Habrá quien identifique la finalidad de las revoluciones con un cambio de régimen o de gobierno. A estas alturas de la historia, pienso que la revolución necesaria es integral y no política, es inclusiva y no exclusiva, es un proceso y no un suceso; pienso que tiene por finalidad principal la recuperación del sentido trascendente de la vida, que surge de un impulso que es tan natural como humano, tan individual como comunitario, que no es sino un sentido perfectivo de la evolución, que corresponde a un sujeto consciente y emancipado.
Compartimos una idea muy negativa de la situación,
llegamos a ella a partir de la reflexión sobre nuestra personal
experiencia de la realidad, completada con el conocimiento histórico
que nos ayuda a comprender los capítulos de la evolución humana y
las claves históricas que explican la negatividad de la época
histórica que vivimos. Si no nos dejamos deslumbrar por la
espectacularidad tecnológica que cubre superficialmente nuestras vidas, lo que vemos
es el paisaje de una devastación de dimensiones inéditas y
apocalípticas, un paisaje que ninguna civilización anterior había
visto. Vemos en nosotros mismos y en nuestros congéneres
contemporáneos un sujeto privado de las mejores cualidades que
permitieron la evolución humana, un sujeto carente de voluntad por
la excelencia de sí mismo, desinteresado por la conducta virtuosa
que otorga sentido a la vida. Y aún así, reconocemos el rastro de
ese impulso vital y positivo en individuos excepcionales y en
comunidades resistentes, lo reconocemos a pesar de las condiciones de
sumisión en que vive la mayoría de la humanidad, a pesar de la mala
educación, el amaestramiento recibido en las escuelas, en el
trabajo asalariado, en los medios de comunicación y en las múltiples
estructuras e instituciones que fueron desplegadas durante los dos
últimos siglos y que conforman el orden imperante al que, por
reducción, identificamos como estatal-capitalista.