martes, 2 de junio de 2015

LA BATALLA DE LAS IDEAS: CONTRA LA FUERZA QUE PRETENDE PERFECCIONAR EL SISTEMA DE DOMINACIÓN

El centro político


Las recientes elecciones nos colocan en una situación nueva, tan interesante como preocupante. Por una parte, vemos apuntada una tendencia hacia el crecimiento de la base electoral de los nuevos partidos emergentes que satisfacen la necesidad de regeneración del sistema dentro del espectro político permitido, tras una fase de agudas contradicciones y agotamiento de éste. Son Podemos y Ciudadanos, son la izquierda y derecha del sistema que prepara así su renovación generacional e ideológica, estamos ante una operación de recambio y perfeccionamiento del bipartidismo. Pero, por otro lado, hemos visto que las llamadas “candidaturas de unidad popular” han obtenido notables resultados electorales en algunos municipios principales, a pesar de las grandes dificultades que han tenido que superar en el laborioso proceso de su constitución, siguiendo una estrategia de “frente popular”.

Una primera observación es que todas estas opciones emergentes son estatalistas, que no cuestionan la institución del Estado sino que se aprestan a asaltar sus instituciones y a fortalecerlas corrigiendo los recortes del estado de bienestar, el presunto abandono de las políticas estatales por parte del bipartito PP-PSOE, unas políticas  que de forma igualmente errónea son llamadas  “públicas”.

El “descuido” del Estado y las generalizadas prácticas corruptas son interpretadas como  exclusivas de los grandes partidos que se han alternado en el gobierno, nunca se han planteado que fueran inherentes a la propia naturaleza del Estado y de su par, la economía de mercado y que, por eso, quienes se dedican profesionalmente a la política esperan obtener en ella su botín personal, aunque nunca lo reconocerán. 

En la izquierda estatista la degeneración y corrupción son analizados como naturales en el caso del PP, mientras que en el caso del PSOE ese mismo comportamiento es considerado como "una traición a la izquierda". En el campo de juego electoral, el PSOE es el aliado natural de Podemos como de las candidaturas de unidad popular; sin ese partido no tendrían posibilidad alguna de acceder a  gobiernos autonómicos ni municipales, como tampoco al gobierno del Estado, dada la consistencia  de la base electoral del PSOE a pesar de haber encontrado fondo en estas elecciones. Se abre así una temporada para el politiqueo, a la busca de pactos por activa o por pasiva, en la que. el máximo objetivo posible es recuperar la socialdemocracia “traicionada” por el PSOE, su Estado de Bienestar. En definitiva, tras los dichos están los hechos, y la realidad marca el único objetivo posible, consistente en volver a la situación previa a la crisis económica, en volver a 2008, ese es el deseo mayoritario de la masa social que ha votado. De no alcanzarse tal objetivo, la decepción está servida y cualquier opción no economicista está abortada previamente, ninguna otra cosa interesa al censo electoral, a esa masa social convenientemente  adoctrinada durante décadas para esa única finalidad existencial.

El proyecto de  regenerar el sistema de dominación necesitaba aligerar el lastre que arrastraban los partidos que se han repartido la hegemonía en el control del aparato estatal, sin renunciar a su estrategia de antagonismo complementario. Así, Podemos y Ciudadanos se hallan liberados tanto de la necesidad de disimulo ideológico que era propia del PSOE (y no lo es de Podemos), como de la pesada herencia ideológica del franquismo, que era  propia del PP (y no lo es de Ciudadanos).

Coincido con el diagnóstico de la situación que hace Jose Luis Carretero en su artículo “Un ciclo volátil y en cambio constante, publicado en Diagonal el pasado 30 de mayo:

“ El riesgo es evidente: el desánimo y desencanto de las clases populares ante una realidad que no cambie en lo esencial, ante una transformación que no se afinque en lo cotidiano, y su súbito salto hacia otras opciones que no podemos predeterminar. La única manera de conjurar el escenario que hemos dibujado pasa por tener bien presente que el cambio real, el que determinará la profundidad de la experiencia de construcción democrática, no está en las instituciones, sino en otra parte”.

Lo que dice JLC es tanto como afirmar que el cambio real no es esperable en el marco estatal-electoral, si bien, quien eso afirma no se arriesga a aventurar dónde se encuentra ese “cambio real”. Yo sí me atrevo a afirmar que, ante la segura decepción que experimentarán las masas de votantes que optaron por un  “regenerado” bipartidismo  (con escasa consciencia de ello y  haciéndolo  desde posiciones políticas sólo formalmente antagonistas), podemos esperar un imprevisible cambio de tendencia en el futuro comportamiento electoral  de esas mismas masas, sin descartar el resurgimiento de una opción mayoritaria, ciudadanista-estatalista, de signo inequívocamente neofascista. Esa vía totalitaria será posible con la “legitimidad” otorgada por un potente respaldo popular en las urnas, como gesto desesperado tras la profunda decepción de la mayoría social,  a la que no le bastará el recambio de la clase política, que exigirá más trabajo y más consumo, lo que se le había prometido.

Esta previsión no expresa mi deseo, sino que es consecuencia de un libre análisis histórico y experiencal de los hechos, que me lleva a un diagnóstico altamente probable. El sistema de dominación ha demostrado ser siempre perfectamente amoldable sin prescindir de su esencia totalitaria, tanto en modo de partido único como en modo parlamentarista. Es liberal  cuando toca recuperar la tasa de ganancia que le es vital al proceso de acumulación capitalista  y es socialdemócrata mientras la tasa de ganancia no  peligre. Y dado que hasta los propios diagnósticos del sistema acerca de la crisis económica confirman una muy lenta recuperación o nula -cuando no un claro retroceso y nuevas crisis económicas inminentes-, el Estado no podrá soportar el modo socialdemócrata, los costes del estado de bienestar, por lo que toda lógica hace pensar en una “solución” autoritaria,  para no desequilibrar el balance capitalista o, lo que es lo mismo, para no alterar negativamente la acumulación de capital, que en esas circunstancias de máxima agitación social sólo podrá ser garantizada mediante un control férreo y absoluto del aparato institucional del Estado. Eso es lo esperable: el neofascismo que se está precocinando ahora.

Hay, pues, que estar preparados para ese futuro más que probable y que es previsible en el plazo de una o dos legislaturas, lo que tarde en producirse la decepción y consiguiente deserción masiva del electorado estatista, desde la izquierda (Podemos) como desde la derecha (Ciudadanos) del sistema. Frente a esta desoladora perspectiva, sólo cabría una remota oportunidad de frenar o, al menos, de preparar la máxima resistencia social ante lo que viene, si las bases  de las candidaturas de unidad popular no caen en la trampa de liderazgos mediáticos y efectistas, si mantienen su desconfianza inicial hacia el aparato estatal y la partitocracia y, sobre todo, si son capaces de construir espacios autogestionarios y de ayuda mutua, junto a iniciativas de economía comunal que signifiquen un verdadero contrapoder popular resueltamente enfrentado a las instituciones políticas y económicas del Estado y el Mercado. Todo es posible, una vez superadas  las ilusorias esperanzas electorales, si a los primeros embates se empieza a ver la cruda realidad de la lucha política en su contexto real, legal/constitucional, cuando se haga palpable que esta lucha tiene lugar obligado en un campo de juego del que es propietario el equipo que juega en casa, el que impone  sus propias leyes y normas de arbitraje, por lo que cualquier pretensión de victoria del equipo visitante se traduce en una quimérica utopía.


No hay solución a corto plazo y tampoco la habrá, en al menos un siglo, si no es ganada la batalla de las ideas en la que ahora estamos, si no recuperamos de modo individual y colectivo  la sensatez revolucionaria consistente en acabar con la raíz del mal, con el siempre totalitario sistema de dominación que se ha hecho fuerte controlando la mente y conducta de cada individuo.

El  voto perfectamente neofascista es el de centro, superador de izquierda y derecha; al centro conducen todos los programas electorales, neoliberales o socialdemócratas, según sea el momento del ciclo en la crisis sistémica de la economía capitalista.  El totalitarismo se ha actualizado, su ideal contemporáneo es el centro, en el fiel del sistema y lo más cerca de su corazón estatal y mercantil, esa es su más razonable y efectiva propaganda, la que ahora convence a las masas. 

En las antípodas del centro estamos quienes proponemos la necesidad de la revolución. Como ellos, tampoco pensamos al modo antíguo y ya superado de  izquierdas y derechas (se dirá que los extremos se tocan), pero eso es lo único en que coincidimos, en que la verdadera batalla no es esa, sino que se dirime ahora de otro modo, entre totalitarismo   o democracia integral. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un burro no tropieza dos veces con la misma piedra, pero un adoctrinado puede tropezar mil veces. Así que para caer del burro es oportuno que un adoctrinado deje de ver la tv y se vaya a observar el comportamiento de un burro en el campo, el aunto es que en las urbes no hay burros solo televisores.............