Asisto en Burgos al segundo encuentro de invierno de las Juventudes Castellanas, hasta hace poco autodenominadas "Juventudes Castellanas Revolucionarias". Es un encuentro abierto, lo que es de agradecer, y aún así cuento solo dos o tres personas de cierta edad, yo entre ellas. Presentan el encuentro dos mujeres jóvenes, con un discurso fluido en el que explican el objetivo que justifica estos encuentros: superar la fragmentación que tanto debilita la fuerza social de la izquierda anticapitalista. Escucho algunos enunciados previos que me parecen acertados y que muestran la honradez intelectual de quienes promueven estos encuentros. Dicen que “asumen la derrota de las anteriores propuestas revolucionarias, como del movimiento revolucionario actual, porque se han demostrado inservibles, muchas veces por servir a los objetivos partidistas, por ser dogmáticas y acríticas, por asumir propuestas interclasistas, por afincarse en el corto plazo y en la inmediatez, por ser parciales y utilizadas en aspectos aislados de la realidad renunciando a propuestas que apuestan por el análisis de la totalidad capitalista, etc. Ante esta realidad decadente, hemos decidido que la duda sea nuestra aliada, partir de la incertidumbre para construir algo nuevo, en un proceso donde la crítica y la reformulación de conclusiones sean constantes”.
A este encuentro le han dado el título “Pensando la totalidad capitalista, organizando capacidades revolucionarias”, como proceso de de profundización teórica y reflexión crítica sobre las carencias teóricas y estratégicas de las prácticas militantes, a partir de la cual se pueda elaborar un marco común de análisis de la totalidad capitalista.
Pero la honradez intelectual, que reconozco, resulta que puede ser compatible con un diagnóstico erróneo. Y si ésto fuera así, el intento volvería a ser inservible una vez más. Y ésto es lo que pienso que les puede suceder a estos jóvenes militantes, cuando definen los conceptos de totalidad, subsunción y lógica del valor, “porque son los que articulan la lectura de El Capital". Con tal punto de partida, todo el esfuerzo posterior nace sentenciado de antemano y, a mi entender, volverá a quemar el ánimo revolucionario de muchos de estos jóvenes.
Vengo diciendo desde hace años que la izquierda autodenominada revolucionaria, padece un síndrome de autodestrucción voluntaria, algo así como una fatalidad paradójica, queriendo ser teórica válvula de escape, que en la práxis social y política actúa como tapón que ahoga todo impulso revolucionario, precisamente por partir de una comprensión parcial y sesgada del capitalismo, no como totalidad, no como civilización, sino solo como sistema productivo. Como la mayoría de los marxistas adultos, estos jóvenes corren el riesgo de hacer una lectura superficial de Marx, ese que a sí mismo, en su época madura ya se reconocía como no marxista.
Karlos Marx fue un intelectual propio de su tiempo, que no podía, como nosotros sí podemos, pensar las consecuencias del pasado a futuro. La teoría marxista, como las otras ideologías “modernas”, propias de la revolución burguesa (liberalismos, proletarismos y fascismos), siguen atadas al paradigma burgués de la modernidad centrado en la idea de “progreso”, como anverso y reverso de la misma moneda; no aportan, no pueden aportar, ninguna novedad desde ese punto de partida, ninguna propuesta realmente alternativa a la misma civilización capitalista que estas ideologías “modernas” ayudaron a construir, fundadas sobre una común ilusión de “progreso”, de matriz inequívocamente burguesa, matizada en segmentos ideológicos, facciosos o partidistas.
Los neomarxismos de hoy se muestran incapaces de superar esa concepción burguesa de la historia, como relato lineal que su propio imaginario moderno sigue interpretando como devenir inevitablemente abocado hacia el máximo desarrollo de las capacidades productivas, atribuidas gratuitamente al modelo de producción capitalista, y que en la ortodoxa cosmovisión marxista sería la condición previa y necesaria para la revolución proletaria universal y, por ende, para el advenimiento de una nueva “civilización socialista”.
Están sobrepasados estos neomarxistas, jóvenes y mayores, por el exitoso marketing de las nuevas políticas identitarias, por los neoliberalismos y neofascismos populistas. Le han comprado sus genuinas técnicas y estrategias, las que apelan a la emoción identitaria, ecologista, feminista y nacionalista, saliendo trasquilados de tal empeño cuando una y otra vez queda en evidencia que la masa electoral prefiere el modelo economicista, el genuinamente totalitario, el estatal-capitalista.
La actual pandemia pasará a la historia como muestra evidente de la trágica desorientación de estas militancias de izquierdas, que una vez más han favorecido el triunfo estratégico de la globalización capitalista, del control social propiamente demofascista, en la que los teóricos “anticapitalistas” han callado como Judas, confundiendo el orden sanitario con la razón de Estado, dejando el campo libre al auge del totalitarismo, que ha sabido autojustificarse con una ridícula oposición “antivacunas y conspiranoica”, perfectamente funcional y prefabricada desde el aparato mediático estatal.
Siguen pensando parcialmente el capitalismo, como “novedad” histórica surgida hace poco más de dos siglos, ignorando todos sus antecedentes, todos los sucesos y procesos históricos que lo condicionaron y conformaron hasta llegar a ser el orden totalitario que nos ha conducido a la encerrona en la que hoy estamos atrapados. Y mientras, malgastan su energía en nostalgias revolucionarias, con ilusas pretensiones de comprender la “totalidad capitalista” mediante relecturas de “El Capital”, ignoran la revolución capitalista que ya está en marcha, la tercera revolución industrial, que mejor comprenderían si leyeran a Jeremy Rifkin, sin abominar por ello de la magnífica obra de Karlos Marx, tan útil para explicar el capitalismo industrial, como inservible para comprender el neocapitalismo de nuestro tiempo.
Tengamos presente que las revoluciones no tienen a la izquierda como sentido único y que la única revolución hoy en proceso es netamente capitalista. ¿Cómo afrontar la resistencia y el ataque al capitalismo en su totalidad, cómo, armados de materialismo histórico, cuando este neocapitalismo se dispone a prescindir de la materialidad, como ya lo está haciendo? Es como querer clavar puntas con un palo.
Efectivamente, la propiedad no le interesa a este capitalismo revolucionario, ya se está deshaciendo de ella como de la mayor parte de los medios de producción. Ya no quiere producir, ya no le interesa, porque la propiedad y la producción por sí ya no es suficientemente rentable en la época de la robotización. Mejor que la propiedad esté subordinada, pero en manos de otros, que produzcan ellos. Por ejemplo, ¿no veis que Amazon no ,fabrica nada de lo que vende, que Uber no tiene ni un solo coche y ni un solo conductor en nómina, como Airbnb no tiene ni un apartamento turístico, ni un solo hotel?
La materia prima del nuevo capitalismo son los datos y el control del Acceso a los bienes y servicios empieza a ser ya el nuevo Capital, que ni Marx ni nadie pudo imaginar, no ya en el siglo XIX, ni siquiera hace unos años. ¿Es que no veis en qué consiste el negocio de Facebook y cómo está mudando al “metaverso” porque ya se siente obsoleto ante el Wechat chino, que le supera en mucho, porque acumula más datos, el neocapital que acrecienta su poder de control social, de control de la propiedad de los medios de producción y los mercados, no veis que en el control del Acceso está el magro de la ganancia y del poder neocapitalista?, ¿es que no veis cómo los de Silicon Valley están espabilando, copiando la ingeniería de datos, el algoritmo neocapitalista, clave del éxito tecnológico y geopolítico de la China “comunista”?
El nuevo capitalismo no esconde su programa, que es el del Foro Económico Mundial o Foro de Davos, que está escrito y es público: es el New Green Deal y la Agenda 2030, es el de la Transición Energética y el Pacto Verde "que nos salvará del Cambio Climático”, es el programa de la Unión Europea, de la Federación Rusa, India, Brasil, USA, Japón, todo el Sureste Asiático, del Islam petrolero, del Reino Unido de la Gran Bretaña o Canadá, entre otras muchas corporaciones estatal-capitalistas, más o menos subsidiarias o competidoras en bloques, al igual que compiten en los mercados comerciales o electorales, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda incluyendo a sus respectivos centros; es el programa compartido por empresas, bancos, industrias, partidos, sindicatos y Estados de toda calaña ideológica, un programa global y público que no necesita ocultarse porque tiene sumisos y adictos de sobra, porque cuenta con la acostumbrada ignorancia del resto: los que habitan en la Inopia o están a por uvas. Es el programa inspirado en el pensamiento estratégico de Jeremy Rifkin, asesor de todos ellos.
La denominación de “tercera revolución industrial” está bien traída, aunque es del todo errónea cuando define como “primera” a la del siglo XVIII. Veamos: ¿acaso no es la institución de la apropiación de la Tierra como “propiedad” y “medio de producción” (a poco de empezar el Neolítico), el germen de un nuevo mundo, no significó la verdadera primera revolución industrial a poco de producir excedentes, que propiciaran la praxis del Comercio y el Mercado?, ¿ignoramos que la sociedad se convirtió entonces en Patriarcado por razón de aquel nuevo derecho de propiedad sobre la tierra y del consecuente derecho de "herencia legítima”, que precisaba incluir en la propiedad a las mujeres-madre junto a los esclavos, aquellos que por no ser propietarios estaban obligados a trabajar para la Propiedad?, ¿es que nadie se acuerda de que el primer Estado nació en Sumeria hace unos seis mil años y no en el siglo XVIII, no por gracia de la burguesía moderna, y que nació como alianza de propietarios de la tierra con sacerdotes, propietarios del conocimiento, y con guerreros mercenarios, a su vez propietarios de las armas y del arte de la guerra?...pues bien, esos son los exactos ingredientes básicos del capitalismo de siempre, desde el más primitivo propietarismo neolítico al más sofisticado capitalismo postmoderno: apropiación o robo de la Tierra Común, institución del Patriarcado, del Estado, del monopolio del Conocimiento y del uso de la Violencia, ¿o no?
Cada “derecho” es una concesión del Estado, exactamente eso, no es sino “gracia” estatal, digan lo que digan las pancartas en las manifestaciones o la carta a los reyes magos que son los Derechos Humanos, que realmente solo garantizan el derecho de propiedad. “No existirían los derechos sin el Estado”, dicen los adoradores del mismo. Claro que no, sin Estado no podrían existir el derecho a la apropiación de la Tierra y del Conocimiento humano (los Comunales Universales), o el derecho a la propiedad de las vidas, de las mujeres-madre o las de la gente asalariada. No, sin Estado no existiría el “contrato social” que nos ata a un orden global que, en lo sustancial, sigue siendo esclavista, patriarcal, estatal y neolítico. No, sin Estado el capitalismo no duraría un par de días.
¿Y cómo podrían comprender todo ésto quienes gastan su energía social en insultos mutuos, los falsos “comunistas” y los verdaderos “fascistas”, los que compiten en su fascinación por un orden capitalista global, administrado y custodiado por los estados nacionales?...no, no pueden comprenderlo, ni pueden leer la Historia si no es acríticamente, al modo inculcado en la Escuela, por cierto, una invención estatal de los modernos liberales “antiestalistas”, escuela estatal en todas sus variantes públicas y privadas.
A punto de ser, como dice Jeremy Rifkin, “una sociedad sin trabajo”, suena ilusa esa esperanza eterna de las izquierdas, depositada en el despertar revolucionario de una conciencia de clase desaparecida, hace tiempo, por los pasillos de sindicatos e hipermercados; una clase sin conciencia y la conciencia de una clase declarada “sobrante” en la nueva sociedad tecnológica “sin trabajo”. Resulta patética la demanda izquierdista de un “renta básica universal” (invento neoliberal), destinada a contener la rebelión de los masas sin trabajo, sin Acceso a la propiedad y al consumo. Otra vez desnortadas, estas izquierdas se disponen a representar su ya histórico rol, el de Tapón.
Con
todo, les deseo suerte a estas juventudes castellanas y, contra todo
pronóstico, deseo que esta vez acierten y
que,
como dijeron
en Burgos, al menos teóricamente sean
capaces de apostar por un “análisis real de la totalidad
capitalista”. Salud y suerte, que
por
algo se empieza. Mientras, el tozudo e irredento optimista que soy, tengo por seguro que, aunque ni ellos ni yo lo veamos, la Emancipación sucederá. Será la cuarta revolución universal y será Comunal, tan global como local, sucederá no porque esté predeterminada, sucederá porque convertirnos en robots no es una opción.
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