Descripción, por editorial Cauac:
La Trilogía del coronavirus contiene los tres artículos escritos por el Dr. Máximo Sandín durante la crisis inicial del Covid19 (en abril, mayo y julio de 2020). De forma más necesaria y apremiante que nunca, constituyen un esfuerzo didáctico para ayudarnos a comprender los graves errores en la interpretación de la naturaleza de los virus que arrastra una ciencia académica por desgracia más condicionada por conflictos de intereses económicos y de poder que guiada por la búsqueda del conocimiento y la comprensión del mundo natural.
Esta trilogía de artículos trata en primer término acerca del rol fundamental de los virus en la configuración de nuestro genoma, el desarrollo embrionario y en todo tipo de funciones y procesos biológicos, ecológicos, e incluso en la regulación del clima. En definitiva, su papel en una matriz coherente de información y comunicación orgánica que sostiene toda la vida que conocemos. Y en segundo término nos aporta información crucial acerca de los errores y consecuencias históricas de concebir a los virus como nuestros enemigos, muy especialmente sobre las aberraciones generadas por la manipulación antinatural de éstos en los cultivos de células embrionarias humanas y animales que realiza la industria vacunológica; una explicación al origen de las secuencias virales híbridas interespecie, como la del llamado “Sars-Cov2”, sin duda mucho más coherente y fundamentada que la que nos ofrece la narrativa mediática.
Prólogo, por Jon Ortega:
Como biólogo, fui educado bajo la creencia (extendida al conjunto de la sociedad moderna) de que toda la inconmensurable maravilla del mundo natural, toda la belleza, armonía, complejidad y diversidad de los organismos y los ecosistemas y toda la experiencia sensible de la vida, no eran en realidad más que la consecuencia “resultona” de una acumulación de ciertas “mutaciones al azar” en las secuencias génicas de los organismos. Unas mutaciones que en diferentes momentos y de manera totalmente fortuita habían otorgado a su portador ventajas para su supervivencia y reproducción, y por tanto se habían expandido y fijado gracias a la “Selección Natural”. En este escenario sólo se podían concebir por tanto dos fuerzas evolutivas, dos principios demiúrgicos que dan forma y colorido a un mundo de interacciones mecánicas e inerciales: en primer lugar el azar, y en segundo lugar el instinto, esencialmente competitivo, de supervivencia y reproducción.
El cómo se habían formado aquellos sistemas de información genética en primer lugar, el origen de la vida propiamente dicha, era algo de lo que nadie tenía ni idea y de lo que apenas se nos ofrecían relatos meramente especulativos, por no decir fantasiosos (el del “Mundo ARN” era el más manido de todos), pero no parecía importar porque en todo caso era algo que había sucedido hacía muchos millones de años, y ahora estaba clarísimo que toda la aparente complejidad de la naturaleza orgánica se reducía al impacto del azar, la competencia y la Selección Natural sobre nuestros sistemas genéticos. Tal es la particular visión neodarwiniana del mundo, que se extiende por supuesto a la vida microscópica donde, en su particular y azarosa lucha por la supervivencia, los virus y bacterias se han convertido en nuestros peores competidores, y vivimos bajo la amenaza constante de “mutaciones al azar” que les confieran ventajas sobre nosotros provocando graves pandemias, de las cuales sólo la medicina industrial puede salvarnos.
Sin embargo en mi cuarto curso de licenciatura sucedió algo que se salía del guión: después de tantos años, desde el instituto e incluso antes, estudiando e interpretando todos y cada uno de los fenómenos biológicos desde el prisma neodarwinista, mis compañeros y yo nos encontramos con un profesor que cuestionaba de raíz aquellos fundamentos teóricos que siempre habían impregnado profundamente cada frase de los libros de texto, cada comentario de los documentales, cada clase de ciencias naturales, cada artículo de divulgación y cada publicación especializada, en resumen toda la educación científica que habíamos recibido hasta entonces.
La cantidad, diversidad y calidad de la información y la documentación con las que fundamentaba su crítica eran impresionantes. Los argumentos, demoledores. Cada una de las diferentes áreas en las que estábamos acostumbrados a estudiar los fenómenos biológicos de forma compartimentalizada (paleontología, microbiología, ecología, biología molecular, genética del desarrollo, genómica comparativa…) incluso tomadas de forma separada mostraban serias dificultades para armonizar los hechos observados con la teoría… pero si uno las tomaba y contrastaba en conjunto, lo cual nos resultaba poco menos que revolucionario en aquél mundo académico tan especializado, estancado y atomizado, parecía claro que la estructura teórica asumida hasta ahora como un dogma en nuestra ciencia merecía como mínimo una revisión profunda. Los datos nos sugerían que debíamos empezar a concebir la genética no como un sistema cerrado que muta al azar sino como una ubicua matriz de información que intercontecta a organismos y microorganismos posibilitando una evolución conjunta y coherente, una comunicación constante donde los virus juegan un rol central a la vez que, junto con las bacterias, son los constituyentes funcionales básicos de nuestros cuerpos y ecosistemas. Las posibilidades que se abrían para la reflexión, el debate, la investigación, no tenían parangón con nada que hubiéramos conocido antes. Cada detalle de la naturaleza podía ser visto desde otro punto de vista que traía una nueva comprensión, y también nuevas preguntas e interrogantes. Incluso si uno mantenía la visión convencional de las cosas, se veía obligado a enriquecerla y profundizar en ella para integrar las nuevas cuestiones planteadas.
Por si hay algún lector despistado, aclaro que el profesor del que hablo es por supuesto el Doctor Máximo Sandín. Y debo añadir que a la maravillosa revelación científica que supuso en mi vida conocerle se sumó otro descubrimiento no menos impactante: Y es que ante la calidad y sobretodo la relevancia de sus argumentaciones, cabría esperar que una comunidad pensante, dialogante, abierta y buscadora del conocimiento, como yo había creído hasta ese momento que era aquello que llaman “la comunidad científica”, recibiera estas aportaciones al menos como una oportunidad de debate para crecer, dinamizarse, refrescarse, enriquecerse. Sin embargo lo que me encontré fue que la actitud del resto de los profesores, sin ánimo de juzgar a nadie, normalmente oscilaba entre el rechazo frontal, la incomodidad y la indiferencia. La gran mayoría de los biólogos ni siquiera parecían tener el más mínimo interés en entrar a debatir acerca de los contenidos y los hilos que exponía Sandín, por mucho que se fundamentaran en hechos bien documentados. Era como si hubiera “algo en el aire”, algo que por entonces yo no era capaz de entender, un fenómeno tabú acerca del cual aún hoy sigo investigando y tratando de mejorar mi comprensión, un tema demasiado complejo quizá para tratar en este pequeño prólogo, pero que se hace necesario como mínimo mencionar. En definitiva tomé contacto consciente por primera vez con una realidad ineludible, que en los años posteriores no he hecho sino corroborar en una ocasión tras otra: sea por los motivos o factores que sean, la comunidad científica y académica aparentemente no posee apertura, disposición o capacidad para revisar sus propios paradigmas y creencias asumidas, para replantearse o cuestionarse su propia comprensión de las cosas. Por tanto, tampoco inteligencia colectiva, posibilidad de madurar, de adaptarse a los problemas reales de una forma útil para la gente. La élite científica y académica es un falso referente de conocimiento para nuestra sociedad.
Así pues, me di cuenta de que nos encontramos en la peligrosa situación (por aquél entonces no llegué a imaginarme cuánto) de que todos los asuntos relacionados con la investigación, el conocimiento y el esclarecimiento último de las verdades concretas son delegados en instituciones que no poseen ni pueden poseer inteligencia. Y si la comunidad académica no era una comunidad pensante, entonces teníamos que crear una. Una que fuera horizontal, abierta, cooperativa, no asfixiada por una jerarquía fácilmente controlable por los intereses espúreos y las leyes del dinero, la competencia y las ilusiones de poder. Una que no relegara al ostracismo a investigadores como Máximo, a quienes nos invitan a ampliar nuestra perspectiva, revisar nuestras creencias, ver otras posibilidades, evolucionar.
Recuerdo que sentí la necesidad de buscar, conectar, encontrarme con otras personas que compartieran aquél sueño. Afortunadamente pude comprobar que no era un sueño personal, sino más bien un impulso espontáneo, colectivo y natural en el que a lo largo de los años muchos nos hemos ido encontrando y conociendo. Desde el principio decidí que mi granito de arena sería crear una editorial que diera voz a pensadores y visionarios que no tuvieran cabida en las estancadas y controladas instituciones de la cultura. No exagero pues, ni mucho ni poco, cuando digo que Máximo Sandín es la causa de que esta editorial haya llegado a existir.
Como no podía ser de otra manera, nuestra primera publicación fue una recopilación de artículos de Máximo, con el título Pensando la evolución, pensando la vida, que en mi opinión a día de hoy se ha convertido una referencia fundamental para el pensamiento crítico con los fundamentos reduccionistas y mecanicistas de la biología que continúan dominando la docencia, la investigación y la divulgación científica.
Quince años después de aquél memorable estreno editorial, nos encontramos aquí y ahora ante una situación asombrosa que está desencadenando rápidamente cambios muy importantes en nuestro mundo. De pronto nos hemos visto rodeados por un entorno transformado donde los sistemas de control, obediencia y restricción de las libertades individuales y colectivas condicionan nuestras vidas como jamás habríamos llegado a imaginar (con excepción de algún visionario distópico como Orwell o Huxley). Mientras los medios de comunicación aterrorizan a la gente sembrando miedo, confrontación e histeria, organizamos como podemos nuestro día a día a expensas de las nuevas imposiciones que se van sucediendo, amenazados por un nuevo encierro domiciliario general y por medidas de presión a corto plazo para forzarnos a inyectarnos productos experimentales con escasas o nulas garantías. Nuestros ancianos, niños y adolescentes han padecido y padecen tratos intolerables, y globalmente respiramos un ambiente asfixiante y opresivo en el que se está generando una gran cantidad de sufrimiento de muchas y variadas maneras. Siempre justificado por nuestra seguridad sanitaria, en base a una noción del mundo natural según la cual la salud y la enfermedad son el resultado de una interminable guerra molecular y microbiológica, de cuyas azarosas vicisitudes únicamente la industria farmacológica puede protegernos y permitir que llevemos una vida normal. Sin la benefactora protección del sector farmacéutico y los sistemas de regulación y control del Estado, vivimos a merced de una naturaleza errática y despiadada.
Esta visión del mundo que en los últimos meses se ha dejado sentir con más fuerza que nunca se nos presenta como la única posible y razonable, mientras el debate científico es motivo de censura y coherción en todos los medios de comunicación y en todas las instituciones académicas y gubernamentales. La presión por no profanar el tabú es muy fuerte, especialmente para quienes tienen un posición respetada y para todos los que trabajan en instituciones públicas, pues si tienen el valor de hacerlo públicamente se exponen a la incomprensión, el odio, la difamación y el escarnio, cuando no a expedientes y despidos.
Las buenas noticias son que toda esta situación tan disparatada sin duda ha agitado y removido consciencias, comenzando por la nuestra propia. La credibilidad de las instituciones que controlan la información está en caída libre y cada vez más gente siente la necesidad vital de investigar por sí misma y explorar más allá de la narrativa impuesta desde aquellas. Nunca antes tanto público se había interesado por los temas que tratamos en la editorial. Nunca antes habíamos recibido tanta cantidad y calidad de propuestas y proyectos de naturaleza colaborativa. Sentimos con mucha ilusión que el sueño de la red cooperativa pensante, abierta, e impulsora de un nuevo paradigma por fin está floreciendo, y en este vibrante movimiento nuestra pequeña editorial se encuentra creciendo, madurando, adaptándose y abriéndose a lo nuevo.
Estoy muy feliz de que inauguremos esta nueva y emocionante etapa de la misma manera que la anterior, con una obra de Máximo Sandín. Tres pequeños artículos cuya primera gran aportación es abrirnos una ventana al desconocido y fascinante mundo de los virus, su rol fundamental en la configuración de nuestro genoma, en el desarrollo embrionario y en todo tipo de funciones y procesos biológicos, ecológicos, e incluso en la regulación del clima. En definitiva, su papel en una matriz coherente de información y comunicación orgánica que sostiene toda la vida que conocemos; vasto universo del que apenas hemos arañado la superficie, puesto que toda la investigación financiada está orientada a aplicaciones industriales ajenas a un interés por profundizar en nuestra comprensión de la naturaleza. Está claro que no podemos aprender cosas nuevas si estamos instalados en la creencia de que ya hemos comprendido todo lo que había que comprender.
En segundo lugar, y no menos importante en este momento crítico que atravesamos como humanidad, la Trilogía del coronavirus nos aporta información crucial acerca de los errores y consecuencias históricas de concebir a los virus como nuestros enemigos, muy especialmente sobre las aberraciones generadas por la manipulación antinatural de estos en los cultivos de células embrionarias humanas y animales que realiza la industria vacunológica; una explicación al origen de las secuencias virales híbridas interespecie, como la del llamado “Sars-Cov2”, sin duda mucho más coherente y fundamentada que la que nos ofrece la narrativa mediática. Importantes elementos para nuestra reflexión sobre la situación de la ciencia en el mundo moderno, que nos ayudan a valorar hasta qué punto se ha corrompido su propósito natural como búsqueda de conocimiento y servicio a la humanidad para degenerar en un siniestro instrumento de la lucha por el poder, el dominio y la riqueza.
Con toda nuestra gratitud, cariño e ilusión, en nombre de todo el equipo de coordinación de Cauac, gracias Máximo, un gran placer trabajar contigo de nuevo ¡y con más sentido que nunca!
Adenda:
1. Web de la editorial Cauac: https://cauac.org/
2. Web de Máximo Sandín: http://www.somosbacteriasyvirus.com/
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