Queda muy claro que para el Estado español, el suicidio forma parte del repertorio patológico clasificado junto a los “trastornos mentales”.
Será difícil dar con un asunto que sea más controvertible que éste de la muerte voluntaria o suicidio. Obsérvese que la terminación “cidio” del latín “caedere” (matar) con el prefijo “sui” (a sí mismo) ya nos está señalando la culpabilidad de un sujeto agente: ese alguien que mata a otro, uno que es él mismo.
Hubo que inventar esa palabra (suicidio), al parecer en Inglaterra, allá por el siglo XVII, el previo al de las Luces y de la Revolución Industrial, porque para la sociedad europea de entonces no era concebible el concepto de “morir voluntariamente”, como tampoco lo fue en la Edad Media. Fuere como fuere, había que decir “matar” recurriendo al latín, caedere; matar, el caso es matar, aunque sea a uno mismo, matarse, para fijar nítidamente la naturaleza delictiva de ese acto, del suicidio. Pero algo ha sucedido en este tiempo para que el Estado español -como todos según creo- considere hoy que el suicidio es un trastorno mental y no un delito.
Nadie puede decidir si nacer o no, ésto sí que es indiscutible. Se piensa que tampoco tenemos nada que hacer cuando la muerte nos sobreviene, sea por enfermedad, por un accidente, por asesinato o en medio de una guerra. Esa es, en todo caso, una muerte a la que se llega involuntariamente, igual que a la vida.
Podemos decir, sin temor a equivocarnos que, en su inmensa mayoría, la gente de nuestra especie llegamos a la vida con una existencia por delante ya muy condicionada por las particulares circunstancias de nuestro nacimiento (en qué época nacemos, en qué país, de qué padres). Y ésto es así por mucho empeño que hayan puesto en ello todas las religiones, todas las filosofías y todas las ideologías juntas, en proclamar obstinadamente que “la libertad nos constituye”, que somos individuos libres por el mero hecho de ser humanos y que por eso podemos moldear nuestras propias vidas...cuando por experiencia bien sabemos que ésto, de verdad de la buena, solo lo pueden hacer muy pocos individuos, solo los que son “suficientemente poderosos”.
Lo que nos pasa con ésto es que la verdad del asunto (o sea: que es libre quien dispone del poder para serlo) nos resulta insoportable y políticamente incorrecta, como el suicidio. ¿Quién se atreve a decirle a la gente lo que la gente ya cree, que la libertad depende del dinero que se tenga, más que de otra cosa?
Y, sin embargo, lo cierto es que a cualquier humano, no importa la fecha ni el lugar de su nacimiento, tampoco su herencia o su inteligencia, como ninguna de sus personales circunstancias, a cualquiera, digo, le cabe el poder de decidir sobre si acabar con su propia vida. Y ésto es lo que hace del poder del suicidio el más real y potente que tenemos, el más libertario y el más democrático de todos nuestros poderes, sin duda...y probablemente sea el que mejor nos distingue como especie. No sabemos de ningún otro animal que pueda querer morir voluntariamente.
Para referirse al suicidio, al menos en nuestra cultura occidental - no sé si también en otras- siempre fue costumbre el empleo de rodeos en perífrasis como el decir “darse muerte” o, más literariamente, “huir con el morir” (aquel dicho de “col morir fuggir” mentado en la Divina Comedia). Cómo será la cosa para que Albert Camus llegara a decir del suicidio que “es el verdadero problema filosófico”.
Me traigo esta reflexión porque recientemente leí un informe con datos de la OMS acerca del suicidio, que me sorprendieron extraordinariamente, porque no me cuadraban con la percepción social que tenemos al respecto, a través de la opinión pública. Más sorprendente aún, cuando como ahora, los medios de información nos abruman con los datos de muertes en los conflictos bélicos hoy activos, en Ucrania, en Sudán y sobre todo en Palestina.
Esos datos de la OMS vienen a confirmar que el suicidio es la primera causa, el 50%, de las “muertes violentas” en el mundo, por delante de los homicidios (que suponen el 31%) y de las guerras, que son responsables del 19% de todas las muertes violentas. Y en una revista recuerdo haber leído que la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio decía que entre 20 y 30 millones de personas en todo el mundo intentan cada año quitarse la vida.
Esta misma mañana, a muy primera hora, he escuchado una entrevista con un psiquiatra, en un programa que la Radio Nacional dedica a los mayores los fines de semana (deben suponer que los viejos madrugamos mucho, incluso en días festivos), se hablaba en esa entrevista de la melancolía que origina la soledad en la vejez, más cuando esta soledad es por aislamiento social, que es característica general de las contemporáneas sociedades de mercado, pero que especialmente afecta a las personas mayores cuando dejamos de estar activos en el mercado de trabajo y ya solo tenemos cierto interés para el mercado de consumo. Este vacío social que se le hace a los viejos, dicen psicólogos y psiquiatras que genera un crónico estado de melancolía y, en muchos casos, hasta ganas de morir cuanto antes para no alargar más el dolor que causa ese vacío.
Pero lo más preocupante es que esas ganas también las tengan la mucha gente joven que se suicida, que son más que los suicidas ancianos.
Veamos esos datos, tras este titular: "DATOS DEFINITIVOS EN DICIEMBRE DE 2023: EL INE REVISA AL ALZA EL NÚMERO DE SUICIDIOS EN 2022, 130 MÁS QUE EL AÑO ANTERIOR". Efectivamente, el pasado 19 de diciembre de 2023, el INE publicó los datos definitivos, cuyas conclusiones más importantes fueron éstas:
1.Se registran 130 suicidios más que en los datos provisionales, lo que aumenta hasta un 5,6% las muertes por esta causa respecto a 2021.
2.Es la mayor cifra de suicidios registrada nunca en España, siendo el tercer año consecutivo en superarla.
3.Se registran también las mayores tasas de suicidio de la historia, tanto totales (8,85 muertes por 100.000 habitantes) como por sexos (13,34 en hombres y 4,52 en mujeres). (1)
4.Si en 2021 preocupaba el alto número de suicidios infantiles (22 niños y niñas menores de 15 años se quitaron la vida, frente a los 13 de 2022), en 2022 llama la atención al aumento del suicidio adolescente (de 15 a 19 años), especialmente en varones: mientras que en 2021 se produjeron 53 suicidios (28 chicos y 25 chicas), en 2022 han sido 75 (44 chicos y 21 chicas).
5.También es preocupante el aumento de suicidios entre las mujeres más jóvenes (15 a 29 años): 79 en 2021 y 117 en 2022.
6.Aunque en los datos provisionales las muertes por accidente superaron a las producidas por suicidio, los datos definitivos vuelven a situar al suicidio como la principal causa de muerte violenta en España. (Todo ello puede consultarse en el Informe del Observatorio del Suicidio en España de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio: www.fsme.es)
Los datos definitivos de mortalidad en España referidos al año 2022 constataron que ese fue el peor año en relación al suicidio. Se registraron 4.227 suicidios, la cifra más alta de la historia, que confirma una tendencia imparable, ya que respecto al año anterior crece un 5,6%, pero en solo cinco años ha aumentado un 19,4% y en los últimos 40 años, la cifra ha crecido un 128%.
A mí me parece que la idea del Estado sigue siendo evasiva respecto al suicidio, solo ha cambiado el diagnóstico: de ser delito ha pasado a ser considerado como resultado de un trastorno mental; el caso es no asumir las posibles causas derivadas del propio “Estado”, de las condiciones y los modo de vida que, sí o sí, nos vienen dados. Porque nadie hay que se libre: o trabajas para la parte privada del Estado (las empresas del sistema capitalista) o para su parte pública (la de los Ministerios, las Autonomías y otros Entes estatales), lo quieras o no. Incluso también dependes del Estado si formas parte de las llamadas “clases pasivas” (2).
Ramon Andrés, el escritor navarro, ensayista y poeta al que descubrí hace unos años en un libro de aforismos titulado “Los extremos”, publicado en 2011 (3), publicó unos años después, en 2015, Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente” (Editorial Acantilado, 2015), que recomiendo a quien como yo, aunque no piense en suicidarse, si le preocupe esta tendencia al suicidio que caracteriza cada vez más, creo yo, a ese individuo-masa (4) que han producido las sociedades postmodernas, las del Pensamiento y el Estado Único, totalitario en modo capitalista y glocal.
La hipótesis acerca del suicidio inscrita en ese ensayo de Ramón Andrés vendría a ser ésta: que el suicidio, concebido durante muchos siglos por el pensamiento clásico como un ejercicio de libertad, e incluso como una liberación (5), luego como un delito (en la Edad Media y en la Moderna), a la luz de la psiquiatría de las últimas décadas queda reducido a mera patología mental, un trastorno psíquico, lo que supone una grave simplificación de uno de los aspectos más básicos y decisivos de la experiencia humana: el dolor, esa dimensión de la realidad que es prepolítica, previa a todas las ideologías, y que se da en todas las épocas y sociedades. Es ese dolor que proviene de
la enfermedad o la pobreza, de la inseguridad y el miedo al futuro, del cansancio por el trabajo y por la propia vejez, de la
desilusión por la acumulación de fracasos...todos esos otros factores que producen un dolor que es genérico e impreciso y que está en el origen de muchos suicidios.
Por eso que este magnífico libro de Ramón Andrés nos presente tan bien, tan profunda y delicadamente, nuestra condición de fragilidad, que ésta sí nos es propiamente humana.
No debiera extrañarnos que al individuo medio de estos tiempos (que en potencia somos todos, por activa o por pasiva), cuando llega a descubrir que su vida carece de sentido, le entren esa ideas (¿trastorno?) y las ganas de morir, solo para huir de tan penoso destino...lo que es tomar la muerte como huida, "ese morir fuggir”.
Notas:
(1) Atención, apunto yo, a este último dato: los suicidios de hombres (13,34%) prácticamente triplican a los de mujeres (4,52%)
(2) Según los datos más recientes, correspondientes al pasado año 2023, el 82,8% del empleo total (21.265.900 a final de año) era privado y el 17,2% público. Si en 2023 la población española era de poco más de 48 millones, podemos deducir que pertenecen a las “clases pasivas” unos 27 millones, es decir, una cantidad de personas -entre parados, enfermos, niños y ancianos- algo superior al 56 % del total.
(3)Del libro de aforismos de Ramón Andrés “Los extremos” (2011, editorial Lumen): “Nuestra finalidad estriba en ser posibilidad”, “La melancolía es un bisbiseo que nos va durmiendo en el existir”...o “De la especulación del suelo surgieron las naciones”.
(4) Ese individuo-masa-medio es al que Félix Rodrigo Mora, con extrema crudeza, denomina “ser-nada”.
(5) En una reseña del Semper Dolens leo consideraciones tan sorprendentes como éstas, que no recordaba de cuando leí el libro: "¿Sabían que en la Biblia no se condena el suicidio? ¿Que en los pueblos antiguos tampoco hubo repulsa ante estos hechos, y que los suicidios de Catón, Lucrecia y Sócrates fueron considerados ejemplares? ¿Que en la Edad Media se tomaba al suicida como criminal, se le juzgaba incluso y se confiscaban sus bienes a su familia? ¿Que cierta rama de la teología -y también Borges– consideró a Jesucristo como un suicida? ¿Que en el siglo XVI, tanto católicos como protestantes, veían al mismísimo diablo detrás de cada suicidio? Schopenhauer decía que el suicidio, lejos de negar la voluntad de vivir, la afirma enérgicamente. Cioran afirmó “vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea de suicidio hace tiempo que me hubiera matado”. Lo curioso es que las distintas visiones e interpretaciones de este col morir fuggir -desde las más comprensivas a las más condenatorias- se van alternando en las distintas épocas, huyendo siempre del consenso. A veces, incluso, nos resultan más avanzadas y sensibles las más antiguas. Así, destaca (Ramón Andrés) la posición de John Donne en su Biathanatos, según el cual el suicidio no es un pecado por naturaleza, lo que demuestra con ejemplos bíblicos, así como la (posición) de David Hume, que con gran sensibilidad y respeto consideró el suicidio como signo de madurez e incluso de responsabilidad para el prójimo, contradiciendo la visión aristotélica: el suicida no daña a la sociedad, sino que la sociedad previamente lo ha dañado a él". (Sara Mesa, enero 2016, "Con el morir huir", https://www.criticoestado.es).
PD: Y ahora mismo me estoy acordando de otros muchos suicidas que contaron con gran reconocimiento social, como los pilotos kamikazes del ejército nipón en la Segunda Guerra Mundial, o los más actuales "mártires" suicidas de la Yihad islámica.