La sociedad abierta de la Granja Global |
En
1854, John Stuart Mill hizo una
valoración de la felicidad que otorgaba a ésta una dimensión filosófica como
“única, cierta y definida regla de conducta o norma de moralidad”; pero
advertía de la necesidad previa de tener en consideración tanto su cantidad
como su cualidad, concluyendo que a menor cantidad de una clase más alta de
felicidad, es preferible una mayor cantidad de una clase más baja, teniendo en
cuenta que la determinación del grado de
cualidad queda establecida por la preferencia de quienes tienen conocimiento de
las dos”. Ahí es nada…y para explicarlo, ponía un ejemplo muy claro: “Sócrates
preferiría ser un Sócrates insatisfecho antes que un cerdo satisfecho; el cerdo
probablemente no; pero el cerdo sólo conoce un lado de la cuestión, mientras
que Sócrates conoce ambos.”
Tengo
la certeza de que las élites económicas y políticas manejan estas ciencias como útiles herramientas para la más eficiente gestión del
mundo, al que consideran una granja global,
en la que ellos, los socráticos granjeros, se esfuerzan por criar cerditos estabulados,
con la religiosa y democrática esperanza de que muchos de ellos, los más
competitivos, llegarán a redimirse en cuanto comprendan cual de los dos lados
es el mejor.
Naturalmente, no todos los cerditos pueden llegar a ser granjeros,
pero a buen seguro que la raza mejorará, será más competitiva y,
consecuentemente, la granja será mucho más rentable.
A fecha
de hoy, esos bárbaros granjeros globales
andan desquiciados con los avatares de los mercados y la evolución de la crisis
financiera, discuten sobre la conveniencia o no de los Bonos Europeos, hablan
de la deuda soberana o del índice “dow jones” y, sobre todo, hablan familiarmente
de su prima de riesgo…también del paro, un dato macroeconómico que les preocupa
mucho, ya sabemos cuánto; pero a ninguno de ellos le oiréis hablar de lo mal
que va el índice de felicidad ciudadana. El concepto de felicidad, tratado fuera
de la alcoba familiar, es para ellos una simple chorrada. Economía y felicidad
son términos mutuamente extraños en los manuales de economía con los que son
adoctrinados los nuevos granjeros globales. Uno de esos salvajes con pedigrí es
el economista Pedro Swartz, quien un día habló de la felicidad en el diario
Expansión: ”…Los instintos de felicidad que perduran en nuestros genes son los
típicos de la tribu. Encontramos fría y a veces inhóspita la competencia y
colaboración típicas de la Sociedad Abierta, gracias a la que hemos progresado
en riqueza de forma tan extraordinaria en los últimos siglos. El resultado es
que nuestra conciencia está dividida entra las cálidas normas que hemos de
observar en nuestra vida familiar y personal y las reglas objetivas que impone
el libre mercado”...y concluía, tan ancho, con una “lógica” y liberal sentencia,
en religiosa defensa del sistema capitalista (al que denomina “Sociedad Abierta”,
con todos sus cojones y, además, con mayúsculas): “La felicidad propia y la de
nuestros allegados es una cuestión personal en la que no ha de interferir la
política. Lo difícil es combinar esa moral con la ética de las relaciones
objetivas de la gran sociedad. Bentham no tenía razón al hacer de la búsqueda
de la felicidad la norma de la política pública. En ese campo, son las reglas
objetivas de la Sociedad Abierta las que deben primar”.
Como véis,
lo tienen muy claro. Los neoliberales están firmemente convencidos de que los
cerditos, sumidos en nuestra ignorancia, tendemos a caer en añoranzas de la
primitiva y tribal cochiquera local. Los de su calaña piensan muy en serio que
lo que les pasa a sus cerditos insatisfechos es que somos vagos y que sólo pensamos en vivir bien, en ser
felices, lo que nos lleva irremediablemente a reproducirnos en modo exponencial…incluso
a soñar con vivir en comunidades locales (tribus, dice Swartz con desprecio) en
las que la política pudiera estar dirigida a lograr la felicidad de las
personas…a poder conversar con nuestros vecinos, a resolver solidariamente
nuestras necesidades económicas, a organizar nuestra vida social en modo pacífico, con cálidas normas, en
libertad y en verdadera igualdad de condiciones…digo yo.
Y digo
también que Bentham (*) tenía toda la razón,
¿para qué sirven la economía y la política si no nos ayudan a ser felices?...de
ahí que esta bárbara pesadilla de “Tribu Global” en la que vivimos, nos remita
necesariamente a los inteligentes genes de lo local, tanto urbano como rural.
(*) Jeremy Bentham formuló la doctrina utilitarista, plasmada en su obra principal: Introducción a los principios de moral y legislación (1.789). En ella preconizaba que todo acto humano, norma o institución, deben ser juzgados según la utilidad que tienen, esto es, según el placer o el sufrimiento que producen en las personas. A partir de esa simplificación de un criterio tan antiguo como el mundo, proponía formalizar el análisis de las cuestiones políticas, sociales y económicas, sobre la base de medir la utilidad de cada acción o decisión. Así se fundamentaría una nueva ética basada en el goce de la vida y no en el sacrificio ni el sufrimiento. El objetivo último de lograr «la mayor felicidad para el mayor número» le acercó a corrientes políticas progresistas y democráticas. La Francia republicana surgida de la Revolución le honró con el título de “ciudadano honorario” en 1.792. (Wikipedia)
(*) Jeremy Bentham formuló la doctrina utilitarista, plasmada en su obra principal: Introducción a los principios de moral y legislación (1.789). En ella preconizaba que todo acto humano, norma o institución, deben ser juzgados según la utilidad que tienen, esto es, según el placer o el sufrimiento que producen en las personas. A partir de esa simplificación de un criterio tan antiguo como el mundo, proponía formalizar el análisis de las cuestiones políticas, sociales y económicas, sobre la base de medir la utilidad de cada acción o decisión. Así se fundamentaría una nueva ética basada en el goce de la vida y no en el sacrificio ni el sufrimiento. El objetivo último de lograr «la mayor felicidad para el mayor número» le acercó a corrientes políticas progresistas y democráticas. La Francia republicana surgida de la Revolución le honró con el título de “ciudadano honorario” en 1.792. (Wikipedia)
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