La
despoblación no es el problema del medio rural. Es la consecuencia del
desmantelamiento de la agricultura
familiar y de la concentración de la producción
de alimentos y de los mercados de consumo en grandes urbes, que ha sido
propiciada por el capitalismo financiero. La producción industrial provocó
la emigración de los “excedentes”
productivos del medio rural hacia las grandes urbes. En el medio rural siguen
produciéndose las materias primas –más que nunca- pero con mucha menos mano de
obra; las industrias de transformación, que también emplean cada vez a menos
gente, se sitúan en los grandes núcleos de población. Y cuando se instalan en
el medio rural es a cambio de bajos salarios y con capitalización ajena a los territorios rurales, que apenas
dejan rastro aquí de sus beneficios industriales.
Ante
la previsible quiebra del capitalismo global
a la que conducirá la actual crisis del sistema financiero –lo que sucederá a
buen seguro en el margen de las dos próximas décadas en simultaneidad con el
declive energético y el consiguiente colapso del sistema productivo
industrial-, las grandes aglomeraciones urbanas serán las más afectadas y, como
siempre ha ocurrido en los periodos de grandes crisis económicas, los
territorios rurales volverán a estar mejor preparados para la resistencia
frente a sus debastadores efectos económicos y sociales. La abundancia de
tierra y recursos, una mayor cohesión social
de las poblaciones rurales, junto con el poso de la experiencia y el
conocimiento campesino acerca de la
subsistencia, constituyen un colchón para esa resistencia y sitúan a los
territorios rurales en mejores condiciones para soportar las crisis.
Antes
de continuar, recupero aquí el acertado pensamiento de Ramón Fernández Durán, militante significado del ecologismo
social, fallecido en mayo del presente año 2011, con el que estoy plenamente de
acuerdo: “el problema en el mundo capitalista, cuando se plantee una vuelta hacia
un mundo más ruralizado, va a ser la estructura de propiedad de la tierra, se han quemado por así decirlo las naves. La población está atada a las
metrópolis. Ese cambio no será posible sin poner en cuestión tres cosas: las
estructuras de propiedad en general, las formas de organización del trabajo (en
concreto, el asalariado) y las formas de funcionamiento del dinero” (1)
No basta con resistir, porque aunque es verdad que existe muy poco margen de éxito en la
resistencia, debido a que en esta primera etapa de la crisis todavía la gran
mayoría de la población no es consciente
de su verdadera gravedad, es necesaria una posición proactiva lo más amplia
posible, dirigida a diseñar y ensayar las alternativas que nos permitan
amortiguar los catastróficos efectos de la crisis. Situado en esa tesitura, pienso que la crisis
abre, paradójicamente, una oportunidad de futuro que nos permite diseñar un
mundo rural revitalizado, convertido en parte protagonista de la solución global. Esa oportunidad podría consistir en anticipar el urbanismo
apropiado para el próximo futuro, en ese contexto de crisis
global. Para este tiempo de transición tenemos la gran oportunidad de
desarrollar un nuevo urbanismo capaz de atraer al medio rural a muchos
emprendedores en la primera fase y, después, a muchos más pobladores-prosumidores.
Hablo
de un urbanismo para la crisis y también anticipador de la sociedad democrática
que corresponde a ese próximo futuro,
fundamentada en la recuperación de la soberanía política y económica de las
comunidades locales. Hablo de un urbanismo reequilibrador del caos demográfico actual que, además del
crecimiento exponencial que lo significa,
nos ha llevado en cien años a un proceso concentrador suicida, cuando contamos en la actualidad quinientas metrópolis con más de un millón de habitantes, en
las que ya vive hacinada la mayor parte de la población mundial. Estas
megápolis van a ser los puntos más
frágiles en el acelerado proceso de quiebra del
capitalismo global en el que estamos inmersos. De ahí que sea necesario pensar
urgentemente en un reequilibrio demográfico a gran escala, lo que significa el rediseño de una estructura poblacional con más ciudades pero mucho más pequeñas. Esas pequeñas ciudades del futuro
ya existen: en nuestras actuales y
despobladas comarcas rurales.
La
arquitectura del habitat humano tiene un gran reto por delante. En primer
lugar, hay que construir viviendas accesibles para la mayoría de la gente: de
propiedad pública y en regimen de
alquiler o de propiedad pública y/o cooperativa, en regimen de “derecho de uso”.
Una referencia muy interesante al respecto la constituye el modelo que la organización Sostre Civic está empezando a desarrollar en
Cataluña (2), basado a su vez en los ya experimentados modelos de Cooperativas de Uso (MCU) que ya funcionan desde hace más de 100 años en los
países escandinavos (Modelo Andel), Alemania (Wohnprojekte) y también en
Latinoamérica (FUCVAM) como formas alternativas de acceso a la vivienda.
Además,
hay que construir casas de diseño
abierto, que permitan la intervención de sus usuarios en el diseño final de los
espacios, según sus propios gustos y necesidades. Casas ecológicas y modulares, de construcción
bioclimática y de reducido coste, cuyos materiales puedan ser producidos
localmente y que se puedan desmontar y reutilizar si hiciera falta, sin
producir residuos y con el mínimo
impacto ambiental. Casas que actualicen en modo muy atractivo la vieja
filosofía campesina de la autosuficiencia, que
incorporen jardines-huerto y
bajocubiertas-invernadero, para alcanzar
la máxima autonomía alimentaria; que incorporen sistemas de autonomía
energética a partir de fuentes renovables, hasta cubrir el 100% de las
necesidades del consumo (integrando para ello la producción de cada vivienda,
manzana, barrio y comunidad local); esas necesidades futuras, que pasan por un consumo energético
mucho más racional, tienen que incluir junto al consumo propio de la vivienda
el correspondiente a la movilidad de sus
habitantes, mediante vehículos eléctricos ligeros para el transporte de
proximidad, que también pueden producirse localmente; casas inteligentes
adaptadas a la reorganización de los sistemas productivos que provocará la
nueva organización del trabajo, casas que
incorporen en su planta baja un espacio polivalente
de taller-tienda-oficina, que posibilite el trabajo autónomo y la
comercialización directa, a pie de calle. Casas que incorporen las tecnologías
sociales necesarias para la comunicación y la comercialización, abriendo la
posibilidad a la producción autónoma y colaborativa que se impondrá en ese
próximo futuro (ver los sistemas ensayados en Fab Lab Bcn, con máquinas de
fabricación digital con las que se pueden crear objetos a partir de tecnologías
digitales); casas que no aislen a quienes las habitan, que tengan galerías y soportales
para defenderse del clima y para pasear, para charlar, jugar o comerciar. Hablo
de un urbanismo con inteligencia social, con viviendas organizadas en manzanas
de casas que compartan espacios comunes para instalaciones comunitarias de calefacción o
lavandería, para servicios de autoayuda, como el cuidado de mayores o de niños,
espacios para el encuentro, la cultura y la fiesta, espacios abiertos y compartidos con el resto de la población
local. Hablo de un urbanismo orientado a
la producción de ciudadanía. Un nuevo urbanismo que en este tiempo de
transición tiene su mejor oportunidad en el medio rural, como potente
estrategia que nos permitiría capitalizar socialmente nuestros pueblos y generar
nuevas actividades económicas, al tiempo que regeneramos la democracia en su
sentido más autónomo, soberano y vital: lo que sólo es concebible si se produce
de abajo hacia arriba, es decir, desde las comunidades locales.
Hablo del nuevo urbanismo en el que ya están pensando muchos arquitectos, como Vicent Guallart: “los proyectos que hay que apoyar son los que impulsan la economía y ayudan a crear empleo. Iniciativas, por tanto, de carácter social, con impacto económico positivo para la ciudad… El urbanismo seguirá, pero la urbanización se acabó. No queda en Barcelona suelo virgen por urbanizar. Hemos definido una nueva estrategia bajo el concepto general de habitat urbano, que combina urbanismo, medio ambiente y tecnologías de la información””.
Ellos, la mayoría de los arquitectos lo piensan para las ciudades, porque allí creen tener a sus clientes en el corto plazo, pero quienes carecen de dichas ataduras tienen que abrir su mirada a estrategias duraderas, de medio y largo plazo.
Esas ideas también podemos aplicarlas aquí, en el medio rural, si
sabemos comprender las claves de la
encrucijada histórica en la que nos ha colocado la crisis y si sabemos ver los valores estratégicos de la innovación y la anticipación, sin complejos de
inferioridad, y sin despreciar que en el mundo rural, aunque dormido, tenemos un enorme activo, el mayor know-how posible: la vieja sabiduría campesina de la autonomía y la
autosuficiencia. Hay que activarlo y actualizarlo.
(1)
El libro de Ramón Fernández Durán “El inicio del fin de la energía fósil” se
puede descargar desde AQUÍ
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