3. Simone
Weil: la desgracia y el arraigo,
dos conceptos para leer el presente.
(Ensayo
de Constanza Serratore, Revista Pléyade, nº4, 2009)
Síntesis:
La
malheur (desgracia) y el arraigo son dos conceptos “pivote” en la
obra de Simone Weil, y nos abren a lo que hemos llamado las dos
dimensiones del pensamiento de la autora: la mística y la política.
Es por ello que veremos cómo las nociones que estructuran la
concepción metafísico-religiosa darán paso al otro tema
fundamental, el tema del arraigo, que estructura la concepción
política.
Explicitadas
algunas de las dificultades con las que nos encontraremos a lo largo
del presente trabajo, diremos que el mismo se es tructura en dos
partes: la primera está dedicada al análisis de la “malheur”
(desgracia) y la segunda al tema del arraigo.
.
Simone
Weil es, desde nuestra perspectiva, una pensadora de interés porque
dirige su mirada hacia la comunidad, pero lo hace desde una posición
especial, como dirá Roberto Esposito, desde una cierta mirada de lo
impolítico. Como desarrollaremos a lo largo del texto, Weil es una
pensadora que se anima a mantener fija la mirada ante el núcleo
central de la política, que es el conflicto, la lucha a muerte en la
que al matar al otro, se mata uno a sí mismo.
La
desgracia: no hay nada en mí que no pueda perder
En
“La persona y lo sagrado”, S. Weil muestra a estos malhereux que
“suplican silenciosamente que se les proporcione palabras para
expresarse” como quienes poseen una sabiduría secreta que sólo el
contacto directo con la realidad puede proporcionar. El conocimiento
que “entra por la carne”, el de la experiencia del mundo, coloca
a estos desgraciados frente a una verdad que es pura impotencia,
incapacidad radical de poder ser formulada por el discurso racional
dominante:
[...]
como un vagabundo acusado en un Tribunal correccional por haber
cogido una zanahoria en un campo se mantiene de pie ante el juez,
quien cómodamente sentado, ensarta elegantemente preguntas,
comentarios y bromas, mientras que el otro no logra casi ni
balbucear; así se mantiene la verdad ante una inteligencia ocupada
en alinear elegantemente opiniones.
Si
alguien conoce la realidad de la desgracia debe decirse a sí mismo:
“Un juego de circunstancias que yo no controlo puede quitarme todo
en cualquier instante, incluidas todas las cosas que son tan mías
que las considero como si fueran yo mismo. No hay nada en mí que no
pueda perder. Un azar puede en cualquier momento abolir lo que soy y
poner en su lugar cualquier cosa vil y despreciable”. Pensar esto
con toda el alma es experimentar la nada. Es el estado de extrema y
total humillación que es también la condición del paso a la
verdad. Es una muerte del alma. Por ello el espectáculo de la
desgracia desnuda causa al alma la misma retracción que la
proximidad de la muerte causa a la carne.
.
...]
es algo diferente al simple sufrimiento. Se apodera del alma y la
marca hasta el fondo con una marca que sólo pertenece a ella , la
marca de la esclavitud.
Solo
hay verdadera desgracia cuando el acontecimiento que se ha apoderado
de una vida y la ha desarraigado le alcanza directa o indirectamente
en todas sus partes, social, psicológica, física [...] El gran
enigma de la vida humana no es el sufrimiento, es la desgracia.
El
arraigo: la persona histórica
El
texto clave para esta segunda sección será “Hacia una filosofía
del arraigo”, en el que –entre otras cosas– Simone Weil hace
una descripción de los deberes que cada hombre tiene hacia otro
hombre en orden a sus necesidades primordiales; justamente es allí
donde se establece la noción de arraigo, como una necesidad
primordial humana especialmente olvidada en la modernidad, que
demanda, a su juicio, una reflexión profunda y urgente:
El
arraigo es quizá la necesidad más importante y más desconocida del
alma humana. Es una de las más difíciles de definir. El ser humano
tiene una raíz por su participación real, activa y natural, en la
existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del
pasado y ciertos pensamientos del futuro.
Participación
natural, es decir, producida por el lugar, el nacimiento, la
profesión, el medio. Cada ser humano tiene necesidad de múltiples
raíces. Tiene necesidad de recibir la casi totalidad de su vida
moral, intelectual, espiritual, por mediación de los ambientes de
los que forma parte naturalmente. Los cambios de influencia entre los
medios muy diferentes no son menos indispensables que el arraigo en
el ambiente natural.
.
Es
decir, para Weil el “arraigo” —entendido como la raíz del
hombre en la existencia de los seres que conforman su comunidad, con
los que comparte un pasado y proyecta un futuro es una necesidad
natural del hombre. El problema reside en que esta necesidad de
múltiples raíces no es tenida en cuenta en la modernidad. La
necesidad de arraigo se proyecta en la de mirar al pasado, ya que es
imposible pensar un futuro alejándose de lo ya acaecido.
La
conexión entre violencia y desarraigo es analizada por Weil en las
semejanzas entre los modelos totalitarios del Imperio romano y la
Alemania nazi. Nuestra autora intenta demostrar que los horrores del
nazismo son en gran medida los resultados de la concepción
estatalista moderna, heredada de la mentalidad imperialista de Roma.
En
su afán por señalar el proceso de unificación, Weil no aprecia el
paso del estado absoluto al estado de derecho ya que considera que
éste ha degenerado en uniformización, y ha borrado toda diversidad
y convertido la centralización en un centra
lismo
extremo.
De
este modo, contraponer las nociones de patria y estado es la
expresión del deseo —presente en toda la trayectoria de S.W.— de
restablecer el predominio del pueblo sobre la formación
jurídico-política estatal, a través de la revitalización de las
diversas comunidades humanas. El arraigo se inspira en la idea de que
la comunidad cultural y social de origen influye decisivamente en la
singularidad de cada ser humano. Esta idea, ligada a la de pluralidad
lingüística y a la de reivindicación del pasado, contrasta con la
filosofía de la Ilustración y su ideal de universalismo abstracto y
cosmopolitismo uniformador.
A
modo de epílogo ético, la primacía de las
obligaciones frente los derechos. La
obligación de cada uno, sumada a la de los otros, corresponde al
derecho de toda la comunidad. Solo la comunidad (pensada en su forma
más radical) puede reconstruir la relación entre derecho y hombre
que se ha visto interferida por el discurso de la persona.
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Anselme Jappe |
2.El absurdo mercado de los hombres sin cualidades