La
de ayer fue una mañana de tañer campanas entre los pinos de Monte Royal
(¿no será Monte Boyal?). Un niño, mas un grupo de más vecinas que
vecinos, de las tierras de Aguilar de Campoo, aprendíamos historia,
costumbres y usos de
las campanas, así como los más comunes y antiguos toques, de
la mano amiga de los campaneros villaltanos,
los de Villota del Páramo.
Hoy,
tras la placidez que le sigue a la
tormenta que por la tarde caía por estos pagos, me apetecía retomar la
lectura inacabada de un libro de Ramón Andrés. Al poco de empezar llego
a un poema titulado “Campanas”,
casualidad,
sólo casualidad. El día de ayer
transcurrió a toda velocidad y no tuve tiempo de pensar en la
experiencia de esa mañana campanera. La falta de tiempo...es una sensación de desasosiego, que veo
a mi alrededor y que yo tengo con demasiada frecuencia, ésta de que el
tiempo nos falta y que por eso la reflexión es tan difícil en los
tiempos que vivimos. Todo ello me traía
el recuerdo de unas notas que hace meses apunté en mi cuaderno. Hablaba el poeta riojano, Ramón Andrés, con un pianista
ruso, Arkadi Volodo, que decía algo sobre
el tiempo y el desasosiego que acompaña a la modernidad, a propósito de lo difícil que es acceder a la belleza y
a la verdad en el mundo actual, aunque él lo concretara en la música
de Schubert:
“No hay tiempo. Todo ha
cambiado mucho. Ni los pianistas ni los oyentes tienen tiempo de
pensar ni de detenerse en tal o cual detalle, que puede ser
sustancial, revelador. Tenemos la cabeza en otro lugar. Los
románticos viajaban en coche de caballos. ¿Cuántas semanas para ir
de un país a otro, de una ciudad a otra? Podían pensar, reflexionar
mientras viajaban. Ahora, en cuarenta minutos estás en otra ciudad,
en otra cultura, sin darte apenas cuenta”
Hablaban
de situaciones que comportan traslaciones en el tiempo, un tiempo
físico, pero también moral (y
no necesariamente religioso).
“...Sí,
Beethoven fue ante todo un hombre de extraordinaria fuerza, alguien
enorme. Él pensaba que todo podía alcanzarse; era pura voluntad.
Quería enfrentarse al destino y doblegarlo”.
A lo que añadía Ramón
Andrés: “esta
actitud forma parte de la épica romántica. Sin embargo, dando
vueltas a estas cosas, tengo la impresión de que la épica romántica
no responde a una épica moral y comunitaria, como en la Ilíada,
sino a una épica personal, individualista, post-ilustrada, en la que
el mundo es tan sólo un escenario y en el cual el único
protagonista es el Yo”.
En fin, eso me pasaba por la cabeza mientras me llegaba el eco de las campanas de ayer. Creo que esta vez sí supe dónde y por quién doblaban. Y éste es el poema CAMPANAS (“Siempre génesis”, 2013-2015), de Ramon Andrés :
CAMPANAS
Vibran
en la tierra y bajo ella,
en
los años,
en
los muros.
Nos
oyen. Lo agudo y lo grave
de
una conciencia, su doblar.
Un
día regresará a sus ondas
la
aleación de algo silenciado.
Son
la luz más alejada del oído.
Toque
de almas, la llamada a casa.
Toque
de ángel o de gloria
si
muere un niño;
campanas
de difuntos:
si
muere una mujer
(tres
toques);
si
un hombre muere
(dos
toques).
Sonido
grave, largo camino de bruma;
el
cobre y el estaño viven de la pérdida.
La
cuerda no es para el regreso,
lo
que suena es un resto de creencia,
voz
terminada, campanas de Amaiur
óigoos
y no os veo;
lo
dicho hasta hoy es escarcha,
resonancia
y región,
Despertad,
salid del hogar,
salid,
nadie
oscurezca tras la ventana;
si
muere un hombre
(dos
toques),
si
una mujer (uno más)
No
cuelgan, flotan
en
las torres mientras tú te hundes
en
lo andado; pon la mano en tu frente,
se
fruncen los árboles, no escuches,
piensa
desde lo perdido;
tapa
los oídos, échate, haz tú de senda
y
sabrás el declive, lo sabrás, y las flores.
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