miércoles, 5 de febrero de 2025

EL LEGADO DE DAVID GRAEBER


La razón de este escrito es ayudar a difundir el legado de David Graeber, que ahora es accesible desde estas tres webs, que funcionan asociadas tras constituirse el "Instituto David Graeber" por su compañera, la artista Nika Dubrovsky, junto con un nutrido grupo de compañeros y amigos. Son éstas webs: 

https://davidgraeber.org/

https://davidgraeber.institute/

https://museum.care/

David Graeber falleció en Venecia en septiembre de 2020, con 59 años, víctima de una pancreatitis fulminante. Nacido en Nueva York (1961), fue un antropólogo y activista anarquista muy reconocido internacionalmente. Obtuvo su doctorado por la Universidad de Chicago en 1996 y fue profesor de antropología de diferentes universidades, en el Goldsmiths College de la Universidad de Londres, la Universidad de Yale y la London School of Economics. Graeber tuvo una larga historia de activismo político y social, con relevante liderazgo en las protestas contra el Foro Económico Mundial, fue miembro de la organización sindical Trabajadores Industriales del Mundo y uno de los líderes del movimiento Occupy Wall Street.

Hasta ahora, sus libros traducidos al castellano son éstos:

 

Una de sus últimas iniciativas, junto con  Nika Dubrovsky, es la que recibe el nombre de Museo de los Cuidados (https://museum.care/), a propósito de la cual adjunto este breve texto, publicado originalmente en Arts Of The Working Class April 2020,con traducción de J. Pérez de Lama (12/2023):

"El Museo de los Cuidados. Imaginando el mundo tras la pandemia". Nika Dubrovsky & David Graeber

[Imaginando el mundo tras la pandemia.] O más precisamente imaginando un mundo sano y sensato tras el virus, uno en que, en lugar de limitarnos a tratar de devolver las cosas al estado en que estaban, actuásemos a partir de lo aprendido. Por ejemplo, una gran proporción del trabajo de oficina, especialmente administrativo, de gestión, marketing, legal, financiero, de consultoría y similares se ha visto que son pura tontería [bullshit]. Si desaparecieran, no supondría diferencia alguna o incluso haría del mundo un lugar un poco mejor. La prueba es que durante la crisis la mayor parte de estos trabajos desaparecieron y el mundo siguió funcionando. Así que imaginemos por un momento que somos sensatos y simplemente dejamos de pretender que hay una razón para que toda esta gente continúe simulando para hacernos creer que trabajan todo el día, y en su lugar nos deshacemos de estos trabajos basura [bullshit jobs]. Bueno, una cuestión sería: ¿Qué haríamos con todo los edificios en que solían trabajar? Obviamente, aquellos trabajadores que son efectivamente útiles, que nos mantuvieron vivos y nos cuidaron durante la epidemia [«triste guasa» que DG acabara muriendo al final de la pandemia] — doctoras, enfermeras, limpiadores, mensajeros, electricistas, agricultores —, no necesitan grandes edificios de vidrio parece hacerlos sentir importantes. Algunos de estos edificios pueden ser dinamitados [demolidos]. Eso sería bueno porque significaría usar menos energía para mantenerlos acondicionados y demás, lo que reduciría las emisiones de carbono. Pero, seguro que no querríamos demolerlos todos.

Tras las revoluciones francesa y rusa, los palacios reales se convirtieron en museos estatales. Podríamos hacer algo parecido. Aunque siempre habría una forma más loca: la vuelta a la «normalidad». El modelo para esta vuelta podría ser lo que pasó tras la desindustrialización a gran escala de las metrópolis occidentales, cuando los antiguas fábricas y almacenes se transformaron en centros de arte privados, oficinas y edificios de vivienda para el tipo de gente que había trabajado allí antes. Para muchos es difícil imaginar que algo así no volviera en el caso de una rápida desbasurización [de-bullshitization] del trabajo sin que hubiera un cambio real del sistema financiero o de la estructura de poder y riqueza más en general. Las oficinas vacías serían compradas por inversores, que las transformarían en viviendas caras o en centros de arte cuya presencia aumentase el valor inmobiliario de la zona. La única alternativa que suele ponerse sobre la mesa es que el estado adquiera la propiedad de todo, ya sea como una práctica de socialismo de estado (que es básicamente un capitalismo de estado monopolista), ya de «nacionalsocialismo» de derecha (cualquiera que sea su forma actualizada al siglo 21).

[Como alternativa] queremos insistir en la posibilidad —no la probabilidad pero al menos sí la posibilidad— de la cordura. Imaginar que la experiencia del confinamiento y el colapso económico nos permita ver el mundo como realmente es, y que nos demos cuenta de que aquello a lo que habitualmente nos referimos como «economía» es simplemente la manera en que colectivamente nos mantenemos vivas unas a otras, nos proveemos unas a otras de las cosas que necesitamos y en general nos cuidamos unas a otras. Y digamos que también rechazamos el control social.

Las prisiones, después de todo, dan alojamiento y cubren el cuidado médico básico. Sin embargo, no son instituciones «cuidadoras». Lo que ofrecen no es cuidado porque el cuidado real supone no sólo cubrir las necesidades materiales, incluso no sólo permitir a los otros crecer y prosperar, sino también mantener y ampliar su libertad. Imaginemos que nos deshacemos de la idea de que la producción y el consumo son el único propósito de la vida económica y la sustituimos por el cuidado y la libertad. ¿Qué haríamos con los edificios?

En un mundo construido en torno a los cuidados y la solidaridad, gran parte de estos vastos y absurdos espacios de oficinas sería efectivamente dinamitada [destruida, demolida], pero algunos de estos edificios podrían convertirse en universidades libres, centros sociales y hoteles para los necesitados de vivienda. Podríamos llamarlos «Museos de los Cuidados» — precisamente porque serían lugares que no celebrarían la producción de ninguna clase, sino que ofrecerían espacios y medios para la creación de relaciones sociales y para imaginar formas de vida en sociedad completamente nuevas.




sábado, 1 de febrero de 2025

TRUMP Y EL ÉXITO DEL FACTOR "DIOS" (LA ILUSTRACIÓN OSCURA)

20/01/2025, relevo en la Casa Blanca. A la derecha, bandera publicitaria comercializada durante la última campaña electoral del partido republicano de EEUU, al módico precio de 5,46 dólares (IVA incluido).

En EEUU, según datos actuales procedentes del centro de investigación Pew Research Center, un 45% de la ciudadanía es protestante, un 20% son católicos y un 6% son creyentes de religiones no cristianas, entre los que se encuentran judíos (1,9%) y musulmanes (0,9%). O sea, que en total los creyentes son una clamorosa mayoría que sobrepasa el 70%. No es de extrañar, pues, que la religión forme parte sustancial del marketing electoral, tanto del partido republicano como del demócrata.

Según ese mismo centro de investigación sociológica, en las anteriores y últimas elecciones, el voto católico optó tres veces por los demócratas y dos por los republicanos, pero la postura de Trump en contra del aborto ha sido una baza jugada  para ganar el voto católico. 

Por otra parte, está habiendo una enorme profusión de análisis en torno al resultado electoral, pero llama mi atención que, a pesar de la relevancia sociológica y política de los anteriores datos, sean tan escasos los análisis elaborados en clave religiosa. Más aún cuando todo el mundo fue testigo directo de cómo la investidura de Trump tuvo una abrumadora escenificación litúrgica y ceremonial, de ambientación claramente religiosa, que sin duda fue muy planificada. Junto a Trump se prestaron a concelebrar: el obispo católico de Nueva York, el hijo de Billy Graham –considerado el evangelista más importante del S. XX–, un reverendo negro que de joven había formado parte de una banda callejera, más un rabino ultraortodoxo...todo un batiburrillo judeocristiano, y no sé por qué no incluyó al budismo o al islam, como no sea por su escasa relevancia estadística.  Todo ello para transmitir la elevación de Trump, por la gracia de Dios, a una condición presidencial cuasidivina.

Donald Trump ha anunciado su próximo mandato como una Edad de Oro y una "revolución del sentido común",  identificado éste con la creencia religiosa de la masa social de "creyentes" que le siguen. Tan es así que su discurso en el Capitolio más bien quería ser un sermón, y dar a entender que esa revolución del sentido común es más religiosa que política.   Y para corroborarlo,  volvió a decir eso de “me salvó Dios para hacer grande a América”, que sus feligreses se toman muy en serio, con la imagen en la cabeza del atentado en el que una bala rozó la oreja derecha de Donald Trump en medio de un mitin electoral celebrado en Butler (Pensilvania). Sin embargo, la muerte de uno de los asistentes al mitin pasó completamente desapercibida, siendo noticia muy por detrás del protagonismo de la oreja de Trump, que por aquellos días de julio incluso llegó a ser replicada en chocolate blanco por un confitero de Barcelona y comercializada al precio de 4,5 euros (IVA incluido). 

A mí me parece razonable que nos cuestionemos si estamos hablando de un movimiento religioso y no político. Que por eso pienso que no entienden nada quienes pretenden explicarlo en clave "política". Algo así me parece a mí que les está pasando a las izquierdas capitalistas contemporáneas, que por eso son residuales, por esa desubicación existencial que las descoloca,  es como querer  jugar al fútbol con las normas del baloncesto.

De nada sirve la obviedad escénica de ese espectáculo de masas, donde el factor "Dios" exhibe su éxito, haciéndole una pedorreta a la lucha de clases, mucho más cuando la Modernidad y su Ilustración habían llegado al mundo para anunciar  la muerte de Dios a la luz de la Ciencia. Si bien, también es cierto que quienes no somos creyentes lo que vemos es un nuevo uso, ahora pornográfico, del factor Dios. Ahora  como cebo electoral de la industria democrática.  

Como le pasara al antropólogo Albert Piette, yo también me pregunto por el origen de esta creencia religiosa que remodela un mundo que ya no puede ser más confuso. En su libro "El origen de la creencia", este antropólogo parte de una hipótesis que a mi entender es bien consistente:  homo sapiens es el único animal que sabe que morirá y ese saber le produce un sufrimiento insoportable. De ahí su necesidad de un Dios, para poder soñar una vida "otra", mejor y sin límite.

No es el primer antropólogo, ni el primer científico que -como muchos historiadores, paleontóologos y arqueólogos- han estudiado los enterramientos y el comportamiento humano ante la muerte, viendo las posibles ventajas evolutivas de la creencia religiosa. Me sorprendió que el mismo Albert Piette viera un relato evolutivo que va del homo neandertal, como "primer-pensador" (sobre la muerte),  al homo sapiens como "primer-creyente" en una posible otra-vida-más-allá. La hipótesis supone que esta creencia proporciona consuelo y como tal es retenida por la evolución y es transmitida culturalmente entre individuos y generaciones.  

Según descubrimientos recientes, el cerebro neandertal no tendría la misma organización neuronal que el de homo sapiens. Y por ahí debe andar la posible explicación a una importante diferencia en el comportamiento ante la muerte: la diferencia entre el uso de unos huesos (del cráneo) como objeto simbólico en sustitución de una ausencia  y  el acto de creer en la existencia de algo "increíble", como es la vida después de la muerte. Leyendo a A. Piette, me sorprende con esta afirmación: "hay una restricción inherente al acto religioso de creer: si creemos es porque es increíble". 

 La religión está experimentando una cierta efervescencia, se dice que vivimos un "reencantamiento" del mundo, disparado en múltiples direcciones y en medio de un torbellino caótico, esa atmósfera multiculturalista de nuestro tiempo, plagada de eclecticismos y  sincretismos tan de moda, que mezclan un poco de todo: orientalismo con una pizca de ecología profunda y psicología transpersonal, otro de ecología con animalismo, esoterismo y feminismo queer, veganismo y  neomisticismo...todo ello aderezado con unos toques  del último paradigma tecnocientífico. 

Pero lo que yo pienso, resumidamente, es que todo ésto que está sucediendo es lo propio de un tiempo que llega a término, que está en Sus Últimas. ÉSTO es la "condición póstuma" de la que hablan Marina Garcés y Maurice Merleau-Ponty, una condición que refiere al fin de la Modernidad Burguesa, un tiempo "del todo se acaba, en el que impera la fascinación por el Apocalipsis", que lleva camino de convertirse en nueva ideología dominante y que se contagia viralmente, adueñándose del pensamiento desde sus tripas más íntimas. 

Hasta los más cuerdos humanistas, los biosféricos,  han tirado la toalla y solo esperan resistir a un Apocalipsis que han acabado interiorizando, como antes hicieron con el Estado, contribuyendo decisivamente a naturalizar y universalizar la ideología propietarista y su moderno sistema de  dominación, el capitalismo. Da igual en qué variable del Estado lo hicieran, si democrático o totalitario, si de derechas o de izquierdas, si nacional o globalista. 

Así vimos acabarse la promesa de un futuro con progreso universal, con desarrollo y crecimiento sin fin, la promesa del final de las clases sociales. Vimos cómo se anunciaba también el fin de la historia y de las ideologías, porque ya solo quedaba una única historia y una única ideología dominante. 

Y ahora lo que estamos viendo es cómo se agotan los bienes naturales que sostienen la diversidad de la Vida, cómo se agota la energía fósil que hizo posible el éxito brutal del capitalismo, cómo se extinguen aceleradamente especies y ecosistemas...incluso vemos cómo el tiempo también se acaba y nos deja solo un mínimo futuro en el que cabe muy poca gente, cuando ha sido declarada y programada la privatización integral y definitiva de lo Común (la Tierra y el Conocimiento) y del Común: esa gente a la que el Estado y el Mercado llaman, respectivamente, indistintamente, "ciudadanos" y "clientes". Los Propietarios de la Tierra y del Conocimiento han pensado que  con la Inteligencia Artificial y con la  renovada economía corporativa de un capitalismo tecnofeudal, la mayoría de nosotros somos sobrantes,  que ya no nos necesitan ni como productores ni como clientes. 

Cierto que hace más de dos décadas que el futuro pasó a ser una idea pasada de moda, propia de nostálgicos revolucionarios, de visionarios y vejestorios ilustrados, cuando en plena globalización  capitalista ésta prometía un presente eterno y accesible, al que todo el mundo podía llegar, incluso la gente más paria y los países más atrasados.  Pero han bastado apenas tres décadas para mostrar con toda su crudeza la realidad al desnudo: una amenaza de extinción para el conjunto de la especie. 

Con el imperio de la Ilustración Oscura (directamente emparentada con ese patológico y patético "sentido común" de Donald Trump), hemos entrado en tiempo de descuento, un tiempo que bien podríamos aprovechar para  rearmar la Ilustración, ahora que ya sabemos cuáles fueron los errores que la llevaron a su propio  Reverso, en el que ahora estamos atrapados, derrota tras derrota. 

Hay mucha gente que está pensando en ello y se cuentan por miles los libros publicados y las conferencias académicas que reflexionan sobre ello con todo el rigor científico, no lo niego; pero estoy muy cansado de tanto leer diagnósticos muy buenos, pero ninguno realmente estratégico, ninguna propuesta de QUÉ HACER Y CÓMO ORGANIZARNOS, ANTE LA BESTIA.

Aún teniendo mi acuerdo, todos esos diagnósticos no han logrado cambiar el mío propio, elaborado a partir de su lectura y, sobre todo, de mi propia reflexión y experiencia. Puedo explicarlo en mil páginas y también puedo resumirlo en poco más de dos renglones: estamos atascados en un estado evolutivo todavía muy primitivo (Neolítico), lo que hace que nuestras sociedades sigan organizadas como desde hace miles de años, en las mismas instituciones  "estatales", fundadas a partir de nuestros más básicos e individuales instintos animales, que son los de propiedad territorial y reproductiva, precisamente los que sirven de fundamento a las arcaicas instituciones  estatales de la Propiedad y el Patriarcado, las que explican nuestro atasco evolutivo. 

Pero eso está cambiando, porque, por primera vez en la historia de la humanidad, al tiempo que al auge de la Bestia, asistimos al inédito despertar de una conciencia comunitaria que es radicalmente nueva, por ser "convivencial-de proximidad" y  "convivencial-de especie" al mismo tiempo. Por eso que,  dada esa urgencia y desesperanza de ahora, he decidido dedicar buena parte de la energía que me queda  a diseñar y explicar una propuesta estratégica, que concretaré en una formulación teórico-práctica: un Pacto Glocal (sobre los básicos principios del Común y lo Común) y una estrategia de confrontación/desconexión, a partir de iniciar un proceso autoconstituyente  -permanentemente abierto- de Asambleas Comunales de Autogobierno, a su vez libremente confederadas en solidarias redes de intercambio, cooperación y ayuda mutua, en todas las escalas territoriales.  Esa es mi creencia política, a modo de reilustración radical,  que necesariamente pasa por la disolución efectiva de las instituciones que sirven a la Bestia: del Mercado y del Estado.