Previo
Observamos el mundo y tratamos de explicarlo con palabras En esa mirada nos hacemos más o menos conscientes de que la realidad tiene una dimensión poliédrica, dinámica, e histórica por tanto; incluso, el observador llega a darse cuenta de que no solo no es ajeno a la realidad observada, sino que él mismo forma parte de ella y, por tanto, su percepción como su explicación están condicionadas por la posición que ocupa dentro de esa realidad. Sabe este observador que la realidad no incluye lo que no existe y que solo puede ser imaginado, pero es tanto lo que desconoce que para explicarlo necesita echar mano de la imaginación, lo que puede facilitar su explicación del mundo, pero también complica el entendimiento con quienes piensan diferente. Este principio de entendimiento o convivialidad no rehuye el conflicto natural entre visiones o hipótesis diferentes y hasta contrarias, siempre que sean hipótesis y no doctrinas, por eso que necesite de un código básico, dialéctico, racional y relacional, si busca la conversación y la convivencia más allá de la unanimidad de la propia tribu, lo que es tarea imposible desde posiciones doctrinarias, basadas en supuestos o creencias de origen mágico o religioso.
Filosofar es pensar el mundo. La mayoría de las veces actuamos sin pensar, es lo que hacen de continuo los individuos de la mayoría de las especies, actuar como reacción inmediata ante su entorno. Actuar es una actitud básicamente reaccionaria, quitándole a este adjetivo toda connotación moral o política. Los individuos que filosofan también son reaccionarios en la mayor parte de su comportamiento vital, es lo propio de una especie como la humana, cuyos individuos pueden pensar el mundo y pensarse a sí mismos, pero mientras lo hacen también interactúan, reaccionan sin pensamiento previo, ante situaciones que exigen inmediatez de respuesta. Pensar, reflexionar o filosofar es algo que no puede hacer la especie, ni siquiera un colectivo, porque pensar es una actividad propia y exclusivamente individual. Si un pensamiento llega a ser compartido colectivamente es por efecto de eso que llamamos “cultura”, por la que el pensamiento se transmite entre individuos interrelacionados. Una vez transmitido y compartido ya no es tal pensamiento, es otra cosa, a la que al menos provisionalmente llamaremos “mentalidad” en el sentido que definiera el historiador Jacques Le Goff: algo así como un cliché o matriz que el individuo asume como pensamiento propio sin serlo, que acaba por determinar su comportamiento social, en modo instintivo, como respuesta automática. El individuo al que le fatiga pensar, tira de las “mentalidades” dominantes en su entorno, como mejor estrategia adaptativa. Mientras renuncia a su facultad de pensamiento podrá creer que piensa y actúa por voluntad propia. Si quiere cuestionar la mentalidad o cultura dominante en la sociedad en la que vive, estará obligado a cuestionarse a sí mismo. Y eso, cuando lo ha probado, siempre resulta ser muy fatigoso y hasta doloroso.
Semántica
Significante y significado se encuentran unidos irremediablemente por un vínculo arbitrario, creado artificialmente por la lengua, que no tiene que ver con la realidad de la que se habla. Una palabra cualquiera, sea en forma oral o escrita, poco tiene que ver con la imagen real a la que hace referencia y, por tanto, el vínculo existente entre la realidad y la palabra que la nombra no sigue ningún parámetro lógico; el significado es la idea que conformamos en nuestro cerebro tras escuchar o leer una palabra y ésta no tiene por qué corresponder necesariamente al objeto real nombrado, sino con la idea del mismo que tienen los interlocutores.
En la retórica y dentro de las figuras literarias, oximorón es una figura lógica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, para generar un tercer concepto. Dado que el sentido literal de oxímoron es absurdo (por ejemplo «negra luz”), se fuerza al interlocutor a comprender el sentido metafórico. Oxímoron es una palabra compuesta por dos lexemas (*): oxýs, (agudo, punzante) y morós (fofo, romo, tonto). Su propia etimología está basada en un oxímoron.
Política y gato por liebre
La palabra “política” hace referencia a su primitivo origen ateniense, con significado que nos refiere al tratamiento de los asuntos públicos o concernientes al conjunto de habitantes de la “polis” (ciudad), lo que podría hacernos pensar que este conjunto de pobladores (“el pueblo”) eran el sujeto gobernante de la polis y que, en consecuencia, las élites atenienses usarían la palabra democracia (demo/pueblo-cracia/gobierno) para nombrar al sistema político por ellas inventado. Sin embargo ésto nunca fue así, las élites atenienses entendían por demo, pueblo o sujeto de la política solo el subconjunto integrado por propietarios de la tierra. A la democracia no tenían derecho las mujeres, los siervos y los esclavos, que siendo "pueblo" no eran “ciudadanos”. Es evidente que desde su orígen “democrático”, los conceptos de política y ciudadanía estuvieron asociados y condicionados a la idea-mentalidad de propiedad.
La palabra presura significa prisa, prontitud o ligereza con la que se hace algo, pero también hace referencia al derecho de asentamiento y apropiación de tierras en lugares yermos o abandonados, un derecho que predominó en el norte de la península ibérica durante la repoblación promovida por los reinos cristianos, como costumbre y derecho heredado del descompuesto imperio romano, que concediera este derecho como premio a soldados combatientes y a nativos leales, que así se convertían en campesinos y colonos propietarios en los territorios conquistados. Carta Puebla es la denominación del documento por el que los reyes cristianos y los “señores” laicos y eclesiásticos otorgaban, como privilegio, el derecho a la apropiación de tierras, siguiendo la tradición romana del derecho de presura. Lógicamente, aquellos reyes y señores ejercían la presura sin límites (**) y sin necesidad de ningún derecho.
Las élites atenienses le dieron a la palabra “democracia” un contenido político opuesto al semántico y hecho a su medida. Tuvieron que reinventar el concepto “pueblo” para que encajara en el de democracia. Así, el pueblo, que propiamente sería el conjunto de pobladores de la “polis” y sujeto político, para las élites tenía un significado y para el resto de habitantes tenía otro completamente distinto. En el concepto de éstos entraban todos los pobladores, mientras que en el de las élites sólo cabían los propietarios. Siempre hemos escuchado a las élites referirse al pueblo como “los otros”, el vulgo, los que por no ser propietarios están obligados a trabajar para poder vivir y que, por eso, "no tienen tiempo, ni conocimiento, ni capacidad para gobernar". Esto fue así y sigue siendo sustancialmente, por mucho que se camufle en una confusión semántica generalizada.
Un “ciudadano” no solo es habitante de una ciudad, es un invento estatal, original de la polis-estado ateniense en su forma “democrática”, en la que un ciudadano es un propietario, alguien que habitando en la polis posee tierra en propiedad y eso le hace partícipe del Estado al tiempo que le libra de la necesidad de trabajar. Ese ciudadano tiene como ideal la acumulación de propiedades en cantidad que le permita librarse de trabajar la tierra, porque para eso están los no propietarios, ni ciudadanos, los trabajadores – mujeres, sirvientes y esclavos - que no participan en el gobierno de la polis-estado.
El “estado” contemporáneo, en su forma política (la democracia representativa o parlamentaria) se ha desarrollado a partir de esta herencia ancestral, cautivo y lastrado por esa contradicción original: nombra ciudadanos a todos los individuos que habitan la polis-estado, incluyendo a los no propietarios, sean mujeres u hombres, sirvientes, esclavos o asalariados, pero se ve obligado a hacerlos mínimamente propietarios si quiere tener su adhesión y constituir así su propia legitimidad “estatal”. Implantada esta mentalidad “propietaria/estatal” y siendo limitada la cantidad de propiedades, resulta inevitable que entre los ciudadanos se produzca una lucha por la propiedad, conceptualizada ésta como lucha de clases y “motor de la historia” por el sistema de pensamiento que conocemos como materialismo histórico o marxismo. En esencia: la lucha por la posesión y acumulación de propiedades que actualizada conocemos por “capitalismo”, está dirigida a conseguir el estatus de propietario, para librarse del trabajo y para participar en el poder del Estado. Así, las mentalidades propietaristas, capitalistas o estatistas, son variantes de un mismo pensamiento y mentalidad (cultura) burguesa (ciudadana) no democrática (oligárquica).
El pensamiento que se identifica como materialismo histórico es racionalista en modo que subordina la naturaleza, la política y la ciencia a la economía; el materialismo filosófico, a su modo igualmente racionalista, reduce la razón histórica y científica al arte de la dialéctica, pero ni la economía ni la dialéctica pueden dar cuenta racional y científica si prescinden de la razón ética de la política. Me interesa el conocimiento histórico y científico solo si es ético, político, ecológico y razonable al mismo tiempo, lo que resulta imposible si no tiene en cuenta la básica ley por la que se rige la vida, todas las formas de vida, que a cada instante manifiestan querer reproducirse y vivir más y mejor, que aman la vida y quieren perdurar con calidad. Si la política y la ciencia no parten de esta premisa ética o perfectiva del ser, nunca pasarán de ser un juego dialéctico y especulativo, en el mejor de los casos.
La imposición o dominio de las élites propietarias y gobernantes es el verdadero motor de la historia, no la lucha de clases, que es su consecuencia y que le sirve de combustible. Nunca la historia vio suceder una revolución que lo cambiara, la única revolución triunfante ha sido la que vienen protagonizando las élites dominantes desde que alguien inventara el derecho a la apropiación o propiedad de la Tierra, de la naturaleza y de nuestras vidas, las de “los otros”. La modernidad burguesa no comprendió nada de ésto, ni en su versión liberal ni en su versión proletaria, por eso ambos pensamientos van hoy a la deriva, reinventando clases sociales y subclases identitarias, ocurrencias, mientras el motor de la historia cruje y nos arrastra al vacío.
¿O es que no es mera ocurrencia engañosa la de un pensamiento ecológico incapaz de comprender que la avería ecológica de la Tierra no tiene arreglo mientras ésta siga secuestrada y parcelada en fronteras estatales y parcelas privadas?, ¿no es igual de ocurrente y engañosa una mentalidad política que confunde lo público con lo estatal, democracia con oligocracia, comunidad con nación y pueblo con estado...se mire desde la derecha, desde la izquierda o desde cualquier otra parte?, ¿cómo es que nos hemos contagiado de esta mentalidad, de esta sinrazón que hace imposible siquiera pensar que la vida es posible y mejor en paz con la naturaleza y sin estar divididos y enfrentados en clases sociales, posible y mejor en comunidad, sin necesidad de estados nacionales ni de imperios globales?...pues pienso que en averiguar el origen patológico de esta mentalidad pandémica nos va la vida.
Por eso que mi pensamiento político sea la hipótesis de una revolución política integral -ética, comunal y ecológica-, implícitamente democrática, tan racional y científica como convivencial, que a la altura del siglo más incierto de la historia humana será inviable si no somos capaces de superar (antes de que sea demasiado tarde) la confusión entre lo real y lo verdadero. Valga un ejemplo que tenemos cercano, el del movimiento 15M cuando reclamaba “democracia real ya”, con expresión que, pareciendo aludir a “otra y verdadera democracia", la ejercida como gobierno del pueblo y no sobre el pueblo, en realidad estaba reclamando la continuidad -eso sí, “mejorada”- de la falsa democracia realmente existente.
La mentalidad propietarista sostiene el orden global de la dominación y desde Atenas para acá nos viene dando sumisión por progreso, derecha por izquierda, suicidio por futuro y, en definitiva: gato por liebre.
Notas:
(*) Lexema o morfema léxico es la parte de una palabra que le aporta su significado básico y que se conserva en sus derivados: cas en cas-a, cas-eto, cas-tillo.
(**) Originalmente, el derecho de presura limitaba la apropiación de tierras a aquella extensión que un campesino fuera capaz de labrar en un día.