El mal ya está hecho y a lo hecho pecho. Ya está la nación española entrenada para lo que venga, que vendrá, a nadie le quepa duda. Y de eso se trataba, de hacernos a la idea.
Si no eres de derechas, ni siquiera se te habrá ocurrido insinuar la más mínima crítica, para no ser etiquetado como mataviejos, antivacunas, negacionista y hasta como fascista. En los medios de comunicación sólo éstos podían expresarse sorteando la censura, junto a un escogido grupito de paranoicos, cuya presencia ha sido convenientemente seleccionada y dosificada. Ni una sola opinión científica disidente, que a nadie le quepa la más mínima duda de que “la verdad es científica” y es una y solo una, que todo el mundo confíe en una ciencia infalible y honrada, que trabaja solo para el interés de la sociedad y que éste es perfectamente compatible con el de la industria farmacéutica. Ninguna duda.
A muy poca gente le escandaliza esta viscosa docilidad social, que por otra parte, tanto satisface a unas izquierdas desde hace mucho tiempo acostumbradas a no pensar sobre su propia deriva y a tragar lo que sea “con tal de que la ultraderecha no llegue al poder”, es lo que dicen ahora, como si la ultraderecha fuera una novedad reciente, como si estas izquierdas acabaran de aterrizar y no hubieran tenido tiempo de enterarse de en qué consiste el poder, de su antigüedad, de quien lo detenta en realidad desde antes de 1978 y desde mucho antes de que existiera el fascismo. No se enteran, piensan que agitando el espantajo del fascismo la gente se asustará y votará en masa a las facciones del bloque liberalprogresista, no saben lo variable que es la masa televidente, no saben de su inmensa capacidad de adaptación y de aguante.
El pasado martes se tiraba una moneda al aire en Madrid y eran muy altas las posibilidades de que el progresismo pequeñoburgués le anticipara el regalo del Palacio de la Moncloa a una coalición de majaderos ultraliberales y trastornados ultranacionalistas. Igual pensaban que podían contar con todos los que aplaudían a las enfermeras y a los policías en los balcones...pero no pasa nada, casi todos son funcionarios de carrera y ya sabían que, pasara lo que pasara en Madrid, ellos seguirían conservando su culo. El poder seguirá en su sitio de siempre y a vivir que son cuatro días.
Y por la mayoría social que no se preocupen, de verdad se lo digo. Que nada de lo que pueda hacer un futuro gobierno de majaderos y trastornados parecerá más insoportable que dos años (de momento) de pandemia; la mayoría volverá a confinarse cuando se lo manden y aplaudirá en los balcones a enfermeras y policías agitando la correspondiente bandera, la que guardan en su balcón, y hasta con las orejas aplaudirán si se lo piden en la tele, porque ya están bien entrenados.
Es inevitable que la aceptación de este nuevo orden psicosanitario vaya normalizándose, de modo que las medidas más extravagantes, como el confinamiento colectivo, no vuelvan a aplicarse aunque solo sea porque la economía no lo aceptará y porque con el colapso económico no tardarán en llegar a ciertas regiones los estallidos sociales, que no serán patrimonio exclusivo de grupos neonazis, por mucho que así lo prefieran los funcionarios de izquierdas.
Lo innegable es que ya hemos entrado en una época de miedo sanitario que servirá de justificación para muchas otras medidas en el futuro. Curada en salud y de espanto, ya nada puede sorprender a una mayoría social perfectamente domesticada. Si antes del 4M me estaba pensando un largo y voluntario confinamiento pospandemia, a día de hoy esta posibilidad ha cobrado mucha más fuerza.
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