LA BONDAD OCULTA
(Como primera virtud y principio de la revolución necesaria)
Se
habla mucho de la búsqueda del amor, de la verdad y de la felicidad,
como motores de la vida humana, pero muy poco se habla de la bondad.
En el contexto de la cultura dominante, la bondad tiene mala prensa;
intencionadamente, se dice de las buenas personas que son tontas;
con mala intención, se quiere desprestigiar la bondad, ocultarla o
nombrarla despectivamente como “buenismo.” Pero yo creo que la
bondad es la virtud primera, porque presupone amor, verdad y proporciona
felicidad. Es virtud superior e incluyente de todas las demás, es
la virtud revolucionaria por excelencia.
La
verdad, el amor y la felicidad pueden resultar principios
reaccionarios si son manejados por el poder
adoctrinador de las élites. Así, la verdad, el amor y la felicidad
son empleados para movilizar al individuo hacia su propia y exclusiva
satisfacción, en ajustada concordancia con la cultura individualista, nihilista y hedonista, propia del pensamiento
neoliberal, dominante en la sociedad contemporánea.
No
decimos amor común, ni verdad común, como tampoco decimos felicidad
común. Sin embargo, sí decimos “bien común”. Y es así porque
tanto el amor, como la verdad y la felicidad, pertenecen al orden de lo
individual, no al orden de lo social. Pertenecen al ámbito
de lo teórico, siempre interpretable y relativo, pero la bondad
siempre es experiencial, práctica y concreta; decimos que algo o
alguien es bueno sólo si lo conocemos en la práctica, sólo si lo
hemos comprobado. Todos los individuos saben distinguir entre “bien”
y “mal”, todos saben que el bien es conveniente a todos y que el
mal sólo conviene, como mucho, a una parte, generalmente en
perjuicio del resto. La
bondad es virtud siempre referida al hacer, más que al pensar o al decir. Lo
que se piensa o lo que se dice, no acaba de ser bueno si no toma
cuerpo en los hechos. La bondad siempre es universal e incluyente,
nunca se muestra contraria al amor, a la verdad o la felicidad. Por
amor, por verdad, o en busca de la felicidad, se llega a excluir y a
odiar, incluso a matar. A eso nunca se llega a través de la bondad.
No
creo en la verdad como principal virtud, menos aún como principio
revolucionario, porque la verdad lo es por sí misma; verdad es todo
cuanto existe o sucede, no depende de nuestra intención ni de
nuestra voluntad; la verdad es independiente, ajena al bien y al mal,
al amor y al desamor, a la felicidad o a la desgracia. La verdad
mueve nuestra necesidad de conocimiento, lo antecede y lo excede,
porque todo lo que existe o sucede sigue existiendo o sucediendo
aunque no lleguemos a conocerlo. Es errado afirmar que sólo existe
aquello que conocemos, porque lo existente es la suma exacta de lo poco que conocemos más todo lo que desconocemos. De esa suma sí podemos afirmar que “es
toda la verdad y nada más que la verdad”. Quien
se obceca en la virtud de la verdad y se apropia de ella, acaba por
hacer un uso tiránico de la misma, queriendo imponer su verdad
personal a toda la sociedad.
Al
universo en general, y a la vida en particular, no les conciernen
nuestros particulares amores, verdades y felicidades. Son principios
que no interesan a ninguna de las otras especies, no forman parte de
su agenda, pertenecen a una ley que es sólo humana, de la que el
resto de la vida sólo participa, en todo caso, como víctima o sujeto pasivo.
Sólo el principio de bondad, siendo propiamente humano, concierne al
conjunto de la vida, porque se refiere al comportamiento, porque
repercute en la calidad de la vida individual y porque tiene consecuencias
para el conjunto de la vida en la Tierra. Por mucho que nos hayan
educado en la ambigüedad de sus límites, por mucho que se haya
tratado de ocultar o desprestigiar la bondad, seguimos teniendo
conciencia del bien y del mal. Y es altamente probable que esta
conciencia sea la que nos constituya como seres únicos, en la
soledad del universo. De ahí nuestra inmensa responsabilidad como
cuidadores de la vida, de toda la vida.
Ocultada
esta conciencia del bien y del mal, desviados del camino del bien
común, hoy andamos dando tumbos, desorientados. Es necesario un
cambio radical de dirección -eso es una revolución- que tenga a la
bondad como virtud principal, sin atender a otra utilidad que el
cuidado de la vida, sin otra finalidad que el bien común. En los
tiempos que corren, la verdad, el amor y la felicidad, aunque
parezcan referirse a la bondad, sólo la eluden, no quieren formar
parte de su “mala prensa”; pero, carentes
de bondad, privados del sentido del Bien Común, la verdad, el amor y la felicidad
son fuegos fatuos, pan para hoy y hambre para mañana.
Llegados
aquí, siempre hay alguien que me argumenta la inevitabilidad del
conflicto, que pontifica su inherencia a la vida humana, que me
suelta lo de “eso del bien común es una ingenuidad”. Este
razonamiento es sólo una mínima verdad, que falsea todo
razonamiento, que bloquea toda posibilidad de avance, cualquier
intento de evolución y perfección de la convivencialidad humana.
Esa parte de verdad sólo cabe referirla a las relaciones
individuales, a las que son pre-políticas, dada la natural
diferencia de facultades y cualidades de cada individuo y el
diferente poder que de ellas se deriva. Eso es y será siempre así
porque no podemos modificar la genuina, diferente y diversa
naturaleza de cada individuo. Pero sí podemos intervenir en el
resto de las relaciones que constituyen la Política, sí podemos
acordar “buenas” normas, sí podemos acordar una “buena”
forma de organizar la vida en sociedad. Y podemos hacerlo minimizando
el conflicto en vez de potenciarlo y perpetuarlo, como ahora sucede.
Ahora todas las relaciones humanas son intervenidas y determinadas por la mala política. El poder individual es
potenciado como poder político, que condiciona y subordina toda la
vida humana, en todos sus aspectos, al poder de una minoría
corporativa de individuos, que concentra todo el poder económico y
militar, que permite el gobierno y la educación de la sociedad en
esta forma de sometimiento.
La
bondad no es, pues, un principio ideológico, ni una virtud en el
sentido religioso, lo es en su sentido ético, referido a la conducta
humana. No es una virtud sólo individual ni sólo social, pertenece
al “ser” social que somos, individuo y sociedad al mismo tiempo,
porque no existen individuos sin sociedad ni sociedad sin
individuos. Es una virtud del ser social en su comportamiento, en su
modo de existir y suceder, que atiende a sus consecuencias, a partir
de las cuales decimos de algo que es bueno o es malo.
Es
la mala ética dominante la que impide la coexistencia de libertad
con igualdad. Así, es más libre un individuo burgués que otro
asalariado, porque la libertad de éste no le es propia, depende
mayormente del poder de aquél. Este mal gobierno de la sociedad
educa a los individuos para que adopten la mala ética
burguesa, para que deseen ser, a su imagen y semejanza, propietarios
y dirigentes, más libres que los demás, superiores y menos iguales,
más poderosas. Así, el mal se expande y normaliza, la ideología
burguesa falsea la confrontación entre el bien y el mal, lo
simplifica en una amañada competencia de izquierdas y derechas,
logrando imponer su perversión ética de la libertad y la igualdad,
aislando al individuo en su lucha existencial por el poder y la
supervivencia, impidiendo la buena vida, en comunidad y abundancia. La perversión ética alcanza aún mayor grado cuando se recurre al
consuelo del mal menor, que es presentado como un bien: la dictadura de la
burguesía como democracia representativa o mal menor, la
institucionalización del robo como capitalismo o mal menor, la brutalidad
militar del Estado como garante de los derechos y libertades,otro mal
¿menor?...
Es
perversa la interpretación del mal que hacen las sectas ideológicas,
tanto las religiosas como las políticas, cuando identifican el mal a
partir de su mala ética particular. Unas nombran al mal como “pecado” y las
otras lo adjetivan como "delito". Según
estas sectas, los malos pensamientos podrían ser pecado (como pensar el
sexo extraconyugal, por ejemplo), pero no las malas obras (como acumular el capital o imponer leyes injustas). Se da
por buena la apropiación privada de los bienes naturales existentes
en la Tierra común y se da por bueno el vivir del trabajo ajeno,
mientras se considera delito, incluso pecado, el rebelarse contra ello.
Cuando decimos “no
hay bien que por mal no venga” estamos admitiendo que el mal es corregible. En lo que hierra este refrán popular
es en admitir la inevitabilidad del mal, en negar el bien como
principio, en despreciar la revolucionaria virtud de la bondad.
1 comentario:
Donde impera la miseria moral y ética, el odio y la violencia se convierten en moneda de cambio.
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