El
tránsito hacia la emancipación es un camino integral,
simultáneamente individual, social, ético, económico, político y ecológico, necesariamente revolucionario,
que no pasa cada cuatro años por las urnas, sino por construir la
autonomía cada día, contra toda dependencia y subordinación, hasta
superar la hegemonía del estado de dominación en que vivimos,
disolviendo sus instituciones (Propiedad, Mercado y Estado),
reintegrándonos en la naturaleza de la que somos parte, restaurando
la dignidad humana y la vida comunitaria como verdadera democracia de
iguales.
El
verdadero conflicto se sustancia hoy en dos frentes de fuerzas
contrarias e irreconciliables, emancipación (autonomía) contra
dominación (dependencia). Quien apoya a las fuerzas de la dominación
es su cómplice, está impidiendo -consciente o inconscientemente- la
revolución integral que es necesaria para avanzar hacia la
emancipación.
Pensamos
que, de por sí, el comportamiento humano no es fiable y que no lo es
por naturaleza, sea cual sea el sistema que organiza nuestras vidas.
Pensamos que la realidad social es un suceso natural, algo que sucede
inevitablemente, como la fotosíntesis o la erupción de un volcán.
Este es el pensamiento hegemónico, un pensamiento básicamente reaccionario, un
error fatal. Todavía no hemos llegado siquiera a imaginar que esa
realidad, como el propio proyecto de la vida humana, es algo que se
construye, que no tiene por qué estar predeterminado ni obedecer
leyes inexorables, como la matemática celeste que rige la órbita de
los planetas alrededor del sol. Todavía estamos lejos de imaginar
siquiera la revolución personal y social que es necesaria para
acabar con este pensamiento autodestructivo, que vela nuestra
comprensión de la realidad.