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Pragmatismo utópico: organizar la resistencia, ensayar la revolución integral.
Aunque sea por un momento,
imaginemos una sociedad capaz de conjurarse para compartir
solidariamente los frutos de la tierra y del conocimiento humano,
capaz de desarrollar formas de autoorganización que hicieran
innecesaria la existencia de propietarios y gobernantes. Diríamos
que eso es una utopía, un mundo soñado o pura ficción literaria. Diríamos que lo auténtico es
lo que realmente sucede cuando estamos despiertos, en este lugar-mundo en
el que sucede todo lo contrario, donde lo normal es que los frutos de
la tierra, la tierra misma y hasta quienes producen los frutos, sean
propiedad de alguien, de un individuo o de una corporación de
individuos, al igual que lo son los frutos del conocimiento humano,
aunque éste sea un producto necesariamente social, del saber humano real,
el producido, acumulado y transmitido entre pueblos y generaciones.
Imaginemos que este mundo real
fuera el sueño común de la mayoría de los seres humanos y, en
consecuencia, una ensoñación imposible de materializar. Mientras
durase, ese sueño sería el impulso que moviera y determinase la
voluntad mayoritaria de la sociedad humana. Pero si la ensoñación
no fuera permanente, si acaso llegara el momento de despertar, la
realidad nos revelaría la naturaleza ficticia y distópica del
sueño. Pues bien, ya hay muchos humanos -todavía muy pocos entre la
mayoría- que están despertando de ese sueño, conscientes de que el
mundo “normal” en el que viven es en realidad una distopía
negativa, como lo son las más exitosas series de ciencia-ficción,
que nos presentan oscuros mundos futuros, dominados por la tecnología
y la perversión moral de personajes que acumulan y ostentan todo el
poder cultural, económico, político, legal, militar y, por tanto,
social. Que nos llevan a la unívoca y satisfactoria conclusión de
que, en realidad, este mundo en el que vivimos es el mejor de los
posibles.
Cuando estábamos a punto de
organizarnos resulta que nos han descubierto, Era totalmente
previsible, dado su totalitario control del poder, su dominio sobre
todos los resortes, individuales y colectivos, de la vida humana.
Ahora quieren anularnos por su tradicional método de banalización:
en USA han creado una serie de ficción (variante del Gran Hermano),
en la que a quince concursantes, gente como nosotros, se les coloca
en un medio rural, emplazándoles a crear una nueva sociedad con
reglas propias. Quieren presentar la utopía emancipadora como
una representación, lo más "reality" y fiel a la utopía. Un mundo-otro
alternativo, tan real que asusta, tan indeseable como imposible. Quieren
meterlo en el mismo lote que las utopías igualitaristas e
identitaristas, donde colocaron a los anarquismos, comunismos,
socialismos, nacionalismos, populismos, ecologismos y feminismos al
uso, ya plenamente integrados en la nómina de la normalidad.
¿Tiene la normalidad
solución de continuidad?...en modo definitivo es altamente improbable, pero en
todo caso puede que sólo nos quede una opción a la desesperada,
que consiste en organizar la resistencia como juego clandestino y
pragmático, que nos permita transitar entre la globalidad y la
proximidad, pasar de la representación teórica al ensayo pragmático
de la utopía autoemancipadora. Es lo que podríamos hacer mientras la
audiencia se entretiene con la nueva distopía del Gran Hermano. Eso
sí...corre prisa, hay que hacerlo antes de que convenzan a las
mujeres de que los machos somos una especie mutante, irracional y muy
peligrosa, que ha desplazado su cerebro al glande... y que ese es el
mayor problema de este mundo, seguido del calentamiento global que
provocan las vacas cuando se tiran pedos.
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