domingo, 11 de abril de 2021

SIN MIEDO, CON-CIENCIA Y EMPATÍA



Bandera, de Mikhail Zlatkovsky


La empatía es un signo de madurez del individuo humano, durante la época de crianza los niños tardan algunos años en operar con empatía. Hay un experimento que conocí cuando estudiaba pedagogía con el que ésto se mostraba evidente: situemos a dos niños pequeños frente a frente, separados por una mesa con una mampara pequeña y opaca en medio, que no les impida la visión del otro pero que tape el objeto que cada uno tiene delante; preguntemos a cada uno de ellos qué objeto cree que ve el otro y comprobaremos que ambos piensan que el otro ve lo mismo que él, ignoran que la posición del otro es diferente a la suya y que eso implica una visión diferente. Si ésto les siguiera sucediendo en la vida adulta, estaríamos hablando de una enfermedad que llamaríamos infantilismo. Pues eso es, crónica inmadurez en la edad adulta, incapacidad para ponerse en el lugar del prójimo, ignorando su singularidad, su individualidad.

Por otra parte, desde hace muchos años vengo pensando que en aquellos momentos en que los individuos sentimos la vida como algo fallido, el meollo de tal sentimiento es, precisamente, la falta de lo que yo denomino “empatía general básica”, ese ponerse en el lugar del otro, que no es sino básico amor al prójimo,  pero que también podríamos decir “de individual conciencia de especie”, porque la conciencia es necesariamente individual, es una facultad, algo exclusivo del ser singular, ya que las sociedades - más aún las masas - por sí carecen de conciencia.

Esto del amor al prójimo parece, en principio, algo ambiguo: ¿amar al próximo pero no al lejano?, ¿a los iguales y no a los diferentes?, ¿amar solo a mi círculo de conocidos, amigos, vecinos y parientes?...sin duda que necesita una explicación. Pienso que la humanidad toma cuerpo, se hace concreta y material en el prójimo, en esa pequeña parte de la humanidad con la que me relaciono y convivo en un mismo territorio, compartiendo lugar y tiempo de vida en un mismo trozo de la Tierra común, eso que llamamos nuestro “país” (de paisaje). Pues bien, cuando un individuo siente más fallida su existencia es cuando no percibe aprecio en su trato con los demás; y lo siente incluso más que cuando tiene hambre o frío... “nadie me tiene en cuenta” se dice a sí mismo, con un dolor que le deprime y le supera, del que o bien se hace culpable o bien lo proyecta como culpa ajena de esos prójimos que le maltratan o que, como poco, le ignoran.

Pues bien, si uno repasa nuestra evolución histórica, verá que ésta apunta en la actualidad a un futuro más incierto e imprevisible que nunca, porque nunca antes había sucedido esta dependencia humana del contexto global, nunca hubo tanto aislamiento del individuo respecto de la comunidad en la que transcurre su existencia, nunca tanta falta de empatía y comunidad. Ahora, ante las grandes amenazas globales que atenazan la existencia humana - como el calentamiento global, la devastación de la biodiversidad, el agotamiento de los recursos naturales, el colapso económico y demográfico, etc-, el individuo no se siente partícipe de las causas y, sin embargo, por todos los medios se apela a su empatía y a su conciencia de especie. Se espera de él que no piense solo en sí mismo, ni solo a corto plazo, se espera que se haga cargo de la situación global, de la crisis existencial por la que pasa la especie humana en su conjunto. Pero ésto no lo puede comprender y, por tanto, no lo puede hacer este individuo que durante los últimos siglos ha sido enseñado y acostumbrado a pensar y actuar a corto plazo, obedeciendo a su más primario, reaccionario, instinto de supervivencia. No puede hacerlo este individuo cuyas relaciones sociales, otrora de convivencia y proximidad, fueron mediadas, intervenidas y finalmente sustituidas por impuestas entidades abstractas, como el Estado y el Mercado, que le han proporcionado un ficticio ideal de comunidad, un ilusorio y abstracto Bien Común, reducido a la idea de “Nación” como sucedánea comunidad, de súbditos y productores-consumidores-contribuyentes. “Mercado libre y Hacienda somos todos”, se dice.

En su aislamiento y soledad, este mayoritario individuo medio se siente aislado, desconcertado y confuso; es un ser crónicamente débil e irresponsable, básicamente asocial, acongojado y miedoso, un desconfiado compulsivo, ansioso deseante de certezas, seguridades y fuertes liderazgos, más bien jefaturas. En definitiva, es el producto perfecto, la pieza perfectamente apta para componer el nuevo orden social que se ha dado en llamar Nueva Normalidad, ese puzzle neofascista que estamos viendo expandirse y conformarse a escala global, emergiendo como crisálida de su propia podredumbre. Otra vez el burdo espectáculo de su camuflaje populista, su gregaria y milagrosa solución elitista diseñada por “expertos”, cada vez menos humanitaria, menos científica y cada vez más bruta.

He llegado a la conclusión de que en la maltrecha conciencia del individuo medio contemporáneo ha quedado descartada la empatía, la conciencia de especie o como lo queramos llamar, no sólo porque su falta de práctica se ha naturalizado y normalizado, sino también porque este individuo ha empezado a aceptar la lógica eugenésica y transhumana que sigue a los datos y previsiones de un rápido colapso sistémico. No lo dice, pero sí lo piensa, su instinto primario interpreta que para la futura existencia individual será mejor un mundo con menos humanos y que así, en el reparto le tocará más mundo a cada individuo. Despoblar el mundo se ha convertido en horizonte obligado para las élites dirigentes como para las masas contagiadas de fascismo... perverso, sí, pero para las masas educadas en el miedo al prójimo y al futuro, resulta creíble, lógico y hasta “científico”.

Ahora sí podemos decir que es la hora de los justos, de quienes todavía conserven conciencia y empatía, amor al prójimo y conciencia comunitaria, pensamiento humanitario, realmente democrático y científico. Y quienes usan el espantajo del fascismo como disculpa ya no pueden seguir simulando “antifascismo”, sea republicano o proletario, mientras fortalecen por detrás a la bestia madre del fascismo, la estatal y mercantil. Pronto se verán obligados a elegir: 1) entre arrimar su culo al sol que más calienta. 2) reiniciar la misma Historia para llegar al mismo sitio en el que ya estamos, o 3) sumarse a la revolución democrática integral que está en marcha, desde una combativa red global, de solidarias asambleas comunales, de mujeres y hombres igualmente libres. Desde las catacumbas y a la intemperie y, ahora sí, sin banderas ni fronteras, sin jefes ni gobernantes, sin propietarios ni mercaderes.

No creo en una futura sociedad perfecta, ni creo que ninguna sociedad del pasado lo fuera. Pienso que el conflicto es natural a la vida en sociedad, pero también pienso que las naturales diferencias humanas - las físicas, intelectuales, de salud, belleza e inteligencia - ya son muchas y suficientes y que es contrario a toda razón que haya artificiales diferencias, a mayores e impuestas, y que éstas se agranden y perpetúen mediante gregarias estructuras de dominación, que nos conducen a la irrelevancia del ser propiamente humano...solo súbditos perfectamente intercambiables e prescindibles, carentes de empatía y comunidad, como cualquier máquina. Pues eso es el fascismo, ese Orden con destino a la Nada. Piensen, ¿en qué se queda el fascismo si le privamos del Estado que lo amamanta?

Practiquen una mínima empatía con las élites dominantes, pónganse en su mente y lugar por un instante, ¿ven lo que ellas ven?: un mundo que las sobrepasa, unas masas que no paran de multiplicarse, a las que ya no podrán tener ocupadas ni darles comida, ni educación, ni medicina, un subsidio, ni siquiera una mínima renta básica...¿cómo gobernarlas y darles satisfacción sin renunciar al beneficio capitalista y, por tanto, sin suicidio de las élites gobernantes, expuestas a merced de esas masas ignorantes, que solo piensan en consumir y consumir hasta ocupar su lugar?...¿cómo no van a recurrir al fascismo para restaurar el Orden y, a ser posible, con la complicidad de una buena parte de esas masas?, ¿cómo no promover guerras y pandemias que vayan reduciendo la población a límites "manejables", “ecológicos”, “sostenibles”? 

No hay mejor antídoto contra el fascismo que ponerse en su mente y lugar. Desconecten, no le den publicidad, no le hagan frente a la bestia en su terreno, desconecten, sin miedo, construyan comunidades de ayuda mutua y autodefensa, rescaten los antiguos comunales e inventen otros nuevos, verdaderas democracias, sin permiso, no tengan miedo, que sin nuestro trabajo nada vale su poder ni su dinero, no tengan miedo, que tenemos trabajo de sobra, sin miedo tenga cada mujer al menos dos hijos, para que deje de haber más abuelos que nietos, sin miedo, que habrá mundo de sobra para las futuras generaciones según vayamos recuperando la vida en comunidad, en la medida que logremos rescatar la Tierra y nos ocupemos de cuidarla...pero tendrá que ser pronto, porque el margen es ya muy estrecho. Sé que sucederá porque no hay otra opción, ninguna otra oportunidad, porque futuro solo hay uno.


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