir el derecho de patente y el de propiedad intelectual.
Para
la Tierra, en ese periodo de transición, podríamos empezar por
abolir el derecho de herencia, que el derecho de propiedad se
extinguiera con la vida de su titular y que lo heredado no fuera
sino un derecho de uso, si éste estuviera justificado por razón
conjunta de parentesco directo y necesidad, pero no de propiedad. Si
desaparece la propiedad de la Tierra, ¿ésta pasa a la comunidad
local?...no, porque en ausencia de propiedad lo que tenemos es un
bien comunal universal y la comunidad del territorio donde esté
situada la tierra sólo sería administradora natural del derecho de
uso. Todo bien inmueble, todo lo construido artificialmente sobre una
parcela de la Tierra, sea una vivienda o una fábrica, todo lo que
no pertenece a la Tierra tampoco pertenece al comunal universal,
sino al comunal local.
Este
procedimiento tendría implicaciones tan inmediatas como
trascendentales: toda parcela de Tierra, como todo lo construido
sobre ella, por ser bienes comunales quedan fuera del mercado, no
podrán ser vendidos, comprados o alquilados. Y otra de aún mayor
calado: en una o dos generaciones toda la Tierra contenida en el
territorio de una comunidad pasaría a ser comunal universal y todo
lo construido pasaría a constituir su comunal local. Quedaría al
descubierto el travestismo de la democracia burguesa, disuelto todo
lo que hoy fundamenta la explotación del trabajo humano y todo lo
que sostiene al aparato estatal de control social.
La
condición necesaria para iniciar esa transición es la existencia de
un Pacto del Común, fundado en principios universales que
justifiquen un renovado concepto de la libertad y la democracia, así
como la comunalidad global de la Tierra y el Conocimiento humano; un
Pacto por el que se autoconstituyan los Ayuntamientos Comunales
capaces de iniciar y desplegar la revolución integral que, si
siempre fue necesaria, hoy es extremadamente urgente. De no ser así,
la única alternativa decente que nos queda es prepararnos, al
menos, para una muerte agónica, pero digna.
Notas:
(1)
Thomas
Müntzer llegó a ser uno de los líderes de la sublevación que
posteriormente fue conocida como la Guerra de los Campesinos. Uno de
sus “gritos de batalla” fue Omnia
sunt communia,
o “todo es de todos”, todas las cosas nos son comunes. En Agosto
de 1524, Müntzer tuvo el valor de afirmar ante los príncipes que
laicos y campesinos pobres vivían oprimidos bajo el yugo de
gobernantes corruptos guiados por malos sacerdotes. Lo más destacado
de su mensaje fue su interpretación revolucionaria del evangelio,
llegando a la conclusión de que, cuando las autoridades no cumplen
rectamente su papel, “la espada les será quitada”.Fundó una
organización clandestina revolucionaria, la Liga
de los Elegidos,
y finalmente el 7 de agosto de 1524 se sumó a la rebelión de los
campesinos. El 15 de mayo de 1525, aproximadamente 6.000 campesinos
perdieron la vida en la batalla de Frankenhausen, aplastados por el
poder de los príncipes. Müntzer fue capturado y torturado. El
miércoles 27 de mayo de 1525 fue decapitado. Lo
que posiblemente ignoraban los campesinos alemanes, es que su grito
de guerra procedía de una conocida sentencia de Santo
Tomás de Aquino: In
extrema necessitate omnia sunt communia,
o sea, “en casos
de extrema necesidad todo es común”.
Cabe decir que Tomás de Aquino fue
durante toda su vida un defensor de la propiedad privada, y que
en su tratado Summa
Teologica dedicó una serie de capítulos a la economía, en los que
legitimó la propiedad de bienes así como la actividad comercial y
mercantil, si bien,
también creía que
la propiedad privada debía palidecer en casos de extrema dificultad,
pasando entonces a
ser común.
(2)
La
primera noticia de estas revueltas se tiene en la Galia, desde el
sglo III,
concretamente desde el año 284.
El momento de auge de los bagaudas coincide con el de mayor
incidencia de las invasiones
germánicas del siglo V, en plena decadencia del Imperio. Estas
revueltas se
trasladan también a la provincia
Tarraconense y a
territorio vascón, en el marco de la crisis social y económica del
Bajo Imperio Romano. Los
enfrentamientos se produjeron precisamente en un momento en el que el
mundo romano se enfrentaba a una presión que no conocía parangón
en los límites occidentales, desempeñando un importante
papel en la
desintegración del Imperio. Aunque en su época se tendió a
atribuir a este movimiento una mera finalidad de bandidaje,
algunos autores reconocieron su carácter de revolución social; por
ejemplo, Rutilio Namaciano,
en la celebración de la derrota de los bagaudas ante Exuperancio,
en el año 417,
escribe que el vencedor «restituyó las leyes, restauró la libertad
y no permitió que los propietarios fueran esclavos de sus propios
esclavos».
El
historiador Luis García Moreno ha
relacionado los bagaudas con la crisis que vive el Bajo
Imperio Romano, que se acentúa con las invasiones bárbaras: “ante
la disminución y la ruptura de la autoridad del Estado, y en la
confusión coyuntural provocada por las invasiones y posteriores
acciones de saqueo o represión, no es de extrañar que un gran
número de campesinos intentase escapar a la pesada fiscalidad
imperial y a una mayor dependencia con respecto a los grandes
propietarios, abandonando los cultivos y dedicándose al pillaje y al
saqueo, como una forma prepolítica y no concienciada de lucha contra
un orden socioeconómico que les era vejatorio. Tal parece ser en lo
esencial el origen del movimiento conocido como bagauda, que se va a
dar a lo largo del siglo V tanto en la Galia como en ciertas zonas de
la península Ibérica”
La
primera noticia que se tiene de un movimiento bagauda
en Hispania es del año 441, coincidiendo con la segunda gran
rebelión bagauda de la Galia, que estuvo encabezada por un tal
Tibatón y que se extendió por el territorio comprendido por los
ríos Loira
y Sena.
Tuvo lugar en Araceli y Tarazona
y se ha especulado si tuvo alguna relación con las poblaciones
vasconas,
entonces en proceso de expansión, y que también se oponían al
orden socioeconómico romano. El gobierno imperial envió al magister
utriusque militiae
Asturio, sustituido en 443 por Merobaudes, que consiguieron acabar
con la rebelión.
Un
nueva rebelión bagauda tuvo lugar en el valle del Ebro pocos años
después y esta vez contó con el apoyo del rey
suevo Rechiario.
Se considera que esta segunda bagauda fue más importante que la
primera puesto que, al mando de un tal Basilio, no se dedicó solo a
saquear los campos sino que también asaltaron ciudades. Así en 449
ocuparon Tarazona,
donde dieron muerte a la guarnición visigoda federada y al obispo de
la ciudad, León, y en conjunción con los suevos también saquearon
Zaragoza y Lérida. En 453 una embajada romana encabezada por el
comes
Hispaniarum
Mansueto logró que los suevos abandonaran la Tarraconense,
lo que facilitó que al año siguiente, rota la alianza entre suevos
y bagaudas, los visigodos al mando de Federico, hermano del rey
Teodorico,
acabaran de forma definitiva con la revuelta bagauda.
Salviano
de Marsella (405-451 a.C), al que debemos gran parte de lo que
sabemos sobre los bagaudas, describía así este movimiento:
“Prefirieron vivir libremente con el nombre de esclavos, que ser
esclavos manteniendo sólo el nombre de libres”.
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