viernes, 9 de diciembre de 2011

ANTICIPAR EL URBANISMO DEL FUTURO: LA PARADÓJICA OPORTUNIDAD DEL MUNDO RURAL



La despoblación no es el problema del medio rural. Es la consecuencia del desmantelamiento  de la agricultura familiar y de la concentración de la producción  de alimentos y de los mercados de consumo en grandes urbes, que ha sido propiciada por el capitalismo financiero. La producción industrial provocó la  emigración de los “excedentes” productivos del medio rural hacia las grandes urbes. En el medio rural siguen produciéndose las materias primas –más que nunca- pero con mucha menos mano de obra; las industrias de transformación, que también emplean cada vez a menos gente, se sitúan en los grandes núcleos de población. Y cuando se instalan en el medio rural es a cambio de bajos salarios y con capitalización  ajena a los territorios rurales, que apenas dejan rastro aquí de sus beneficios industriales.

Ante la  previsible quiebra del capitalismo global a la que conducirá la actual crisis del sistema financiero –lo que sucederá a buen seguro en el margen de las dos próximas décadas en simultaneidad con el declive energético y el consiguiente colapso del sistema productivo industrial-, las grandes aglomeraciones urbanas serán las más afectadas y, como siempre ha ocurrido en los periodos de grandes crisis económicas, los territorios rurales volverán a estar mejor preparados para la resistencia frente a sus debastadores efectos económicos y sociales. La abundancia de tierra y recursos, una mayor cohesión social  de las poblaciones rurales, junto con el poso de la experiencia y el conocimiento  campesino acerca de la subsistencia, constituyen un colchón para esa resistencia y sitúan a los territorios rurales en mejores condiciones para soportar las crisis.


Antes de continuar, recupero aquí el acertado pensamiento de  Ramón Fernández  Durán, militante significado del ecologismo social, fallecido en mayo del presente año 2011, con el que estoy plenamente de acuerdo: “el problema en el mundo capitalista, cuando se plantee una vuelta hacia un mundo más ruralizado, va a ser la estructura de propiedad de la tierra, se han quemado por así decirlo las naves. La población está atada a las metrópolis. Ese cambio no será posible sin poner en cuestión tres cosas: las estructuras de propiedad en general, las formas de organización del trabajo (en concreto, el asalariado) y las formas de funcionamiento del dinero” (1)

No basta con resistir, porque aunque es verdad que existe muy poco margen de éxito en la resistencia, debido a que en esta primera etapa de la crisis todavía la gran mayoría de la población  no es consciente de su verdadera gravedad, es necesaria una posición proactiva lo más amplia posible, dirigida a diseñar y ensayar las alternativas que nos permitan amortiguar los catastróficos efectos de la crisis.  Situado en esa tesitura, pienso que la crisis abre, paradójicamente, una oportunidad de futuro que nos permite diseñar un mundo rural revitalizado, convertido en parte protagonista de la solución  global. Esa oportunidad  podría consistir en anticipar el urbanismo apropiado  para  el próximo futuro, en ese contexto de crisis global. Para este tiempo de transición tenemos la gran oportunidad de desarrollar un nuevo urbanismo capaz de atraer al medio rural a muchos emprendedores en la primera fase y, después, a muchos más pobladores-prosumidores.

Hablo de un urbanismo para la crisis y también anticipador de la sociedad democrática que corresponde a ese próximo  futuro, fundamentada en la recuperación de la soberanía política y económica de las comunidades locales. Hablo de un urbanismo reequilibrador del  caos demográfico actual que, además del crecimiento exponencial que lo significa,  nos ha llevado en cien años a un proceso concentrador suicida, cuando contamos en la actualidad quinientas metrópolis con más de un millón de habitantes, en las que ya vive hacinada  la mayor parte de la población mundial. Estas megápolis van a ser  los puntos más frágiles  en el  acelerado proceso de quiebra  del  capitalismo global en el que estamos inmersos. De ahí que sea necesario pensar urgentemente en un reequilibrio demográfico a gran escala, lo que significa  el rediseño de una estructura poblacional  con más ciudades pero mucho más  pequeñas. Esas pequeñas ciudades del futuro ya existen: en nuestras  actuales y despobladas  comarcas rurales.

La arquitectura del habitat humano tiene un gran reto por delante. En primer lugar, hay que construir viviendas accesibles para la mayoría de la gente: de propiedad pública  y en regimen de alquiler o de propiedad pública y/o cooperativa, en regimen de “derecho de uso”. Una referencia muy interesante al respecto la constituye el modelo que la organización Sostre Civic está empezando a desarrollar en Cataluña (2), basado a su vez en los ya experimentados modelos de Cooperativas de Uso (MCU) que ya funcionan desde hace más de 100 años en los países escandinavos (Modelo Andel), Alemania (Wohnprojekte) y también en Latinoamérica (FUCVAM) como formas alternativas de acceso a la vivienda.

Además, hay que  construir casas de diseño abierto, que permitan la intervención de sus usuarios en el diseño final de los espacios, según sus propios gustos y necesidades. Casas  ecológicas y modulares, de construcción bioclimática y de reducido coste, cuyos materiales puedan ser producidos localmente y que se puedan desmontar y reutilizar si hiciera falta, sin producir residuos  y con el mínimo impacto ambiental. Casas que actualicen en modo muy atractivo la vieja filosofía campesina de la autosuficiencia, que  incorporen jardines-huerto y  bajocubiertas-invernadero, para alcanzar  la máxima autonomía alimentaria; que incorporen sistemas de autonomía energética a partir de fuentes renovables, hasta cubrir el 100% de las necesidades del consumo (integrando para ello la producción de cada vivienda, manzana, barrio y comunidad local); esas necesidades  futuras, que pasan por un consumo energético mucho más racional, tienen que incluir junto al consumo propio de la vivienda el  correspondiente a la movilidad de sus habitantes, mediante vehículos eléctricos ligeros para el transporte de proximidad, que también pueden producirse localmente; casas inteligentes adaptadas a la reorganización de los sistemas productivos que provocará la nueva organización del trabajo, casas que    incorporen en su planta baja un espacio polivalente de taller-tienda-oficina, que posibilite el trabajo autónomo y la comercialización directa, a pie de calle. Casas que incorporen las tecnologías sociales necesarias para la comunicación y la comercialización, abriendo la posibilidad a la producción autónoma y colaborativa que se impondrá en ese próximo futuro (ver los sistemas ensayados en Fab Lab Bcn, con máquinas de fabricación digital con las que se pueden crear objetos a partir de tecnologías digitales); casas que no aislen a quienes las habitan, que tengan galerías y soportales para defenderse del clima y para pasear, para charlar, jugar o comerciar. Hablo de un urbanismo con inteligencia social, con viviendas organizadas en manzanas de casas que compartan espacios comunes para  instalaciones comunitarias de calefacción o lavandería, para servicios de autoayuda, como el cuidado de mayores o de niños, espacios para el encuentro, la cultura y la fiesta, espacios abiertos  y compartidos con el resto de la población local.  Hablo de un urbanismo orientado a la producción de ciudadanía. Un nuevo urbanismo que en este tiempo de transición tiene su mejor oportunidad en el medio rural, como potente estrategia que nos permitiría capitalizar socialmente nuestros pueblos y generar nuevas actividades económicas, al tiempo que regeneramos la democracia en su sentido más autónomo, soberano y vital: lo que sólo es concebible si se produce de abajo hacia arriba, es decir, desde las comunidades locales.

Hablo del nuevo urbanismo en el que ya están pensando muchos arquitectos, como Vicent Guallart: “los proyectos que hay que apoyar son los que impulsan la economía y ayudan a crear empleo. Iniciativas, por tanto, de carácter social, con impacto económico positivo para la ciudad… El urbanismo seguirá, pero la urbanización se acabó. No queda en Barcelona suelo virgen por urbanizar. Hemos definido una nueva estrategia bajo el concepto general de habitat urbano, que combina urbanismo, medio ambiente y tecnologías de la información””. 
Ellos, la mayoría de los arquitectos lo piensan para las ciudades, porque allí  creen tener a sus clientes en el corto plazo, pero quienes carecen de dichas ataduras tienen que abrir su mirada a estrategias  duraderas, de  medio y largo plazo.

Esas ideas también podemos aplicarlas aquí, en el medio rural, si sabemos comprender las claves  de la encrucijada histórica en la que nos ha colocado la crisis y si sabemos  ver los valores  estratégicos de la  innovación y la anticipación, sin complejos de inferioridad, y sin despreciar que en el mundo rural, aunque dormido, tenemos  un enorme activo, el mayor know-how posible: la  vieja sabiduría campesina de la autonomía y la autosuficiencia. Hay que activarlo y actualizarlo.


(1) El libro de Ramón Fernández Durán “El inicio del fin de la energía fósil” se puede descargar desde AQUÍ  

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