La
despoblación no es el problema del medio rural. Es la consecuencia del
desmantelamiento de la agricultura
familiar y de la concentración de la producción
de alimentos y de los mercados de consumo en grandes urbes, que ha sido
propiciada por el capitalismo financiero. La producción industrial provocó
la emigración de los “excedentes”
productivos del medio rural hacia las grandes urbes. En el medio rural siguen
produciéndose las materias primas –más que nunca- pero con mucha menos mano de
obra; las industrias de transformación, que también emplean cada vez a menos
gente, se sitúan en los grandes núcleos de población. Y cuando se instalan en
el medio rural es a cambio de bajos salarios y con capitalización ajena a los territorios rurales, que apenas
dejan rastro aquí de sus beneficios industriales.
Ante
la previsible quiebra del capitalismo global
a la que conducirá la actual crisis del sistema financiero –lo que sucederá a
buen seguro en el margen de las dos próximas décadas en simultaneidad con el
declive energético y el consiguiente colapso del sistema productivo
industrial-, las grandes aglomeraciones urbanas serán las más afectadas y, como
siempre ha ocurrido en los periodos de grandes crisis económicas, los
territorios rurales volverán a estar mejor preparados para la resistencia
frente a sus debastadores efectos económicos y sociales. La abundancia de
tierra y recursos, una mayor cohesión social
de las poblaciones rurales, junto con el poso de la experiencia y el
conocimiento campesino acerca de la
subsistencia, constituyen un colchón para esa resistencia y sitúan a los
territorios rurales en mejores condiciones para soportar las crisis.