jueves, 1 de diciembre de 2011

EN LA GRANJA GLOBAL NO SE HABLA DE FELICIDAD


La sociedad abierta de la Granja Global

En 1854, John Stuart Mill  hizo una valoración de la felicidad que otorgaba a ésta una dimensión filosófica como “única, cierta y definida regla de conducta o norma de moralidad”; pero advertía de la necesidad previa de tener en consideración tanto su cantidad como su cualidad, concluyendo que a menor cantidad de una clase más alta de felicidad, es preferible una mayor cantidad de una clase más baja, teniendo en cuenta que la  determinación del grado de cualidad queda establecida por la preferencia de quienes tienen conocimiento de las dos”. Ahí es nada…y para explicarlo, ponía un ejemplo muy claro: “Sócrates preferiría ser un Sócrates insatisfecho antes que un cerdo satisfecho; el cerdo probablemente no; pero el cerdo sólo conoce un lado de la cuestión, mientras que Sócrates conoce ambos.”
Tengo la certeza de que las élites económicas y políticas manejan estas ciencias como útiles herramientas para la más eficiente gestión del mundo, al que consideran una  granja global, en la que ellos, los socráticos granjeros, se esfuerzan por criar cerditos estabulados, con la religiosa y democrática esperanza de que muchos de ellos, los más competitivos, llegarán a redimirse en cuanto comprendan cual de los dos lados es el mejor. 

Naturalmente, no todos los cerditos pueden llegar a ser granjeros, pero a buen seguro que la raza mejorará, será más competitiva y, consecuentemente, la granja será mucho más rentable.
A fecha de hoy, esos bárbaros granjeros  globales andan desquiciados con los avatares de los mercados y la evolución de la crisis financiera, discuten sobre la conveniencia o no de los Bonos Europeos, hablan de la deuda soberana o del índice “dow jones” y, sobre todo, hablan familiarmente de su prima de riesgo…también del paro, un dato macroeconómico que les preocupa mucho, ya sabemos cuánto; pero a ninguno de ellos le oiréis hablar de lo mal que va el índice de felicidad ciudadana. El concepto de felicidad, tratado fuera de la alcoba familiar, es para ellos una simple chorrada. Economía y felicidad son términos mutuamente extraños en los manuales de economía con los que son adoctrinados los nuevos granjeros globales. Uno de esos salvajes con pedigrí es el economista Pedro Swartz,  quien  un día habló de la felicidad en el diario Expansión: ”…Los instintos de felicidad que perduran en nuestros genes son los típicos de la tribu. Encontramos fría y a veces inhóspita la competencia y colaboración típicas de la Sociedad Abierta, gracias a la que hemos progresado en riqueza de forma tan extraordinaria en los últimos siglos. El resultado es que nuestra conciencia está dividida entra las cálidas normas que hemos de observar en nuestra vida familiar y personal y las reglas objetivas que impone el libre mercado”...y concluía, tan ancho, con una “lógica” y liberal sentencia, en religiosa defensa del sistema capitalista (al que denomina “Sociedad Abierta”, con todos sus cojones y, además, con mayúsculas): “La felicidad propia y la de nuestros allegados es una cuestión personal en la que no ha de interferir la política. Lo difícil es combinar esa moral con la ética de las relaciones objetivas de la gran sociedad. Bentham no tenía razón al hacer de la búsqueda de la felicidad la norma de la política pública. En ese campo, son las reglas objetivas de la Sociedad Abierta las que deben primar”.
Como véis, lo tienen muy claro. Los neoliberales están firmemente convencidos de que los cerditos, sumidos en nuestra ignorancia, tendemos a caer en añoranzas de la primitiva y tribal cochiquera local. Los de su calaña piensan muy en serio que lo que les pasa a sus cerditos insatisfechos es que  somos vagos y  que sólo pensamos en vivir bien, en ser felices, lo que nos lleva irremediablemente a reproducirnos en modo exponencial…incluso a soñar con vivir en comunidades locales (tribus, dice Swartz con desprecio) en las que la política pudiera estar dirigida a lograr la felicidad de las personas…a poder conversar con nuestros vecinos, a resolver solidariamente nuestras necesidades económicas, a  organizar nuestra vida  social en modo pacífico, con cálidas normas, en libertad y en verdadera igualdad de condiciones…digo yo.
Y digo también  que Bentham (*) tenía toda la razón, ¿para qué sirven la economía y la política si no nos ayudan a ser felices?...de ahí que esta bárbara pesadilla de “Tribu Global” en la que vivimos, nos remita necesariamente a los inteligentes genes de lo local, tanto urbano como rural.

(*) Jeremy Bentham formuló la doctrina utilitarista, plasmada en su obra principal: Introducción a los principios de moral y legislación (1.789). En ella preconizaba que todo acto humano, norma o institución, deben ser juzgados según la utilidad que tienen, esto es, según el placer o el sufrimiento que producen en las personas. A partir de esa simplificación de un criterio tan antiguo como el mundo, proponía formalizar el análisis de las cuestiones políticas, sociales y económicas, sobre la base de medir la utilidad de cada acción o decisión. Así se fundamentaría una nueva ética basada en el goce de la vida y no en el sacrificio ni el sufrimiento. El objetivo último de lograr «la mayor felicidad para el mayor número» le acercó a corrientes políticas progresistas y democráticas. La Francia republicana surgida de la Revolución le honró con el título de “ciudadano honorario” en 1.792. (Wikipedia)

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