El centro político |
Las recientes elecciones nos
colocan en una situación nueva, tan interesante como preocupante. Por una
parte, vemos apuntada una tendencia hacia el crecimiento de la base electoral
de los nuevos partidos emergentes que satisfacen la necesidad de regeneración del
sistema dentro del espectro político permitido, tras una fase de agudas
contradicciones y agotamiento de éste. Son Podemos y Ciudadanos, son la
izquierda y derecha del sistema que prepara así su renovación generacional e
ideológica, estamos ante una operación de recambio y perfeccionamiento del
bipartidismo. Pero, por otro lado, hemos visto que las llamadas “candidaturas
de unidad popular” han obtenido notables resultados electorales en algunos
municipios principales, a pesar de las grandes dificultades que han tenido que
superar en el laborioso proceso de su constitución, siguiendo una estrategia de
“frente popular”.
Una primera observación es que
todas estas opciones emergentes son estatalistas, que no cuestionan la
institución del Estado sino que se aprestan a asaltar sus instituciones y a
fortalecerlas corrigiendo los recortes del estado de bienestar, el presunto
abandono de las políticas estatales por parte del bipartito PP-PSOE, unas políticas que de forma igualmente
errónea son llamadas “públicas”.
El “descuido” del Estado y las generalizadas
prácticas corruptas son interpretadas como
exclusivas de los grandes partidos que se han alternado en el gobierno,
nunca se han planteado que fueran inherentes a la propia naturaleza del Estado
y de su par, la economía de mercado y que, por eso, quienes se dedican
profesionalmente a la política esperan obtener en ella su botín personal,
aunque nunca lo reconocerán.
En la izquierda estatista la degeneración y
corrupción son analizados como naturales en el caso del PP, mientras que en el
caso del PSOE ese mismo comportamiento es considerado como "una traición a la
izquierda". En el campo de juego electoral, el PSOE es el aliado natural de
Podemos como de las candidaturas de unidad popular; sin ese partido no tendrían
posibilidad alguna de acceder a
gobiernos autonómicos ni municipales, como tampoco al gobierno del
Estado, dada la consistencia de la base electoral del PSOE a pesar de haber
encontrado fondo en estas elecciones. Se abre así una temporada para el
politiqueo, a la busca de pactos por activa o por pasiva, en la que. el máximo
objetivo posible es recuperar la socialdemocracia “traicionada” por el PSOE, su
Estado de Bienestar. En definitiva, tras los dichos están los hechos, y la
realidad marca el único objetivo posible, consistente en volver a la situación
previa a la crisis económica, en volver a 2008, ese es el deseo mayoritario de
la masa social que ha votado. De no alcanzarse tal objetivo, la decepción está servida y
cualquier opción no economicista está abortada previamente, ninguna otra cosa
interesa al censo electoral, a esa masa social convenientemente adoctrinada durante décadas para esa única
finalidad existencial.
El proyecto de regenerar el sistema de dominación necesitaba
aligerar el lastre que arrastraban los partidos que se han repartido la
hegemonía en el control del aparato estatal, sin renunciar a su estrategia de
antagonismo complementario. Así, Podemos y Ciudadanos se hallan liberados tanto
de la necesidad de disimulo ideológico que era propia del PSOE (y no lo es de Podemos), como de la
pesada herencia ideológica del franquismo, que era propia del PP (y no lo es de Ciudadanos).
Coincido con el diagnóstico de la
situación que hace Jose Luis Carretero en su artículo “Un ciclo volátil y en
cambio constante, publicado en Diagonal el pasado 30 de mayo:
“ El riesgo es evidente: el
desánimo y desencanto de las clases populares ante una realidad que no cambie
en lo esencial, ante una transformación que no se afinque en lo cotidiano, y su
súbito salto hacia otras opciones que no podemos predeterminar. La única manera
de conjurar el escenario que hemos dibujado pasa por tener bien presente que el
cambio real, el que determinará la profundidad de la experiencia de construcción
democrática, no está en las instituciones, sino en otra parte”.
Lo que dice JLC es tanto como
afirmar que el cambio real no es esperable en el marco estatal-electoral, si
bien, quien eso afirma no se arriesga a aventurar dónde se encuentra ese “cambio
real”. Yo sí me atrevo a afirmar que, ante la segura decepción que
experimentarán las masas de votantes que optaron por un “regenerado” bipartidismo (con escasa consciencia de ello y haciéndolo
desde posiciones políticas sólo formalmente antagonistas), podemos
esperar un imprevisible cambio de tendencia en el futuro comportamiento
electoral de esas mismas masas, sin
descartar el resurgimiento de una opción mayoritaria, ciudadanista-estatalista,
de signo inequívocamente neofascista. Esa vía totalitaria será posible con la
“legitimidad” otorgada por un potente respaldo popular en las urnas, como gesto
desesperado tras la profunda decepción de la mayoría social, a la que no le bastará el recambio de la
clase política, que exigirá más trabajo y más consumo, lo que se le había
prometido.
Esta previsión no expresa mi
deseo, sino que es consecuencia de un libre análisis histórico y experiencal de los hechos,
que me lleva a un diagnóstico altamente probable. El sistema de dominación ha
demostrado ser siempre perfectamente amoldable sin prescindir de su esencia
totalitaria, tanto en modo de partido único como en modo parlamentarista. Es liberal cuando toca recuperar la tasa de ganancia que
le es vital al proceso de acumulación capitalista y es socialdemócrata mientras la tasa de
ganancia no peligre. Y dado que hasta
los propios diagnósticos del sistema acerca de la crisis económica confirman
una muy lenta recuperación o nula -cuando no un claro retroceso y nuevas crisis
económicas inminentes-, el Estado no podrá soportar el modo socialdemócrata, los
costes del estado de bienestar, por lo que toda lógica hace pensar en una
“solución” autoritaria, para no
desequilibrar el balance capitalista o, lo que es lo mismo, para no alterar
negativamente la acumulación de capital, que en esas circunstancias de máxima
agitación social sólo podrá ser garantizada mediante un control férreo y
absoluto del aparato institucional del Estado. Eso es lo esperable: el
neofascismo que se está precocinando ahora.
Hay, pues, que estar preparados
para ese futuro más que probable y que es previsible en el plazo de una o dos
legislaturas, lo que tarde en producirse la decepción y consiguiente deserción
masiva del electorado estatista, desde la izquierda (Podemos) como desde la
derecha (Ciudadanos) del sistema. Frente a esta desoladora perspectiva, sólo
cabría una remota oportunidad de frenar o, al menos, de preparar la máxima
resistencia social ante lo que viene, si las bases de las candidaturas de unidad popular no caen
en la trampa de liderazgos mediáticos y efectistas, si mantienen su
desconfianza inicial hacia el aparato estatal y la partitocracia y, sobre todo,
si son capaces de construir espacios autogestionarios y de ayuda mutua, junto a
iniciativas de economía comunal que signifiquen un verdadero contrapoder
popular resueltamente enfrentado a las instituciones políticas y económicas del
Estado y el Mercado. Todo es posible, una vez superadas las ilusorias esperanzas electorales, si a
los primeros embates se empieza a ver la cruda realidad de la lucha política en
su contexto real, legal/constitucional, cuando se haga palpable que esta lucha
tiene lugar obligado en un campo de juego del que es propietario el equipo que
juega en casa, el que impone sus propias
leyes y normas de arbitraje, por lo que cualquier pretensión de victoria del
equipo visitante se traduce en una quimérica utopía.
No hay solución a corto plazo y
tampoco la habrá, en al menos un siglo, si no es ganada la batalla de las ideas
en la que ahora estamos, si no recuperamos de modo individual y colectivo la sensatez revolucionaria consistente en
acabar con la raíz del mal, con el siempre totalitario sistema de dominación
que se ha hecho fuerte controlando la mente y conducta de cada individuo.
El voto perfectamente neofascista es el de centro, superador de izquierda y derecha; al centro conducen todos los programas electorales, neoliberales o socialdemócratas, según sea el momento del ciclo en la crisis sistémica de la economía capitalista. El totalitarismo se ha actualizado, su ideal contemporáneo es el centro, en el fiel del sistema y lo más cerca de su corazón estatal y mercantil, esa es su más razonable y efectiva propaganda, la que ahora convence a las masas.
En las antípodas del centro estamos quienes proponemos la necesidad de la revolución. Como ellos, tampoco pensamos al modo antíguo y ya superado de izquierdas y derechas (se dirá que los extremos se tocan), pero eso es lo único en que coincidimos, en que la verdadera batalla no es esa, sino que se dirime ahora de otro modo, entre totalitarismo o democracia integral.
1 comentario:
Un burro no tropieza dos veces con la misma piedra, pero un adoctrinado puede tropezar mil veces. Así que para caer del burro es oportuno que un adoctrinado deje de ver la tv y se vaya a observar el comportamiento de un burro en el campo, el aunto es que en las urbes no hay burros solo televisores.............
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