¡AY, UKRANIA!
La guerra hoy: de la realpolitik a la welpolitik, o de Guatemala a Guatepeor
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El conservador príncipe Klemens von Metternich (1773-1859), ministro de Asuntos Exteriores al tiempo que Canciller del Imperio Austriaco, fue el defensor de las monarquías europeas y enemigo de Napoleón I, que a partir del Congreso de Viena y de la derrota en Warterloo del imperio napoleónico a manos de una coalición internacional (1815), propuso la restauración del Antíguo Regimen formulado como “La Europa de Hierro”. Pedía encontrar un método para equilibrar el poder entre los imperios europeos. Fue Otto von Bismarck (1815-1898), artífice de la unificación alemana y figura clave de las relaciones internacionales durante la segunda mitad del siglo XIX , apodado como “el Canciller de Hierro”, quien cumpliera la petición del príncipe Klemens y quien acuñara el término “realpolitik” como método de creación y mantenimiento de un sistema de alianzas internacionales que aseguraran la supremacía y seguridad del Imperio Alemán. La realpolitik como política o diplomacia “pragmática”, es decir, basada en las circunstancias dadas en lugar de en principios ideológicos o premisas éticas o morales. Se trataba de buscar la paz equilibrando el poder entre los imperios europeos intentando evitar la carrera armamentística. Pero a principios del siglo XX esta política pragmática fue abandonada y sustituida por la doctrina Weltpolitik: la nueva política mundial iniciada por el Káiser Guillermo II al acceder al trono en 1890, quien tras apartar al viejo Bismarck de la cancillería, se propusiera la construcción de la hegemonía mundial de Alemania. Así se recuperó la carrera armamentística que condujera a la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
La realpolitik tuvo como principal precursor a Nicolás Maquiavelo (1469-1527), autor de “El príncipe” y considerado como fundador del pensamiento político moderno, quien sostenía que todo gobernante (príncipe) debería tener como principal preocupación conseguir y retener el poder para lograr el beneficio de su Estado, obviando las consideraciones éticas o religiosas, por inútiles a esa finalidad. Para Maquiavelo, todo gobernante debía aprender a “utilizar el mal para lograr el bien,” empleando los engaños e intrigas que hicieran falta para no incurrir en las argucias de los Estados rivales. Tuvo como primer alumno al Cardenal Richeliu en su “razón de Estado” ensayada durante la Guerra de los Treinta Años (1618–1648), definida como guerra religiosa entre católicos y protestantes- la guerra más letal de la historia europea hasta la I Guerra Mundial -, en la que lo religioso actuaba de coartada para motivaciones más relacionadas con el poder político que con la religión. Al poco fue convertida en conflicto internacional de intereses netamente políticos Esta guerra supondría la decadencia del Imperio Español y dejó una Europa arrasada, abriendo paso a la configuración de una nueva geopolítica mundial.
Pero lo cierto es que mucho antes que Maquiavelo, el estratega militar chino Sun Tzu (544-496 aC) y el historiador griego Tucídides (460 -395 aC) son hoy considerados como los más antiguos precursores de la realpolitik, al coincidir en que “los mandatos éticos y religiosos de sus respectivas culturas eran inútiles para explicar o asegurar el éxito político”. En alemán, el término realpolitik es frecuentemente utilizado para distinguir las políticas modestas (realistas) de las políticas exageradas. Hoy en día, a la parte “realista” de un partido o ideología política no le importa ceder en algunos de sus principios, si es necesario, con tal de conseguir cierto progreso en otros considerados más importantes; mientras que los sectores más “fundamentalistas” evitan ceder en sus principios aunque esto suponga renunciar a posiciones que les permitan influir en su desarrollo o en la toma de decisiones.
El pragmatismo es entendido hoy como corriente filosófica centrada en la vinculación entre práctica y teoría, describiendo el proceso en el que “la teoría se extrae de la práctica y se aplica de nuevo a la práctica para formar lo que se denomina práctica inteligente”. Posiciones características del pragmatismo, incluyen el instrumentalismo, el empirismo radical, la relatividad conceptual y el fabilismo. Para esta corriente la filosofía ha de tener en cuenta los métodos y conocimientos de la ciencia moderna, siendo su idea axial “la redención de las ideas de verdad, bien o belleza en la filosofía postkantiana”. Según los pragmatistas, si bien el conocimiento objetivo podría ser imposible, “se puede redefinir la verdad como aquello que funciona desde nuestra limitada forma de experimentar la realidad”.
Charles Sanders Pierce describió el pensamiento de la escuela pragmatista con esta máxima : “Considera los efectos prácticos de los objetos de tu concepción. Luego, tu concepción de esos efectos es la totalidad de tu concepción del objeto”.
El realismo geopolítico, desarrollado en general en Alemania, Gran Bretaña y los Estados Unidos como respuesta al idealismo político, percibe al Estado como entidad suprema, siguiendo la estela antígua del pensamiento político de Sun Tzu, Tucídides, Maquiavelo y del más cercano Thomas Hobbes, cuya concreta propuesta es dejar atrás el estado de naturaleza y producir una sociedad-Estado como “red de seguridad”, que percibe al Estado como una entidad suprema y de máxima relevancia.
Para esta corriente de pensamiento el elemento conductor entre la razón y los hechos es “el interés definido en función del poder”; y éste es el principal indicador de la política internacional, que permite hacer una relimitación de lo político que permitiría pensar que un estadista piensa y actúa en el marco del interés definido como “acrecimiento del poder”. Refiere a que las motivaciones del estadista y sus inclinaciones ideológicas son inútiles para definir la política internacional. Supone que las buenas intenciones tampoco justifican, ni moral ni políticamente, la satisfacción de las políticas, porque el interés que determina la acción política es coyuntural y relativo, depende siempre del contexto político, económico y cultural.
El realismo político clásico entiende que la política posee leyes invariables enraizadas en la naturaleza humana, donde el ansia de poder para alcanzar intereses variables es muy amplia y muy fuerte. Hace un cálculo racional de costes y beneficios para la política nacional, en la que el Estado se sitúa como estructura que trasmite su necesidad de poder a las relaciones internacionales, que serán más o menos conflictivas en función de las características internas de cada Estado. Supone que el mundo esta políticamente organizado por Naciones y, por ello, “el interés nacional“ es el elemento clave, y para ello surge el Estado-Nación. El mundo está formado por Naciones que compiten entre sí y se enfrentan por el poder, todas las políticas exteriores, de todas las naciones, refieren a su propia supervivencia y de ahí surge el patrón Estado: “para proteger la identidad física, política, y cultural, frente a la amenaza constante de las demás naciones”, por lo que la relación entre interés nacional y estatal, entre Nación y Estado, es así explicada como producto histórico y como “un Todo”. La relación entre Estados-Nación no es benévola, sino egoísta y competitiva, asume que el sistema internacional es anárquico, en el sentido de que no existe ninguna autoridad por encima de los Estados-Nación. Así mismo, el realismo político clásico parte de considerar la primacía de la soberanía del Estado-Nación, no de las instituciones internacionales, de las ONG o de las corporaciones multinacionales. Para el realismo político, el Estado-Nación es el principal actor en las relaciones internacionales, cada Estado es un actor “racional” en el sentido de que actúa siempre según sus propios intereses, siendo el objetivo principal de cada Estado garantizar su propia seguridad. Y buscando esta seguridad los Estados intentan acumular el máximo de recursos a su disposición, de modo que las relaciones interestatales estén condicionadas por su relativo nivel de poder, a su vez determinado por sus propias capacidades económicas y militares, porque piensan que “todos los Estados son inherentemente agresivos”, que su expansión territorial es la propia de su condición estatal y que solo queda limitada ante el poder superior de otros Estados.
Pues bien, tras la Segunda Guerra Mundial, surgió una nueva escuela, el realismo estructuralista o neorrealismo, siguiendo la tradición americana de las ciencias políticas, que vino a redefinir la teoría realista como una ciencia positivista que incorpora el concepto de “estructura política dentro de la idea de la anarquía de los Estados-Nación”. Es un modelo sistémico en contraposición a una explicación reduccionista, un modelo para el que existe una primacía de los condicionantes impuestos por la estructura internacional; excluye los factores internos para simplificar la teoría y se centra solo en las grandes potencias, donde hay más interés de actuar internacionalmente. Es un modelo explicativo donde la variable independiente sería la distribución de capacidades y la variable dependiente sería la estrategia adaptativa de los Estados, es decir, su capacidad para la emulación, para la innovación y para el equilibrio de poder. Se impone el enfoque de “realismo defensivo”, cobrando importancia el equilibrio ofensivo-defensivo, cuya balanza puede oscilar de un lado a otro dependiendo de factores como la geografía donde tengan lugar las ofensas y las defensas, si hay recursos de interés para el agresor, su capacidad tecnológica y, sobre todo, la fuerza militar de los ejércitos. La presencia o ausencia de Estados agresivos, que puedan iniciar conflictos bélicos, resulta trascendental. En general, los Estados prefieren mantener el status quo y apuestan por el equilibrio de poder, para no estar en continuo enfrentamiento o bajo amenaza, lo que supone un gasto interminable en defensa y seguridad. La conquista militar ya no es rentable y los Estados agresivos son una anomalía. Hasta hace apenas unos días (estallido de la guerra en Ucrania), la amenaza parecía provenir solo de grupos reducidos, terroristas, no de los Estados. El realismo defensivo entiende que la agresividad contiene a los rivales y suscita el apoyo de terceros. Se produce a consecuencia de la ambición de las élites políticas y económicas y sostiene que la conducta de los Estados que pueden contrapesar al agresor está condicionada por la percepción que tienen sobre éste, estando condicionada su defensa y su protección a la proximidad geográfica de un Estado económica y militarmente más poderoso con intenciones ofensivas. El realismo ofensivo es un enfoque estructural referido a todas las grandes potencias. Estas potencias poseen capacidades ofensivas y pueden perjudicarse entre sí porque no se contentan con un nivel adecuado de poder, y porque su expansión y supervivencia son sus principales e inseparables objetivos.
Como decía Miranda E. Carlos en “Hobbes y la anarquía internacional“ (1984), con referencia al realismo neoclásico en auge: “Los actores, tanto en las relaciones internacionales como en el estado de naturaleza, se hallan en un estado de guerra al menos potencial, de todos contra todos. La competencia, la desconfianza, la búsqueda de gloria, están en la base de la política exterior de todos los Estados. Las consideraciones morales (…) son siempre secundarias ante el “interés nacional”. Las proclamas de comportamiento moral en asuntos internacionales son, en su mayor parte (…) retórica o hipocresía.”
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¡Ay Ucrania, ay la paz! Me diréis que ahora lo importante es detener la guerra y tomar partido por los agredidos. Yo digo que siempre hay que ponerse del lado de los agredidos, de las víctimas, pero también digo que a quienes dirigen la guerra a uno y otro lado les da igual el partido que tome yo o quienes lean ésto que escribo. Decidirán lo que convenga a sus propios intereses, no lo que convenga a los que combaten, ni mucho menos a nosotros, espectadores de la guerra ahora emplazados a opinar y tomar partido.
A nosotros, a los no propietarios ni gobernantes de ningún Estado, a los que siempre acaban poniendo los cadáveres en todas las guerras, nos han hecho creer que el Estado es una invención moderna y asociada al “progreso” de forma natural; que en Europa, con la firma de los tratados de la Paz de Westfalia (1648), los que pusieron fin a la guerra de los Treinta Años en Alemania y a la guerra de los Ochenta Años entre España y los Países Bajos, quedaban consagrados los principios de soberanía territorial, de no injerencia en asuntos internos y el trato de igualdad entre los Estados al margen de su tamaño, de su riqueza económica y de su fuerza militar. Pero la Historia oficial que nos enseñaron en las escuelas y universidades desprecia su propio método científico cuando ignora el germen milenario del Estado, ignora su existencia de más de 5.000 años y, de paso, intencionadamente, evita identificar el rol histórico del Estado como “guardaespaldas ancestral” de las oligarquías que se hicieron propietarias de la Tierra y gobernantes de las sociedades humanas desde tiempos inmemoriales.
Primero fue la Propiedad y luego, en consecuencia, sus Estados y sus Guerras. Fue la apropiación de la Tierra y del Conocimiento (por entonces representado por chamanes y sacerdotes), lo que enseguida necesitó de la Fuerza para perpetuarse, y lo hizo, como Estado, apenas surgieron las primeras ciudades a partir de la invención de la agricultura y la consiguiente acumulación de tierras y excedentes en propiedad. Karl Marx no pudo imaginar que su teoría de la acumulación primitiva pudiera llegar a ser tan acertada desde la perspectiva histórica actual, tras el fracaso de la moderna revolución proletaria, precisamente ahora, cuando la evolución histórica ha situado a nuestra especie al borde de un abismo existencial. Es, pues, equívoca y distractora la teoría histórica que sitúa el origen del capitalismo en la modernidad, ocho milenios después de su germen neolítico, tras la apropiación privada o colectiva de la tierra, y su automática conversión en mercancía. Pienso que hoy Marx comprendería que el Estado es posterior, y consecuencia por tanto, de aquella apropiación o robo primitivo de la Tierra Común. Puede que llegara a comprender que sus directas secuelas fueran los “derechos de herencia y patriarcado”, instrumentos igualmente genuinos, consecuentes y constituyentes de todos los Estados; ahí es donde se encuentra la explicación de su innata voluntad acumulativa y expansionista, colonial, guerrera y depredadora al cabo. Ni la Propiedad, ni sus Estados, pudieron tener nunca verdaderos amigos, como mucho solo socios, aliados coyunturales en el mismo Negocio de la propiedad, la producción y el mercado, asignando al resto – a la mayor parte de la sociedad – el rol de súbditos, productores/explotados cuando no esclavos, al tiempo que clientes/consumidores.
En paralelo, mercado y guerra. Cualquiera puede comprender que la competencia en los mercados es paralela a la guerra en los campos de batalla. La Propiedad enviará a sus Estados a la guerra cuando en ello vea posible hacerse con el monopolio de los mercados. Si hiciera falta, no dudará en sacrificar a sus súbditos, ni siquiera a sus propios socios.
No pudo imaginar Karl Marx que la Propiedad de la Tierra pudiera llegar a desvelarse hoy como auténtico “pecado original” de la especie humana, el que sirviera para institucionalizar el patriarcado y la esclavitud, así como una sofisticada división social por el trabajo, además de desencadenar la envidia, por la propiedad y por el poder, conceptualizada como lucha de clases. Hoy, como siempre, lo esencial de cada Estado, su razón de ser, es su Fuerza armada, imprescindible para la defensa de los derechos de propiedad, de patriarcado y de clase, para su imperiosa necesidad de conservar el monopolio de la violencia, junto a su innata vocación colonial-imperial. La Fuerza armada de los Estados incluye a las Policías como al conjunto de instrumentos legales e institucionales que sirven para legitimar el “status” totalitario que hace posible el control de las sociedades contenidas en cada Estado, alumbradas y bautizadas por el propio Estado como “Naciones”. La Fuerza armada es, pues, el instrumento cohercitivo, disuasorio y represivo imprescindible ante cualquier eventual rebelión social, como es el instrumento militar necesario para la conquista de nuevos territorios y poblaciones, de nuevas materias primas y nuevos mercados. La Fuerza armada se dice “instrumento de paz” cuando logra superar a la Fuerza de los Estados con los que compite por la supremacía económica, territorial, militar. Todos los imperios económicos lo son, sobre todo, por la supremacía de la Fuerza militar que sostiene a su potencia económica. La Propiedad y sus Estados no conocen otra lógica.
El Estado es condición existencial de la Propiedad y el Gobierno, implica un orden social necesariamente jerárquico, organizado en clases sociales incompatibles con cualquier forma de democracia real o autogobierno en asamblea de pares. De ahí que la expresión “Estado Democrático” sea un oximorón, algo imposible. Por eso que se defina más frecuentemente como “Estado de Derecho”, si bien sabemos que tal “derecho” se refiere a la apropiación oligárquica de la tierra y el conocimiento. La democracia genuina no admite grados, no puede ser incompleta ni representativa, la democracia solo puede ser sin clases y en modo completo, o sea: autogobierno en asamblea de iguales, o no es democracia.
En todas las guerras los muertos y heridos los pone la gente del Común, en ningún caso los ponen las oligarquías propietarias o gobernantes. El Común queda repartido entre los dos frentes que combaten en una guerra y entre sus respectivas retaguardias civiles, de familiares, vecinos y amigos. El Común está por construir, será la clase social única y universal del próximo futuro a condición de lograr la disolución del orden jerárquico impuesto por las oligarquías propietarias y gobernantes, mediante la abolición definitiva de sus instrumentos de dominación, la Propiedad y sus Estados. Seguiremos por un tiempo, cada vez más breve, imaginando revoluciones y futuros diferentes, que no dejarán de ser ficción, literatura, representaciones o mapas-esbozos de la realidad, pero no la realidad necesaria a la dignidad y supervivencia de nuestra especie. La división en clases sociales es la razón original de todas las guerras, ya pasó el tiempo en que una clase social, la proletaria, se propusiera a sí misma como clase social universal y única, porque fracasó en su intento igualitario, dejándose dirigir por vanguardias que la traicionaron. Ahora hay que llamar a todos los socialistas, comunistas, anarquistas y ecologistas conscientes y honrados, a construir juntos el Común, la clase única del Nuevo Tiempo que ya barruntamos, la humanidad empática, ecológica y fraternal que quiere ser usuaria del mundo y renuncia a ser su propietaria, la que quiere autogobernarse comunalmente, en comunidades convivenciales fundadas a partir de un Pacto del Común, formando mancomunidades y redes confederales en todas las escalas territoriales, compartiendo los universales y naturales bienes de la Tierra y del Conocimiento. Nunca podrán desaparecer los conflictos que son inherentes a las diferencias y a las relaciones sociales, pero cabe pensar que se puedan resolver mejor en un sistema democrático y universal de paz, y no necesariamente con violencia, destrucción y muerte. No cabe pensar otro futuro que un sistema global de paz entre individuos y sociedades. Y entre nosotros y la Naturaleza de la que somos parte, porque destruir la Naturaleza significa nuestra propia extinción como especie, lo que hoy presentimos como nunca sucediera en la historia de la humanidad. Puede que todavía estemos a tiempo de evitarlo, dependerá del tiempo que tardemos en comprenderlo y en ponernos a ello, antes de que el camino sea irreversible.
¿Estrategias de paz basadas en la Fuerza? Podemos seguir dejando el diseño de la sociedad futura en manos de los “expertos” en Geopolítica, para que puedan seguir decidiendo por nosotros “las mejores estrategias para la paz, basadas en la Fuerza”, en el arte de la guerra y en la supremacía, al cabo, de la “racionalidad” propietarista, estatal, nacionalista. Podemos sentir desesperación e impotencia ante la agresión de Ucrania por el Estado ruso. Que nadie dude que ni nuestra opinión, ni nada de lo que podamos sentir ante esta barbarie, será tenido en cuenta por los Estados en conflicto. Podemos darle todas las vueltas que queramos, pero en todo caso solo llegaremos a conocer algunas claves de esta guerra si comprendemos que EEUU y China son los Estados contendientes en la sombra y los únicos beneficiarios de esta guerra, mientras que la gente del Común se mata entre sí, a uno y otro lado de la frontera. Sabed que no hay camino más contrario al de la paz que el de la racionalidad nacionalista y guerrera en esencia, en ésta como en todas las guerras.
El Estado lo pretende, pero no es la sociedad. La cuestión fundamental es que los Estados no defienden a la población en general, sino a sus estructuras: ejércitos, policías, jueces, políticos y demás funcionarios que operan en un determinado territorio nacional-estatal, protegen en todo caso a la “nación” de propietarios, gobernantes y funcionarios de todo tipo. La “razón de Estado” es su prioridad, el interés de la sociedad es secundario, supeditado a la conveniencia abstracta del Estado, que no puede ser otra que la de su clase propietaria y gobernante, la de perpetuar su poder. Así no puede darse una democracia, ni siquiera formal. Los representantes de los partidos políticos, formen parte o no del Gobierno, obedecen en primer lugar a la razón de Estado y de esta manera la democracia queda siempre “pendiente”, evitada y supeditada a la voluntad política de quienes organizan y dirigen a la sociedad. Si los individuos y los pueblos están “despolitizados” no es porque no les interese la política, que también, sino porque hemos sido acostumbrados a actuar como irresponsables, a fiarlo todo a unos representantes a los que mantenemos con los impuestos pagados al Estado, unos representantes a los que no conocemos más que de verlos en la televisión, de cuyas verdaderas intenciones nada sabemos. Las estatales “naciones” las forman hoy mayorías irresponsables y mediocres, por su falta de interés por todo lo que les conciernen y que afectará irremediablemente a sus vidas. Por dejar en otras manos su propio destino.
Militarismo, nuevo virus, nueva pandemia. En apenas una semana, hemos visto surgir una “nueva Europa” a partir de la decisión del estado alemán de dotar a su ejército de un fondo extraordinario de cien mil millones de euros. Las sanciones golpean ya a millones de personas en Rusia y encaminan a la precariedad más absoluta al menos a treinta millones de trabajadores a uno y otro lado de las fronteras en guerra. Putin retoma la ofensiva en Ucrania y amenaza con apuntar hacia Europa sus fuerza nuclear. La UE se entrega al militarismo y frente a la barbarie en marcha, y a pesar de la invisibilización mutua de la propaganda de guerra por ambos lados, aparecen las primeras chispas de resistencia al militarismo: madres de soldados, jóvenes, desertores… aunque solo sea una chispa esperando prender entre la gente del Común a ambos lados de la frontera.
Ya dije que las más perjudicadas por esta guerra son, sin duda, las poblaciones ucranianas y en segundo lugar las rusas y europeas, mientras que los únicos beneficiarios serán a la postre las dos grandes superpotencias comerciales y militares, EEUU y la República Popular de China. Pero conviene matizar algunos detalles que expresan las muchas contradicciones que dibujan el contexto geopolítico de este conflicto:
1. Ucrania no es un estado miembro de la Unión Europea y, por tanto, ningún “patriota” ucraniano puede atribuirse la representación de Europa, no puede decir que lucha “por la libertad de Europa”, porque las poblaciones de Ucrania no son más europeas que las rusas.
2. La UE no es Europa, del mismo modo que los EEUU no son América, ni España es Iberia. Europa no es un continente, es la parte más occidental de un inmenso continente euroasiático. La UE es un bloque de estados, un protoimperio en construcción liderado por el estado alemán; la UE es un imperio fallido, cuyos estados miembros, para entenderse entre sí hablan una lengua “extranjera”, la inglesa y propia del antiguo imperio británico, ahora integrado en el imperio USA.
3. Ucrania es el territorio poblado por comunidades eslavas contenidas en un Estado-Nación. Como España es una parte del territorio peninsular habitado por comunidades ibéricas igualmente contenidas en otro Estado-Nación. Iberia es el nombre de esa península, la más meridional del continente euroasiático, no existe un continente europeo. Que los habitantes de Ceuta y Melilla tengan cultura hispanoeuropea no elimina su condición natural de ciudades africanas, ni su condición histórica de colonias del Estado español. Y es así de igual manera que las islas Canarias son un archipiélago africano por razón geográfica y que, por razón política, son una colonia del caduco imperio español. Es así por lo mismo que la ciudad de Gibraltar es una colonia inglesa, situada en la geografía ibérica como consecuencia de una conquista militar, como todos los casos anteriormente citados.
4. La cosmovisión capitalista del mundo tiene por ideal el Monopolio de los mercados respaldado por la fuerza militar de los Estados, por lo que todo Estado es militar, imperial y colonial en potencia. Los Estados que no logran el status de imperio no es porque no quieran, sino porque no cuentan con la suficiente fuerza económico-militar para lograrlo.
5. Las guerras siempre son conflictos entre Estados, no entre pueblos. Los “ejércitos populares” no existen, todos los ejércitos son apéndices de un Estado, son su brazo armado. Los militares son profesionales de la guerra y todos son funcionarios contratados por los Estados. Pero no entenderemos nada sin discernir la función histórica de los Estados y su directa relación con el interés económico de las oligarquías nacionales que dictan la política de cada uno de los Estados. Sin ese punto de partida no entenderemos las contradicciones que son constitutivas de los Estados, que por una parte comparten y colaboran en una misma defensa global del Mercado, mientras que cada oligarquía nacional, por la propia dinámica competitiva del orden capitalista, está necesariamente abocada a librar una brutal competencia con otras oligarquías nacionales, que fácilmente puede derivar en conflicto armado, entre estados “guardaespaldas” obligados a competir por ampliar sus mercados y territorios, en defensa de sus respectivas oligarquías nacionales. Lo vemos a pequeña escala en el comercio, incluso local, en el que dos comercios próximos pueden forman parte de una misma asociación empresarial al mismo tiempo que harán todo lo posible por arruinar a la competencia, o bien para integrarla en el propio negocio y así lograr su ideal capitalista: el Monopolio. Monopolio es a Negocio lo mismo que Estado o Imperio es a Guerra o Política; se le puede dar todas las vueltas que se quiera, sin posibilidad de encontrar otra explicación que no sea ficticia. Y de igual manera podemos apreciar esta misma dinámica en la competición política entre partidos: todos contra todos, derechas contra izquierdas, aunque todos formen parte del mismo Negocio, cada cual lucha por su cuota electoral creando su clientela con las mismas técnicas de marketing que una marca comercial, todos persiguiendo el mismo ideal que éstas, la mayoría absoluta, es decir, el absoluto control del mercado electoral, o sea: el Monopolio.
6. El Estado milenario. Si durante los casi seis mil años que tiene la historia del Estado, la expansión territorial ha sido su dinámica propia, identificada con la expansión económica-mercantil, la tecnificación financiera de las transacciones económicas en la reciente globalidad capitalista ha cambiado radicalmente estas dinámicas, de modo que la conquista y ocupación de territorios ajenos ya no es condición necesariamente asociada a la conquista del Mercado; es condición ideal, conveniente, pero no necesaria; ahora al imperio le basta una relación de vasallaje al modo feudal. A los modernos estados imperiales el dominio financiero del Mercado les permite, de facto, la automática sumisión económica, política y militar de los Estados subordinados, generando una relación de vasallaje similar a la feudal, como es el caso del Estado español y los europeos respecto del imperio USA. Pero este proceso es similar en torno a todos los estados con ambición imperialista en el actual contexto geopolítico de la globalización capitalista, en el que se está conformando una nueva geometría de bloques imperiales, actuando China y EEUU como núcleos aglutinadores de todo este proceso, que de no romper con su inercia histórica, acabará resolviéndose en una lucha a muerte por el Monopolio, razón que nos permite barruntar malos tiempos, hasta poder decir que suenan tambores de guerra y que a comienzos del siglo XXI el mundo huele a Tercera Guerra Mundial.
7. Todo ejército es estatal y su función es militar en esencia, guerrera al cabo, sea en forma agresiva o defensiva. Pero una cosa es la narrativa estatal que justifica la existencia de los ejércitos en la necesidad de autodefensa y otra cosa es la realidad: una vez que se tiene la Fuerza, se puede justificar la agresión justificándola como defensa propia, cuando no como “guerra preventiva”, ante una potencial agresión. Entiendo y justifico el derecho a la autodefensa, tanto personal como colectiva, pero es irracional admitir el derecho a la agresión como está sucediendo ahora mismo, en Ucrania. Al protoimperio ruso no le vale ninguna justificación. Como tampoco valían en el caso de las flagrantes agresiones ejecutadas por EEUU y su OTAN en la última historia. Es fácil de imaginar la reacción de EEUU si, por ejemplo, México permitiera la instalación de misiles rusos en su territorio, junto a la frontera de EEUU. ¿Alguién se acuerda de la crisis de los misiles rusos en Cuba y sus consecuencias?...pero aún siendo esto así, siendo tan cínica como vergonzosa la sumisión europea al poderío imperialista de USA, sigue sin estar justificada la agresión del ejército ruso a la población ucraniana.
8. La OTAN, capitalismo contra capitalismo. Siguiendo su propia lógica existencial, la OTAN debió disolverse tras el desmoronamiento de la Unión Soviética. Pero lejos de eso, siguió expandiéndose forzando un innecesario acoso y humillación al Estado ruso, un estado tan capitalista como todos los asociados a la OTAN. No estamos ante un conflicto entre dos bloques ideológicos antagónicos, como sucediera en el periodo de la Guerra Fría, ahora ambas partes comparten la misma ideología y estamos, por tanto, librando una guerra de fondo entre bloques capitalistas que pugnan por el Monopolio a escala del Mercado global, en una lucha a muerte por las últimas reservas de materias primas que restan en un planeta esquilmado. El peligro es máximo, como nunca antes lo fue, porque estamos asistiendo a una nueva conformación de los bloques en liza, determinado por la decadencia del imperio USA en paralelo al auge del imperio chino, lo que anuncia una lucha en la que a los dos imperios contendientes les interesa la guerra y consecuente ruina del contrario, a condición de que suceda lo más lejos posible de sus respectivos territorios y, en todo caso, como siempre, a condición de que los muertos los pongan los “otros”, o sea, los pueblos o gente del Común.
9. La Madre Rusia. Acabo de leer el nuevo libro de Carlos Taibo, “Marx y Rusia. Un ensayo sobre el Marx tardío”, publicado en enero de este mismo año, antes de que estallara la guerra en Ucrania. En este libro nos desvela el autor a un viejo Marx interesado por el movimiento de los naródniki, el movimiento de los campesinos rusos autoorganizados como comunas rurales y enfrentados a los kulàks, los propietarios de las tierras. Este libro analiza la deriva del pensamiento marxiano en sus últimos años, acerca de realidades sociales que para él eran nuevas, proponiendo un debate sobre el desarrollo histórico de las formaciones sociales premodernas o precapitalistas, lo que en palabras de Shanin, serían las “tradiciones revolucionarias vernáculas, producto singular de las sociedades nativas”. Carlos Taibo le reconoce a Marx el propósito sincero de aprender de estos movimientos populares y de abrir nuevas perspectivas a su pensamiento, un nuevo Marx que protestaba contra la mecanización, la racionalización abstracta, la reificación, la disolución de los lazos comunitarios y contra la mercantilización de las relaciones sociales. De tal manera que le plantearon a Marx “problemas teóricos y prácticos muy serios”, que tiempo atrás había despachado, ligeramente, con Proudhon y Bakunin. El movimiento de las comunas rurales rusas fue, según dice el autor del libro, una especie de socialismo agrario construido sobre entidades económicas autónomas, entre varios pueblos, enlazados en una Federación que sustituía al Estado. Su primera organización surgió en la década de 1860 con la denominación de “Tierra y Libertad”. Al parecer, los naródniki pensaban que el socialismo no era necesariamente, como sí pensaba Marx, resultado del desarrollo industrial, y compartían el mismo propósito general de derrocar a la monarquía y al sistema de propiedad, para distribuir la tierra entre los campesinos, pero...al mismo tiempo, contradictoriamente, pensaban que el campesinado no conseguiría la revolución por sus propios medios, que la Historia sólo podía ser hecha por héroes, personalidades destacadas “que guiarían a los campesinos hacia la revolución”. No era la primera vez, ni el primer lugar donde ésto ocurría, esta pasividad, este miedo a la libertad y a la responsabilidad que conlleva, ésto ya sucedió en Iberia, a las comunidades campesinas de la Alta Edad Media. Pero es de agradecer esta referencia a las comunas rurales rusas en este momento en que la Madre Rusia anda nuevamente perdida en su propia nostalgia, desesperada por reencontrar su alma zarista, de estado imperial...y así no puede imaginar siquiera otro camino que no sea el de la guerra.
10. Encrucijada existencial, entre la empatía y la entropía. Pasará la guerra de Ucrania, perdurarán por un tiempo sus graves secuelas y seguiremos atrapados en la misma encrucijada, entre dos direcciones opuestas e imposibles de conciliar, porque se excluyen mutuamente. Lo más cierto es que ya nada será igual.
Estamos entrando en un Tiempo Nuevo, con dos posibles comienzos: uno ya condimentado, como reinicio capitalista, “verde y revolucionario” y con guión ya marcado: Agenda 2030, Green New Deal, cuarta revolución industrial, inteligencia artificial, subcontrata de la propiedad, de la producción y del trabajo bajo el Monopolio del Acceso, Estado difuso y Eugenesia “humanitaria”.
Y otro comienzo, también necesariamente revolucionario, y también en ciernes, pero mucho más atrasado, emplazado a resolver la ecuación paradójica que conforman la empatía y la entropía: paz o guerra, extinción o naturaleza, Estado o Comunidad, ser o no ser.
Que yo sepa, no hay otra.