viernes, 8 de mayo de 2020

¿HOY, QUÉ SIGNIFICA "OMNIA SUNT COMMUNIA?


Me llamó poderosamente la atención que Werner Baumbach, un famoso aviador de la Lufwafe, tras su abandono del nazismo llegara a decir: “La tierra es un Todo solo para alguien que es él mismo; un Todo se rompe y se desmiembra solo para aquellos que son, ellos mismos, rotos y desmembrados.” 


  
Antíguamente, “Omnia sunt communia” (1) significó “el mundo es de todos” (cuando “todos” eran los antíguos campesinos) y modernamente esta expresión fue interpretada por el anarquismo como “la tierra para el que la trabaja” (es decir, para los modernos campesinos).
Aquel fue el grito con el que Thomas Müntzer y sus seguidores resumían su rebelión durante la Guerra de los Campesinos alemanes, en 1.524. “Omnia sunt communia” repetían contra los que ponían vallas al campo para delimitar las propiedades, años después que en Inglaterra comenzaran los “cercados” (inclosure en inglés) procedimiento mediante el que se convertía en propiedad privada lo que antes había sido del Común.

Tesis
Parto de la constatación histórica de la fatal y universal confusión que asocia libertad con propiedad y trabajo con esclavitud, confusión que en gran medida ha sido legitimadora del actual orden hegemónico, estatal-capitalista.
Argumentos
-Desde la primitiva rebelión cristiana contra Roma, todas las siguientes revoluciones tuvieron un componente “campesino” referido éste a la mayoría de la sociedad, ocupada en el trabajo de la tierra. Todas esas revoluciones incluyeron, más o menos explícitamente una misma y prioritaria reclamación al poder político de su época, acerca de la reforma – más o menos radical - de la propiedad de la tierra.
-De las revueltas bagaudas (2) del siglo V contra el imperio romano, hasta los actuales movimientos indigenistas de la América latina, todas, de algún modo, tuvieron y siguen teniendo ese mismo componente “campesino”, demandante de propiedad y, a mi entender, todas compartían la misma contradición: se rebelaban contra un orden “abusivo”, pero lo hicieron sin un proyecto realmente propio y antagónico, porque en realidad nunca quisieron “otro orden”, les valía el mismo orden autoritario que ya tenían a condición de que éste fuera dirigido por una autoridad “justa”, en consecuencia con el origen divino que tácitamente atribuían a la autoridad. Siempre quisieron que los señores, los terratenientes o la burocracia estatal, restituyeran la propiedad de la tierra a sus “legítimos” propietarios (“la tierra para el que la trabaja”), es decir, para ellos, para los campesinos desposeídos de la propiedad privada. Campesinos y luego proletarios, siempre tuvieron en la cabeza el modelo de ciudadanía idealizada en la imagen del “liberto” romano, la del propietario de la tierra, cuya propiedad le hacía exento o “libre” del trabajo, imagen que veían contraria a su propia imagen de campesinos “esclavos”, desposeídos de la propiedad y, como tales, condenados al trabajo.
Conclusión
Hoy, en el primer tercio del siglo XXI, aquel grito medieval de los campesinos alemanes nos interpela con un significado bien distinto: “omnia sunt communia” (el mundo es de todos) sigue vigente, pero por razón bien distinta: por necesidad universal “in extremis” - en el último momento o en las últimas-, que nada tiene que ver con la lucha de clases o la lucha por la propiedad que le sirve de estructura social al orden estatal/capitalista que hoy es hegemónico a escala global.
En este orden, como en la antígua Roma, la libertad sigue siendo privilegio de los propietarios (ciudadanos verdaderamente “libres”), como privilegio sigue siendo el trabajo intelectual que libera de trabajar la tierra.
Ahora, “in extremis”, ya no cabe privilegio alguno. Los signos que nos alertan de la proximidad de un colapso total de la civilización humana -se produzca por autodestrucción o por exterminación-, no pueden ser más evidentes: la cosificación/mercantilización de la vida humana o nadificación del individuo/masa contemporáneo, el sistema mundo/mercado, que no puede parar de crecer sin dejar de agotar los bienes naturales que son su materia prima, el consiguiente caos ecológico que a marchas forzadas está arruinando la biodiversidad que sirve de sustento a todas las formas de la vida en nuestro planeta, el catastrófico cambio climático que ya sentimos con su imparable carga letal, con presencia ya palpable, más que un gélido aliento en nuestro cogote. La guerra total y en todas sus formas...de clases, de sexos, de razas, de marcas, de ideologías, de audiencias, tecnológica, deportiva, cultural, bacteriológica, comercial y, en definitiva, militar...esta guerra de todos contra todos, son el exponente máximo de esta situación “in extremis” a la que ya hemos llegado. De aquellos polvos estos lodos.
Pues bien, yo pienso que mucho tiene que ver con esta situación del presente aquella original perversión de la libertad, aquella patológica obsesión por la propiedad de la Tierra de la que todavía no hemos podido librarnos, ni los propietarios libertos, ni los esclavos aspirantes a esa “libertad”.
Hoy, in extremis, con toda la carga de la experiencia histórica y el conocimiento que llevamos a la espalda, ese error universal en la evolución de nuestra especie se nos revela como el auténtico pecado original por el que nos autoexcluímos de la Tierra (el jardín del Edén), dividiendo nuestra existencia en partes separadas, cuerpo de alma y humanidad de naturaleza. Recurrir a un divino y extraterrestre chivo expiatorio de nada nos ha servido, hoy vemos que la creencia en uno o varios dioses no nos ha librado de la responsabilidad por ese error. La ilusión de una vida eterna, al modo de los ángeles, no nos redime de la realidad. No hay otra vida en la que podamos ser libres y propietarios, ni existe un cielo común del que disfrutar juntos, libertos y esclavos, en armonioso hermanamiento de clases.
A nadie en concreto podemos culpar por ese error, quienes participaron en todas las pasadas revoluciones no podían tener el conocimiento que hoy nosotros sí tenemos, ni podían siquiera sospechar que hoy nos encontráramos al borde del colapso de nuestra civilización. Nosotros sí tenemos ese conocimiento, pero todavía no la suficiente conciencia.
Pueden juntarse todos los filósofos, todos los científicos, todos los politólogos y todos los movimientos anticapitalistas, antiestatalistas y antiglobalistas del mundo, pueden seguir por siglos devanándose el cerebro intentando buscar una alternativa para este condenado mundo, que mientras persista el derecho a la propiedad o apropiación de la Tierra, mientras no reconozcamos a la Tierra como nuestro bien común y universal, no habrá arreglo posible. Es ese derecho al robo de lo común y universal el que está pudriendo la esencia libertaria y convivencial de lo humano, el que genera nuestra relación conflictiva con la naturaleza y nos aparta de ella, el que frustra todo intento de ecología, el que nos impide acometer todo proyecto de autorrealización personal, convivencial, comunitario y realmente democrático; y el que, en definitiva, anula toda posibilidad de continuidad y reproducción de nuestra especie.
Desde hace años sabemos que, junto con la Tierra, también el Conocimiento humano forma parte del Procomún universal, como nunca pudieron imaginarlo las generaciones que nos precedieron. La digitalización del conocimiento, su condición de intangible, hace más sencillo comprender la naturaleza comunal del conocimiento humano, ¿cómo apropiarse de aquello que no es material, que no se puede tocar, cómo justificar la propiedad privada de aquello que es producido socialmente, del saber humano universal acumulado y transmitido entre pueblos y generaciones? Fueron los hacker de sesgo ético quienes primero lo vieron, ellos dijeron “software libre” y ahora yo digo “conocimiento y tierra libre”.
Pero ¿qué significa hoy “tierra libre”?, ¿cómo dejar de identificar libertad con propiedad y trabajo con esclavitud, cuando desde el Neolítico ésto es lo que hemos practicado, una parte de la humanidad que lo ha enseñado y otra parte que en ello ha sido educada durante toda su vida?, ¿cómo resetear este pensamiento erróneo que ha construido la civilización fallida que hoy somos?, ¿cómo hacer esa transición, cómo sin provocar un caos mayor del que ya tenemos?
Para el conocimiento no queda mucho, de echo ya estamos muy cerca, sólo falta abolir el derecho de patente y el de propiedad intelectual.
Para la Tierra, en ese periodo de transición, podríamos empezar por abolir el derecho de herencia, que el derecho de propiedad se extinguiera con la vida de su titular y que lo heredado no fuera sino un derecho de uso, si éste estuviera justificado por razón conjunta de parentesco directo y necesidad, pero no de propiedad. Si desaparece la propiedad de la Tierra, ¿ésta pasa a la comunidad local?...no, porque en ausencia de propiedad lo que tenemos es un bien comunal universal y la comunidad del territorio donde esté situada la tierra sólo sería administradora natural del derecho de uso. Todo bien inmueble, todo lo construido artificialmente sobre una parcela de la Tierra, sea una vivienda o una fábrica, todo lo que no pertenece a la Tierra tampoco pertenece al comunal universal, sino al comunal local.
Este procedimiento tendría implicaciones tan inmediatas como trascendentales: toda parcela de Tierra, como todo lo construido sobre ella, por ser bienes comunales quedan fuera del mercado, no podrán ser vendidos, comprados o alquilados. Y otra de aún mayor calado: en una o dos generaciones toda la Tierra contenida en el territorio de una comunidad pasaría a ser comunal universal y todo lo construido pasaría a constituir su comunal local. Quedaría al descubierto el travestismo de la democracia burguesa, disuelto todo lo que hoy fundamenta la explotación del trabajo humano y todo lo que sostiene al aparato estatal de control social.
La condición necesaria para iniciar esa transición es la existencia de un Pacto del Común, fundado en principios universales que justifiquen un renovado concepto de la libertad y la democracia, así como la comunalidad global de la Tierra y el Conocimiento humano; un Pacto por el que se autoconstituyan los Ayuntamientos Comunales capaces de iniciar y desplegar la revolución integral que, si siempre fue necesaria, hoy es extremadamente urgente. De no ser así, la única alternativa decente que nos queda es prepararnos, al menos, para una muerte agónica, pero digna.

Notas:
(1) Thomas Müntzer llegó a ser uno de los líderes de la sublevación que posteriormente fue conocida como la Guerra de los Campesinos. Uno de sus “gritos de batalla” fue Omnia sunt communia, o “todo es de todos”, todas las cosas nos son comunes. En Agosto de 1524, Müntzer tuvo el valor de afirmar ante los príncipes que laicos y campesinos pobres vivían oprimidos bajo el yugo de gobernantes corruptos guiados por malos sacerdotes. Lo más destacado de su mensaje fue su interpretación revolucionaria del evangelio, llegando a la conclusión de que, cuando las autoridades no cumplen rectamente su papel, “la espada les será quitada”.Fundó una organización clandestina revolucionaria, la Liga de los Elegidos, y finalmente el 7 de agosto de 1524 se sumó a la rebelión de los campesinos. El 15 de mayo de 1525, aproximadamente 6.000 campesinos perdieron la vida en la batalla de Frankenhausen, aplastados por el poder de los príncipes. Müntzer fue capturado y torturado. El miércoles 27 de mayo de 1525 fue decapitado. Lo que posiblemente ignoraban los campesinos alemanes, es que su grito de guerra procedía de una conocida sentencia de Santo Tomás de Aquino: In extrema necessitate omnia sunt communia, o sea, “en casos de extrema necesidad todo es común”. Cabe decir que Tomás de Aquino fue durante toda su vida un defensor de la propiedad privada, y que en su tratado Summa Teologica dedicó una serie de capítulos a la economía, en los que legitimó la propiedad de bienes así como la actividad comercial y mercantil, si bien, también creía que la propiedad privada debía palidecer en casos de extrema dificultad, pasando entonces a ser común.
(2) La primera noticia de estas revueltas se tiene en la Galia, desde el sglo III, concretamente desde el año 284. El momento de auge de los bagaudas coincide con el de mayor incidencia de las invasiones germánicas del siglo V, en plena decadencia del Imperio. Estas revueltas se trasladan también a la provincia Tarraconense y a territorio vascón, en el marco de la crisis social y económica del Bajo Imperio Romano. Los enfrentamientos se produjeron precisamente en un momento en el que el mundo romano se enfrentaba a una presión que no conocía parangón en los límites occidentales, desempeñando un importante papel en la desintegración del Imperio. Aunque en su época se tendió a atribuir a este movimiento una mera finalidad de bandidaje, algunos autores reconocieron su carácter de revolución social; por ejemplo, Rutilio Namaciano, en la celebración de la derrota de los bagaudas ante Exuperancio, en el año 417, escribe que el vencedor «restituyó las leyes, restauró la libertad y no permitió que los propietarios fueran esclavos de sus propios esclavos».
El historiador Luis García Moreno ha relacionado los bagaudas con la crisis que vive el Bajo Imperio Romano, que se acentúa con las invasiones bárbaras: “ante la disminución y la ruptura de la autoridad del Estado, y en la confusión coyuntural provocada por las invasiones y posteriores acciones de saqueo o represión, no es de extrañar que un gran número de campesinos intentase escapar a la pesada fiscalidad imperial y a una mayor dependencia con respecto a los grandes propietarios, abandonando los cultivos y dedicándose al pillaje y al saqueo, como una forma prepolítica y no concienciada de lucha contra un orden socioeconómico que les era vejatorio. Tal parece ser en lo esencial el origen del movimiento conocido como bagauda, que se va a dar a lo largo del siglo V tanto en la Galia como en ciertas zonas de la península Ibérica”
La primera noticia que se tiene de un movimiento bagauda en Hispania es del año 441, coincidiendo con la segunda gran rebelión bagauda de la Galia, que estuvo encabezada por un tal Tibatón y que se extendió por el territorio comprendido por los ríos Loira y Sena. Tuvo lugar en Araceli y Tarazona y se ha especulado si tuvo alguna relación con las poblaciones vasconas, entonces en proceso de expansión, y que también se oponían al orden socioeconómico romano. El gobierno imperial envió al magister utriusque militiae Asturio, sustituido en 443 por Merobaudes, que consiguieron acabar con la rebelión.
Un nueva rebelión bagauda tuvo lugar en el valle del Ebro pocos años después y esta vez contó con el apoyo del rey suevo Rechiario. Se considera que esta segunda bagauda fue más importante que la primera puesto que, al mando de un tal Basilio, no se dedicó solo a saquear los campos sino que también asaltaron ciudades. Así en 449 ocuparon Tarazona, donde dieron muerte a la guarnición visigoda federada y al obispo de la ciudad, León, y en conjunción con los suevos también saquearon Zaragoza y Lérida. En 453 una embajada romana encabezada por el comes Hispaniarum Mansueto logró que los suevos abandonaran la Tarraconense, lo que facilitó que al año siguiente, rota la alianza entre suevos y bagaudas, los visigodos al mando de Federico, hermano del rey Teodorico, acabaran de forma definitiva con la revuelta bagauda.
Salviano de Marsella (405-451 a.C), al que debemos gran parte de lo que sabemos sobre los bagaudas, describía así este movimiento: “Prefirieron vivir libremente con el nombre de esclavos, que ser esclavos manteniendo sólo el nombre de libres”.

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