miércoles, 2 de diciembre de 2015

LA BONDAD OCULTA


LA BONDAD OCULTA
          (Como primera virtud y principio de la revolución necesaria)



Se habla mucho de la búsqueda del amor, de la verdad y de la felicidad, como motores de la vida humana, pero muy poco se habla de la bondad. En el contexto de la cultura dominante, la bondad tiene mala prensa; intencionadamente, se dice de las buenas personas que son tontas; con mala intención, se quiere desprestigiar la bondad, ocultarla o nombrarla despectivamente como “buenismo.” Pero yo creo que la bondad es la virtud primera, porque presupone amor, verdad y proporciona felicidad. Es virtud superior e incluyente de todas las demás, es la virtud revolucionaria por excelencia.
La verdad, el amor y la felicidad pueden resultar principios reaccionarios si son manejados por el poder adoctrinador de las élites. Así, la verdad, el amor y la felicidad son empleados para movilizar al individuo hacia su propia y exclusiva satisfacción, en ajustada concordancia con la cultura individualista, nihilista y hedonista, propia del pensamiento neoliberal, dominante en la sociedad contemporánea.


No decimos amor común, ni verdad común, como tampoco decimos felicidad común. Sin embargo, sí decimos “bien común”. Y es así porque tanto el amor, como la verdad y la felicidad, pertenecen al orden de lo individual, no al orden de lo social. Pertenecen al ámbito de lo teórico, siempre interpretable y relativo, pero la bondad siempre es experiencial, práctica y concreta; decimos que algo o alguien es bueno sólo si lo conocemos en la práctica, sólo si lo hemos comprobado. Todos los individuos saben distinguir entre “bien” y “mal”, todos saben que el bien es conveniente a todos y que el mal sólo conviene, como mucho, a una parte, generalmente en perjuicio del resto. La bondad es virtud siempre referida al hacer, más que al pensar o al decir. Lo que se piensa o lo que se dice, no acaba de ser bueno si no toma cuerpo en los hechos. La bondad siempre es universal e incluyente, nunca se muestra contraria al amor, a la verdad o la felicidad. Por amor, por verdad, o en busca de la felicidad, se llega a excluir y a odiar, incluso a matar. A eso nunca se llega a través de la bondad.

No creo en la verdad como principal virtud, menos aún como principio revolucionario, porque la verdad lo es por sí misma; verdad es todo cuanto existe o sucede, no depende de nuestra intención ni de nuestra voluntad; la verdad es independiente, ajena al bien y al mal, al amor y al desamor, a la felicidad o a la desgracia. La verdad mueve nuestra necesidad de conocimiento, lo antecede y lo excede, porque todo lo que existe o sucede sigue existiendo o sucediendo aunque no lleguemos a conocerlo. Es errado afirmar que sólo existe aquello que conocemos, porque lo existente es la suma exacta de lo poco que conocemos más todo lo que desconocemos. De esa suma sí podemos afirmar que “es toda la verdad y nada más que la verdad”. Quien se obceca en la virtud de la verdad y se apropia de ella, acaba por hacer un uso tiránico de la misma, queriendo imponer su verdad personal a toda la sociedad.

Al universo en general, y a la vida en particular, no les conciernen nuestros particulares amores, verdades y felicidades. Son principios que no interesan a ninguna de las otras especies, no forman parte de su agenda, pertenecen a una ley que es sólo humana, de la que el resto de la vida sólo participa, en todo caso, como víctima o sujeto pasivo. Sólo el principio de bondad, siendo propiamente humano, concierne al conjunto de la vida, porque se refiere al comportamiento, porque repercute en la calidad de la vida individual y porque tiene consecuencias para el conjunto de la vida en la Tierra. Por mucho que nos hayan educado en la ambigüedad de sus límites, por mucho que se haya tratado de ocultar o desprestigiar la bondad, seguimos teniendo conciencia del bien y del mal. Y es altamente probable que esta conciencia sea la que nos constituya como seres únicos, en la soledad del universo. De ahí nuestra inmensa responsabilidad como cuidadores de la vida, de toda la vida.

Ocultada esta conciencia del bien y del mal, desviados del camino del bien común, hoy andamos dando tumbos, desorientados. Es necesario un cambio radical de dirección -eso es una revolución- que tenga a la bondad como virtud principal, sin atender a otra utilidad que el cuidado de la vida, sin otra finalidad que el bien común. En los tiempos que corren, la verdad, el amor y la felicidad, aunque parezcan referirse a la bondad, sólo la eluden, no quieren formar parte de su “mala prensa”; pero, carentes de bondad, privados del sentido del Bien Común, la verdad, el amor y la felicidad son fuegos fatuos, pan para hoy y hambre para mañana.

Llegados aquí, siempre hay alguien que me argumenta la inevitabilidad del conflicto, que pontifica su inherencia a la vida humana, que me suelta lo de “eso del bien común es una ingenuidad”. Este razonamiento es sólo una mínima verdad, que falsea todo razonamiento, que bloquea toda posibilidad de avance, cualquier intento de evolución y perfección de la convivencialidad humana. Esa parte de verdad sólo cabe referirla a las relaciones individuales, a las que son pre-políticas, dada la natural diferencia de facultades y cualidades de cada individuo y el diferente poder que de ellas se deriva. Eso es y será siempre así porque no podemos modificar la genuina, diferente y diversa naturaleza de cada individuo. Pero sí podemos intervenir en el resto de las relaciones que constituyen la Política, sí podemos acordar “buenas” normas, sí podemos acordar una “buena” forma de organizar la vida en sociedad. Y podemos hacerlo minimizando el conflicto en vez de potenciarlo y perpetuarlo, como ahora sucede. Ahora todas las relaciones humanas son intervenidas y determinadas por la mala política. El poder individual es potenciado como poder político, que condiciona y subordina toda la vida humana, en todos sus aspectos, al poder de una minoría corporativa de individuos, que concentra todo el poder económico y militar, que permite el gobierno y la educación de la sociedad en esta forma de sometimiento. 

La bondad no es, pues, un principio ideológico, ni una virtud en el sentido religioso, lo es en su sentido ético, referido a la conducta humana. No es una virtud sólo individual ni sólo social, pertenece al “ser” social que somos, individuo y sociedad al mismo tiempo, porque no existen individuos sin sociedad ni sociedad sin individuos. Es una virtud del ser social en su comportamiento, en su modo de existir y suceder, que atiende a sus consecuencias, a partir de las cuales decimos de algo que es bueno o es malo.

Es la mala ética dominante la que impide la coexistencia de libertad con igualdad. Así, es más libre un individuo burgués que otro asalariado, porque la libertad de éste no le es propia, depende mayormente del poder de aquél. Este mal gobierno de la sociedad educa a los individuos para que adopten la mala ética burguesa, para que deseen ser, a su imagen y semejanza, propietarios y dirigentes, más libres que los demás, superiores y menos iguales, más poderosas. Así, el mal se expande y normaliza, la ideología burguesa falsea la confrontación entre el bien y el mal, lo simplifica en una amañada competencia de izquierdas y derechas, logrando imponer su perversión ética de la libertad y la igualdad, aislando al individuo en su lucha existencial por el poder y la supervivencia, impidiendo la buena vida, en comunidad y abundancia. La perversión ética alcanza aún mayor grado cuando se recurre al consuelo del mal menor, que es presentado como un bien: la dictadura de la burguesía como democracia representativa o mal menor, la institucionalización del robo como capitalismo o mal menor, la brutalidad militar del Estado como garante de los derechos y libertades,otro mal ¿menor?...

Es perversa la interpretación del mal que hacen las sectas ideológicas, tanto las religiosas como las políticas, cuando identifican el mal a partir de su mala ética particular. Unas nombran al mal como “pecado” y las otras lo adjetivan como "delito". Según estas sectas, los malos pensamientos podrían ser pecado (como pensar el sexo extraconyugal, por ejemplo), pero no las malas obras (como acumular el capital o imponer leyes injustas). Se da por buena la apropiación privada de los bienes naturales existentes en la Tierra común y se da por bueno el vivir del trabajo ajeno, mientras se considera delito, incluso pecado, el rebelarse contra ello.

Cuando decimos “no hay bien que por mal no venga” estamos admitiendo que el mal es corregible. En lo que hierra este refrán popular es en admitir la inevitabilidad del mal, en negar el bien como principio, en despreciar la revolucionaria virtud de la bondad.













1 comentario:

Albert dijo...

Donde impera la miseria moral y ética, el odio y la violencia se convierten en moneda de cambio.