Mejor hablar de feminismo el 9M, una vez que ha pasado la eclosión propagandística que despliega el Estado en esta efeméride y al día siguiente se concentra en la pandemia. Hasta hace poco el 8 de marzo era el “día de la mujer trabajadora” y ahora es el “día de la mujer”. Ha desaparecido el adjetivo “trabajadora”, sin duda por alguna potente razón de marketing institucional, que no debería pasar desapercibida.
La comunista Clara Zetkin propuso la conmemoración de este día en la conferencia de mujeres socialistas de 1910, para homenajear la lucha de las mujeres contra la explotación capitalista, porque ese día se recuerda el asesinato de 129 obreras en huelga, quemadas vivas en una fábrica textil en EEUU; los dueños de la fábrica cerraron las puertas con ellas dentro y le prendieron fuego para hacerlas arder como medida de "disuasión", para evitar que otras obreras siguieran su ejemplo de lucha. Se conmemoraba la lucha por la justicia social, por los derechos de la clase trabajadora, la lucha contra el patriarcado y el capitalismo, cuyos respectivos mecanismos se articulan el uno al otro a la perfección. El 8 de marzo también quedó apuntalado como fecha eminentemente revolucionaria por los sucesos del 8 de marzo de 1917 en la Rusia zarista: miles de mujeres salieron a las calles clamando contra la explotación y las guerras que la burguesía imponía al pueblo. Ellas detonaron la Revolución de Octubre.
Las mujeres trabajadoras fueron y siguen siendo la parte más golpeada de la clase explotada, eran y siguen siendo víctimas de las guerras imperialistas, del saqueo capitalista que devasta regiones y países enteros, privatizando la tierra y el conocimiento, provocando la precariedad sistémica de las poblaciones. Ellas fueron y siguen siendo víctimas del machismo incesantemente promovido por la publicidad comercial, los medios de información y propaganda y, en definitiva, por toda la industria cultural capitalista, sistema que se sostiene gracias a que ha aprendido a fragmentar a las masas de explotados dedicada a difundir modelos de discriminación machista y xenófoba. Y, más recientemente, difunde un modelo de feminismo interclasista (he ahí una razonable explicación a la desaparición de la palabra “trabajadora” en la propaganda oficial de este día), cuyo adversario es un genérico varón “dominante”, así, en abstracto, sin diferenciar entre varones explotadores y explotados.
Este trasvase ideológico hacia un feminismo interclasista es nítidamente una operación de los partidos de la izquierda correcta, dirigida a ensanchar su menguante clientela electoral, que les obliga a realizar piruetas equilibristas con sus propios principios “de clase”. Esos partidos han arrastrado al feminismo original, revolucionario, hacia su estrategia electoralista. Se propusieron y consiguieron hacer del feminismo una ideología estatal que fuera asumible por las derechas, pero sin dejar de reclamar su titularidad ideológica, es decir: un batiburrillo ideológico enmarcado en eso que llaman centro político o clase media, que no es sino la ideología de la pequeña burguesía, principal sustrato cultural-electoral por el que compiten las actuales izquierdas y derechas, o sea, todas las facciones que se disputan el timón del aparato estatal-capitalista.
Las derechas deberían estar agradecidas y lo están aunque no puedan decirlo. La extrema derecha es más descarada aún que liberales y socialdemócratas, porque siendo la facción más estatista y neoliberal de entre todas ellas, no tiene reparo alguno en acusar al feminismo de ser “ideología de Estado”, como si el mundo hubiera perdido la memoria y ya nadie recordara lo que es esa extrema derecha cuando se hace con el poder del Estado. Y no menos cachondos son los “liberales”, que dicen querer “cuanto menos Estado mejor”, como si no fuera cierto que su “libre” mercado, con su “legítima” ganancia capitalista se sostienen gracias al arte de birlibirloque por el que mágicamente el Estado trasvasa la mayor parte de los impuestos extraídos del trabajo y el consumo de las masas trabajadoras hacia la cuenta de empresas, bancos, corporaciones industriales y financieras...como si éstas “no tuvieran suficiente con lo que a diario roban; unos impuestos que, a mayores, le sirven al Estado para ampliar su base social, creando una subclase parasitaria, pequeña burguesía de burócratas y funcionarios, cuya lealtad tiene asegurada.
Este feminismo institucionalizado (por el mismo aparato de poder totalitario que idolatran por igual monárquicos y republicanos) quiere algo imposible: le pide igualdad a un orden social y económico en esencia competitivo y extractivo, en consecuencia depredador, jerárquico y patriarcal. A partir de esta básica contradicción, sólo puede aspirar a un Ministerio propio y a un creciente listado de nóminas, que no es asunto menor: cátedras, juzgados, comisarías, gabinetes de estudio y observatorios de igualdad...toda una burocracia con miles de “funcionarios de igualdad”. Este feminismo le pide también al Estado una conciliación subvencionada, ya no tiene otro futuro que como ideología subordinada al Estado y su Mercado. En la conciliación está una de sus principales trampas. Toda mujer trabajadora y madre debería saber a estas alturas que al “derecho de conciliación" le sigue una pérdida de competitividad en el mercado laboral, con lo que la igualdad sigue siendo una quimera para las mujeres trabajadoras, mientras que para el Estado es una “conquista”, un avance en los derechos de las mujeres, que el Estado se apunta en su haber. Entonces, ¿por qué le molesta tanto a este feminismo que lo llamen ideología de Estado?
Hay que repasar la experiencia histórica si se quiere averiguar cómo los Estados logran sus “avances” feministas:
1. Cuando en tiempo de guerra colocan a mujeres en los puestos que han dejado vacíos los varones obreros que han enviado al exterminio en los frentes de guerra.
2. Cuando en tiempos de recesión económica mantienen una bolsa de reserva, integrada por parados ((hombres, mujeres y emigrantes), que le sirven para contener los salarios y mantener la ganancia y acumulación capitalista.
3. Cuando en tiempos de expansión fomentan la escasez mediante la competencia por el empleo, colocando en el mercado laboral a masas de emigrantes y mujeres obreras, cuya competencia mejora la productividad, incrementa el consumo y, por tanto, multiplica el beneficio empresarial.
Así, reduciendo los salarios, consiguen los estados dar empleo e “igualdad” a las mujeres asalariadas: igualdad por abajo, por salaríos mínimos.
Si no hubiera renunciado a su finalidad original -la emancipación humana universal- este feminismo hoy estatal y capitalista, se quedaría sin razón de ser. Porque una sociedad realmente democrática, igualitaria y no patriarcal, es incompatible con las estructuras de dominación con las que el feminismo quiere pactar y conciliar. Este feminismo solo aspira a mejorar las condiciones de explotación de las mujeres asalariadas, para igualarlas a las condiciones de explotación de los hombres, tradicional y mayoritaria forma de explotación laboral. Y el Estado lo hará sólo si le resulta más rentable, en modo de plusvalía empresarial y de impuestos estatales. Se ha metido este feminismo en una laberinto sin salida, en una absurda competencia por ser igualmente explotadas las mujeres. Así fortalece al sistema mientras debilita a la totalidad de explotados, hombres y mujeres.
Por eso que este movimiento feminista no tenga futuro que no sea reaccionario, teniendo atada su existencia a los aparatos del poder totalitario de las élites dominantes. A este feminismo le sucede lo mismo que a los sindicalismos y nacionalismos, que de “liberadores” pasaron a reaccionarios rápidamente, víctimas de sus propias contradicciones, de la codicia de sus élites dirigentes y de la mayoritaria resignación de sociedades cautivas. Estos movimientos, todos ellos deseantes de Estado y Mercado, con sus contradicciones, fracasos y decepciones, han generado el caldo de cultivo óptimo para el auge de los neofascismos que vemos proliferar por todo el mundo: si se trata de ser campeones del totalitarismo, nadie mejor que estos fascismos de nuevo cuño.
Al igual que los domesticados partidos de izquierdas que son su matriz, este movimiento feminista vive hoy de las románticas rentas que dejara aquel viejo movimiento obrero que un día se soñó revolucionario, emancipador y universalista, pero que acabó rendido ante el irresistible atractivo, liberal-consumista, de aquella efímera y volátil clase media que le ofreciera el Estado de Bienestar. Veremos ahora qué dicen y, sobre todo, qué hacen estas clases medias en tiempo de crisis global y sistémica, veremos a dónde van con su ideología pequeño burguesa cuando descubran que lo que tienen por delante es su propio colapso, que no es otra cosa que una vuelta a la casilla de salida, a su antigua condición de igual precariedad existencial...igual para hombres y mujeres.
El movimiento feminista podrá decir su propia misa todos los ochos de marzo y demás fiestas de guardar, pero no podrá impedir la revolución integral cuya finalidad sigue siendo hoy, más que nunca, incompatible con ninguna forma de subordinación o conciliación con el orden estatal/capitalista dominante. Solo será posible la igualdad si el trabajo humano deja de ser mercancía, solo si pierde su “valor” de Mercado, sólo si deja de generar impuestos que alimentan a la bestia parasitaria que es todo Estado.
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