viernes, 8 de diciembre de 2023

LA MADRE DE TODAS LAS PASIONES

Leo en el blog de Joaquín Rabassa un texto en torno a Mark Hunyadi y su pensamiento, sobre la tiranía de los modos de vida, sobre la paradoja moral de nuestro tiempo y sobre la “pequeña ética” que actúa como vasalla del sistema. Comienza así: No nos encontramos solo desposeídos de nuestro espacio crítico por la fuerza fatal del sistema, sino que también se espera de nosotros que contribuyamos a su impronta por todos sus poros. Este diagnóstico de una modernidad enajenante no es probablemente original, tras los análisis clásicos de Weber, Heidegger o Habermas; en cambio, la forma que tiene de cumplir este objetivo, lo que llamo la Pequeña ética, quizás arroje luz sobre este fenómeno ya antiguo. Se trata de mostrar su impacto sobre el pensamiento crítico, paralizado como está por esa concepción de la ética, ya que desemboca en la neutralización ética del mundo. Una vez más, puede parecer paradójico hablar aquí de neutralización ética cuando nunca las normas éticas habían estado tan presentes en todos los campos de la acción humana; pero es justamente característico de la Pequeña ética infiltrarse en todos los ámbitos dejando las cosas como están”.


Lewis Henry Morgan y Mark Hunyadi, Ancient Society y Tiranía de los modos de vida


La pasión a la que me refiero con el título de este pequeño ensayo, es la pasión de las derechas  por la Propiedad  y de las izquierdas por el Estado. Es la común pasión oligárquica que hoy vemos hibridarse con gran éxito popular en un fascismo recién actualizado. Es esa patología social que quiere gobernar la tardía modernidad burguesa en una inacabable escenificación, la de un hipertecnologico y transhumano final de los tiempos, en una eterna y teatral representación (democracia burguesa se llama eso) de una lucha de clases institucionalizada y proyectada en sesión contínua, con la misma eterna pretensión de repetición sistémica, por siempre, de LO MISMO. 

Salvajismo, barbarie y civilización son las épocas constituyentes de la historia humana según interpretara en su día el antropólogo estadounidense Lewis Henry Morgan (1818-1881), cuya clasificación permanecerá en vigor, según reconociera el mismísimo Friedrich Engels, hasta que una riqueza de datos mucho más considerable no obligue a modificarla”. L.H. Morgan se ocupó de las dos primeras épocas y del paso a la tercera, a la Civilización. Y tomando como referencia los progresos en la producción de los medios de existencia, consideró a las épocas de Salvajismo y Barbarie subdivididas en tres estadios, inferior, medio y superior, justificándolo por razón de que entre todos los seres, los humanos son los únicos que han logrado un dominio casi absoluto de la producción de alimentos y todas las grandes épocas del progreso de la humanidad coinciden, de manera más o menos directa, con las épocas en que se extienden las fuentes de existencia”.

Tanto Marx como Engels reconocieron haber tomado la obra del antropólogo americano como fuente de su propio pensamiento y también de la teoría materialista de la historia; pero en especial fue Engels quien más claramente reconoció la influencia de L.H. Morgan en su obra “El origen de la Familia, la Propiedad y el Estado”, publicada en 1884, declarando su deuda intelectual con la “Ancient Society” de Morgan, que éste había publicado siete años antes.

El desarrollo de la familia tiene lugar en paralelo a la evolución de la producción de los medios de existencia, cambiando y adaptándose a dicha evolución pero sin llegar a tener una influencia directa en la delimitación de los periodos históricos. Más bien, por lo que deduzco del estudio de las citadas obras, la evolución de la familia se produce en función de los sucesivos cambios en la conformación institucional de la Propiedad y de la sociedad política, o sea, del Estado. Téngase en cuenta que ninguno de estos conceptos son originarios, ni corresponden a estructuras mentales básicas, sino que se fueron formando en una época relativamente tardía de nuestra evolución, con base en el desarrollo y extensión de la ganadería, la agricultura, el comercio y la industria,  por lo que solo en la época que denominamos “Civilización” alcanzan su predominio en las sociedades humanas.

La clasificación de Morgan puede ser sucintamente resumida de este modo: Salvajismo es el período en que predomina la apropiación de productos que la naturaleza nos da ya hechos, mientras que las producciones artificiales de los humanos están destinadas a facilitar esa apropiación. Barbarie es el período en que aparecen la ganadería y la agricultura, cuando la especie humana aprende a incrementar la producción de la naturaleza. Y Civilización es el período en el que los humanos siguen aprendiendo a elaborar los productos naturales pero, sobre todo, es el período de la industria y del arte.

Es obvio que la propiedad solo puede formarse a partir de la experiencia humana, de sus condiciones históricas. Morgan sostuvo que la idea de la propiedad se formó lentamente en el pensamiento humano, permaneciendo embrionaria y débil durante períodos inmensos de tiempo y que fue necesaria toda la experiencia acumulada en los periodos de Salvajismo y Barbarie para que se desarrollara el germen de la propiedad y alcanzara “su dominio como pasión sobre todas las demás pasiones, marcando así el comienzo de la Civilización”.

Así no es de extrañar que le sea atribuida a la Propiedad nada menos que su categoría de concepto inaugural de la Civilización y que, además, sirviera de base al establecimiento de la sociedad política tal como la conocemos, en su forma patriarcal-estatal, algo que sería impensable sin la base de la Propiedad o dominio sobre un Territorio (continente) y de su correspondiente Nación (la población contenida).

Decía Morgan que “un conocimiento crítico de la evolución de la idea de propiedad, comprende la parte más notable de la historia mental de la humanidad”. Como antropólogo estudió el desenvolvimiento de las formas de propiedad, mostrando su lógica interna e indagando tanto en el proceso histórico real que es producido por la propiedad, como en las formas de transición de una forma de propiedad a otra, así como en sus causas, dando cuenta de que en la propiedad se concentra toda la dinámica histórica, por ser  la categoría central que conduce del Salvajismo y la Barbarie a la Civilización, constituyéndose así en el hilo que anuda toda la historia humana en un solo haz, haciendo que la pasión por la propiedad sea la madre de todas las demás pasiones.

Para Marx, según el antropólogo colombiano Luis Guillermo Vasco (*), en tanto que categoría social -y en los términos de L.H.Morgan- la existencia del individuo va unida a la existencia de la propiedad privada y de la Civilización. Es esta propiedad la que diferencia unos de otros los intereses particulares que aparecen en el seno de la sociedad. Para L.H. Morgan solo es verdadera y exclusiva de la Civilización la Propiedad en su forma privada, individual y absoluta.

Para que haya propiedad debe haber algo de lo que apropiarse, sea producido naturalmente o mediante la intervención del conocimiento, la creatividad y el trabajo humano. Sabemos que para los grupos de cazadores, pescadores y recolectores, la tierra fue objeto de posesión pero no de apropiación (que no es lo mismo) y que sus bienes fueron mínimos, reducidos a unos pocos enseres, herramientas y armas muy básicas. Por eso que, como señalara Morgan, la propiedad no fuera determinante de la vida en las sociedades gentilicias, por lo que aunque no podamos desentrañar en qué modo la propiedad opera como estructurante general de la Civilización, sí podemos tomar por cierto que necesariamente ha de ser algo muy esencial en un tipo concreto de sociedades "políticas", como las actuales, organizadas a partir de “un territorio/una nación”, eso que conocemos como Estado-Nación-Capitalista-Moderno.

Obsérvese que en la época que denominamos con el término “modernidad”, el modelo de sociedad  es único y que lo es a escala global, que no hay ninguna comunidad humana que no forme parte de un Estado-Nación, con su correspondiente territorio nacional y cuya única variedad posible solo puede darse en su forma "política" (dictadura, democracia, monarquía o república) y sus combinaciones,  adoptadas por cada oligarquía “estatal”, por interés exclusivo de esa clase de propietarios y/o gobernantes, que son el sujeto realmente Soberano en cada país o territorio “nacional”. En esta forma política, la economía o modo de producción, necesariamente, solo puede ser subsidiaria y funcional al principio jerárquico impuesto por la clase dominante,  propietaria y titular del aparato cohercitivo-estatal. Esta forma de economía solo puede ser capitalista en cualquiera de las tres variantes ideológicas surgidas de la revolución burguesa (esa época que identificamos como “modernidad”), es decir: 1, capitalista al modo “privado” del liberalismo; 2, capitalista al modo “público-estatal” del socialismo y 3, capitalista al modo “híbrido” del fascismo (capitalismo estatal-nacional-socialista).

Hablamos, pues, de una forma político-económica única, hablamos de estatal o nacionalcapitalismo, de un sistema o modo de vida determinado y fundado en la Propiedad o Dominio conjunto: de los medios “económicos” de producción (la tierra, junto al trabajo y al conocimiento humano) y del medio “político-militar”  (el Estado-Nación-Capitalista-Moderno) que sirve al dominio y control de los individuos y las comunidades humanas.

La gran confusión al respecto proviene del uso del término “capitalismo” impuesto por los partidos autodenominados “de izquierdas”, que ignoran la forma estatal del capitalismo (erróneamente tomada como “pública”) y limitando este uso a la forma privada o liberal del capitalismo. El propio término “de izquierdas” es también extremadamente confuso, cuando de modo general refiere a facciones o “partidos” que en esencia propugnan la misma ideología políticoeconómica que las facciones “de derechas”, compartiendo ambas facciones del mismo sistema una común ideología que, con sólido fundamento tan teórico como empírico, bien podríamos denominar totalitarismo estadocapitalista

Esta confusión es la que explica por qué -gane quien gane en la contienda electoral entre izquierdas y derechas- siempre quede asegurada la continuidad y reproducción del sistema único. Algo más de tres siglos de Modernidad avalan este juicio, más aún en esta fase “posmoderna” o “tardía” que nos ha tocado vivir, que no puede ser más caótica, cuando por primera vez y a escala de especie, compartimos un mismo y fatal presentimiento de acelerado progreso, hacia una extinción que se nos presenta como inevitable.

Pues bien, pienso que ésto es así solo si consideramos que esta época no es transitoria y solo si creemos que es inevitable este modo de vida o sistema en que vivimos atrapados, esta civilización de la Propiedad y el Estado. Resumo: solo es inevitable si nos creemos las narrativas nihilistas que profetizan un futuro necesariamente transhumano, sea como feliz corolario de la evolución humana, sea al modo apocalíptico en la versión patológica del conspiracionismo.

Este sistema o modo de vida es impensable sin la condición precedente de un poder de clase dominante, fundado en el dominio o “propiedad” ejercida por la clase social de propietarios y/o gobernantes sobre la tierra y sobre todas las formas de vida, incluida la humana, gracias a la institución totalitaria del tandem Propiedad-Estado, esa moderna institución, necesariamente simultánea y violenta, que consiste en el robo o apropiación en exclusiva de aquello que, como la Tierra, el Trabajo y el Conocimiento humano, durante cientos de miles de años fueron medios de uso, bienes-comunales-universales, desde los orígenes de nuestra especie hasta la reciente o moderna civilización de la Propiedad y el Estado.

En esta época de la tardía modernidad, considerar transitorio este orden de la Dominación en que vivimos es por sí un pensamiento subversivo y revolucionario, que contradice al pensamiento dominante fundado en la idea fósil de que el modo de vida propiamente humano no puede ser otro que el estructurado en torno a los principios de Propiedad y Jerarquía. Incluso en su forma más avanzada, como “democracia representativa”, no alcanza a ser más que un sucedáneo y pálido reflejo de verdadera democracia o autogobierno, de un orden racional que si cierto es que solo existió muy limitadamente, en muy contadas y fugaces ocasiones, eso no justifica nuestra renuncia a pensarlo y, ¿por qué no?, a intentarlo.

Se equivoca de raíz quien piense que tal tarea está reservada a personas “sabias y expertas”; tal pensamiento nos hace intelectual y políticamente “muertos”, sujetos a la tiranía de un modo único de pensar y vivir, entretenidos con "estilos" de vida (no confundir con modo o sistema) que funcionan como jaulas de hamster y que nos remiten a la gran paradoja ética de nuestro tiempo. Véase cómo nunca antes se le adjudicó tanta importancia a la ética, hasta el punto de resultar asfixiante para nuestra vida social la exigencia de una ética asociada al criterio de corrección política. Y sin embargo -aquí está la monumental paradoja- esta exigencia ética convive con una colosal impotencia frente al curso de nuestro único modo de vida, al que asistimos en una obligada y pasiva condición de “espectadores”.

Tan es así que hoy nos parece imposible siquiera el plantearnos la pregunta “qué mundo queremos?”, cuando todos los procesos de producción y reproducción social nos vienen dados, impuestos por la institución conjunta de la Propiedad y el Estado, determinando absolutamente nuestro modo de vida, sin posibilidad alguna de transformación real, no digamos de participación por parte de los afectados,  individuos y comunidades.

A esa situación se refiere Mark Hunyadi cuando habla de “la paradoja ética de nuestro tiempo”, cuyo resultado es precisamente una imposible ética contemporánea, que nos impide abordar los nuevos y gravísimos problemas del mundo en que vivimos, los que conforman una inmensa crisis sistémica, múltiple y polimorfa, ética, ecológica, climática, demográfica, económica, política...de tal modo que nos sentimos forzados a desentrañar las razones de esta paradoja, que  a escala de especie nos sitúa en un dramático filo divisorio entre dos alternativas: entre esa impotencia ética antes referida y la potencialidad de una ética integral como instrumento revolucionario, de transformación radical, individual y social, de nuestro actual, global y único sistema-modo de vida.

Nota:

(*) Luis Guillermo Vasco, Lewis Henry Morgan. Confesiones de amor y odio”, 1994.

 



 

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