jueves, 4 de febrero de 2021

DE LA ZEKA A LA MEKA Y BIZEBERSA

 

Aunque la Real Academia de la Lengua Española fue creada en 1713, la inauguración del palacio que es su actual sede, se celebró el 1 de abril de 1894, bajo la presidencia de la reina regente María Cristina, a quien acompañaba su hijo Alfonso XIII, aún menor de edad. Esta obra del arquitecto Aguado de la Sierra, se convirtió en la primera casa pensada y construida expresamente para la institución. Las reuniones iniciales se celebraron en el palacio del fundador, el marqués de Villena, ubicado en la madrileña plaza de las Descalzas Reales. 

 

Según la Norma, tendría que escribir ceca, meca y viceversa, en ese orden y con esa ortografía; pero he pensado que si alardeamos de que esta lengua en la que hablamos y escribimos, el castellano, es rica y fácil de aprender “porque es muy regular y, además, escribimos como hablamos”, quiero mostrar que ésto no es cierto. Que podría ser pero no es.

En el diccionario se dice que “andar de la ceca a la meca” es ir de un sitio para otro, de acá para allá, sin objeto preciso y determinado, o sea, sin saber para qué, a lo tonto. El caso es que , por separado, ceca es palabra de orígen árabe que significa “casa donde se fabrica la moneda”; y meca hace referencia a la ciudad sagrada de los musulmanes, la Meca. No se necesita ser doctor en filología para, al menos, intuir el sentido de esa expresión: deambular alocadamente entre antípodas, en este caso representadas por los mundos de la materia y del espíritu, presuntamente incompatibles. De ahí, en consecuencia, que escriba zeka, meka y bizebersa, con este orden y ortografía: para que ponga lo mismo que pronuncio y ahorrarme el trecho baldío que se extiende entre lo dicho y lo hecho.

 

Corrían los últimos años cincuenta y entre las anécdotas y chascarrillos que nos contaba mi padre cuando regresaba de Francia tras acabar la temporada de la remolacha, recuerdo una que de mayor volví a escuchar como chiste popular, referida a la lengua francesa (aquella lengua que tanto me fascinaba en boca de mi padre). Él lo contaba como si fuera eso, un comentario o chascarrillo, y no un chiste; decía algo así: si será raro el francés que al queso - que se ve que es queso - lo llaman fromâge... qué idioma más raro, las palabras no tienen que ver con lo que significan y, además, ¡se escriben de manera completamente distinta a como se pronuncian!. Claro que mi padre lo decía en broma, pero pasados unos años de aquello, estando ya en el PREU (curso preuniversitario), recuerdo que pensando en estas “fallos” del francés, descubrí que algo parecido también le pasaba a la lengua en la que yo hablaba y escribía, el castellano. Y hasta hice algún trabajo escolar al respecto, como en un intento de arreglar aquellos defectos ortográficos, gramaticales y semánticos. Pero pasó al olvido aquella pretensión juvenil, pensé que “si ésto no eran capaces de arreglarlo tantísimos profesores y catedráticos de la lengua como hay - ni siquiera los de la Real Academia (1) - sería porque no tenía arreglo”. Y ahí quedó todo, en el olvido. 

Más tarde, me fui dando cuenta de que si el castellano parecía tener normas tan rígidas, sin embargo esas normas resultaban muy flexibles a la hora de integrar una avalancha de neologismos procedentes del inglés, mucho más a medida que se multiplicaba la penetración cultural del imperio económico estadounidense y, con éste, de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Acordaros de la W, tan solitaria en los viejos diccionarios, apenas para nombrar a un rey godo, un tal Wamba, y pensad en la Web de hoy. 

Hubo unos años donde la controversia y confusión en el uso de la lengua llegó al paroxismo con el empleo del género, recuérdense las muchas bromas al respecto: “jóvenes y jóvenas, soldados y soldadas, etc”. Pues bien, sigo pensando que no hay por qué dar por hecho que una lengua tan funcional y hermosa como la castellana tenga que cargar con esos fallos “estructurales”, y que éstos son más bien debidos a rigideces mentales que a la propia estructura del idioma. De ahí que haya actualizado aquel juvenil intento de evolución del castellano, en el sentido de su defensa y mejora. No me harán caso, pero ahí queda.

Un ejemplo bien simple, para el posible arreglo de la confusión que genera la rigidez de la Norma: pronunciamos zerezo y escribimos cerezo...¿no es ésto una contradición gratuita? No sé si llamarlo arbitrariedad o descuido en el cuidado de la lengua, por parte de quien es responsable de darle brillo y esplendor, que somos nosotros, los que hablamos en castellano. Desde luego que no se trata de un fallo estructural de la lengua, intrínseco e irremediable, porque no es cierto que el castellano no pueda resolver esos fallos. Frente a quienes creen que la lengua no se toca y que se defiende a ultranza, obedeciendo lo que impone la Norma hecha costumbre eterna, yo pienso que el castellano admite mucha mejora y para bien: de la comunicación, del propio idioma y de su futuro.

Son muchos los ejemplos en los campos ortográfico y gramatical, pero hay que imaginar lo que puede sucedernos si nos metemos en  semántica, en lo que las palabras significan, asunto que se ocupan de "fijar" los diccionarios. Sirva a modo de simple ejemplo la palabra “democracia” (que, por cierto, la escribimos con C pero la decimos con Z, democrazia), que en la actualidad tiene "establecido" su significado en los diccionarios, con un concepto distinto y hasta contrario al original, que en realidad corresponde a otra palabra, “oligocracia”, o gobierno representativo, o sea, gobierno no directo, no autogobierno, no del “demos” o pueblo, sino  “gobierno de una élite o grupo que representa (o no) al pueblo”. Pues sí, sí, ésto es lo que pasa, ésta es la Norma, inexactitud y confusión cuando no manipulación, en no pocos casos.

Antes que se me olvide: sin representar a nadie, sólo a mí mismo, le pido a los hablantes de esta lengua castellana, repartidos por el mundo, que dejen de llamar “español” al castellano, por razón de precisión y verdad, por evitar una confusión que no es tan gratuita ni necesaria como pudiera parecernos. En el territorio ibérico (realidad concreta, geográfica y social) y más concretamente  en esa parte que llamamos España, se hablan no menos de cuatro lenguas maternas y es, por tanto, una grave imprecisión y confusión utilizar el adjetivo calificativo “español” para nombrar a una de esas lenguas, la castellana. 

El “español” es un idioma ficticio, de una “nación” igualmente ficticia, creada históricamente por una estructura totalitaria (el Estado Español), invento y producto de élites dominantes (oligocracias). Sucede aquí, en España, como en Francia o en la Cochinchina, pero eso no es consuelo.



Nota:

(1) La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones previas, en julio de ese mismo año, se celebraron, en la propia casa del fundador, las primeras sesiones de la nueva corporación. El 3 de octubre de 1714 quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. En 1715 la Academia, que en sus orígenes contaba con veinticuatro miembros, aprobó sus primeros estatutos, a los que siguieron los publicados en 1848, 1859, 1977 y 1993.

Después de considerar una serie de propuestas para decidir su lema, la institución, en «una votación secreta, eligió el actual: un crisol en el fuego con la leyenda Limpia, fija y da esplendor”. La RAE, cuyo principal precedente y modelo fue la Academia Francesa fundada por el cardenal Richelieu en 1635, se marcó como objetivo esencial desde su creación la elaboración de un diccionario de la lengua castellana, “el más copioso que pudiera hacerse”, así como de una gramática y una poética. Ese propósito se hizo realidad con la publicación del Diccionario de autoridades, editado en seis volúmenes, entre 1726 y 1739. La primera edición en un solo tomo, a la que siguieron otras veintidós hasta la fecha, se publicó en 1780. La Orthographia española de la Academia apareció en 1741 y en 1771 se publicó la primera edición de la Gramática de la lengua castellana.  (Fuente: Asociación de Academias de la Lengua Española)

 

1 comentario:

Shevek dijo...

Explicando trasgresiones de ostáculos subcoscientes
https://elpais.com/diario/1991/12/16/sociedad/692838013_850215.html
Y si elaboramos una serie de contranormas y las promobemos, comprometiéndonos asta el final? (La hache me tiene loco)
Un abrazo