De Erik Thor Sandberg |
Ay,
si no fuera un viaje al principio de los tiempos, si al menos fuera
un regreso a la época feudal
De
la tribu nómada a la aldea agrícola, de allí a la ciudad-Estado,
siempre colonial y con ganas de Imperio, necesariamente militar,
política e industrial. De la guerra a la guerra, de revolución en
revolución y vuelta a empezar. No será la última vez que lo diga:
todos los que se suicidan también quieren pasar a mejor vida, ellos
son los últimos creyentes de la Modernidad.
No
pudo ser, al menos hasta ahora no pudo ser, el
sueño del Progreso
no pudo ser. Se hizo una separación artificial entre historia
y prehistoria, se pensó que lo no conocido no podía ser escrito y
que, por tanto, no había sucedido. Y punto. La Historia sólo podía
dedicarse a lo suyo, a escribirse a sí misma - sea cual sea lo que
realmente sucediera antes o pudiera suceder ahora- porque su
finalidad no es la verdad, sino el Progreso, lo único autorizado a
suceder...Y lo que “eso” es no lo sabe cualquiera.
En
esa versión incompleta de los sucesos y con interesado método
científico, el saber quedó limitado a lo escrito. Y ésto fue llamado Ciencia, Tecnología y Progreso, todo con mayúsculas, para no
dejar rastro de duda acerca de su autoridad, de su esencia jerárquica
y respaldo militar, ni de su prisa por guiar a la humanidad hacia su
destino, a este tiempo de nunca acabar al que la propia ciencia
histórica puso punto final y lo llamó políticamente Economía y/o culturalmente “Modernidad”.
La verdad es que no se le puede pedir más a esta Historia, a una
especialidad estanca del conocimiento, autodenominada “ciencia”,
que con esas limitaciones no podía ser otra cosa que apariencia o
ficción, narración y propaganda de su propio y moderno relato, eso sí, siempre nuevo,
como escrito está desde siempre.
Pero
al punto que hemos llegado, éste en el que hemos sido nuevamente
convocados a reentrar, con renovada normalidad (*) en una época nueva, de
nueva modernidad ahora totalmente nueva, y ya que reconocemos no
tener nuevas opciones para un futuro realmente nuevo, qué menos que
pedir una nueva normalidad en modo de innovador regreso a una nueva
época feudal, qué menos que un nuevo pacto con el nuevo Estado
nacional y su nuevo Capitalismo global (sea éste nuevamente liberal,
nuevamente proletarista o nuevamente fascista), pero un pacto nuevo, de no
agresión: yo te pago nuevos impuestos y tú me dejas vivir
nuevamente en paz, en mi tierra y con mi comunidad, tú con tus nuevas leyes
totalitarias y nosotros con nuestras antíguas costumbres campesinas y
comunitarias. Nuevamente premodernas, sí, y de nuevo muy limitadas por este nuevo Fuero que os pedimos, sí, ya lo sabemos, pero en paz, al
menos en paz: tú en tu nuevo castillo nacionalista y nosotros en
nuestra vieja aldea comunal....¡pero ni ésto siquiera cabe esperar!
¡Quién
nos lo iba a decir!, que pudiéramos llegar a añorar, como si
fueran nuevos tiempos, aquellos de la época feudal.
Nota:
(*)
Novedad referida exclusivamente a la mascarilla o bozal, no a la
distancia social, que eso no es nuevo.