miércoles, 26 de noviembre de 2025

LA NACIONALIDAD DE LOS ANIMALES QUE HABLAN

 

 

Composición propia, con un fragmento de la portada del libro "La España que tanto quisimos. Cuándo y por qué se quebró el sentimiento de arraigo de los españoles", de Victor Gómez Pin.

 

Nuestra singularidad como especie humana consiste en que somos “el animal que habla”. Y la lengua que aprendemos desde el nacimiento es la transmitida por nuestros padres, sobre todo por nuestras madres, porque son ellas las que llevan el peso mayor de la crianza en los años en que el habla se aprende y se convierte en nuestro principal vínculo social. 

Pensemos lo mal que soportan los Estados modernos la existencia de lenguas  diferentes a la "oficial” o nacional del Estado -caso del catalán, del euskera y del gallego- que son vistos como potencial amenaza nacionalista, generadora de otros "estados".

Por tanto, a la altura del conocimiento y experiencia histórica que acumulan nuestras sociedades, entiendo que la nacionalidad es en esencia una relación pre-política y cultural, que depende de la lengua materna y no del "territorio estatal” de nacimiento. Al interior de cualquier Estado, la comunidad real, convivencial, es la de los hablantes de la misma lengua materna, siendo artificial e impuesta la "comunidad" política que los Estados denominan “nacional”. La primera es fija y para toda la vida, además de ampliable y compartida con quienes hablen la misma lengua materna en cualquier parte del mundo donde hayan nacido o residan. La otra, la estatal, es una comunidad artificial y coyuntural, variable, que puede perderse o ganarse en cualquiera de los avatares históricos en los que se meten los Estados: por las guerras en las que se pierden o conquistan territorios, como también por pactos de conveniencia o por matrimonios entre familias reales.

Por ejemplo, pensemos en la confusión a tal respecto, que tendrá la gente nacida en las regiones de habla rusa (Dombáss y Crimea) al interior del Estado de Ucrania, que son el  30% de la población total del estado, pero que muy probablemente en los próximos meses pasarán a ser ciudadanos de nacionalidad rusa, en virtud de los "acuerdos de paz" negociados por los presidentes Trump de EEUU y Putin de la Federación Rusa.

En todo caso, tengo muy claro que el uso predominante del concepto “nación”, como de sus derivados “nacionalismo” y “patriotismo”, es un uso forzado que hace el Estado Moderno, por su necesidad de legitimación, que para eso recurre a la idea abstracta de una “comunidad nacional”, a partir de un supuesto “pacto social” entre el individuo y el Estado, por el que queda establecida una relación de comunidad y pertenencia al Estado, que es denominada indistintamente como “nacionalidad” o “ciudadanía”. Este “pacto” es en esencia la teoría política que justifica el origen y finalidad de todo Estado, dirigida a explicar la supuesta legitimidad del poder político propiamente estatal, que necesariamente es vertical o de clase y que explica, por tanto, la formación de las sociedades estatales.

Como dijera Thomas Hobbes, en la versión más difundida del “pacto social”, éste es un acuerdo (?) o contrato (?) imaginario, para permitir la existencia de una autoridad política (del Aparato estatal) encargada de regular la convivencia y así sortear el “estado de naturaleza” que, según Hobbes, "es una guerra de todos contra todos, donde la inseguridad y el miedo a la muerte es el motor que impulsa a las personas a ceder su poder para evitar la caída en el reino de la violencia y el caos". El primer propósito de este pacto o contrato es el de crear un poder artificial  que imponga normas y garantice la paz y protección de la “nación” o “ciudadanía" perteneciente al Estado.

Téngase en cuenta que en los siglos anteriores al XVIII y remontándonos hasta el orígen milenario de los primeros Estados -hace unos 10.000 años- el concepto político de “nación” fue inexistente, porque hasta llegar a esa revolución burguesa del XVIII, el Estado no buscaba legitimidad, ni la necesitaba, porque le bastaba su Fuerza Bruta como básica "razón" de ser, integrada por los cuerpos mercenarios de policía y ejército. En esencia sigue siendo así, solo que ahora lo es disimuladamente (más o menos "democráticamente"): las denominadas “Fuerzas de Orden Público” y los Ejércitos en última instancia, como siempre, son la columna vertebral que sostiene el Aparato estatal de dominio (propiedad) sobre la población y el territorio "nacional" de cada Estado.

La idea política de “nación” y “nacionalidad” es, pues, una creación de los estados modernos que dieron en nombrar como “ciudadanía” a la categoría política de esa relación de pertenencia y sumisión de los individuos nacidos y en todo caso "contenidos" en un “territorio nacional” que, NO SE OLVIDE, es una porción de la Tierra que pertenece en calidad de "propiedad absoluta" al Estado, por encima de todas las posibles propiedades, porque todos los Estados reservan para sí el poder de expropiar cualquier propiedad, sea individual o colectiva. 

 ***

Por otra parte, asistimos a una novedad histórica trascendental, que ya está cambiando nuestra percepción del mundo, a escala individual como de especie. Consiste en el avance acelerado y arrollador de la denominada "inteligencia artificial", con las siglas IA, que cuestiona esta singularidad del ser humano como "el animal que habla". Hay teóricos que auguran un pronto reemplazo de esta singularidad a cargo de máquinas hablantes. Yo me niego a aceptar este reemplazo como inevitable y coincido en ello con el filósofo Víctor Gómez Pin cuando refuta esa tesis en su ensayo “El ser que cuenta”, en el que reivindica la singularidad humana “basada en un atributo excepcional en la escala evolutiva: el lenguaje, que le permite descifrar símbolos y hacer razonamientos abstractos”. Como explica el filósofo en ese libro, gracias a la palabra, la humana es "la especie que cuenta", que da cuenta de las cosas y, además, es consciente, se da cuenta de ello.

 

 Composición propia a partir de la ilustración que figura en la portada del libro de Víctor Gómez Pin titulado "Reducción y combate del animal que habla".

 

A pesar de que algunas entidades artificiales hayan alcanzado un sorprendente nivel de sofisticación, caso de ejemplos como AlphaFold2, un sistema que predice la estructura de las proteínas con una precisión que supera en mucho a la humana; o del artefacto denominado “Lamda” que “posee sentimientos y conciencia” según dicen algunos ingenieros, por lo que según éstos cabe plantearse si podemos considerarlo como una “persona”. Víctor Gómez Pin relativiza este fenómeno y considera que lo que hace el artefacto Lamda es en realidad “una simulación lingüística y no  una verdadera conversación racional”.

En la parte del libro que titula “La vida se hizo verbo”, el filósofo argumenta que ninguna otra criatura, animal o maquina, posee un lenguaje como el humano, capaz de articular una visión simbólica o representativa del mundo. Así dice, poéticamente a mi entender, que “cada niño que aprende a hablar repite el proceso que dio lugar a la humanidad misma”. Y que en ese trámite, “se despierta no solo la facultad de nombrar, sino también el asombro, la estética, la matemática y la conciencia de uno mismo y del universo”. Y en el capítulo “Verbo sin vida”, se pregunta si una máquina que tuviera el equivalente digital a nuestros sentidos de la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto, pudiera llegar a tener también un equivalente digital del “sentido común”, que es rasgo específico del corpóreo y orgánico individuo humano. 

Según este filósofo podría considerarse como “verdadera inteligencia” la de una máquina que llegara a superar el test de Kant: siendo capaz de explicar los fenómenos que ha previsto, demostrando sensibilidad estética y distinguiendo lo digno de lo indigno. Termina el libro dedicado a las capacidades cognitivas de las especies animales no-humanas, atendiendo a que también por ahí es cuestionada la singularidad humana, dada la cercanía evolutiva que tenemos los humanos respecto de otros animales y  reconociendo la existencia de animales y plantas que sienten y hasta piensen y se comunican, pero negando que piensen en términos abstractos. Porque, una cosa es la conciencia primaria que compartimos con los mamíferos y otra es la secundaria y exclusivamente humana, que implica capacidad reflexiva y simbólica, que no posee ningún otro mamífero, ningún  animal, ni máquina alguna.

Una idea que  también comparto, es que la ética marca otro límite que nos separa de animales y máquinas. Frente al utilitarismo y nihilismo que defiende los derechos animales a un nivel semejante al de la especie humana, Gómez Pin reivindica el imperativo kantiano que nos diferencia de los entes irracionales: “tratar a todo ser dotado de razón como un fin en sí mismo y no un medio para conseguir algo”. Esto significa que el ser humano es el único animal que puede actuar éticamente y por convicción racional. Y por si todo ésto fuera poco, nos parece imposible que la creatividad humana pueda ser replicada por otros animales o por máquinas (que, NO SE OLVIDE: no son sino obra y producto de la creatividad humana).

Llama poderosamente mi atención que el autor, aún reconociendo la capacidad de narración que pueda desarrollar la tecnología de la IA, se pregunte si ésta será capaz de narrar “una historia realmente nueva, una jamás contada”. 

En la segunda parte del libro, titulada significativamente "La vida se hizo verbo", Gómez Pin subraya la singularidad que sobre el resto de los seres vivientes otorga al hombre el lenguaje y la capacidad de descifrar símbolos. Parte de Descartes para sostener que ninguna otra entidad animal o maquinal posee algo análogo a nuestro lenguaje y no es susceptible de mediar a través de palabras su relación con el mundo como nosotros. Todo niño que comienza a hablar, indica el autor, "rehace en sí mismo el proceso que condujo a la aparición y el devenir de la humanidad y está demandando todo aquello que las palabras han posibilitado: el mundo de los símbolos; el asombro por las cosas narradas; la música, que es inherente al lenguaje, parece separarse de él y adquirir entidad propia; la fascinación por los entes matemáticos y, por supuesto, las preguntas sobre el origen, tanto del universo como de sí mismo. En este sentido, la aparición del hombre en un momento determinado de la historia evolutiva no fue un momento más, un momento entre otros momentos. Siendo un ser natural, el hombre es, sin embargo, radicalmente singular respecto de su entorno, lo cual plantea la hipótesis de que el hombre sea la unidad focal de significación del propio orden natural".

En la tercera parte del ensayo, titulada "Verbo sin vida", Gómez Pin se pregunta si nuestra especie dará  lugar a «un ser artificial dotado de la inteligencia, a la vez perceptiva y conceptual, y que además tenga esa trágica certeza de la propia finitud que acompaña a todo individuo humano.   Y es que, además de ser "el animal que habla", también somos el único animal que sabe que va a morir.

Hay teóricos de la IA que respecto del sentido común y  la intuición especulan si estamos ante un atributo exclusivamente humano. Incluso los hay que se preguntan si una máquina que llegue a tener algo equivalente-digital a la vista, al oído, al tacto, al olfato y al gusto, tendría también un equivalente digital de la intuición y del sentido común. Incluso hay quien llega a creer que tanto  la intuición como el sentido común se pueden alcanzar mediante gigantescas redes neuronales artificiales. 

Todo ésto parece demostrar que hay una frontera, de momento inexpugnable, entre el hombre, las máquinas y los animales, que es ese deseo de explicar el sentido de la existencia propia y la del mundo, un "deseo intrínseco de hacer el mundo más inteligible", como sabemos desde Aristóteles hasta el físico Max Born. Si bien, como reconoce Gómez Pin, la frontera de la ética se nos presenta más porosa cuando vemos que expertos en comportamiento animal han estudiado ejemplos de altruismo en otras especies. Sin embargo, en ese mismo libro el filósofo apunta la gran diferencia entre el animal humano y las otras especies de animales, recordando que el comportamiento propiamente humano  consiste en no instrumentalizar la razón, teniendo a ésta como causa final, lo cual se trasluce en el célebre imperativo kantiano: "jamás tratar como un medio a ser alguno en quien la razón se encarne", o sea: lo que calificamos como Ética.

Concluyo pensando que, sin duda, la IA puede imitar la creatividad humana, dada la ingente cantidad de historias, de las que una inteligencia artificial dispone y dada su pericia algorítmica para reconocer patrones y combinarlos, siendo verosímil que pueda contarnos una historia, pero tengo la misma duda que el autor del libro que me sirve de referencia, no solo acerca de la frontera de la ética, de la intuición o del sentido común, también acerca de la posible originalidad y de la "chispa estética" de la IA. Porque, cualquiera que sea la historia que pueda contar una IA, ¿podrá ser una historia jamás contada?, ¿de qué memoria puede echar mano el algoritmo, que no sea  una extraída de la experiencia humana y ya contada por "el único animal que habla"?...porque solo si la respuesta fuera positiva, una IA podría ser homologada a la humana.

 

PD: 

Y además, ¿qué decir  de esa otra singularidad humana, que es la poética o religiosa...porque, díganme, si aparte del  animal humano hay otro animal o máquina que hable  con el vacío o con las esferas celestes, o que mantenga conversaciones con estatuas de dioses, santos y vírgenes?...y también, siendo cierto que  la especie humana todavía sigue el principio animal de organización jerárquica (clasista o estatal en el caso humano), sí que es otra y extraordinaria singularidad humana ese sueño/proyecto, permanente y siempre pendiente, de querer vivir en sociedades no jerárquicas, realmente igualitarias y democráticas...¿se sabe, acaso, de algún animal o máquina que sueñe con vivir en modo de autogobierno, en comunitarias asambleas de iguales?

jueves, 13 de noviembre de 2025

REFORESTAR LA IMAGINACIÓN

 

 

Arriba: graffiti en una calle de Villangómez (Burgos). Abajo: imagen de portada del libro "Criticar el valor. Superar el capitalismo", de Anselm Jappe, Jordi Maiso y Jose Manuel Rojo

 

"Refosterar la imaginación" es el título de uno de los capítulos del libro de referencia ("Criticar el valor, superar el capitalismo", de autoría colectiva y editado en 2015 por la editora Enclave de Libros). De ese concreto capítulo es autor Anselm Jappe, especializado en pensar la categoría abstracta del trabajo asalariado, en desentrañar el misterio de cómo se produce  "valor" (el capital), en qué consiste el fetiche de la mercancía  y cómo el trabajo y la propia vida son convertidos en mercancía capitalista sin enterarnos, delante de nuestras narices.

Fuimos a Villangómez, hace unos días, por Herrera de Pisuerga, Melgar de Fernamental y Padilla de Abajo, sorteando la autovía repleta de camiones que van cargados a Francia y Alemania pasando por Burgos. Fue aparcar y encontrarnos en la pared de la primera casa un cartel con estas palabras de Roberto Bolaño, el surrealista poeta chileno, tomadas de su más celebrado libro, "Los detectives salvajes": "He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia. Mejor así.

"Para la arquitectura y la escultura los infrarrealistas partimos de dos puntos: la barricada y el lecho.  Nos anteceden las mil vanguardias, sin exagerar, descuartizadas en los años sesentas. Un individuo podrá andar mil kilómetros, pero a la larga el camino se lo come".(Extraído, sin orden, del primer manifiesto infrarrealista, de Roberto Bolaño, títulado "Déjenlo todo, nuevamente").

 

Puede que todo se deba a la casualidad, no digo que no, pero fue ayer mismo cuando en casa leí ésto de una poeta francesa, Annie le Brun (1942-2024),   también vinculada al movimiento surrealista: "La deforestación de la imaginación es tan peligrosa como la deforestación de la Amazonía". Enseguida pensé que se quedaba muy corta en esa comparación, porque a mí me parece que la deforestación de  la imaginación lo que pone en peligro es a la especie humana,  en el mismo paquete que la selva amazónica y que otras muchas especies. Completamente de acuerdo en el juicio que a ella le merecían estos acelerados tiempos, en que "la acumulación y precipitación de los acontecimientos vuelve cada vez menos discernibles los efectos de las causas".

A propósito de esta confusión y a mayores de la teoría crítica del "valor", por mi cuenta he llegado a concluir que el Capitalismo, con el Estado como escudero, tienen su principio o causa primera en el instinto bruto de Propiedad territorial y reproductiva que venimos practicando desde hace milenios, al igual que otros primates, solo que nosotros lo hacemos en modo más fino, institucional, como un "derecho". Por eso llevo ya muchos años pensando que mejor que andarnos por las ramas, habría que atacar esa primera causa, tal como sucede con cualquier enfermedad, para no pasarnos la vida tomando pastillas. Y hablando de "valor",  como dice Anselm Jappe en el mencionado libro, "no deberíamos tener más miedo  que el de caer en la esperanza de que ÉSTO se arraglará por sí solo" (las mayúsculas son cosa mía). 

Pero a lo que realmente  íbamos a Villangómez (aparte de para comer), era para ver sus graffitis mientras paseábamos por sus calles, que estaban vacías y que concluían todas en una cuesta plagada de  bodegas abandonadas. Fuimos descubriendo murales pintados sobre tapias y fachadas que ya empiezan a estar algo desconchadas y desvaídos sus colores bajo el peso del tiempo, que no respeta su modernidad (sobrevenida, eso sí).  La infrarrealidad del momento consiste en que a esas horas no nos cruzamos con nadie, niños o ancianos, nadie, ni siquiera un perro. Todos habían desaparecido y solo nos topamos con un silencio otoñal a la vuelta de cada esquina, roto solo por ese aire tan de Burgos, que llega corriendo a su bola por los páramos provinciales y allí se queda, tan fresco.

 

Dos de los mejores graffitis de Villangómez y fotos de los dos poetas surrealistas aquí citados:  Annie le Brun y Roberto Bolaño.

 

A partir de su amistad con André Bretón, Annie Le Brun formó parte del movimiento surrealista de 1963 a 1969, año en que este grupo se autodisolvió. Por entonces comenzó  la época de su crítica al neofeminismo: moralismo y necedad que, lejos de ser inherentes a la palabra femenina, surgen cuando se quiere cargar toda la criminalidad sobre el otro sexo [...] Es lamentable escuchar hoy en todas partes, como si fuese un hecho establecido, que no hay mujeres voyeuristas, que no hay mujeres sádicas, y sobre todo, ya que es el ABC de la ceguera neofeminista, que la mirada es una función fálica".

Sorprende la viveza de colores de un graffiti dedicado a una señora mayor con gafas que pela un pollo; sorprende su exagerado y aumentado realismo, pintado a brocha y spray sobre la fachada de una nave agrícola que guarda un tractor y todo tipo de trastos, sin duda, tal como la vida misma, habas contadas, eso es lo que imagino que habrá ahi adentro de ese graffiti en esa nave.

Mientras hacía las fotos, me vino a la cabeza que nada tienen que ver esos colores vivos  del graffiti con el "vantablack", el color concebido para uso militar  (que fuera patentado por la empresa Surrey NanoSystems), cuya particularidad consiste en que absorbe la luz en más del 99 %.  La luz  que nos encontramos por Villangómez era otoñal como el aire,  y decadente como tirando a sepia, si bien, la mayor parte de los graffitis todavía lucían su color original. El  vantablack es el color negro más negro de todos, y es de propiedad privada. Se obtiene a partir de nanotubos de carbono, que son tres mil quinientas veces más finos que un cabello humano. Todo eso le permite abolir las formas y borrar los contornos hasta hacer invisible cada objeto que recubre. Técnicamente, tiene su explicación en que "el ojo humano no entiende lo que está viendo". Eso sí que es realidad aumentada y no  la escena del pollo muerto que pela la señora mayor con gafas...¡nanotubos, qué exageración, algo tres mil quinientas veces más fino que un cabello...y mira tú para lo que sirve, solo para engañar al ojo humano!

En la realidad-realidad, dicha exageración supera en mucho  a la descrita por Roberto Bolaño en su manifiesto infrarrealista:  

"Las galaxias del amor están apareciendo en la palma de nuestras manos. 

Poetas, suéltense las trenzas (si tienen). 

Quemen sus porquerías y empiecen a amar hasta que lleguen a los poemas incalculables. 

No queremos pinturas cinéticas, sino enormes atardeceres cinéticos. 

Caballos corriendo a 500 kilómetros por hora. 

Ardillas de fuego saltando por árboles (también) de fuego...

Ok, déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos". 

Precisamente "Del exceso de realidad" trataba una de las últimas reflexiones de Annie le Brun. Y lo que allí dijo se está cumpliendo a pies juntillas,  da igual el asunto del que se trate, si de transgénicos o de erotismo, de bioética o literatura, de democracia  o de degeneración del lenguaje, da igual porque todo se enreda promiscuamente, la velocidad con el tocino, en una exitosa estrategia sin precedente histórico, dirigida a lograr una uniforme globalización de lo humano más primario,  ese simpensamiento propio de la vida nuda,   que solo tiene sitio para la sumisión cívica o la oposición subvencionada, ninguno para una mínima disidencia o rebeldía. 

Percibiendo que la realidad está toda ella enfocada hacia el despojo sistémico de la imaginación, Annie le Brun invitaba, antes de morir,   a la resistencia y al retorno de la pasión como único camino para salir del laberinto insulso, homogéneo y   cutre de esta moderna ilustración oscura en que nos ha tocado vivir. Arte y ciencia de la ocultación y el engaño, como el vantablack, sofisticada tecnología de infoxicación narcótica que borra los contornos, que tiende a lo homogéneo y eternamente igual a sí mismo.

La prueba más básica de esa carencia de imaginación está en la arquitectura homogénea que se practica en estos últimos siglos de modernidad capitalista a partir del ideal de vivienda burguesa (casita de campo con jardín) con la que sueñan  los proletarios  unidos del mundo, ese 99%,  todos hartos de vivir  confinados en bloques de modernos pisitos de alquileres imposibles de pagar con solo dos sueldos. Ay, esa proletaria añoranza del Estado  patriarcal, socialdemócrata o fascista, con sus bloques sindicales y sus baratas "casitas del barrio alto", ay, con su economato, su capilla y hasta su cine propio. Y qué decir de esas casonas viejas del pueblo, de anchos muros de piedra con escudo familiar de encargo, con su propio jardín y su conexión wifi, las situadas en primera línea rural, casi enmedio del campo...esas casas con las que sueñan los últimos urbanitas de clase media con estudios, los que todavía sobreviven en los cascos viejos de un mundo metropolitano a extinguir, gentrificado. 

El futuro de Villangómez, como del resto de pueblos de Burgos o de Palencia, ya se sabe: aquí acabarán por vivir solo  gente solitaria y pudiente sin hijos, solo amantes de lo verde, del arte y del campo verde, del dinero virtual y verde, amantes de las mascotas verdes y de la cultura verde,  viajeros de lo verde, desencantados exturistas verdes que se desplazarán solo en bicicletas, patinetes, coches y aviones todos eléctricos y verdes. A ellos pertenece el próximo futuro feudal.

Por eso, durante los fines de semana sus parientes más verdes, juveniles y emprendedores, están graffitando todas las tapias y casas  de muchos pueblos, preparando ese próximo futuro medieval de la especie, no solo en Burgos o Palencia. Y, como muestra, ¡hay que ver qué bonitos  están quedando esos páramos burgaleses y palentinos repletos de magníficos molinillos verdes,  con sus tres aspas  refulgentes, cada una tan grande como un campo de fútbol... o esos campos sembrados antes solo de alfalfas y  trigos, y ahora por fin con todas sus hectáreas rebosantes de plantas industriales productoras de limpias energías verdes y macrogranjas de cerdos por fin rentables, no como aquellas lúgubres alfalfas  y aquellos tristes  trigos  que justo daban solo para comer, apenas para pagar el tractor al Banco y poco más. 


Tres de los mejores graffitis del M.A.R.(museo de arte rural) de Villangómez

 

Desde la infancia hemos sido acostumbradas a creer que trabajar y consumir son los únicos modos de existencia posible, por eso que la crisis que vivimos tenga un nivel muy profundo,  existencial y propiamente antropológico, muy difícil de definir porque básicamente es una crisis de imaginación, una incapacidad absoluta para pensar otras posibles formas de vida. En uno de esos textos surrealistas se dice que vivimos como encerrados en una çárcel incendiada y no tuviéramos la llave de la celda en la que estamos confinados...y que la sociedad capitalista parece hoy un gato que ha trepado muy alto, que se asusta y que por eso  sigue trepando más alto, sin parar. 

No es cierto el dicho de que "nada nuevo hay bajo el sol", baste un ejemplo: la huelga ya no sirve,  cuando cada vez más humanos son declarados sobrantes por el sistema productivo y el mercado, de ésto no hay precedente en la historia. De ahora en adelante, si logras no ser eliminado mediante guerra o pandemia,  solo puedes esperar a sobrevivir precariamente, con toda tu esperanza depositada en la  renta universal básica que promete el Estado en su fase terminal-postcapitalista.

Partiendo de una cantidad inicial de "valor"o capital, todo consiste en transformarla en una suma mayor, en más dinero, no hay más, esa es toda la lógica del capitalismo, su extraordinaria simpleza. Da igual producir bombas que bolígrafos, y si producir bolígrafos no genera suficiente dinero, sin más consideración se abandona  esa inversión y se pasa a producir cualquier otra cosa que resulte más rentable, armas nucleares o macrogranjas de cerdos, por ejemplo. Toda la espectacularidad y complejidad tecnológica del capitalismo está empleada en ocultar la extremada simpleza del sistema. Su éxito popular tiene explicación en ese ingenioso arte del engaño del ojo humano, que no entiende lo que ve.

La verdad es que la comida estaba fría como el día,  que fue normalita como viene siendo habitual entresemana en todas partes, cuando la despensa es escasa y el menú acostumbra a ser más barato, con destino a ocasionales turistas, jubilados o  en el Paro. Ahora, ya de vuelta a casa,  empiezo a explicarme por qué decía  mi abuela Rosa, con tanta insistencia, aquello de "a la vejez viruelas". Recuerdo que lo decía con el sentido de "a destiempo" cada vez que sentía sus ochenta años pesando sobre el genio natural de su cuerpo menudo, al que debía su mote de "Generala". Por entonces hubo una industria farmacéutica que transformó ese dicho popular en eslogan publicitario, cambiando viruelas por pastillas. 


PD.: Lo dicho, que  vimos algunos graffitis muy buenos, encontramos la realidad un tanto exagerada, la comida estaba  fría y por las calles vacías no andaban ni los perros. No me cabe duda: de ser posible otro mundo, necesariamente tiene que estar en éste, aquí, por estos coloridos pueblos paramiegos de Burgos y Palencia.

jueves, 6 de noviembre de 2025

UNA INTELIGENCIA ARTIFICIAL PARA SIMIOS IDIOTAS Y AUTÓMATAS


“No corresponde que ciertos ingenieros desconectados de la realidad tengan la llave del destino de   la humanidad y que, encima, entren caminando por una alfombra roja” .                                           (Eric Sadin, sobre la IA, en la Feria del Libro de Buenos Aires, 2023).

¡Qué menos que  una mínima ilustración radical, a modo de humanismo general básico...y qué menos que una mínima democracia! (Antón Dké, 2025)

 

Primero fue sustituido el pensamiento reflexivo por el periodismo de twits o titulares, que  sirviera de precedente inspirador de las redes sociales, las que a su vez trajeron el metaverso y la IA. Nos dimos cuenta de las cosas cuando ya era tarde, por eso que ahora estemos forzados a intentar captar y entender el engendro de la IA que se nos viene encima. 

Acabo de preguntarle a la IA de quien es esta frase (yo sé que es de Eric Sadin) (1): “En el momento en el que las tecnologías dotadas de capacidad de habla se consolidaron y todos nos acostumbramos a que nos hable un o una asistente con una voz humana y agradable, resultó un sistema de consulta y conversación del que esperamos la verdad". Y la IA me responde ésto: "El autor de esa frase es Pedro García Cuartango. La cita proviene de un artículo de opinión titulado "Dios no ha muerto" publicado en el diario ABC". Busco y leo ese artículo y compruebo que ni la frase es de ese periodista, como que su artículo nada tiene que ver con mi pregunta ni sobre la IA. Deduzco por eso que esa  respuesta artificial es  menos inteligente que un diálogo entre besugos, algo así como cuando mi abuela Rosa me decía: "anda, manguán (2), no me mezcles la velocidad con el tocino". 

Entre quienes investigan las relaciones entre tecnología y sociedad, me interesa Eric Sadin, el filósofo francés que ha trazado en sus libros un diagnóstico -que yo comparto-  a partir del impacto que los artefactos tecnológicos producen en las actuales masas de homo sapiens, mi especie, que es la  mayoritaria (con cerca de 8.500 millones de individuos en la actualidad) entre los simios pertenecientes a la familia "hominidae", que incluye a orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos.  

Ya en 2011, un joven  filósofo francés, Eric Sadin, con solo 38 años de edad publicaba "La sociedad de la anticipación. La Web Precognitiva o la ruptura antropológica", mientras por estos lares mucha gente, y yo mismo, andábamos enzarzados en las asambleas del 15M. Era, ciertamente una anticipación de toda su obra posterior dedicada a la  cuestión tecnológica y la IA.  En ese libro reflexionaba sobre la dimensión antropologica y supuestamente fundamental y consustancial, que hace de la vida humana algo indeterminado, impredecible y azaroso, "que se está desvaneciendo gradualmente en favor de modos de existencia discretamente administrados y gobernados por robots dotados de inteligencia adivinatoria". A comienzos del siglo XXI, ya nos dominaba un deseo prometeico de querer anticipar el curso de las cosas con la mayor precisión posible.  La Sociedad de la Anticipación analizaba el surgimiento de una socialidad dotada de poderes técnicos que producen vértigo, buscando asegurar y optimizar el dominio, "ahora posible", sobre el futuro, modificando gradualmente nuestras relaciones históricas con el resto de humanos (los otros), además de con el tiempo y el espacio.

A ello dedica Eric Sadin todo su pensamiento y todas sus publicaciones: "Supervisión global. Encuesta sobre las nuevas formas de control (2009), La sociedad de la anticipación (2011), La humanidad aumentada (2013), La vida algorítmica (2015), La silicolonización del mundo (2016), La inteligencia artificial o el desafío del siglo (2018) y La era del individuo tirano (2022).

"El abandono de nosotros mismos" es su último libro, recién publicado con el subtítulo de "El punto de inflexión intelectual y creativo de la inteligencia artificial", editado por l'Echappée, que lo presenta como "un análisis meticuloso y crítico de las características de la IA generativa, así como de la ruptura antropológica que supone" 

Según Eric Sadin, las consecuencias sociales, culturales y civilizatorias que ésto acarreará son fundamentalmente estas tres: 

-"Primero, las tecnologías que generan un pseudolenguaje —matematizado, estadístico y estandarizado— están al alcance de todos, destinadas a convertirse en hegemónicas.

-Segundo, ya no conoceremos la naturaleza ni el origen de una imagen. Surge una era de indistinción generalizada, plagada de numerosos peligros a medida que crecen el resentimiento y la desconfianza.  

-Tercero, los dispositivos realizarán un número cada vez mayor de tareas cognitivamente exigentes, con mayor rapidez y, supuestamente, con mayor eficiencia que nosotros. Como resultado, un cambio radical azotará los sectores de servicios y cultura". 

Yo también tengo muy claro que vivimos un momento de extrema gravedad, mientras estamos siendo pasivos espectadores de cómo nuestro mundo y modos de vida son automatizados a toda prisa (téngase en cuenta que el chat GPT fue presentado hace solo 3 años (2022). Por supuesto que nada tiene que ver la IA con proyectos mínimamente democráticos y sociales, sino que más bien es el resultado de una concreta visión ideológica (transhumanista) de unos cuantos ingenieros,  junto a la ambición capitalista de las multinacionales que integran el actual imperio tecnológico. 

Este libro de Eric Sadin me parece a mí que es toda una defensa cuasiagónica de las facultades propiamente humanas,  además de una advertencia cargada de razones ante el riesgo cierto que corremos, de pertenecer -en apenas una década- a una humanidad  que el autor  califica como "ausente de sí misma".

A la espera de poder leerlo pronto en lengua castellana, he repasado algunas de las muchas reseñas en francés que están apareciendo estos días en los que se suceden las presentaciones del libro. Por ejemplo, Elea Cauvin, en Le Fígaro del 30 de octubre de 2025 dice: "La AI nos esclavizará, el manifiesto profético de Eric Sadin: ante el fundamentalismo de la IA, el autor nos invita a levantarnos para salvar los escombros del alma que sobrevive en nosotros".
 

Imagen que ilustra el artículo de referencia (revista digital Mare Nostrum)

Y en especial, me ha parecido interesante esta reseña de Mare Nostrum (3): "Inteligencia artificial: hacia la desaparición programada de los humanos: ¿Y si la revolución tecnológica enmascarara una disolución silenciosa, una desertificación lenta e inexorable de nuestro ser interior? 

Del libro de Eric Sadin se dice en esa reseña que  "es un acto político, más que un ensayo:  una disección de la humanidad en proceso de desintegración. Oscilando entre una alegoría inaugural, una crítica radical de las nuevas estructuras de poder y un diagnóstico antropológico de nuestra desvitalización, la obra teje un hilo narrativo implacable, el de la deliberada eliminación del lenguaje humano".

A mí lo que más me interesa del libro es su relevancia política, la de un pensamiento crítico en el que  Éric Sadin ofrece un mapa preciso de nuestra propia desposesión, en el sentido que yo acostumbro a decir:  a escala individual y de especie.

En esa misma reseña,  se dice también que el autor "revela los mecanismos ocultos del fundamentalismo digital. En lugar de lamentar los síntomas, Éric Sadin examina la estructura misma del problema. Su libro comienza con la parábola del ruiseñor, ese virtuoso del canto que, seducido por autómatas que producen melodías sin esfuerzo, elige la comodidad en lugar del arte. Este prólogo al drama revela la matriz de nuestra servidumbre voluntaria, esa preferencia por la pasividad que impregna toda la crítica del filósofo".

En ese texto se añade que el núcleo del discurso fundamentalista de la IA, es desmantelado por Eric Sadin mediante un formidable análisis, en el que éste identifica los cinco pilares que sustentan esta nueva religión secular:

"-Primero, líderes políticos fascinados, que actúan como fervientes promotores de un poder que los supera y al que financian con miles de millones de dólares.  

-Segundo, un «mundo interno» —ingenieros, investigadores, emprendedores— que, fingiendo preocupación por los posibles riesgos mediante discursos sobre «ética», aceleran implacablemente el proceso. 

-Tercero, los economistas, los nuevos teólogos del crecimiento, para quienes la automatización es un destino inevitable y deseable. 

-Cuarto, los comités y organismos oficiales, los garantes morales del sistema, cuyos estrechos vínculos con los actores de la industria tecnológica constituyen un conflicto de intereses sistémico. 

-Finalmente, los medios de comunicación, que, por fascinación o falta de distanciamiento crítico, transmiten incansablemente las declaraciones de quienes ostentan el poder. A estos cinco pilares, Éric Sadin añade un sexto, invisible y quizá el más poderoso de todos: "la gran ilusión de la regulación". La regulación, explica, se limita a avalar la lógica que pretende controlar, razonando dentro del marco utilitarista de la relación beneficio/riesgo, sin abordar jamás la cuestión fundamental de la ruptura antropológica y  civilizatoria".

El habla humana fue reemplazada por cálculos de probabilidad estadística: En el centro de este proceso se encuentra un actor clave: el lenguaje. Éric Sadin acuñó el concepto de «tanatólogo» para designar este lenguaje muerto, este pseudoverbo de las inteligencias artificiales generativas. No se trata de una herramienta nueva, sino de un «antilenguaje» basado no en la intencionalidad, la ambigüedad o la singularidad del sujeto, sino en la correlación estadística y la probabilidad. Este lenguaje de conformidad, que tiende a reproducir lo ya dicho, empobrece nuestra comprensión y sofoca el pensamiento.

Creencia excesiva y estupidez generalizada: el caos político que se avecina. La consecuencia de esta doble desposesión —del poder político y del lenguaje— es una profunda transformación antropológica que Éric Sadin denomina «anhumanidad» . No se trata del fin de la humanidad en el sentido poshumanista, sino del advenimiento de una humanidad vacía de sustancia, desvitalizada. Es el retrato de seres retraídos, espectadores de su propia existencia, satisfechos con su pasividad asistida.

Esta atrofia de la acción individual tiene consecuencias políticas devastadoras. Éric Sadin muestra cómo la destrucción de los puntos de referencia compartidos y la atomización de los individuos en sus burbujas de certeza crean un terreno fértil para un nuevo tipo de violencia. Lejos de la guerra convencional, se trata de una «guerra de estupideces colectivas», una guerra de dogmas y creencias excesivas, donde la imposibilidad de diálogo conduce a la negación del otro. La crítica a la violencia política que emerge es sutil y poderosa, y nos recuerda que la erosión de los controles y equilibrios (la prensa, el poder judicial, el conocimiento crítico), amenazados por esta ola, deja el campo abierto a todas las formas de autoritarismo. El estilo de Éric Sadin, a menudo polémico y profético, es en sí mismo un arma. Frente a la prosa neutral y desvinculada de la tecnocracia, opone un estilo visceral y comprometido, donde cada frase es una declaración de opinión. No solo describe, sino que recalca su punto de vista con vehemencia. Su retórica del colapso es una estrategia para despertar conciencias anestesiadas.

Quienes afirman -como se dice de otras muchas tecnologías- que el problema no reside en la herramienta en sí, sino en cómo la utilizamos los humanos, incurren en una grave y pésima interpretación. No ven que no es una  herramienta neutral, sino  un sistema diseñado, financiado y desplegado por un complejo tecnocapitalista con su propia agenda, que consiste en automatizar oficios y profesiones, capturando toda la atención para moldear el comportamiento y, en última instancia, desmantelar toda posibilidad de reflexión y deliberación. 

A estas alturas, preguntarse si la máquina «piensa» es una posición superficial que desvía la atención de las preguntas esenciales:  ¿quién se beneficia de éste sistema y qué tipo de mundo produce?. No hacerlo demuestra que no hemos comprendido ni la naturaleza sistémica, ni las implicaciones políticas del fenómeno.

Así se concluye en esa reseña del libro que "a  diferencia de una filosofía que prefiere ofrecer diagnósticos elegantes del paciente sin llegar a operarlo, la obra de Éric Sadin es un acto quirúrgico. No adormece el dolor, lo revela; no comenta la gangrena, la disecciona. Un manual de supervivencia para una sociedad en peligro".

 

 Epílogo

A la espera de una próxima lectura  en castellano de este ultimo libro de Eric Sadin, presiento que, aún estando muy de acuerdo en el análisis, echaré de menos, otra vez más,  un pensamiento estratégico que plantee y arriesgue una propuesta política, además de filosófica y moral,  un llamamiento a la acción que sirva para evitar el estado de melancolía que nos queda después de la crítica, para que el deseo de rebelión pueda prender, como proyecto político integral, antes de que el proceso histórico sea definitivamente irreversible. 

Insistiré una vez más que esa reversión será imposible sin antes entender que el núcleo del Sistema que criticamos no está solo enfrente, en la clase dominante, sino que nos habita como especie. No es posible mientras no abordemos la revolución necesaria como un proceso permanente de "evolución perfectiva", que ahora permanece atascado -desde el Neolítico-, cuando comenzamos a instituir  nuestras sociedades a partir de  nuestros instintos animales más primarios, empleando como "principios políticos" los instintos de jerarquía y propiedad: social, sexual y territorial.

Siempre seremos simios, no cabe duda, porque esa es la naturaleza original de nuestra especie "homo", pero digo yo que cabe esperar una mayor inteligencia "natural", antes que esa artificial (IA) preparada para perpetuar nuestra animalidad más primaria, enfocada en "perfeccionar" el mismo sistema de dominio sobre la especie y el planeta, todo un sofisticado y radical "cambio" que no cambia, sino que perpetúa el mismo Sistema institucional de origen neolítico: el de la Propiedad (territorial y reproductiva), culminante en un Estado crónico de división identitaria, según sexo, raza y clase...y eso, desde hace  no menos de diez milenios.

Lo que la IA viene a perfeccionar es el Sistema de dominación, haciendo del simio común un perfecto "idiota", en el sentido griego de este calificativo, un individuo perfectamente apolítico, desinteresado por lo público y comunitario, alguien perfectamente anónimo y sumiso,  como un autómata de cuerda, del siglo XVIII, o  como un autómata ciborg (4) del siglo 21.

En lo que no voy a estar de acuerdo con Eric Sadin, seguro, es en su afirmación de que "la IA modificará la naturaleza del ser humano" (5). No, porque yo pienso que la tecnología de la IA no es "mala e irreversible por sí", como tecnología, sino por su carga ideológica, continuista del sistema propìetario y jerárquico de dominación que ha marcado la historia humana y frenado su evolución  en los últimos siglos. Podríamos desarrollar una tecnología similar con principios radicalmente opuestos. 

Lo que yo pienso es que, de no cambiar los "principios" constituyentes de  nuestra relación con la sociedad y la  naturaleza, ésta seguirá siendo la propia de un simio escasamente evolucionado, detenido en el Neolítico. Lo que hará la IA del Sistema estatal/capitalista, si antes no lo impedimos, es desactivar toda posibilidad de "inteligencia-social-integral", ecológica y política, toda posibilidad de pensamiento propio y de futuro, de vidas autónomas y de organización comunal de nuestras sociedades en modo de autogobierno en asambleas convivenciales de iguales, o sea: el viejo proyecto humano de "dignidad y democracia real". 

Solo el olvido de ese proyecto es lo que devendrá en un abandono de nosotros mismos y en la definitiva domesticación de nuestra especie.

Notas:

(1) Eric Sadin: https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%89ric_Sadin

Su web: http://ericsadin.org/

(2) Manguán, en el Diccionario General de la Lengua Asturiana:  torpe, desmañado, holgazán, negligente, descuidado, desocupado, poco útil para el trabajo, que no pone atención en lo que hace, sin oficio, que no trabaja, pelitrique, con poco juicio, sin responsabilidad, sinvergüenza, mangante, golfo, pendenciero, pusilánime, apocado. Ejemplos: 1. El mui manguán nun fixo nada en tol día. 2.Labraor gordu o ta malu o ye un manguán. 

(3) Mare Nostrum, revista digital que publicó el artículo "Inteligencia artificial: hacia la desaparición programada de los humanos".

(4) El término "Cíborg", según la propia IA, "es  acrónimo del inglés Cybernetic Organism y se puede referir a personas con implantes médicos, como un marcapasos, como a ficciones que fusionan la biología con la tecnología avanzada para crear superhumanos".

(5) Esta afirmación la hizo Éric Sadin durante la primera jornada del Evento Tendencias, organizado en 2024 por El País en el Teatro Real del Retiro (Madrid).

lunes, 27 de octubre de 2025

CIEN VISTAS DEL MONTE FUJI

 He publicado infinidad de dibujos; pero estoy descontento de todo lo que he producido antes de cumplir los setenta años. Fue a la edad de los setenta y tres cuando comprendí más o menos la forma y verdadera naturaleza de los pájaros, de los peces, de las plantas, etc. En consecuencia, a la edad de ochenta años habré hecho muchos progresos, llegaré al fondo de las cosas; a los cien, un punto o una línea, todo estará vivo. Pido a los que vivan tanto como yo que vean si mantengo la promesa”. 

Katsushika Hokusai, postfacio a Cien vistas del monte Fuji, 1834

  

Tres de las 102 viñetas del libro “Cien vistas del monte Fuji”, de Katsushika Hokusai

 

Eso mismo me está pasando, y a la misma edad que le sucediera a Hokusai. Y pienso que también le pasa a mucha gente, que a medida que nos hacemos viejos empezamos a tener algunas certezas sobre lo que pudiera ser èsto del vivir y el habitar un mundo, al tiempo que un lugar, y hasta cierto entendimiento de lo que sucede a nuestro alrededor...a buenas horas mangas verdes, decimos por costumbre cuando presentimos que nos queda poco tiempo y la vida reclama una prórroga. Y es que antes de llegar a la vejez, aunque lo intuyamos, no acabamos de entender que nuestra principal diferencia respecto del resto de especies consiste en que los humanos somos los únicos animales que viven sabiendo que van a morir. Lo que no es una diferencia pequeña.

Por mucho que lea, escuche o vea, lo que más puede en mí es una intuición poderosa que proviene, seguro, de una especie de fondo o sedimento vital, producto de la experiencia  acumulada en ese montón de años que cargo con creciente pesadumbre, lo reconozco, sí, porque los huesos me duelen cada día un poco más y tienden a respetarme solo si me humillo y camino algo encorvado, un poco más cada día. 

No tengo una clara conciencia del día que entré en la vejez, pero tuvo que ser después de entrarme esta obsesión que tengo con la idea de un mundo nuevo y comunal, “del común y lo común”, construido a partir de un pacto de especie...es una poderosa obsesión como la que le supongo a Hokusai con el monte Fuji: una idea fija que te absorbe el pensamiento y toda tu creatividad hasta en sueños, que te tiene como sumido y preso de una fiebre constante en el tramo final de tu vida, una pasión compulsiva que sin parar te dice date prisa, date prisa, dilo, dilo y déjalo por escrito, que mañana igual se hace tarde, o ya no recuerdas, o ya no llegas ni puedes.

Composición, a partir de la Gran Ola de Kanagawa y el monte Fuji, de Hokusai, y la Noche estrellada de Van Gogh.

Obsérvese que al fondo de la Gran Ola amenazante se vislumbra la pacífica silueta nevada del monte Fuji, siempre omnipresente, estableciendo obsesivamente un contraste radical entre movimiento y serenidad, lo mismo en el cuadro que en todas las 102 escenas de su obra “Cien vistas del monte Fuji”.

La composición del cuadro de Hokusai nos coloca en posición de observadores detrás de la ola gigante, capturando el preciso instante que precede al desplome de esa inmensa masa de agua que tiene la envergadura de una gran montaña. Ese instante me parece a mí muy similar al que vivimos hoy en día, mirando atónitos cómo nuestro mundo está a punto de ser arrasado ante nuestra paralizada e impotente mirada.

Es curioso y muy sorprendente lo que sucede con el arte de Hokusai, el artista que habiendo roto con el convencionalismo de la tradición japonesa por influencia de la pintura paisajista europea -concretamente holandesa- rompió con esa tradición al integrar en su arte los paisajes y las actividades rurales, junto a una técnica de largas perspectivas y presencia constante de asuntos cotidianos, lo que en realidad era muy poco frecuente en el arte japonés practicado en su tiempo, a caballo de los siglos XVIII y XIX. Digo que es sorprendente, porque desde Europa se vió la “Gran Ola de Kanagawa”, la más conocida obra de Hokusai, como la quintaesencia del arte japonés y en un rizo de paradojas incluso hubo expertos en arte que llegaron a afirmar que Van Gogh se había inspirado en la Gran Ola de Hokusai al pintar en 1889 su obra "La noche estrellada", donde puso nubes que parecen grandes olas a punto de romper en un cielo oceánico montado sobre un mar de girasoles.

Este paradójico vaivén entre Occidente y Oriente me sirve de ejemplo que ilustra muy bien lo des-orientado que anda nuestro occidente europeo, que ve orientes y orientalismos por todas partes, como ausente y extranjero de sí mismo, una Europa que todavía se cree un continente contra lo que dicen sus propios mapas, que la sitúan en la pequeña parte atlántico-mediterránea del gran continente euroasiático, ignorante de su condición “oriental” respecto del actual imperio USA. Quizá, digo yo, sea por disimular sus viejas vergüenzas coloniales o su condición actual de provincia imperial. 

 

Desde que empecé a subir montañas a temprana edad, allá donde he vivido tuve siempre mi propio monte Fuji como horizonte y referencia espacial y vital, sin que fuera algo premeditado. Fue el pico de  Midi d`Ossau (2884m) mientras vivía en los Pirineos junto a la frontera del Somport, el pico Almanzor (2591m) durante los muchos años que anduve habitando y escalando por las gargantas y circos de la  Sierra de Gredos, y desde hace más de treinta años son  los picos Espigüete (2450m) y Curavacas (2524m), por ahora y mientras viva aquí, en la Montaña Palentina.

Mi monte Fuji no es solo una montaña, es también una poderosa intuición que guía mi pensamiento en este tramo final. Por eso sé (sin saber cómo) que por primera vez en la historia de la humanidad, es ahora, en estos mismos días de máxima incertidumbre y confusión ideológica, cuando empezamos a vislumbrar una mínima conciencia universal y de especie, que nunca antes fue posible, ni lo será del todo mientras sigamos habitando la Tierra con mentalidad de consumidores o propietarios,  repartidos y aislados en solares nacionales, cada cual vivíendo en su raza y nación particular, en sucedáneas comunidades estatales, burocráticas, comerciales y militares, indemocracias todas, naciones y personas abriéndose paso a codazos en este mundo-mercado, a la caza de Grandes Rebajas.

Y ésta es la paradoja inversa de la globalización capitalista en que vivimos, que aunque haya que esperar una década a que pase el tsunami neofascista que hoy recorre el mundo, este Orden irracional no podrá evitar su propia autodestrucción sistémica, que ya está sucediendo a la sombra del falso progreso capitalista, que de tanto andarse por las ramas se ha quedado sin raíces ni sustancia.

Vivimos en un instante congelado, un tiempo muerto que se parece mucho al fin de la Historia que vaticinara Francis Fukuyama, el  filósofo liberal metido a vidente y profeta. Pero éste no es sino el momento previo al romper de la Gran Ola. Puedo intuir el inmenso silencio del espacio vacío que le sigue a ese momento, al que hemos nombrado "colapso", a modo de profecía que espera ser autocumplida. 

Si se observa en sus detalles el cuadro de la Gran Ola, se verá que aparece al fondo, diminuta, la serena figura del Monte Fuji como alegoría de ese lugar o país al que  en sueños siempre quisimos llegar y habitar.  A día de hoy, la enseñanza que yo extraigo,  en contra de la oscura lógica de los tiempos que corren, es que a pesar de tanto ruido y oscuridad, nunca como ahora estuve tan cerca de compartir este sueño/proyecto  que yo tengo,   de una Tierra Común habitable y compartida que, como el Fuji de Hokusai, a mí me desvela y no me deja morir.