lunes, 26 de agosto de 2019

REFHERENCIAS


Simone Weil


3. Simone Weil: la desgracia y el arraigo, 
dos conceptos para leer el presente.
(Ensayo de Constanza Serratore, Revista Pléyade, nº4, 2009)


Síntesis:
 
La malheur (desgracia) y el arraigo son dos conceptos “pivote” en la obra de Simone Weil, y nos abren a lo que hemos llamado las dos dimensiones del pensamiento de la autora: la mística y la política. Es por ello que veremos cómo las nociones que estructuran la concepción metafísico-religiosa darán paso al otro tema fundamental, el tema del arraigo, que estructura la concepción política.
Explicitadas algunas de las dificultades con las que nos encontraremos a lo largo del presente trabajo, diremos que el mismo se es tructura en dos partes: la primera está dedicada al análisis de la “malheur” (desgracia) y la segunda al tema del arraigo.
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Simone Weil es, desde nuestra perspectiva, una pensadora de interés porque dirige su mirada hacia la comunidad, pero lo hace desde una posición especial, como dirá Roberto Esposito, desde una cierta mirada de lo impolítico. Como desarrollaremos a lo largo del texto, Weil es una pensadora que se anima a mantener fija la mirada ante el núcleo central de la política, que es el conflicto, la lucha a muerte en la que al matar al otro, se mata uno a sí mismo.

 

La desgracia: no hay nada en mí que no pueda perder

En “La persona y lo sagrado”, S. Weil muestra a estos malhereux que “suplican silenciosamente que se les proporcione palabras para expresarse” como quienes poseen una sabiduría secreta que sólo el contacto directo con la realidad puede proporcionar. El conocimiento que “entra por la carne”, el de la experiencia del mundo, coloca a estos desgraciados frente a una verdad que es pura impotencia, incapacidad radical de poder ser formulada por el discurso racional dominante:

[...] como un vagabundo acusado en un Tribunal correccional por haber cogido una zanahoria en un campo se mantiene de pie ante el juez, quien cómodamente sentado, ensarta elegantemente preguntas, comentarios y bromas, mientras que el otro no logra casi ni balbucear; así se mantiene la verdad ante una inteligencia ocupada en alinear elegantemente opiniones.


Si alguien conoce la realidad de la desgracia debe decirse a sí mismo: “Un juego de circunstancias que yo no controlo puede quitarme todo en cualquier instante, incluidas todas las cosas que son tan mías que las considero como si fueran yo mismo. No hay nada en mí que no pueda perder. Un azar puede en cualquier momento abolir lo que soy y poner en su lugar cualquier cosa vil y despreciable”. Pensar esto con toda el alma es experimentar la nada. Es el estado de extrema y total humillación que es también la condición del paso a la verdad. Es una muerte del alma. Por ello el espectáculo de la desgracia desnuda causa al alma la misma retracción que la proximidad de la muerte causa a la carne.

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...] es algo diferente al simple sufrimiento. Se apodera del alma y la marca hasta el fondo con una marca que sólo pertenece a ella , la marca de la esclavitud.
Solo hay verdadera desgracia cuando el acontecimiento que se ha apoderado de una vida y la ha desarraigado le alcanza directa o indirectamente en todas sus partes, social, psicológica, física [...] El gran enigma de la vida humana no es el sufrimiento, es la desgracia.


El arraigo: la persona histórica

El texto clave para esta segunda sección será “Hacia una filosofía del arraigo”, en el que –entre otras cosas– Simone Weil hace una descripción de los deberes que cada hombre tiene hacia otro hombre en orden a sus necesidades primordiales; justamente es allí donde se establece la noción de arraigo, como una necesidad primordial humana especialmente olvidada en la modernidad, que demanda, a su juicio, una reflexión profunda y urgente:

El arraigo es quizá la necesidad más importante y más desconocida del alma humana. Es una de las más difíciles de definir. El ser humano tiene una raíz por su participación real, activa y natural, en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos pensamientos del futuro.
Participación natural, es decir, producida por el lugar, el nacimiento, la profesión, el medio. Cada ser humano tiene necesidad de múltiples raíces. Tiene necesidad de recibir la casi totalidad de su vida moral, intelectual, espiritual, por mediación de los ambientes de los que forma parte naturalmente. Los cambios de influencia entre los medios muy diferentes no son menos indispensables que el arraigo en el ambiente natural.
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Es decir, para Weil el “arraigo” —entendido como la raíz del hombre en la existencia de los seres que conforman su comunidad, con los que comparte un pasado y proyecta un futuro es una necesidad natural del hombre. El problema reside en que esta necesidad de múltiples raíces no es tenida en cuenta en la modernidad. La necesidad de arraigo se proyecta en la de mirar al pasado, ya que es imposible pensar un futuro alejándose de lo ya acaecido.

La conexión entre violencia y desarraigo es analizada por Weil en las semejanzas entre los modelos totalitarios del Imperio romano y la Alemania nazi. Nuestra autora intenta demostrar que los horrores del nazismo son en gran medida los resultados de la concepción estatalista moderna, heredada de la mentalidad imperialista de Roma.
En su afán por señalar el proceso de unificación, Weil no aprecia el paso del estado absoluto al estado de derecho ya que considera que éste ha degenerado en uniformización, y ha borrado toda diversidad y convertido la centralización en un centra
lismo extremo.
De este modo, contraponer las nociones de patria y estado es la expresión del deseo —presente en toda la trayectoria de S.W.— de restablecer el predominio del pueblo sobre la formación jurídico-política estatal, a través de la revitalización de las diversas comunidades humanas. El arraigo se inspira en la idea de que la comunidad cultural y social de origen influye decisivamente en la singularidad de cada ser humano. Esta idea, ligada a la de pluralidad lingüística y a la de reivindicación del pasado, contrasta con la filosofía de la Ilustración y su ideal de universalismo abstracto y cosmopolitismo uniformador.


A modo de epílogo ético, la primacía de las obligaciones frente los derechos. La obligación de cada uno, sumada a la de los otros, corresponde al derecho de toda la comunidad. Solo la comunidad (pensada en su forma más radical) puede reconstruir la relación entre derecho y hombre que se ha visto interferida por el discurso de la persona.


Más sobre Simón Weil, su obra y la vigencia de su pensamiento en Instituto Simone Weil





Anselme Jappe
 2.El absurdo mercado de los hombres sin cualidades

 El concepto de «lucha de clases», denunciado por la crítica del valor como simple lucha por la redistribución cuantitativa dentro de las categorías capitalistas de dinero y valor, vuelve a atraer la atención mediática, ya sea en sus formas más arcaicas, ya en las versiones posmodernas del elogio de la «multitud». Las denuncias de las injusticias distributivas están, por supuesto, justificadas; sin embargo, por lo general sirven para eludir la necesidad de una «ruptura categorial» con el valor y el dinero, el mercado y el Estado, el capital y el trabajo.

La sociedad mundial de la mercancía ya no es capaz de seguir creciendo ni, por tanto, de integrar a los que están al margen. No cabe ya ningún retorno a formas anteriores y más «humanas» de capitalismo, como el modelo keynesiano del Estado asistencial y del pleno empleo. Limitarse a criticar el «neoliberalismo» es, en definitiva, quedarse corto. Una salida solo puede consistir en la superación de las categorías mismas de la socialización capitalista.

Pero nada nos asegura que esta se vaya a producir. Ninguna dialéctica histórica garantiza el paso del capitalismo a una sociedad emancipada. La caída en la barbarie sigue siendo una posibilidad nada remota.


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«El absurdo mercado de los hombres sin cualidades»: es un texto publicado, con algunas modificaciones, como introducción al libro de Robert Kurz, "L'onore perduto dellavoro" (Manifestolibri, Roma,1994), primera publicación en castellano en Mania nº2, 1996.



Michel Onfray
 1. Dios aún vive
En ninguna parte he despreciado a quienes creían en los espíritus, el alma inmortal, el soplo de los dioses, la presencia de los ángeles, los efectos de la oración, la eficacia de las virtudes de los cauríes, los poderes chamanísticos, el valor de los sacrificios de animales, el efecto trascendente del nitro egipcio, las ruedas de oración. En el chacal ontológico. En ninguna parte. Pero en todos lados he podido comprobar cómo fantasean los hombres para no enfrentarse con lo real. La creación de mundos subyacentes no sería tan grave si no se pagara un precio tan alto: el olvido de lo real, y por lo tanto la negligencia dolosa del único mundo que existe. Cuando la creencia se desprende de la inmanencia, de sí misma, el ateísmo se reconcilia con la tierra, el otro nombre de la vida.

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