jueves, 3 de octubre de 2019

GRETA Y DONALD EN LA ONU: "ESTO LO CAMBIA TODO"


Reproduzco aquí un interesante artículo de Miguel Muñiz, publicado en la revista "Mientras Tanto", correspondiente a octubre de 2019, seguido de un texto de Jorge Riechman enlazado desde ese mismo artículo.

GRETA Y DONALD ACTÚAN EN LA ONU. Miguel Muñiz
Con sólo un día de diferencia, Greta Thunberg, la adolescente sueca elevada a símbolo de la rebeldía juvenil contra el cambio climático, y Donald Trump, el presidente USA considerado el negacionista número uno del mismo, han intervenido ante la asamblea de las Naciones Unidas en lo que acaso sea el mejor ejemplo de esquizofrenia global del capitalismo especulativo en versión debate político.

Comencemos por Greta, una joven que padece el síndrome de Asperger, cara visible de lo que se define como el movimiento juvenil “Viernes por el Futuro”, que consiste en que adolescentes y jóvenes, de países ricos mayoritariamente europeos, faltan a clase los viernes para presionar a los políticos y que digan la verdad sobre la catástrofe climática.
Como corresponde al progresismo global, Greta encabeza un movimiento sin estructura aparente detrás. Analizando su expresión más visible, la ExtinctionRebellion, se comprueba la enorme distancia entre la gravedad de un conflicto que afecta de manera desigual y compleja a toda la Humanidad,la banalidad de su enfoque y diagnosis, comenzando por la declaración enfática de que vivimos en un sistema tóxico del que nadie tiene la culpa. Una
contradicción más a sumar al extenso catálogo de despropósitos y desmesuras propagandísticas bondadosas que culminan con la imagen de Greta Thunberg cruzando el Atlántico en el Malizia II, un velero de fibra de carbono y diseño vanguardista, propiedad de un empresario vinculado a la aeronáutica, como símbolo de su voluntad de no emitir Gases de Efecto Invernadero.



El breve discurso de Greta en la ONU siguió el patrón ya conocido: emotividad, enfado y agresividad adolescentes adornada con unos cuantos datos y cifras globales, lo mínimo para provocar una reacción emocional primaria, que enmascare la profundidad y complejidad del colapso y las enormes desigualdades entre regiones, territorios y grupos sociales que lo sufrirán y los que sacarán beneficios. Banalidad disfrazada de frases rotundas como “Si eligen fallarnos, nunca los perdonaremos. No dejaremos que se salgan con la suya” y locuciones parecidas; mientras las presentes y futuras víctimas del cambio climático, que ni son solamente las y los jóvenes ni son todas, no disponen de una escuela a la que faltar los viernes para llamar la atención de los políticos. De los culpables, que sí existen aunque no se les debe señalar, ni mención. Apelar al todas y todos, es no apelar a nadie.
Sigamos con Donald; si Greta padece el síndrome de Asperger, considerado (dentro de la ignorancia global de la psiquiatría) como la manifestación más ligera del autismo, el largo discurso de Donald es un caso de autismo profundo y extremo. También siguió el patrón que le ha llevado al éxito, en una palabra: patriotismo, pero entendido al modo USA, es decir, bienestar nacional basado en la industria de la guerra, siempre que sea fuera de las fronteras del país imperial. El contenido es un extenso catálogo de irracionalidades nos ahorra el análisis.
Conviene señalar que, al igual que el de Greta, el discurso de Donald fue también una apelación sentimental primaria a los mismos receptores potenciales: las clases acomodadas; para en su caso, y aquí radica parte del éxito de sus toscas proclamas y sus groseras actuaciones, para provocar enfado denunciando las mentiras y falacias del progresismo oficial.
Las actuaciones estelares, pues no cabe otro calificativo para las intervenciones de Greta y Donald, llevan a cualquier persona realmente preocupada por la situación de las victimas reales de la barbarie en curso a cuestionar toda la política mediática. No hay crítica, sólo discursos para personas ya convencidas; acaso la cruda realidad de la geopolítica, ausente
en las intervenciones de ambos líderes, sea el único camino para paliar los daños en curso y reducir las víctimas de las catástrofes actuales y las que se avecinan.
Cuando se lea este texto el IPCC habrá reiterado sus vaticinios catastróficos globales, Greta acaso estará cruzando el Atlántico de regreso a casa en su velero puntero, o habrá llegado ya; Donald estará intentando, o quizás consiguiendo, que el poder legislativo USA no lo impute por hacer lo que cualquier político profesional debe hacer hoy, pero a gran escala. Un poder legislativo USA que, no lo olvidemos, está dirigido por una versión diferente de la misma élite que tampoco es culpable de nada; y el gran movimiento juvenil habrá realizado la primera huelga climática (¿contra quién?) con el habitual apoyo ruidoso de los medios del progresismo oficial.
Estamos en época de cambios irreversibles, pero no nos engañemos sobre la potencia de las palabras. En junio de 2017, Jorge Riechmann escribió una reflexión sobre frases rotundas que enmascaran realidades persistentes, en octubre del mismo año la amplió. Conviene leer la versión final de su apunte para valorar el significado del paso por la ONU de Greta y Donald.
ESTO LO CAMBIA TODO. Jorge Riechman 

1918, termina la primera guerra industrial con más de diez millones de muertos. Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.

1945, proyecto Manhattan, bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.

1962, “crisis de los misiles” en Cuba, el mundo al borde de la guerra termonuclear –el enfrentamiento final entre las dos superpotencias. Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.

1972, debate mundial sobre Los límites del crecimiento (el “informe Meadows”). Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.

1986, estalla la central nuclear de Chernóbil. Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.

2014, Naomi Klein –estremecida por la dinámica del calentamiento global- nos grita: esto lo cambia todo.

Pero hay –ay- dos premisas ocultas en el enunciado This changes everything, que titula el cuarto libro de Klein. La primera: si Homo sapiens fuese un animal racional… Y la segunda: si no estuviésemos sometidos a los automatismos de la reproducción ampliada del capital, en una sociedad fetichista… entonces sí, esto (el calentamiento global que va camino de convertirse en apocalipsis climático) lo cambiaría todo.
Todo hubiera tenido que cambiar, sí. Hace muchos decenios… “No sé los horrores que nos aguardan” –escribía Bertrand Russell en 1961- “pero nadie puede dudar de que, a menos que se haga algo radical, el hombre de la era científica está sentenciado. En el mundo en que vivimos existe un activo y dominante deseo de muerte que, hasta ahora, en todas las crisis, ha podido más que la cordura. Si hemos de sobrevivir, tal estado de cosas no debe continuar.”[1]
Hannah Arendt escribió en 1968 que “por primera vez en la historia, todos los pueblos de la Tierra tienen un presente común”[2] (resaltando el aspecto de solidaridad negativa, avivada no tanto por aspiraciones positivas comunes sino por el miedo a la destrucción global: sobre todo, la guerra nuclear). En 1972, la primera de las conferencias mundiales de NNUU sobre medio ambiente se celebró en Estocolmo bajo el lema Una sola Tierra (Only One Earth). Aunque ese diagnóstico de un solo tiempo y espacio para una sola humanidad requiere matiz (Francisco Fernández Buey escribió muchas veces sobre la no contemporaneidad en la historia mundial), capta algo muy importante que podemos quizá recoger en la noción de panhumanidad.[3] El surgimiento de una sola humanidad en un sentido significativo tendría que haber conducido a un estadio moral nuevo, que por ejemplo los movimientos ecologistas invocaron desde los años setenta bajo la noción de conciencia de especie.[4]

No obstante, la tendencia en ese sentido que se hacía patente en los años sesenta y setenta tuvo que retroceder a partir de los ochenta, a medida que iba ganando posiciones la “nueva razón del mundo” neoliberal, rabiosamente contraria a los elementos de solidaridad planetaria y primacía del bien común que encarnaba la conciencia de especie. Por desgracia, ello ha agudizado la crisis de civilización consustancial al capitalismo casi desde sus orígenes hasta un extremo que hoy cabe describir como guerra civil global.[5] Las perspectivas son sombrías. “Las dos formas en que la humanidad puede autodestruirse –la guerra civil a escala mundial o la devastación del medio ambiente- están convergiendo rápidamente.”[6]
[1] Bertrand Russell, ¿Tiene el hombre un futuro?, Aguilar, Madrid 1962, p. 43.
[2] En su ensayo sobre Karl Jaspers en Hombres en tiempos de oscuridad, Gedisa, Barcelona 2017, p. 91.
[3] Noción que introducen (a partir de las imágenes de la Tierra vista desde el espacio que fotografiaron los astronautas desde finales de los años sesenta del siglo XX) Sarah Franklin, Celia Lury y Jackie Stacey en su libro Global Nature, Global Culture, SAGE Publications, Londres 2000, p. 28.
[4] Francisco Fernández Buey lo formulaba así: “A la globalización de la economía tiene que corresponder una ética mundial basada en la conciencia de especie (…). Sólo que la conciencia de especie está aún por construir” (Fernández Buey, Ética y filosofía política, Edicions Bellaterra, Barcelona 2000, p. 114). “Entiendo por conciencia de especie la configuración culturalmente elaborada de la pertenencia de todos y cada uno de los individuos humanos a la especie Homo sapiens y, por tanto, no sólo la respuesta natural reactiva de los miembros de la especie humana implicada en el hecho biológico de la evolución. En este sentido, se podría decir que la configuración de una conciencia de especie corresponde a la era nuclear –o mejor aún: de las armas de destrucción masiva— y a la época de la crisis ecológica global y de las grandes migraciones intercontinentales, como la conciencia nacional correspondía a la época del colonialismo y la conciencia de clase a la época del capitalismo fabril” (op. cit., p. 137-138).
[5] Pankaj Mishra, La edad de la ira, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2017, p. 39.
[6] Mishra, La edad de la ira, p. 33.



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